El hundimiento
De Krebs a Demnin
El Brezal de Luneburgo
Patton
Ike resiste la tentación
La firma en Alemania
Bueno,
la segunda guerra mundial había terminado en el teatro europeo. Sin
embargo, guerras tan complejas como ésta surgen como resultado de
procesos complejos y, en consecuencia, su resolución final, al fin y
a la postre, es algo más que la firma de un papel. Si bien algunos
de los actores de Karlshorst hubieran deseado que no fuera así, lo
cierto es que la guerra no había terminado del todo. No en todas
partes.
En la
medianoche del 8 de mayo, cuando todo el mundo en Europa se estaba
preparando para el desarme y la rendición efectiva, el mayor Jan
Tabortowski y sus 200 hombres todavía estaban preparando una acción
bélica. Tabortowski era miembro del Ejército Polaco de Liberación
y estaba en ese momento cerca de Grajewo, una población a unos 200
kilómetros de Varsovia, que albergaba una cárcel de relativas
proporciones.
El EPL
llevaba días preparando la operación, mediante, sobre todo,
discretos informadores que habían paseado por Grajewo para proveer a
los soldados de información precisa. En las celdas de Grajewo había
varios miembros de la resistencia polaca que habían sido presos, y
su objetivo era liberarlos. Otras unidades se ocuparían de la
policía local y de la sede del NKVD, la policía secreta soviética.
El
ataque, sin embargo, tenía otro objetivo. El EPL quería mostrar a
Moscú, y sobre todo al mundo, que la guerra estaba lejos de haber
terminado en Polonia mediante la solución que había colado de
matute en Yalta Iosif Stalin, ante la inquietud de Churchill y la
anuencia de Franklin Roosevelt, a quien todo se le daba una higa
mientras Stalin le dijera que le iba a ayudar en la guerra contra
Japón y le dejase montar sus Naciones Unidas de Lego. Así pues, la
fecha del ataque no era ni mucho menos casualidad. Los polacos
querían pegar tiros el mismo día 9, para fregar el Día de la
Victoria.
Ya a
finales de febrero de aquel año de 1945, el EPL había hecho
públicos comunicados en los que dejaba claro que el acuerdo de Yalta
era una ful de Estambul. Recordaban los polacos algo que era bastante
obvio: ellos habían sido los primeros en presentar resistencia a
Hitler (tocadita de pelotas a los británicos, que se habían cagado
los pantys en Munich), y resulta que ahora eran también los últimos
en tener resuelto lo suyo. Porque Yalta, decían bien claro, estaba
muy lejos de haber resuelto el tema polaco.
Para la
URSS, aquella toma de posición fue un problema menor. La
Administración norteamericana, todavía bajo una fortísima inercia
rusveltiana, apenas prestó oídos, y mucho menos apoyó con lo que
hay que apoyar (con pasta y medios) a la resistencia polaca. En estas
condiciones, a Stalin le costó poco montar la típica pollada en
plan buena gente. En marzo, se mostró repentinamente dispuesto a
negociar con dieciséis conspicuos miembros del movimiento
clandestino polaco. Pero, bueno, cuando la cosa comenzó, Stalin se
hizo un Stalin, y detuvo a todos los negociadores. Intentó que el
tema quedase más o menos oculto, pero tal vez no había calculado
que al menos uno de los negociadores, Stefan Korbonski, se oliese la
tostada, decidiese no ir a Moscú y, finalmente, fuese capaz de
informar al gobierno polaco en el exilio situado en Londres de que a
sus compañeros se los había tragado la tierra camino del edificio
de la NKVD donde iba a ser la entrevista.
Los
polacos exiliados, exiliados ahora también de su propio país a
pesar de que había comenzado a ser liberado, formaron en abril un
nuevo gobierno en el exilio. Su primer acto oficial fue acudir a la
conferencia de San Francisco, el 3 de mayo, para denunciar la
detención de los dieciséis. El embrión de Naciones Unidades, sin
embargo, era fruto de las negociaciones de Yalta, en las cuales, como
sabrá quien haya leído mis notas al respecto, la URSS le arrancó a
Roosevelt El Simple una serie de compromisos (entre ellos, el veto)
que le otorgaban un peso insoslayable. Las Naciones Unidas servirían
para condenar al régimen de Franco (y eso sólo durante un rato);
pero nacían bajo la premisa de que los pedos de un ruso no huelen.
