miércoles, mayo 28, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (22): El problema de las tres mareas




Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 





Aunque el distanciamiento de los EEUU era una mala noticia, el Viet Minh pudo resarcirse de ella. La razón fue el pragmatismo chino. Los chinos habían llegado a Viet Nam convencidos de que debían apoyar a las formaciones que, al fin y al cabo, tenían perfiles parecidos al del Kuomintang. Chang Kai Chek, sin embargo, era, por encima de todo, una persona extraordinariamente pragmática; era capaz de tomar de su peor enemigo cualquier elemento que le ayudase. La prioridad de los chinos era la misma que la que había sido la de los japoneses: eliminar la influencia francesa en el área. Y pronto Siao Wen se dio cuenta de que para esa labor era mucho más valioso el Vier Minh que ningún otro elemento local.

El Viet Minh, por otra parte, no carecía de elementos prochinos. Personas como Ho Tung Mau, que era él mismo miembro del Partido Comunista Chino; Tran Hui Lieu o Dang Xuan Khu, que era algo así como el Suslov, el gran teórico del Viet Minh. El movimiento, por otra parte, se sabía en una situación lo suficientemente comprometida y peligrosa como para jugar todas las cartas posibles. El abandono de la gran esperanza blanca estadounidense, de hecho, provocó un baño de realidad en la persona de Ho Chi Minh, quien asumió que no podía actuar siempre en constante oposición a los franceses. Alguna que otra zanahoria tenía que tirarles. El 28 de septiembre se encontró con Alessandri y Pignon y un poco más tarde, el 15 de octubre, se entrevistó por primera vez en su vida con Sainteny. Tampoco olvidó a los socialistas y a los marxistas, muy especialmente Louis Caput, presidente de la Federación Socialista del Tonkin. Este tipo de contactos le aportaron la fuerza suficiente para hacer pública una nota de prensa, el 30 de diciembre, en la que anunciaba que el gobierno de la República Democrática del Viet Nam estaría encantado de conferenciar con los representantes franceses, aunque advertía que para que ambas partes se pudieran entender, era conditio sine qua non que se admitiese la independencia del país. El día 6 de enero, es decir el mismo de las elecciones, Ho Chi Minh le concedió una entrevista al enviado especial del periódico Résistance, y le dijo: “Nosotros exigimos que Francia dé el primer paso concreto y sincero”. Pretendió, y consiguió, transmitir la idea de que todo dependería de la actitud que se mostrase desde Saigón.

El 18 de agosto de 1945, De Gaulle había nombrado general en jefe de las tropas francesas en Asia a un auténtico peso pesado de la segunda guerra mundial (visto sea ello con el cedazo francés, evidentemente); el general Philippe François Marie de Hautecloque, conde de Hautecloque.

El conde de la Ampolla Alta había llegado con una orden: pacificar toda Indochina. Y casi lo había conseguido. En la Conchinchina no le había ido mal, Camboya estaba controlada, y Laos en vías de. Por ello, tenía complemente asumido que el éxito de la misión dependía, fundamentalmente, del Tonkin.

En su fuero interno, el condesito tenía que reconocerse lo que, en general, tiene que reconocerse toda historiografía francesa mínimamente honesta de la segunda guerra mundial: que prácticamente no tenía victorias que contar que fuesen propiamente suyas. En el sur de Indochina, si a Francia le había ido bien era porque los británicos les habían ayudado. Y si en el norte le había ido mal, eso era porque allí estaban los chinos y con los chinos Francia no podía ni soñar con enfrentarse, máxime con los Estados Unidos haciendo de Don Tancredo y los británicos diciendo que tan al norte ellos no iban a poner ni un obús.

Toda la posición francesa en el área, por lo tanto, no era suya. Era, por así decirlo, suya con permiso de los chinos Y los galos, que diría Julio Iglesias, lo sabían.

