miércoles, noviembre 13, 2024

Mao (50): Enemigos para siempre means you'll always be my foe

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 

Los revisionistas contra los que había actuado Mao con su revolución cultural no eran sólo, de hecho ni siquiera eran fundamentalmente, los capitalistas. El revisionismo fundamental contra el que luchó el maoísmo fue la connivencia con la URSS. Una vez realizadas las purgas, y en un clima de enfrentamiento frontal entre las dos potencias comunistas, Mao quería tener a splendid little war que le sirviese de propaganda. Y la preparó en la frontera común.

Concretamente, se fijó en una isla deshabitada en el río Usuri, que los chinos llamaban Zhenbao y los rusos Damansky. El 2 de marzo de 1969, una unidad especial china atacó a un destacamento soviético en esa isla Perejil, causando 32 muertos entre los soviéticos y una cifra de bajas entre los chinos que pudo llegar a 100, aunque no está claro (sí, ya sé que esto se presta al chiste fácil de que contar chinos no es fácil; pero, en realidad, la insoportable levedad de la cifra tiene más que ver con la escasa voluntad del régimen de ser transparente con esto). Moscú respondió como Aznar, enviando al lugar artillería pesada y tanques. En la noche del 14 al 15 de marzo, con fuerte viento de Levante, se produjo una batalla en toda regla, en el curso de la cual los soviéticos dispararon misiles hasta 20 kilómetros dentro de territorio chino. Los soviéticos tuvieron unos 60 muertos, los chinos unos 800.

Mao se acojonó en modo experto. No había esperado una respuesta tan importante por parte de la URSS; es más: ahora, sospechaba que Moscú podía invadir territorio chino. Así que ordenó a sus tropas dejar de luchar y soportar los bombardeos soviéticos como si fuesen de perfume.

Una semana después, el teléfono rojo que conectaba el Kremlin con el el Kremlin chino, y que nunca funcionaba, de repente se puso a sonar. Al otro lado del aparato estaba Alexei Kosigin, el hijo de Nicolás, quien demandaba hablar, o con Chou En Lai, o con el propio Mao. La URSS y China llevaban virtualmente tres años sin relaciones diplomáticas; así que el tipo que cogió la llamada se negó a dar recado, pensando que lo mismo eran de Vodafone. Kosigin llamó cuatro veces. A la cuarta, el operador le espetó; “nunca pasaré recado de un asqueroso revisionista como Kosigin”.

Kosigin debió pensar; bueno, si no querías sopa agripicante, aquí tienes dos tazas. Al día siguiente, los chinos detectaron movimientos de tropas en la orilla del Usuri. Mao llamó a Chou y le dijo que, cagando leches, enviase un cablegrama a Moscú indicando que China estaría encantada de mantener relaciones diplomáticas con la URSS. El IX Congreso tenía que abrir sus puertas en diez días en Pekín, y Mao tenía miedo de que los soviéticos lo cerrasen a bombazos. De hecho, los 2.000 delegados del congreso fueron encarcelados en sus hoteles durante toda su duración, con obligación de tener las cortinas corridas; y la celebración en sí del congreso se hizo pública cuando ya había terminado.

La URSS nunca era tan clara como para atacar un congreso. Ellos habían aprendido de Stalin cierto gusto por la sutilidad. De hecho, no reaccionaron hasta agosto de 1969, cuando lanzaron un sorpresivo ataque en la frontera entre Kazajstán y la provincia china de Xinjiang. En ese punto, la superioridad militar y logística de los soviéticos era abrumadora; así pues, las tropas de Moscú entraron en territorio chino apartando amarillos a papirotazos.

La posición de Mao, en ese punto, era más desabrida que la del juez Peinado en la Fiesta de la Rosa. Carecía por completo de medios para contraatacar a los blindados soviéticos; y temía que sus instalaciones nucleares fuesen bombardeadas pues, al fin y al cabo, si había alguien en el mundo que, sin necesidad de espías, sabía incluso dónde estaban los cuartos de baño en las factorías nucleares chinas, ésos eran los soviéticos.