Los soviéticos, eso sí, tuvieron que reconocer que aquellos tipos
estaban detenidos. La confesión provocó un problema diplomático
entre los aliados, pero de ésos que son como cuando un jugador se
tira al suelo haciendo ostentosos gestos de dolor cuando, en
realidad, tan sólo le pica un huevo, y no mucho.
El
principal resultado de todo aquello, sin embargo, fue que el 9 de
mayo los polacos concienciados tuviesen la sensación de que no
tenían nada de lo que alegrarse. La resistencia polaca, todo hay que
decirlo, era básicamente partidaria de la negociación con las
partes interesadas, e incluía en ella al denominado gobierno de
Lublin, procomunista. Sin embargo, dentro del movimiento, a la vista
de que los acontecimientos se precipitaban, llegaba la rendición
alemana y todo seguía igual, se convencieron de que aquello sólo se
podía resolver a hostia limpia. Así que formaron el EPL, una débil
amalgama, confluencia lo llaman algunos, de fuerzas más dispares de
lo que querían confesar. La noche del 6 al 7 de mayo, coincidiendo
con la primera firma de Reims (segunda según las cuentas de
Montgomery), el EPL atacó al II Regimiento de Frontera del NKVD en
Kurylowka, al sudeste del país. Y luego, en la medianoche del 8,
llegó lo de Grajewo.
Los
soviéticos que guardaban la cárcel no se lo esperaban ni de coña.
Los polacos entraron en la prisión, inmovilizaron a todas las tropas
de vigilancia, liberaron a los presos, robaron documentación
policial y una radio, y se piraron. Algunas horas más tarde, el
propio 9, el EPL atacó otra prisión en Bialystok. Y la cosa siguió.
El 21 de mayo, un campo del NKVD en Rembertow, en las afueras de
Varsovia, recibió otro ataque sorpresa que obtuvo el botín de más
de 300 presos políticos polacos que salieron por la puerta haciendo
la higa. El 27 de mayo los polacos incluso encontraron ayuda en los
integrantes del Ejército Insurgente Ucraniano, que se había formado
para conseguir la independencia de Ucrania respecto de la URSS (anda
que no pedían nada). Ambas fuerzas combinadas cayeron como Hacienda
sobre el pueblo de Hruybieszow, quemaron la prisión y se apiolaron a
todas las tropas del NKVD que encontraron.
Dentro y
fuera de Polonia, el sentimiento era generalizado entre los polacos
en el sentido de que habían sido vendidos por los poderes
occidentales. Lo cual era especialmente sangrante, teniendo en cuenta
el aporte de gran valor que los polacos emigrados les habían hecho,
sobre todo en Londres. Obviamente, el centro de todo era la cagada,
porque no creo que se pueda llamar de otra manera, de Yalta. En
Yalta, un Stalin que contaba con la ventaja de que sólo respondía
ante sí mismo (es, siempre, mucho más difícil negociar con un
dictador que con un gobernante demócrata) había sabido explotar la
inocencia socialdemócrata de ese revolucionario de salón de club de
500.000 dólares que era Franklin Delano Roosevelt, un tipo de ésos
tan común en los años treinta del siglo pasado en Nueva Inglaterra,
hablándote de la justicia social mientras te da de cenar en su
casoplón de sesenta habitaciones con vistas a su playa privada; y
había sabido engañar a Winston Churchill, un hombre que ciertamente
se las daría de incorruptible pero en el fondo lo era a cambio de
las cosas que le interesaban; y mantener el control en el
Mediterráneo le interesaba mucho.
Ciertamente,
los polacos se equivocaban. Los poderes occidentales no les habían
vendido. Les habían regalado.
Truman,
por otra parte, si bien en algunos otros aspectos estaba totalmente
decidido a darle la vuelta como un calcetín a la política del
hombre del que había sido vicepresidente, en este asunto de Polonia
no estaba tan dispuesto. Le gustase o no, le decían sus hombres de
la Secretaría de Estado, Yalta era Yalta, y estaba firmada.
