viernes, mayo 30, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (23): Orchestal manoeuvres in the dark




Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 



Leclerc, por lo demás, andaba corto de efectivos, aunque el Ministerio de la Defensa Nacional había ordenado ya el envío a Indochina de la conocida como III DIC y la Brigada de Madagascar. En Saigón, la tercera oficina del Estado Mayor, al cargo del coronel Lecomte (que podría ser Pierre Lecomte, pero no estoy seguro) trataba de acopiar todos los efectivos que podía.

No todo era, sin embargo, la planificación de los desembarcos que organizaba Lecomte. En realidad, el principal problema era político, es decir, diplomático. Conforme se acababa la segunda guerra mundial y el polvo de las batallas en el Pacífico se iba posando, iba quedando claro que China se había convertido en uno de los grandes países del tablero geopolítico mundial; y eso es algo que Francia tenía que tener en cuenta. Francia tenía muchos asuntos que discutir con los chinos, pero tenía claro que entre éstos los nacionalistas del Kuomintang iban a incluir el ferrocarril del norte de Viet Nam a Yunan, los derechos de tránsito por el puerto de Hai Phong y, en general, el estatus de los chinos en Indochina.

París, en este punto, fue bastante claro. Desde prácticamente el inicio, le dejó claro a los chinos que podía mostrarse de acuerdo con todas las cosas que éstos querían ver regladas en el área, pero que sólo tenían dos líneas rojas: una, el reconocimiento de la soberanía francesa sobre Indochina; el otro, la retirada de las tropas chinas del área. A cambio, por así decirlo, Francia se ofrecía como vecino fiable de los chinos en el área. Había llegado como nuevo embajador francés en Chungking Jacques Meyrier (quien, por cierto, seis años después sería embajador en la España de Franco). Su llegada activó el comienzo de las negociaciones de un nuevo tratado franco-chino. La Conchinchina francesa estaba representada por Achilles Clarac, que estaba allí como consejero diplomático del Alto Comisario francés; y el general Raoul Salan, quien para entonces ya había sustituido a Alessandri como comandante de las tropas francesas en la Indochina septentrional. Factor común, ya lo sabéis: todo tenía que estar pactado a finales de febrero.

Este objetivo, sin embargo, resultaba prácticamente imposible de cumplir, teniendo en cuenta lo complejas que se hacían unas negociaciones en las que tenían un papel tan importante elementos relacionados con la descolonización. Los franceses, por lo demás, llegaron a Chungking convencidos de que no era cuestión pas du tout de plantear ningún tipo de acuerdo o diálogo con el Viet Minh; estaban fuertemente influenciados por los gravísimos sucesos de septiembre. Teniendo en cuenta que, de hecho, aparte de Bao Dai y de los mandarines, carecían de interlocutor alguno en la sociedad vietnamita, su oferta era veramente viejuna: retrotraer el orden de siempre. Para los franceses, y la verdad es que no les faltaba razón, tratar con el gobierno Viet Minh del norte de Viet Nam, que reclamaba la independencia, que se había impuesto por la violencia y con ciertos elementos de complicidad japonesa, resultaría un pecado mortal por reconocerles un status que, en su opinión, no merecían. Por lo demás, entendían los franceses que introducir el concepto de independencia era abrir una grieta seria en los cimientos de la Unión Francesa; pero eso, claro, en realidad sólo les importaba a ellos.

El 20 de enero de 1946, el general Charles de Gaulle, no sabemos con qué nivel de convicción la verdad, constató que Francia había recuperado su normalidad, y entendió que era el momento de que la autoridad militar diese un paso atrás y dejase paso a los partidos políticos. Felix Gouin, un socialista, accedió a la presidencia del gobierno provisional. En el viejo Ministerio de las Colonias, ahora denominado De la Francia de Ultramar, colocó a otro socialista: Marius Moutet, que venía a sustituir al entonces gaullista Jacques Soustelle. La marcha de Soustelle, que era persona muy poco proclive a la independencia de las colonias francesas (acabaría enfrentado con De Gaulle, expulsado de su partido e, incluso, exiliado, por oponerse a la independencia de Argelia) dejó a D'Argenlieu sin su gran apoyo.

Los socialistas y comunistas, que sumados alcanzaban la mayoría del gobierno francés, estaban por el plan de Leclerc, es decir, un retorno pacífico de Francia al Tonkin que terminase la guerra en Indochina mediante la apertura de negociaciones con el gobierno del Viet Minh. Las ideas del almirante D'Argenlieu, que eran también las de De Gaulle en ese momento, permanecían en su aldea gala particular, que era la Comisión Interministerial para Indochina.