En 1969 murió Ho Chi Minh, lo cual quiere decir que Kosigin fue a su funeral en Hanoi. Mao aceptó que el ministro soviético parase en Pekín de vuelta. No lo dejaron pasar de la terminal del aeropuerto, donde Chou En Lai fue a verle; en otras palabras, los chinos se hicieron un Delcy Rodríguez. 

Aparentemente, de lo que hablaron fue de un compromiso para que las dos partes comprometiesen no realizar un ataque nuclear sobre la otra. Pero el caso es que, una semana después, cuando Chou solicitó de Moscú la confirmación de estos extremos, desde el Kremlin le dijeron que ellos no habían entendido eso. En ese mismo momento, Victor Louis, un periodista que publicaba en occidente pero tenía muchas conexiones con Moscú (de hecho, había sido el primer emisario oficioso del Kremlin en Taiwan) publicó un artículo en la Prensa inglesa en el que dijo que los soviéticos estaban considerando el bombardeo de las instalaciones nucleares chinas, además de estar tratando de crear un nuevo liderazgo en el PCC. 

Mao estaba literalmente acojonado. El 18 de octubre, una delegación soviética iba a volar a Pekín para discutir los problemas fronterizos. Mao se obsesionó con la idea de que aquel Falcon que venía era, en realidad, un Enola Gay que iba a bombardear Pekín con pepinos nucleares; tal vez porque algo así es lo que él mismo habría hecho. Así las cosas, como primera y fundamental prueba de la acendrada valentía que siempre han mostrado los dirigentes comunistas, los que se marcharon de España dejando atrás a Miguel Hernández y otros, los que, por un siaca, jamás visitaron una trinchera de primera línea en toda la segunda guerra mundial: siguiendo esa tradición, digo, tanto Mao Tse Tung como Lin Biao abandonaron Pekín en los días previos a la llegada del avión soviético, y se fueron bien al sur.

Allí, desde Sotogrande, y luego ya en la capital de nuevo, Mao pasó aproximadamente medio año literalmente acojonado con los soviéticos. Él, que tan acostumbrado estaba a que todo el mundo le lamiese el glande, se presentó, en el V Day de 1970, en la plaza de Tiananmen, sabiendo que allí estaría el jefe de la delegación soviética que estaba discutiendo los temas fronterizos, y poco menos que se echó a sus pies, un amigo, un esclavo, un servidor, y le dijo que no quería le guerra con la URSS, que él siempre, desde pequeñito, había querido la paz. La URSS reaccionó regresando al esquema diplomático normal.

Conseguido esto, Mao se enfrentó a uno de los problemas colaterales provocados por su gran purga: el retraso efectivo de la construcción de la súper potencia china. Estamos ya en 1970, Mao era un anciano de setenta y pico años, y sabía que jugaba en el tiempo de descuento. Por ello, convocó un pleno del Comité Central en Lushan, en agosto, para acelerar los planes.

Su propuesta fue clara: entre 1971 y 1975, China debería invertir en su programa nuclear lo mismo que había invertido en los quince años anteriores. Su propuesta no recibió ninguna oposición; primero, porque todos los presentes ya tenían bastante claro dónde terminaban los que se oponían; y, segundo, porque, como ya sabéis, la mayoría de la audiencia, en realidad, procedía de las academias militares, que son sitios donde, normalmente, eso de fabricar bombas más grandes suele gustar mucho.

Del regreso de esa votación, Mao era un viejito feliz. Estaba convencido de que, con ese nivel inversor, China acabaría por ser un primer jugador mundial dentro de su periodo vital. Se sentía tan bien que le apeteció nadar. Así que se desnudó y tiró para el río. Sus guardaespaldas le dijeron que el agua estaba muy fría y que él estaba sudadito. Pero Mao no les hizo ni puto caso y estuvo una hora nadando. Con 76 años, dio el espectáculo de seguir braceando en el agua, mientras que sus guardianes, gente joven y preparada, tiritaban a su lado. Verdaderamente, nada parecía capaz de pararlo.

Sin embargo, ya sabéis que cada vez que Dios abre una puerta, cierra una ventana, o pone una piel de plátano en el suelo para que la pises y te escoñes. En el mejor momento para Mao, llegó el peor momento para Mao.