Sin
embargo, conforme avanzaba el mes de mayo, ya en su segunda semana,
el tema de Polonia era, claramente, ese asunto que había quedado
pendiente después de cerrar todo lo demás. Churchill mantuvo una
reunión con el general Alan Brooke y con Montgomery, para analizar
las posibilidades que existían de presionar para la formación de un
gobierno democrático en Polonia. El general Vladislav Anders, uno de
los principales miembros del EPL, había llegado para entonces a la
conclusión de que la única forma de enderezar las cosas en Polonia
era llegar a un enfrentamiento con los soviéticos; y Churchill, si
hemos de creer a Brooke, no le hacía ascos a la idea.
El
primer ministro británico, sin embargo, decidió jugar con más
cautela. Inicialmente lanzó la llamada Operación Unthinkable,
un plan de guerra secreto que buscaba usar la fuerza militar
británica combinada para forzar a los soviéticos a permitir un
gobierno democrático en Polonia. No se trataba tanto, quizás, de
una guerra abierta, sino de una serie de acciones que obligasen a los
soviéticos a regresar a la guarida, a las fronteras orientales del
continente, y aceptar de esta manera la voluntad de los aliados
occidentales. Sin embargo, los generales pronto le quitaron la idea
de la cabeza por difícilmente realizable desde el punto de vista
militar, y escandalosa desde el político. Con el gesto de dejar
pasar las cosas, Churchill y los británicos dejaron con un palmo de
narices a los 200.000 polacos que lucharon en sus filas durante la
guerra. Pero, bueno, la verdad es que los británicos están bastante
acostumbrados a dejar en la estacada a todo aquél que no se coma sus
mierdas de baked beans.
¿Y
Praga? Bueno, en Praga las tropas soviéticas estaban ya muy cerca de
la ciudad, lo que movió al comandante alemán, el general de las SS
Karl Pückler-Burghaus a movilizar a sus tropas fuera de la ciudad.
Todavía tenía la idea de escapar al control soviético y llegar
para rendirse a los estadounidenses. La resistencia, sin embargo, le
atacó muy duro en la carretera hacia Pilsen, por lo que se desvió
hacia Pisek.
Los
estadounidenses estaban quietos. Pocos días antes del 9, oliéndose
la tostada, los soviéticos habían enviado repetidos mensajes a Reims
intimando a las tropas de Patton para que no superasen los límites
que se les habían marcado, ni siquiera con el chorrito de la meada.
El avance de los nazis (aquí sí que se puede decir con exactitud,
puesto que eran tropas de las SS) era sin embargo muy rápido y, muy
a su pesar, los soviéticos se vieron obligados a pedir el comodín
de la llamada. El mariscal Malinovsky, comandante del II Frente
Ucraniano, solicitó asistencia a los estadounidenses para que le
cerrasen a los alemanes el paso al oeste. Eisenhower, nos ha jodido,
dijo que sí, que lo que quisieran los camaradas.
Así las
cosas, la colaboración americano-ucraniana consiguió concentrar a
los alemanes en el pueblo de Minin-Slivice, a unos 60 kilómetros de
Pilsen. El 11 de mayo, tropas de la IV División Blindada del III
Ejército de Patton bloquearon definitivamente el paso de las tropas
de Pückler-Burghau, y le informaron de que, para rendirse, tenía
que volver el rostro hacia atrás, puesto que el honor de recibir
dicha rendición era de los soviéticos. El general de las SS se
negó. Las tropas del XXV Cuerpo de Guardias Fusileros soviético se
acercaban, así pues el alemán colocó sus tropas en un paso
estrecho entre Minin-Slivice y Cimelice, y se preparó para morir
matando.
En la
tarde de aquel 11 de mayo, aquellos 6.000 hombres, muy veteranos es
cierto, pero cansados y mal pertrechados, todavía obtuvieron una
victoria, pues fueron capaces de rechazar a los soviéticos, quienes
claramente se confiaron en exceso.