La conciencia sobre esta situación le demostró a Leclerc que la partida la tenía que ganar en París, o la perdería. Así que envió a la capital al general Jean Étienne Valluy, comandante de la IX DIC, es decir, de la novena división colonial de infantería.

El general Valluy se presentó en París con las cartas marinas necesarias para demostrar lo de las tres mareas, y comenzó a dar por culo a todo el mundo que pudo con el temita de que todo el pescado tenía que estar vendido antes de Fallas. Sin embargo, no habló para nada de la posibilidad de un diálogo con el gobierno de Tonkin; sólo buscó el apoyo diplomático para el desembarco de tropas, y su utilización. Pero para todo hacía falta acordar con los chinos tout de suite.

A Valluy le iban las cosas bien. En sus encuentros con políticos y burócratas de un gobierno dominado por las izquierdas, sus mensajes encontraban una interesante audiencia. Pero se encontró con el problema de que ésos fueron también los días que D'Argenteuil eligió para dejarse caer por la capital metropolitana. Salió de Saigón el 13 de febrero. Este viaje fue el que comenzó a provocar que los sucesos se acelerasen.

En Hanoi, desde el mismo día después de las elecciones en las que el Viet Minh había conseguido prevalecer, los chinos se habían aplicado a atraer a los comunistas hacia su lado. Ellos sabían bien que Ho Chi Minh estaba muy lejos de haber cortado todas las líneas de comunicación con los franceses. Sainteny y el comunista se habían visto varias veces y los chinos, aunque hicieran como que no se habían enterado, sabían hasta la decoración de los posavasos de la mesa. Su objetivo, por lo tanto, era enrarecer la relación entre vietnamitas y franceses todo lo posible.

De esta manera comenzó una auténtica campaña de imagen. Campaña de imagen que, como casi todas, tenía su fondo de verdad, por leve que fuese. Cierto es que las tropas francesas presentes en Indochina no habían recibido, desde luego, ningún cursillo sobre trato amable. Los soldados franceses, muchos de ellos sintiéndose parte de una fuerza de ocupación colonial al antiguo uso, se comportaban en su día a día con rudeza y bastante insensibilidad. Uno de los colectivos que sufrió estas rudezas, que en ocasiones fueron brutalidades, fueron los muchos comerciantes chinos que se habían establecido en el Tonkin. En manos del Estado Mayor chino, aquellos sucesos fueron amplificados, convertidos en mucho más frecuentes de lo que en realidad eran, para conseguir lo que se buscaba, que era una agitación antifrancesa. El hecho, claro, de que los franceses nunca se han preocupado de caerle simpático a nadie, tan convencidos están de que son la polla de Montoya y de que todo el mundo lo va a reconocer, ayudó bastante.

Entre los días 9 y 11 de enero, no contentos con las movidas en las que los gabachos se metían ellos solos, los chinos se dedicaron a montar ellos varios incidentes. Los ciudadanos franceses comenzaron a ser atacados en plena calle (recordemos que en la mayoría de las poblaciones del Tonkin estaban totalmente indefensos). Fueron molestados y apaleados, y dos de ellos terminaron muertos. Un tal Baylin, director del Banco de Indochina en Hanoi, quien por cierto era personalmente un decidido sinófilo y partidario de la conciliación, fue asesinado. Los asesinos dejaron un cartel en su pecho en el que venían a decir que ése sería el destino de todos los que se aprovechasen de los recursos del Viet Nam. Al asesinato se siguió un boicot en el que, sin embargo, el Viet Minh, que habréis de recordar que estaba bajo la instrucción de su líder en el sentido de que dejar de significarse como un movimiento violento, permaneció todo lo de perfil que pudo.

Fue en ese ambiente en el que se abrieron los contactos sinofranceses en Chungking. Contactos que, en paralelo, activaron la presión por parte de Siao Wen sobre Ho Chi Minh, para que se aviniese a alguna composición con el Kuomintang. Los chinos, claramente, querían disponer de la ventaja de su relación estrecha y preferente con los revolucionarios vietnamitas, para así imponer todos sus términos en la negociación con los franceses. El comunista vietnamita, sin embargo, tenía bien claro que lo mismo que Siao Wen le decía estar haciendo a los franceses, es decir pactar con los vietnamitas para dejarlos solos, lo podía hacer en contra de los intereses del Viet Minh si París, que estaba en condiciones de ofrecer muchas cosas en el ámbito internacional, las ponía encima de la mesa.