Es evidente que la expulsión, encarcelamiento y posterior muerte de Liu Shao Chi había dejado libre el puesto de la presidencia china. Mao quería eliminar el puesto, yo creo que juzgando, muy racionalmente, que no hacía más que dar por culo, generar malentendidos, y tenía un poder ejecutivo real cuestionable. Sin embargo, había alguien que quería ocupar ese puesto: Lin Biao. En realidad, lo que quería Lin Biao era ser vicepresidente del presidente Mao; quería ser, tanto formalmente como en la realidad, el incontestado número 2. Esta propuesta, que de alguna manera introducía algún tipo de contrapeso en un sistema, el comunista, que esencialmente no los admite (en el comunismo siempre manda el Pablo Iglesias de turno), era apoyada por todos los cinco miembros de la elite comunista china menos Mao (Lin, Chou, Chen Bo Da e incluso Kang Sheng).

Lo que pasó el 23 de agosto en Lushan fue que, inopinadamente, Lin Biao subió a la tribuna y anunció su propuesta de ser presidente. Lo hizo, además, sin haberlo consultado con Mao. Para colmo, Wang Dong Xing, el jefe de la guardia personal de Mao, tal vez intentando lamerle el pene, se levantó cagando hostias y propuso que el presidente fuese Mao, y Lin su vicepresidente; ignorando (o no) que esa propuesta tampoco le gustaba un pelo a Mao. ¿Se equivocó Wang Dong? Pues lo mismo sí, que lo mismo no. El jefe de seguridad de Mao sabía bien dónde había terminado Luo el Alto; y sabía bien que era Lin Biao quien lo había tirado a ese pozo; un pozo al que también le podía tirar a él. Lo mismo dijo lo que dijo sabiendo bien que era más idea de Lin que de Mao, buscando salvar su gañote. Pero si fue así, entonces hemos de admitir que, ya en agosto de 1970, incluso personas del círculo estrecho de Mao lo reputaban débil e incluso inútil. De hecho, la reacción pública de Mao fue apoyar el discurso de Lin, aunque suponía un zas en toda la boca de uno de sus hombres más fieles, el número 7 de Partido, Zhang Chun Qiao.

Zhang había iniciado su carrera comunista siendo un oscuro miembro del aparato del Partido en Shanghai. Era un tipo leído y debía de saber cosas de lógica matemática, porque lo cierto es que tenía cierta habilidad para poner en conexión conceptos aparentemente desconectados. Mao comenzó a fijarse en él cuando se dio cuenta de que era el típico tío capaz de hacer que cualquier decisión (como las purgas) encontrase su razón de ser en citas de grandes autores marxistas. Era, pues, alguien cuyo trabajo era dar pedigree revolucionario a las decisiones de la elite extractiva; convertir a la Mafia en una ONG proletaria. Zhan Chung Qiao es, de hecho, el autor de muchos de los textos que, una vez traducidos, se manejaron en occidente por parte de los Sartres del momento para justificar que la revolución cultural no era lo que realmente fue. Para entendernos, pues, era un poco el Conde-Pumpido, aunque más filosófico que jurídico, del comunismo chino.

Personalmente, Zhang era un chino de las montañas de Lugo; hombre de muy, pero muy pocas palabras, y rostro impenetrable, incluso para otro chino. Las gentes en la elite del Partido lo conocían como La Cobra. Zhang era más joven que Mao y también que Lin. Por eso, Mao le había dicho a Lin Biao que, algún día, cuando Lin faltase, Zhang lo sustituiría. Aquello fue más que suficiente para que el número 2 desarrollase un odio total hacia La Cobra.