Para los
alemanes, sin embargo, aquello apenas significaba nada. No tenían
donde ir y estaban cada vez en peor posición. Además, hay que tener
en cuenta el hecho de que los aliados, en aquel final acto de la
guerra, por fin eran aliados. En Cimelice se reunieron para diseñar
el ataque conjunto el general Sergei Seryogin, comandante de la CIV
División de Fusileros soviética; y el teniente coronel William
Allison, que era el comandante de la IV División Blindada
estadounidense. Se acordó que antes del amanecer ambas tropas
bombardearían a los alemanes desde sus posiciones y que, después,
sería la infantería soviética la que avanzase.
Funcionó.
En las primeras horas de luz del día 12, los soviéticos rompieron
la primera línea de defensa de los alemanes. Así las cosas, a las 9
de la mañana Pückler-Burghaus firmó la rendición incondicional
alemana. La capitulación se produjo ante los soviéticos. Poco
después de firmar, el general alemán, seguro de que en la URSS
sería juzgado por crímenes de guerra, se suicidó.
Aquel
mismo día, las tropas alemanas que quedaban en la Checoslovaquia
occidental fueron dominadas.
Sin
embargo, no toda la guerra había terminado.
En
Yugoslavia, el general Alexander Löhr, comandante de las tropas
alemanas en el sudeste de Europa, también se negó a las condiciones
de rendición. Tenía Löhr unos 13.000 alemanes a su mando, además
de combatientes croatas y chetniks que luchaban contra Tito. Trató
de escapar con esas tropas a Austria, consciente de que el país
estaba bajo el control británico. Sin embargo, el día 9 Löhr fue
capturado por la XIV División eslovena, que luchaba con Tito, en la
población de Topolsica. El general alemán ofreció todas sus armas
y pertrechos a cambio de un salvoconducto que le permitiese pasar a
Austria. Los partisanos lo presionaron para que decretase un alto el
fuego, pero las propias tropas alemanas se negaron. Así pues, los
enfrentamientos volvieron, durante los cuales Löhr consiguió
escapar, entró en contacto con los británicos y siguió moviendo
sus tropas hacia Austria.
Sin
embargo, las tropas de Tito consiguieron bloquear a los alemanes en
Poljana, ya muy cerca de Austria. En ese momento el mariscal
Alexander, que era el comandante de las tropas aliadas occidentales
en la zona, estaba ya colaborando con los partisanos de Tito. Churchill y Truman estaban
por ello preocupados ante la posibilidad de que los yugoslavos se
anexionasen los territorios que iban ocupando los británico-partisanos a su territorio; así pues, querían que se fueran
de ahí, como querían que abandonaran también la provincia
austríaca de Carintia. Stalin, hay que decirlo, tampoco era muy
partidario de apoyar a muerte a los milicianos procomunistas,
preocupado como estaba por consolidar su posición en Polonia; ésta
y otras cosas son, probablemente, las que acabaron malquistando a
Tito con él, pues siempre tuvo la sensación de que Yugoslavia era
una especie de segunda prioridad para Moscú; lo cual labró su
calculada distancia respecto de la metrópoli ideológica durante
décadas.
Los tres
aliados, por lo tanto, estaban más que interesados en coser una
rendición en los Balcanes que gustase a todas las partes.
Alexander, en un gesto de buen rollito calculado desde Londres, envió
a Poljana unos cuantos tanques británicos para apoyar. Los alemanes
y croatas duraron dos días, el 13 y 14 de mayo, tras los cuales
fueron derrotados. Löhr fue capturado de nuevo y digamos que no tuvo
mucha oportunidad de opinar sobre su rendición.
El 15 de
mayo, Tito comunicó a sus tropas en Yugoslavia que todas las tropas
alemanas en los Balcanes habían sido vencidas. Ese mismo día, Moscú
hizo el mismo anuncio sobre los frentes en los que estaba presente.
La lucha contra los soviéticos, pues, terminó ocho días después
que frente a los aliados occidentales. En el capítulo de ajustes
finales, los británicos le devolvieron a Tito todos los combatientes
croatas y chetniks que habían pasado a Austria antes del 9 de mayo.
