Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda
Bayona
Napoleón ya no se esconde
Padre e hijo, frente a frente
La carta del rey padre
La (presunta) carta de Fernando
La última etapa en la hoja de ruta de Napoleón
El 2 de mayo se cocina
Los madrileños no necesitamos que nos guarden las espaldas
De héroes, y de rocapollas
Murat se hace con todo, todo y todo
La chispa prende
Sevilla y Zaragoza
Violentos y guerrilleros
La Corte de Bayona
Las residencias del rey padre
Bailén
La "prisión" de Valençay
Dos cartas que dan bastante asco
Un ciruelo tras otro
El Tratado de Valençay
¡Vente p'a España, tío!
El rey, en España
El golpe de Estado
Recap: por qué este tío nos ha jodido
La
victoria de Bailén, a la que dedicaremos unos párrafos el lunes, no decidió ni de coña la suerte de la Guerra de
la Independencia, pero sí que sirvió para ser uno de esos momentos
en los que, como dijo Churchill de Stalingrado, giraron los goznes de
la Historia. Fue mucho más importante por sus consecuencias
sicológicas que por las militares. Sirvió Bailén para que
Inglaterra comprendiese que Francia, a la que ya sabía vulnerable en
el mar, también lo era en tierra; y eso la decidió a apoyar sobre
el terreno a los españoles, apoyo del que muchas veces habrían de
dudar sus generales, hartos de un ejército que no era un ejército,
de un Estado que no era un Estado; pero que siempre se mantuvo
razonablemente incólume.