martes, mayo 27, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (21): El factor USA




Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 


En las vísperas de las elecciones, Hanoi se convirtió en una ciudad sin ley. Militantes pero, sobre todo, sicarios contratados especialmente para la ocasión, se enfrentaban en las calles ante la impotencia o la indiferencia de cualquier posible fuerza de seguridad. Entre el 22 y el 31 de diciembre, 9 franceses desaparecieron, sin que se haya vuelto a saber de ellos, y ya parece que no los van a devolver. El Viet Minh reaccionó tratando de convertirse en la fuerza de seguridad policial de la ciudad, lo cual con seguridad no es que le hubiera permitido traer la paz sino su propia guerra; sin embargo, no lo consiguió , fuertemente contraprogramado como se encontró por una alianza entre las fuerzas nacionalistas y los servicios secretos chinos.

Todo esto ocurría en un marco en el que el nivel de vida de los vietnamitas se deterioraba muy rápidamente. La inflación era galopante, el hambre ganaba terreno, y la situación financiera de los poderes públicos era desesperada. El Estado había dejado de poder pagar a los funcionarios, por lo que, como ya os he contado, una parte de los mismos fue despedida, pasando a engrosar el ejército de hambrientos; mientras que la otra parte hubo de resignarse a trabajar básicamente gratis.

Momento fue de gran pobreza y de gran fortuna. En un país que se había convertido en un inmenso mercado negro, paradójicamente, la mayoría de los bancos chinos estaba muy interesada por establecerse en Hanoi. En la ciudad, por otra parte, pronto se generó esa clase de nuevos ricos, surgidos al calor de comercios clandestinos y actividades explotadoras. El verdadero elemento tractor de esa situación no eran los comunistas, sino los chinos, que practicaron una auténtica política de colonización. Los que peor parados salieron fueron los 15.000 miembros de la colonia francesa, aislados, desarmados y sin que alguien los defendiese.

La inmensa mayoría de los miembros de la colonia francesa era propietaria de algo, normalmente explotaciones agrícolas. Fueron el objetivo fundamental de los chinos, que querían comprarles sus activos a precios irrisorios. En general, sin embargo, los franceses aguantaron el tirón, lo cual es algo que tiene mucho mérito. Lo cierto es que estaban aislados, pero no del todo. Desde mediados de noviembre se había establecido un puente aéreo entre Hanoi y Saigón que garantizaba la llegada de noticias a la ciudad norteña. Los franceses septentrionales, pues, tenían información sobre la presencia francesa en el sur y, por otra parte, la guarnición presente en la Ciudadela, comandada por el coronel Le Porz, guardó la moral y la disciplina.

El mantenimiento de las escasas posiciones francesas, sin embargo, no escondía el hecho de que los chinos estaban apostando muy fuerte por el Tonkin. En realidad, los chinos parecían haber, simple y llanamente, heredado el sueño de los japoneses. Igual que éstos cuando soñaban con prevalecer en el Pacífico, todo parecía indicar que el deseo de los chinos era cortocircuitar por completo la relación de Indochina con occidente, estableciendo una nueva zona de influencia puramente asiática (como puede verse, hay grandes ideas que van más allá del dibujo ideológico: la China comunista pudo cambiar muchas cosas, pero heredó la vena imperialista de su territorio; exactamente lo mismo que pasó en Rusia, por cierto). Esta desconexión respecto de occidente en general y de Francia en particular, sin embargo, los chinos la querían hacer mediando un fuerte control por su parte; en realidad, un protectorado en toda regla.

Siao Wen buscaba reconstruir las iniciativas pasadas de frente amplio pluri ideológico que ya había habido en Viet Nam, porque consideraba, y en esto desde luego tenía toda la razón, que cuanto más Frente Popular fuese el Frente Popular, más fácil sería de manipular. Sin embargo, el problema que se había encontrado muy pronto, y era la novedad respecto del pasado, era que ahora el Viet Minh había crecido lo suficiente como para hacer que la iniciativa fuese suya. La condición fundamental de todo Frente Popular que se quiera manipular a gusto es que no cuente con una fuerza claramente prevalente, porque entonces será esa fuerza la que lo maneje todo. Para los chinos, por lo tanto, las prioridades del momento eran dos: por un lado, conseguir que las elecciones, convocadas y organizadas por el Viet Minh, con todo lo que eso significaba, fuesen aplazadas; y, segundo, que los nacionalistas entrasen en el gobierno revolucionario. Para ello, realizaron una estrategia combinada de infiltración en el propio Viet Minh, mientras, por otra parte, amenazaban con convertir las elecciones en una batalla campal.