Dado que Tito incumplió su promesa de darles un juicio justo (la
verdad es que los croatas se habían portado como cabrones), la
violencia continuó durante un tiempo, hasta que las unidades croatas
fueron totalmente masacradas.
En
general, las unidades no alemanas que lucharon con los alemanes no
tuvieron buen final. La legión de las SS Letonas, que había sido
llamada para defender Berlín, se rindió a los americanos. Pero otra
división de esta formación, que se quedó en Curlandia, cayó en
manos soviéticas. La División SS de Galitzia, formada por
ucranianos, logró llegar a Rimini en Italia, donde la ayudaron los
polacos integrados en el ejército aliado. El general Anders, que era
un panpolaco, consideraba que aquellos ucranianos procedían de zonas
más polacas que rusas, y por eso se negó a entregarlos. Londres,
aun sabiendo que la decisión iba contra Yalta, aceptó; 7.100
ucranianos salvaron el gañote de tener que aguantar a Stalin.
La
última, última, última lucha de la guerra tuvo lugar en una isla
holandesa, Texel, y no terminó hasta el 20 de mayo. Allí había
tropas alemanas pero también georgianos que habían sido reclutados
para el ejército alemán. Este batallón de la Legión georgiana fue
ordenado en abril de 1945 a pasar al continente para ayudar en la
lucha en Holanda, pero los georgianos se rebelaron contra sus jefes
alemanes. Los georgianos sabían que incluso cayendo ante los aliados
occidentales, éstos los entregarían a la URSS, que los masacrarían.
Sin salida, pues, atacaron a los alemanes y tomaron el control de
casi toda la isla. Sin embargo, los alemanes desembarcaron nuevas
tropas allí. Se desarrolló una lucha a muerte literal (ninguna de
las dos partes hizo prisioneros) en la que los alemanes acabaron
cercando a los georgianos en la zona del faro de la isla. En la
batalla final sólo quedaban unos cincuenta georgianos; los alemanes
le ahorraron su trabajo a Stalin: les obligaron a cavar sus tumbas y
luego los fusilaron. Sin embargo, quedaron algunas zonas de
resistencia con combates, que sólo se detuvieron el día 20 cuando
los canadienses desembarcaron en la isla.
Los
canadienses, impresionados por el nivel de desesperación de los
georgianos, trataron de negociar una mejora de sus condiciones. El
teniente general Charles Foulkes trató de interceder por ellos, pero
los 226 supervivientes fueron finalmente entregados a los soviéticos.
Moscú, sin embargo, sensible al fuerte efecto de opinión pública
que había llegado a tener el caso, permitió a la mayoría de
aquellos combatientes que regresasen a casa aunque, eso sí, parece
ser que les impuso la obligación de no hablar nunca de su
experiencia en la guerra.
En peor
situación estaba el ejército de Vlasov, claro. El 7 de mayo, el
mariscal Ivan Konev había formado una tropa oculta a la que le
encargó una misión. Sabedor de que el ejército de Vlasov trataría
de llegarse a las líneas estadounidenses, la misión de aquella tropa
era hacerse con Vlasov y Bunyachenko en cualquier caso, incluso
pasando las líneas americanas (lo cual estaba prohibido). El 11 de
mayo, los soviéticos supieron que Vlasov estaba en Lnare, un pueblo
relativamente cercano a Pilsen, acompañado por Bunyachenko. Estaba
allí negociando con algunos representantes de Patton. Se ordenó a
una unidad motorizada que los capturase a cualquier coste. En las
últimas horas de la tarde del día 11, una unidad motorizada
soviética se dirigió al lugar donde Vlasov intentaba sin éxito
doblegar la determinación estadounidense de respetar los pactos
entre aliados. En la mañana del día 12, los estadounidenses les
informaron de que los soviéticos se aproximaban a Lnare; que los
Estados Unidos consideraban la población como parte de la zona de
influencia soviética; y que, por lo tanto, los vlasovitas tenían
que cuidarse de sí mismos. En la práctica, 15.000 soldados fueron
dejados sin mando, y cada uno reaccionó como pudo. Algunos se
disfrazaron de civiles y trataron de escapar, pero la mayoría
permaneció allí, esperando su destino.