Por esta razón, el discurso de Lin llevó otro componente, aunque éste sí que lo consultó con Mao. Antes de subir al estrado, como os he dicho, Lin Biao se guardó mucho de decirle a Mao que se iba a postular como presidente. Pero lo que sí le dijo es que iba a atacar a muerte a La Cobra. Mao, incapaz de contrarrestar el poder de una persona que tenía el control del ejército y, por lo tanto, era la mano que mecía la cuna, le dejó proceder. Así que Lin, en su discurso, acusó a Zhang de haber matado a Kennedy lanzándole excremento de ratón con una cerbatana; y buena parte de la audiencia hizo hilo después, pidiendo las peores condenas para ese hijo de puta. En ese punto, Mao sintió que debía reaccionar. Estaba siendo demasiado evidente para todo el mundo que Lin se estaba convirtiendo en la única fuente de poder y de protección en el Partido. Así que cambió de idea, se posicionó contra la presidencia de Lin, y ordenó que las críticas contra Zhang cesasen. Para que todo quedase claro, castigó perceptiblemente a Chen Bo Da, número 5 del Partido e históricamente un maoísta cerrado, por haber desarrollado una cercanía excesiva con Biao. Le exigió a Lin realizar una sesión de autocrítica en la que debería confesar que había sido engañado por Chen. Pero se negó.

El 6 de septiembre terminó la conferencia de Luhan, como le gusta decir a los periodistas ignorantes, con todas las espadas en alto.  Mao sabía que tenía que hacer movimientos para reducir el poder de su número 2; así que comenzó a seleccionar generales que le gustasen y a situarlos en puestos de responsabilidad, sobre todo en el área militar de Pekín; y también limpió su propia casa de elementos que consideró sospechosos. Pero nunca se planteó purgarlo; sabía que el régimen ahora dependía completamente de personas situadas por Lin, y temía las consecuencias. De hecho, el propio Lin le escribió a Mao una carta en la que le venía a decir que, si se le ocurría purgarlo, tendría que reinventar el PCC.

La posición de Lin Biao, sin embargo, no era perfecta. Era una posición cómoda desde un punto de vista sincrónico, pero no diacrónico. Ahora, Lin sabía que Mao dedicaría las siguientes semanas, meses y años, a erosionar su posición de poder. Aquél, en un sistema piramidal tan complejo como el Estado rojo chino, sería un proceso parecido al crecimiento de la hierba; pero nunca se pararía ya. Sin prisa, pero sin pausa, Mao iría disolviendo parcelas de poder de Lin, hasta que lo tuviese en la ratonera. Es por esto que Lin comenzó a pensar que, a largo plazo, su opción habría de ser la huida; como Chang Kuo Tao hacia los nacionalistas en los años treinta, o como Wang Ming hacia Moscú en los cincuenta.

Lin tenía un control total sobre la Fuerza Aérea. Era la persona de China para la que, literalmente, resultaba más fácil abandonar el país. Su destino obvio era la URSS. Aunque las relaciones diplomáticas hubiesen vuelto, la URSS y China se llevaban como el culo; estaba al lado; Lin conocía a muchos jerifaltes soviéticos; e, incluso hablaba algo de ruso, cosa que le pasaba también a su mujer (porque, entre otras cosas, se había tirado a un oficial ruso; y, con las horas de vuelo que tenía, hemos de suponer que era perfectamente capaz de orgasmar al mismo tiempo que repasaba los verbos irregulares). Sin embargo, la URSS era el destino más lógico, considerando que Lin Biao fuese un comunista de verdad, o un comunista que de verdad pensase que en un país comunista se vive mejor que en cualquier otro sitio. Como eso ni es verdad ni Lin lo pensaba, su primera opción fue, cómo no, Hong Kong. Y, como digo, no podemos reprochárselo: habiendo torreznos de Soria en el menú, quién coño prefiere un bocadillo de chope. La URSS se convirtió en su Plan B.

El plan de Lin era sencillo. Se buscaría una mierda para tener que volar a Cantón, que está cerca de Hong Kong y cuyos mandos militares le eran súper fieles. Los contactos previos con esos mandos se los encargó a Li Guo, su hijo, normalmente conocido como El Tigre, a quien ya hemos visto que había convertido en un alto mando de la Fuerza Aérea, a pesar de que no tenía ni 30 palos. El Tigre comenzó a ir a Cantón frecuentemente y allí, entre otras cosas, y como quien no quiere la cosa, aprendió a pilotar helicópteros.