Los comunistas acabaron por ceder. El 19 de diciembre, con la disculpa de que todos los hombres de mérito querían participar en las elecciones y había que darles tiempo para preparar sus candidaturas, las elecciones fueron aplazadas al 6 de enero. Con este aplazamiento, los comunistas pensaban aplacar a los chinos; pero para éstos dos o tres semanas no eran tiempo suficiente, así pues Siao Wen siguió presionando. El día 22 de diciembre, admitiendo que no todos los grupos políticos iban a poder realizar una campaña electoral adecuada, el Viet Minh se avino a guardar 70 escaños de la Asamblea (de 350) para la oposición; la mayoría (50) para el VNQDD. Con ello, el Viet Minh estaba intentando para el golpe que sabía que venía, y al que tuvo que adaptarse el 24 con la publicación de un manifiesto de unidad, acompañado del anuncio de que tras la reunión de la Quoc Hoi o Gran Asamblea, el gobierno dimitiría. De alguna manera, pues, el Viet Minh conseguía la celebración de unas elecciones en las que esperaba prevalecer matemáticamente a cambio de escenificar la unión revolucionaria sin teórica ideología dominante.

El negocio le salió excelentemente a los comunistas. Siendo como eran la opción preferida de los tonkineses, y con el viento de cola que les producía las medidas que habían tomado y todas las cosas que habían aceptado, las elecciones les fueron muy favorables. Muy particularmente, tanto la campaña electoral como las elecciones en sí mismas fueron enormemente beneficiosas para Ho Chi Minh, cuyo retrato comenzó a estar presente en todas partes y comenzó a ser visto y admitido como El Viejo Padre de la nación y del pueblo.

En Hanoi, Ho Chi Minh consiguió 169.222 votos sobre un total de 172.765; probablemente, el mejor resultado electoral jamás logrado en libertad por un comunista. Giap obtuvo el 97% de los votos en su provincia natal. Pham Van Dong fue elegido en el Quang Ngai, Le Van Hien en el Annam del sur. En Hue, los dos candidatos Viet Minh, Ton Quang Phiet y Tran Huu Doc, obtuvieron el 87% de los votos.

Hay que colocar las cosas, sin embargo, en sus justos términos. Como he dicho, la victoria de Ho Chi Minh puede, probablemente, considerarse como la mayor victoria lograda en unas elecciones en libertad por el comunismo durante su siglo y pico de Historia. Pero la cosa tiene su truco, porque ya sabéis que el comunismo tiene dos formas de actuar: una, la más común, es no permitir las elecciones. La otra es permitirlas y, además, dotarlas de un aura de libertad absoluta y total; pero, eso sí, controlando las nominaciones. Si el Viet Minh sacó tantos votos fue porque era, no hay que negarlo, un movimiento muy popular en Viet Nam; pero también lo fue porque a aquellas elecciones se presentó, básicamente, sólo aquél que el Viet Minh aprobó. Con la excusa de dejar fuera del juego político a quienes no lo merecían: los “saboteadores”, los “colaboradores” de los japoneses, los “corruptos” y hasta los meramente sospechosos de alguna de esas cosas, el Viet Minh, simple y llanamente, no permitió que se presentase quien le pudiera haber quitado votos. Con ello, supongo que no les importaría mucho, pero la verdad es que echaron un borrón estúpido en la Historia. Estoy íntimamente convencido de que habrían ganado aquellas elecciones como Tsipras ganó las de Grecia, por ejemplo. Pero les pudo el catón estalinista.

Sea como sea, el Viet Minh, con las elecciones, se dio una espesa capa de minio democrático que daba alas a sus intenciones respecto del Viet Nam.

No era oro todo lo que relucía, sin embargo. La obtención de unos resultados tan buenos en el norte y el centro del Viet Nam no podía esconder que la situación en la Conchinchina era bien diferente. Allí, el Viet Minh había jugado demasiado fuerte, había apostado por la guerra total, olvidando el pequeño detalle de que cuando se plantea una guerra total y se pierde, lo que se tiene es una derrota total. El frente del Nam Bo estaba hecho unos putos zorros, se deshacía por momentos, y los franceses tenían su poder sólidamente asentado en la zona. Los comunistas reaccionaron a esa situación como siempre reaccionan a sus cagadas: llamando a los demás a resistir mientras ellos salen cagando leches hacia el aeródromo de Monóvar para salir de España con la hoz entre las piernas y el martillo en el culo. Pero la situación del país, arrasado por la hambruna, no parecía favorecer demasiado que se diga estas estrategias de resistencia de largo plazo.