Esa
decisión fue terrible para los dos mandos. Los vlasovitas,
abandonados, se volvieron contra ellos; en estas circunstancias, no
hay que extrañarse de que alguno informase a los soviéticos de que
planeaban huir ambos en un pequeño convoy de cuatro vehículos.
Efectivamente,
en las primeras horas de la tarde Vlasov y Bunyachenko dejaron Lnare.
El primero se había escondido en un falso fondo de su vehículo, y
el segundo iba vestido de civil. No les sirvió de nada, porque los
vlasovitas que ahora colaboraban con los soviéticos los señalaron.
Ambos
generales y otros mandos vlasovitas acabaron en 72 horas en la
Lubianka de Moscú. Al año siguiente, fueron juzgados por traición,
y ahorcados el 1 de agosto de 1946.
Dos
semanas después de la firma de Karlshorst, el gobierno Dönitz fue
arrestado en Flensburgo. Para entonces, el Ministro de Alimentación
de Alemania, miembro del gobierno, tenía por única obligación
efectiva lograr que en las reuniones del gobierno (cada mañana, a
las diez) hubiese whisky suficiente. Tras ser arrestados, los
miembros del gobierno fueron informados de la disolución del mismo
ante el general estadounidense Lowell Rooks, el brigadier británico
Edward Foord y el general soviético Nikolai Trustov. Sólo el
almirante Von Friedeburg tuvo la decencia de suicidarse.
Ese
mismo día, en el puente de Bremervörde, unos soldados británicos
reconocieron y detuvieron a un hombre que andaba con su bigote
rasurado y llevando un parche en el ojo. A pesar de que obviamente
intentaba pasar por cualquier otra persona, el detenido era Heinrich
Himmler. En la celda donde lo colocaron, algo más calmado, presionó
como le habían entrenado una cápsula de cianuro que llevaba
implantada en su dentadura, y se suicidó.
La
guerra había terminado, definitivamente, al menos donde había
comenzado y entre quienes la habían empezado.
Antes del The End, déjame que te diga una cosa.
Antes del The End, déjame que te diga una cosa.
Pensarás
que todo empezó con Hitler. Pero, en realidad, te equivocas. Todo
empezó con Göbels. Hitler tenía las potencialidades para
mesmerizar a una nación entera y arrojarla al abismo; pero nunca las
habría podido descubrir sin su adjunto de propaganda. Göbels fue
quien le dio a Hitler el consejo fundamental, un consejo que luego él
elaboraría por escrito, y que es éste: pon a la gente frente a
frente a problemas complejos; y, cuando esté desesperada, dale
soluciones sencillas. Nadie, jamás, se dará cuenta del trile, ni te
pedirá cuentas. Lejos de ello, te seguirán.
Hemos
contado en estas tomas la Historia de las últimas boqueadas de una
gran locura. Una gran locura que, estoy un 100% seguro, tú piensas
que a ti nunca te habría ocurrido. Es lo que piensan todas las personas que, desde el balcón del futuro, observan las tragedias del pasado; pobrecitos mongers del pasado, vaya panda de tontos...
Pero, la verdad, si te excitas
cada vez que alguien aporta una solución sencilla a un problema
complejo. Si escuchas a tu cuñado, el listillo de los postres y el
cubata, o eres tú mismo ese cuñado; si, cuando escuchas a tu taxista
decir eso tan manido de esto lo arreglaba yo en dos tardes, asientes; si te hace vibrar ese político que, desde babor o
estribor, eso en realidad da igual (no te haces una idea de hasta qué
punto da igual), te explica el qué, pero nunca el cómo; si para
creer en algo te basta con que te lo formulen en un tuit; si alguna
de estas cosas, o todas a la vez, te pasan, entonces no es que a ti
te habría ocurrido lo mismo que a las masas enfervorecidas que
acabaron muertas, mutiladas, violadas, empobrecidas, humilladas como
nunca antes, por seguir la palabra de su Führer. Ya te digo: no es
que a ti te habría pasado lo mismo; es que ya te está pasando.
👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderBorrarEspléndido final, he disfrutado mucho estos tomos. Muchas gracias.
ResponderBorrarGracias por todo de nuevo!
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