Para poder mantener sus posiciones y sus posibilidades, Ho Chi Minh mantuvo completamente abiertos los canales de comunicación con Sainteny. Comenzó una negociación agotadora, palabra por palabra, en torno el eventual texto de un acuerdo franco-vietnamita. Durante aquellas jornadas Louis Caput, el presidente de la Federación Socialista del Tonkin, hizo de intermediario entre las dos partes para apaciguar ánimos y animar el acuerdo.

Ambas partes, que sentían cada una por su lado la enorme presión china, llegaron al 16 de febrero con la sensación de que podían llegar a algún tipo de acuerdo. Sainteny recibió a un Ho Chi Minh que le expresó la voluntad de negociar del gobierno revolucionario del Tonkin. El líder vietnamita le explicó que seguía exigiendo que la independencia fuese una conditio sine qua non de los contactos; pero informó a su interlocutor de que los vietnamitas no se opondrían a que un Viet Nam independiente estuviese integrado dentro de la Unión Francesa.

Sainteny voló a Saigón el día 18 de febrero. Cuatro días antes, el 14, Leclerc ya le había telegrafiado un informe a París en el que le venía a decir a los políticos metropolitanos que resultaba imperativo comenzar a hablar de independencia y asumirla como una consecuencia irrenunciable. Como sabemos, además, en esos días D'Argenlieu había partido hacia París (razón por la cual Leclerc había enviado el telegrama asumiendo las funciones de Alto Comisario). Por ello, Leclerc le envió un informe completo para que pudiera exponerlo en París con Power Point y todo. Leclerc seguía instruyendo a todo el mundo para que todo lo que se pactase estuviese listo para los primeros días de marzo porque, decía, los preparativos militares estaban prácticamente terminados. Sainteny regresó a Hanoi el 19.

Aquel desarrollo de las cosas puso en problemas a Ho Chi Minh. En el seno del Tong Bo, o sea el Politburo a la vietnamita, la resistencia a negociar con el pérfido francés era mucha. Ciertamente, lo que le estaba pidiendo Ho Chi Minh a sus compañeros en el mando del Partido era un poco demasiado. Apenas unas semanas antes, habían lanzado una guerra revolucionaria cuyo objetivo era acabar con los franceses uno a uno; y ahora resultaba que el Viet Nam independiente iba a seguir estando integrado en la Unión Francesa de los cojones. Los contactos y sus resultados, que eran secretos, acabaron, sin embargo, filtrados al conocimiento público, tal vez por alguno de estos comunistas irredentos; tal vez, que es más posible, por los chinos, que trabajaban denodadamente para destruir cualquier puente que tendiesen franceses y locales. El conocimiento público del acercamiento de posturas entre Ho Chi Minh y Sainteny activó a los nacionalistas. El Dai Viet, el VNQDD, el Dong Minh y el grupo Thiet Thuc se unieron en una sola fuerza para “atacar a este gobierno de traidores”. Propugnaban un movimiento de unión nacional que debía ser, en realidad, un movimiento de resistencia; y, conscientes de sus muchas divisiones y diferencias, proponían colocar al frente del mismo nada menos que a Bao Dai, quien para entonces estaba haciendo la vida de Pocholo Martínez Bordiú. El 19 de febrero, estos partidarios de Bao Dai convocaron una gran manifa en Hanoi.

Ho Chi Minh, sin embargo, había conseguido lo que buscaba: convencer a los franceses de que era su mejor carta. O, cuando menos, a los franceses que en ese momento gobernaban el paísEn la capital, el telegrama de Leclerc del 18 había caído de pie. Los franceses aceptaban el derecho de los vietnamitas a autodeterminarse y a crear un gobierno propio, dentro de la Federación Indochina y de la Unión Francesa. El gobierno vietnamita debería comprometerse a garantizar el mantenimiento y el desarrollo de los intereses económicos y culturales franceses. En contrapartida (como buscaba Ho), los franceses se comprometían a enviar a Viet Nam a un pequeño ejército de asesores y técnicos. El gobierno vietnamita aceptaría de buen grado el despliegue de las tropas francesas, que vendrían a sustituir a las tropas chinas. Finalmente, en la cláusula que con seguridad a Ho le costó más aceptar, la Conchinchina quedaba libre de decidir su posición en el marco de todo aquel acuerdo. Los indochinos de RH negativo, pues, quedaban libres de poder decidir su propio destino y autodeterminarse respecto de la autodeterminación.

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