Todo nos hace pensar que Li Guo era un buen tipo. Estaba estudiando en la universidad cuando comenzó la revolución cultural. Se apuntó a un grupo de guardias rojos, pero se desapuntó a la primera hostia porque parece que detestaba la violencia. Siendo no violento, es evidente que odiaba el maoísmo. En 1971 llegó a participar en la redacción de un documento titulado Proyecto 571, que es un título bastante estúpido para cualquiera que no haya redactado 570 proyectos antes (que no es el caso); pero que tiene sentido para un chino, al parecer, puesto que una parte del número 571, wu bai qi shi yi, suena en cantonés (no así en pinyin) un poco como “golpe de Estado”. Así que ya sabéis de qué iba el documento. Al Tigre se lo ha llegado a describir como lo más cercano que hubo en la China de Mao a un Klaus von Stauffenberg. Cuando Mao comenzó a ponerle la proa a Lin Biao, Li Guo comenzó a pensar seriamente en matar a Mao. Pero, más que probablemente, no pasó de la hoja Excel.

En marzo de 1971, Mao quiso dar un paso más. Concibió la idea de convocar una reunión de unos cien altos miembros del Partido, ante los cuales la mujer de Lin, una vez que se hubiera levantado las bragas, y un grupo de generales, realizarían un acto de autocrítica por sus muchas mierdas revisionistas. Mao le ordenó a Chou que fuese a ver a Lin y le dijese, más o menos, que más le valía aparecer por allí y decir algo. Lin le dijo que mejor que fuese su puta madre. A Mao, tal desafío a su autoridad lo puso de muy mala hostia, y el 29 de abril le dijo a Chou que preparase un “caso Lin Biao”.

Lin se enteró ese mismo día, o sea, dos antes del 1 de mayo, que ya es sabido que es fiesta mayor en los países donde los trabajadores tienen menos derechos que El Drogas en una comisaría tailandesa. En dicho día, todos los miembros de la alta elite extractiva del licor de lagarto y las putas chinas debían aparecer en la tribuna de Tiananmen en apretada falange. Sin embargo, la noche antes del embroque, nadie fue capaz de encontrar a Lin Biao. La ceremonia comenzó sin él, y en las imágenes que hay es bastante evidente, por muy chinos que sean los rostros, la desesperación de Chou En Lai y el cabreo de Mao, que estaba al lado del príncipe Norodum Shihanuk de Camboya. Entre bambalinas, funcionarios del Partido estaban llamando como posesos a la casa de Lin. El número 2 acabó apareciendo, en medio ya de los fuegos artificiales.

Lin Biao tuvo claro que aquel desaire era definitivo. Mao y él nunca llegarían a arreglarse. Así que El Tigre redobló sus visitas a Cantón, y sus inspecciones del paso de Lowu. En junio, el matrimonio Ceaucescu estuvo en Pekín, y Lin tuvo un desaire más: se negó a ir a la cena con ellos. Su mujer lo convenció a última hora, así que apareció. Pero, a la tercera o cuarta puyita de Mao, se levantó y se marchó. Para entonces, el Tigre estaba haciendo excursiones en helicóptero por la frontera sino-hongkonesa.

En agosto, un año después de Lushan, Mao estaba ya totalmente decidido a purgar a Lin. El día 14, en una reunión con dirigentes provinciales, elaboró grandes acusaciones contra su número 2. El matrimonio Lin las conoció el 6 de septiembre, estando de joda en Beidaihe, al este de Pekín. En ese mismo momento, decidieron que se piraban.

Decidieron que, para marcharse, utilizarían el aeropuerto de Shanhaiguan, que es la ciudad donde la Gran Muralla toca el mar. El 8, el Tigre voló a Pekín para comprar calzoncillos en Primark y eso. Li Guo llevaba una especie de salvoconducto de su padre, en el que decía que se obedeciese a las órdenes que diesen o bien su hijo, o bien Yu Chi, que era su mejor colega. Con ese papel, el Tigre consiguió que el responsable de poner a su disposición los aviones lo hiciese sin respetar las formalidades habituales.

El Tigre, sin embargo, no quería marchase sin más. En su joven fogosidad, quería marcharse del convento después de haberse cagado dentro. Es decir: antes de volar, quería matar a Mao.

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