Es por esto que ya en octubre de 1945, justo cuando Ho Chi Minh estaba entrando en contacto con Sainteny, el almirante D'Argenlieu estaba en Chungking, entrevistándose con los chinorris. Allí, Chiang lo recibió, pero aquello fue, más o menos, como entrevistarse con Miguel Ángel Revilla: mucha declaración ampulosa, mucha palabra más sagrada que la otra; pero de ñiquiñiqui, ná de ná. Chiang tenía para entonces crecientes problemas con sus bases del Kuomintang. Aparte de que una porción nada despreciable de aquel partido estaba formada por señores de la guerra que iban a lo puto suyo, y que por lo tanto ambicionaban explotar el Tonkin como una gran ubre, estaba el hecho de que, ideológicamente, el Kuomintang estaba evolucionando hacia un nacionalismo asiático radical. Los asiáticos tienen la ventaja de que no se tienen que analizar el RH de la sangre para teorizar sobre si son distintos; con mirarse a un espejo ya lo tienen claro. En el contexto de la inmediata posguerra mundial, el radicalismo nacionalista, en realidad un racismo de la orilla opuesta, resultaba una tendencia atractiva. Así las cosas, en el Kuomintang cada vez había más personas que querían construir la Euskal Herria de ojos rasgados, la Gran China, con los europeos empujados desde el río hasta el mar para se fueran a París a torturarse el colon con sus kislorreins de mierda. No deja de tener coña que muchos de estos ultranacionalistas acabasen acojonados en una islita en una esquina del Mar de China.

El reto de Francia era complicado: regresar al Tonkin desplazando a los chinos; pero hacer eso mediando un acuerdo con los chinos. Los chinos contaban en la zona con 180.000 hombres, a los que en todo momento podían añadir los 35.000 japoneses que seguían allí y estaban siendo desarmados y desmovilizados, y que estaban bajo estricto control chino. Por no mencionar la posibilidad de una connivencia con el Viet Minh, que les entregaría la calle. De hecho, los más conspicuos analistas franceses abogaban, ya a finales de 1945, por asumir con claridad que una eventual retirada de las tropas de Lu Han del teatro vietnamita no traería el regreso del poder francés al Tonkin, sino la consolidación de la independencia. Los franceses, sin embargo, no podían olvidar que al norte del paralelo 16 seguían viviendo unos 30.000 franceses que, en aquel momento, no tenían ningún tipo de protección. Una administración que se caracterizase por hacer lo que dice que hace, es decir, velar por el bienestar de sus administrados, no se plantearía otra cosa que evacuar a toda aquella gente. Pero, claro, las afirmaciones de los políticos en el sentido de que están ahí para hacer más fácil la vida de la gente tienen el mismo valor que las de un Francisquito que te diga que es el primer pobre de la Tierra. Vale que los franceses sabían que para evacuar a aquella gente haría falta un puente aéreo, porque sacarlos por mar era misión imposible. Pero un puente aéreo que movilice a 30.000 personas no es, ni de lejos, la operación militar más complicada del Universo; máxime teniendo en cuenta que, de haberla planteado, los chinos les habrían puesto un puente de plata. No. El problema, para los políticos franceses, era que aquellos 30.000 compatriotas tenían posiciones económicas a las que París no quería renunciar. Así de fácil. Los dejaron en sus casas y en sus haciendas, a merced de que algún día llegase una patota de adolescentes armados, violase a sus hijas, desmembrase a su mujer y al marido lo colgase de un árbol mientras le disparaban dardos; todo por la grandeur de los cojones.

Lo que más le interesaba a Francia era explorar las posibilidades que tenían de gestionar el tema chino y el tema vietnamita por separado; es decir, si había alguna manera de quedar bien con los primeros, sin plegarse ante los segundos. El Estado Mayor gabacho diseñó un plan que se basaba en el desembarco de los blindados de Massu en Hai Phong con apoyo de los Marouins, la infantería de Marina. Los paracaidistas, en este plan, tomarían Hanoi y neutralizarían al gobierno del Viet Minh. Sin embargo, cuando este plan teórico fue pasado por el cedazo de los recursos con los que verdaderamente contaban los franceses en la zona, más la incógnita china, hasta siendo franceses se dieron cuenta los militares de que era implanteable, a menos que se generase una masacre de proporciones históricas. París y Saigón, muy a su pesar, tuvieron que reconocerse que el gobierno comunista del Tonkin estaba sólidamente establecido y estaba trabajando con eficacia a la hora de cubrirse las espaldas con un chinoprimo de Zumosol.