Había otras cosas que tampoco estaban nada bien. Particularmente, el hecho de que el Viet Minh, si había conseguido el apoyo interior, tenía muy difícil obtener el exterior. El objetivo número uno del comunista Ho Chi Min era, obviamente, que los comunistas de Moscú avalasen su revolución y, por lo tanto, su declaración de independencia, entrando en relaciones con el nuevo Estado vietnamita. Para su sorpresa, sin embargo, Stalin reaccionó con enorme frialdad; en realidad, no reaccionó. Moscú, en contra de lo que habían calculado los Viet Minh, no envió observadores a las elecciones; en realidad, es que no envió a puto nadie. Por lo demás, en las iniciativas multilaterales que siguieron al final de la segunda guerra mundial, como son los primeros trabajos de la ONU o la conferencia de Moscú, los soviéticos ni siquiera colocaron en los órdenes del día la cuestión indochina.

La otra gran esperanza blanca eran los Estados Unidos. La postura abiertamente anticolonialista de la Administración Roosevelt, normalmente incluso ampliada por muchos de sus terminales militares en Asia, había dado alas a las intenciones del Viet Minh. Y, de hecho, de nuevo hay que decir que puede resultar difícil de creer a la luz de los acontecimientos posteriores; pero lo cierto es que la combatividad y la asertividad de los comunistas vietnamitas a la hora de lanzar su revolución y dar pasos hacia la independencia se justifican, más que cualquier otra cosa, con el argumento de que esperaban un apoyo incondicional por parte de Washington. Si es que hasta la declaración de independencia de los vietnamitas tenía una referencia explícita a la Declaración americana de 1776.

El general Gallagher, del que ya hemos hablado, se presentó en Hanoi, y con ello el Viet Minh quedó convencido de que el aval americano estaba ya a la firma. Gallagher no sólo no hizo nada por eliminar esa impresión, sino que la intensificó con las ofertas que le hizo a Ho Chi Minh en el sentido de poner a su disposición capitales y técnicos para poner en marcha la economía del país. Un auténtico Plan Marshall en pequeñito, se podría decir.

Sin embargo, fue esa pasión la que empezó a poner las cosas frías entre Gallagher y el Viet Minh. El general estadounidense, por supuesto, estaba hablando de ejércitos de contratistas estadounidenses presentándose en los puertos vietnamitas para reconstruirlos y conectarlos por ferrocarril, mientras obviamente conseguían sus beneficios. A Ho Chi Minh, esto de reconstruir su país con las herramientas del capitalismo, como que no le hizo pandán (por no mencionar que entendía con claridad de qué color se le pondría el rostro al padrecito Stalin). El proceso, por otra parte, también se produjo por parte estadounidense. Es más que probable que los americanos fuesen en esto trabajados por el Kuomintang, que se aprestó a explicarle a los técnicos del Departamento de Estado las sutilezas del marxismo vietnamita. En estas circunstancias, los estadounidenses prefirieron volver el rostro, y las preferencias, hacia el VNQDD, al fin y al cabo una formación teóricamente burguesa, y el Dai Viet, sobre todo.

Así las cosas, más de dos meses antes de celebrarse las elecciones, las relaciones entre los estadounidenses y el Viet Minh se habían enfriado notablemente. Los de Washington se convirtieron en personas cada vez más reservadas y más lacónicas. A principios de octubre, el general MacClure, que estuvo presente en Hanoi, prohibió expresamente a todos los miembros del ejército USA que participasen en acto público alguno, de cualquier naturaleza. En Estados Unidos, los Viet Minh tenían, eso sí, el apoyo de los de siempre: los periodistas, esos tipos que se nutren de entornos maniqueos (anticolonialista, bueno; colonialista, malo) sin entrar en más detalles (como que esos anticolonialistas seres de luz estaban cometiendo asesinatos, secuestros, esas cositas). Más allá, sin embargo, James Byrnes, que había tomado el mando del Departamento de Estado en Washington, era un decidido partidario de otorgarle a Francia todo tipo de seguridades sobre la posición estadounidense en Indochina, ya que ambos países tenían otras muchas cosas más importantes en las que estar de acuerdo. A principios de enero, convocó al embajador estadounidense en Chungking, el general Patrick Hurley. Fue reemplazado por el famoso general Marshall y, a partir de ese momento, el idilio entre los EEUU y el Koumintang quedó básicamente roto. Con ello, el único elemento que condicionaba la confluencia de intereses de Washington con los de París había desaparecido.

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