Esta situación hizo que los franceses, poco a poco, fuesen derivando su punto de vista. Cada vez pensaban menos en recuperar el Tonkin, y cada vez pensaban más en arrebatárselo al Viet Minh. Sainteny, quien como hemos visto se había entrevistado con Ho Chi Minh en octubre de 1945, no había limitado sus encuentros a ese interlocutor. El mismo día que se había visto con Ho y tres días antes, en ambos casos acompañado por Pignon, se había entrevistado con Nguyen Hai Than, jefe del Dong Minh Hoi. Los franceses creían estar delante de un gran dirigente nacionalista; pero pronto acabarían por descubrir que era un Albert Rivera con palillos; el típico tío que decía que conocía a quien no conocía, y que aseveraba que quienes en realidad no le obedecían comían en su mano. Vinh Thuy, el jefe del Dao Bai, fue citado dos veces por los franceses; y por dos veces los dejó esperando. En cuanto al VNQDD, el partido nacionalista le dejó claro a los representantes de París que no tenía ningunas ganas de retomar contactos con los franceses. Todo esto tiene su lógica, porque los franceses siempre han actuado, y lo siguen haciendo, como si pensaran que se puede engañar a todo el mundo todo el rato. Pero lo cierto es que los nacionalistas estuvieron cortos de miras en su actitud. En política, esto es algo que siempre dicen los políticos, lo fundamental es estar. Si no estás, no eres; y si no eres, no cuentas. Ésta es la razón de que, por ejemplo, todo grupo político que sea contrario al orden constitucional en el que se desempeña siempre intenta aprovechar ese mismo orden constitucional para conseguir actas de diputado y libertad de expresión para sus ideas. Dejar al francés con la puerta en las narices fue un gesto que les pudo provocar a los líderes nacionalistas orgasmos justos y comprensibles; pero no hizo otra cosa que convencer a los galos de que el único actor serio que había en aquel escenario era el Viet Minh.

A esto hay que añadir que, además, Ho Chi Minh era un zorro. Ho Chi Minh, de hecho, es probablemente el dirigente comunista más inteligente que se puede encontrar en la Historia del comunismo. Tenía la capacidad de un Breznev a la hora de controlar a su Partido en sus diferentes escalones; tenía la aguda inteligencia de un Trotsky, pero se guardaba mucho de perderse en el narcisismo y el desprecio olímpico a los demás que era la marca de Lev Davidovitch; había desarrollado la capacidad de moverse en entornos internacionales de un Gromyko, o un Gorvachev; y se bajaba sin problema de sus burras ideológicas si con ello apreciaba un beneficio, como de hecho hacía quien fue su maestro más directo: Iosif Stalin. Ho Chi Minh, por lo demás, tenía el olfato de Lenin a la hora de percibir una gota de sangre en un barril de agua. Y por eso se dio cuenta muy pronto de los problemas que a los franceses les provocaba el haberse encontrado con un movimiento nacionalista vietnamita no comunista formado por Trotskys, por así decirlo. Y decidió mutar. El líder comunista violento se convirtió en alguien para quien la prioridad absoluta era que aquel tema del Viet Nam saliese bien; lo mejor posible para todos. Desterró la palabra violencia de su argumentario, profundizó su acercamiento a los católicos (que, como de costumbre, cayeron en la trampa como los maulas que son) y redujo la carga doctrinaria de sus palabras.

Al alborear el año 1946, los franceses comenzaron un diálogo con los chinos. Cuando el primer negociador francés no había ni siquiera llamado un Uber para ir a la primera entrevista, Ho Chi Minh ya lo sabía. Entre los comunistas vietnamitas seguro que hubo muchos que reaccionaron a la noticia con el típico avanzar sin transar, la teórica Clemente: patadón p'alante y si hay que dar hostias, se dan. Pero Ho iba de otra cosa, y supo imponerla. Todo lo contrario. Ahora, lo que había que parecer era que el Viet Minh era un movimiento flexible, conciliador. Se trataba de dejar a los franceses y, sobre todo, a los chinos, sin espacio para justificar una eventual discriminación de los vietnamitas en las negociaciones que se avecinaban.

Lo que querían los franceses era bien difícil. Querían que las tropas chinas abandonasen el Tonkin, algo que, de alguna manera, juzgaban que tendría que pasar tarde o temprano. Pero también querían que, a su retirada, los chinos admitiesen la soberanía francesa sobre el territorio. Y todo eso querían hacerlo a toda hostia, para así evitar el incipiente acercamiento entre chinos y Viet Minh. Todo tenía que estar apañado en las primeras jornadas de la primavera porque, según repetía y repetía el Estado Mayor, si al final había que sacar la recortada y empezar a pegar tiros, eso tenía que ser, sí o sí, antes de la temporada de lluvias. Había, además, otro factor importante: los analistas militares habían llegado a la conclusión de que la llegada por mar de los efectivos franceses no tenía alternativas: o se entraba por Hai Phong, o no se entraba. En los comienzos de la primavera sólo había tres mareas con características adecuadas como para permitir el desembarco: el 27 de febrero, el 6 de marzo, y el 18 de marzo. Pasadas estas fechas, las operaciones se convertían en imposibles. Para los franceses, por lo tanto, esto venía a significar que, cualquiera que fuese el plato que cocinasen, tenían que sacarlo del horno, sí o sí, en las últimas jornadas de febrero.

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