lunes, noviembre 11, 2024

Mao (48): El final de Liu Shao, y de Guang Mei

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 



El 15 de septiembre, Lin Biao convocó a la Joven Guardia Roja, una vez más, en la plaza de Tiananmen. No lo hizo para discutir con ellos la Crítica de la Razón Pura, sino para anunciarles que los objetivos de sus bastones y sus cinturones habían cambiado. Ahora, les dijo, debían de ir contra aquellos dirigentes del Partido que estaban tratando de llevarlo “por una senda capitalista”.

La propia geografía de los matones cambió. Los grupos de guardias rojos se rehicieron y comenzaron a autodenominarse Rebeldes. La edad media de los rebeldes, además, se elevó sustancialmente. Estos rebeldes, o bien se reunían en ruidosas asambleas, o bien colgaban pósteres en los que denunciaban, con nombre y apellidos, a aquéllos de sus jefes del Partido que consideraban comunistas de baja calidad. Inicialmente, todo lo que hicieron estos grupos fue denunciar. Mao los tuvo varios meses así, hasta enero de 1967. En dicha fecha, se dirigió a ellos para instarles a tomar el poder de las manos de los dirigentes a los que criticaban. Anunció que el Partido había estado en manos de traidores (fue lo que llamó “la línea negra”) y que había que darle la vuelta como una tortilla. En la práctica, pues, hizo que las patotas violentas se volviesen no sólo contra los dirigentes que se le habían opuesto, sino contra literalmente todo dios.

Siguiendo prácticas que llevaba perfeccionando desde hacía años, la gran diferencia entre las purgas de Mao y de Stalin es que aquéllas fueron todas públicas. Y ni siquiera lo fueron a través de juicios más o menos montados como tal, sino en asambleas “espontáneas” donde no hubo ni un adarme de seguridad jurídica, derecho de defensa o algo parecido.

El 21 de enero de 1967 se produjo la primera aparición en público, tortura también pública y muerte, de un alto cuadro comunista: el ministro de Carbón. Fue llevado delante de la multitud y, allí, se le practicó lo que normalmente se conoce como “la postura del jet”, es decir, con ambas muñecas atadas a la espalda y, luego, tirando de los brazos estirados hacia arriba. Otro día lo ataron a un banco desnudo, con temperaturas bajo cero, mientras los alegres rebeldes le hacían cortes con navajas. Finalmente, le colgaron un peso de acero del cuello para que no pudiese levantar la cabeza del suelo y, en esa posición, se la reventaron a base de golpes de hebilla. Las personas que sobrevivieron a aquellas ordalías serían ingresadas en alguna de las Escuelas de Cuadros de 7 de Mayo, como eufemísticamente llamaban los chinos a su gulag. Allí se encontraron con todos los artistas, intelectuales y profesores que sobraban en la China de Mao.

En la práctica, y es ésta una evolución que, a su manera, también es detectable en la URSS breznevita, el comunismo maoísta se convirtió en una dictadura militar. Mao barrió los altos escalones del Partido y, en los años siguientes, tiraría del ejército para cubrir los huecos. En los siguientes años, efectivamente, casi 3 millones de militares fueron promovidos, de los que 50.000 formaron la nueva elite del vodka y las putas.

En marzo de 1967, una vez que los cuadros comunistas habían sido purgados y que el ejército había tomado el control de todo, se decretó que los alumnos volviesen a las aulas. Bueno, volvieron a la escuela porque, la verdad, en las aulas nadie tenía puta idea de qué hacer. Todo lo que estaba claro era el tipo de educación que no se podía impartir, porque estaba condenada. Lo que ya no estaba tan claro es cuál era la que había que impartir. De hecho, la revolución cultural abrió un hiato en la educación china que, para muchos jóvenes, duró hasta la muerte de Mao.

El gran cambio de la revolución cultural fue la vida. Salir del trabajo dejó de significar irse a tomar una cerve o a ver una peli. La inmensa mayoría de los trabajadores, en su ocio, lo que hacían era participar en reuniones de empresa, o de barrio, o de su comunidad de vecinos, durante las cuales se analizaban las citas de Mao, o las últimas publicaciones de Lo Diario del Pueblo. En las reuniones, los participantes eran animados a denunciar nuevos casos de capitalistas emboscados que hubiesen descubierto. China se convirtió en un mundo en el que no cruzabas con tu vecino nada más que los saludos de rigor, consciente de que cualquier día podía tratar de salvar su propio gañote a base de denunciarte a ti.

Para todo aquel cuadro comunista que hubiese sido objeto de una denuncia, o de una sesión de autocrítica, aunque hubiese sobrevivido a ella apenas con dos hostias en la cara, la vida se convirtió en un infierno. Cada uno de estos denunciados veía como un equipo especial de investigadores le era adjudicado. Estos investigadores comenzaban a bucear en el pasado de la persona, a la búsqueda de cualquier detalle. Los equipos especiales formaban una red en cuya cúspide estaba el Equipo de Casos Especiales, presidido por Chou En Lai y del que Kang Sheng era el principal asesor. Esta cúpula asumía la investigación de las personas específicamente designadas por Mao. El equipo tenía poderes para interrogar, arrestar y torturar. Uno de sus primeros objetivos fue Ho Lung, quien, como él mismo sabía, estaba condenado desde el día que había escuchado a Rodion Malinovsky.

Hay que decir que hubo gente que se resistió. Pero, las cosas como son, se resistieron cuando fueron conscientes de que las balas les estaban rozando. En febrero de 1967, cuando ya había miembros del Politburo que habían sido tocados por las purgas, los que permanecían incólumes, en algunos casos, se quejaron a Mao en plan deja la pistolita no te vayas a hacer daño, coño. Incluso alguien tan dedicadamente maoísta como Tan Zhen Lin, que había asumido la política agrícola durante el Gran Salto Adelante (ergo había creado la hambruna en beneficio de Mao) acabó estallando y criticando las detenciones (insisto: las detenciones de compañeros de la cúpula del Partido. Cuando a la señora ésa de la escuela de Pekín la mataron a hostias, no dijo nada).

En realidad, la única persona con mando que trató de verdad de resistirse a la revolución cultural fue un brigadier del ejército, que acabó fusilado, llamado Cai Tie Gen. Lo demás fue postureo. Entre la gente normal, hay una Rosa Parks china de la que nadie se acuerda (supongo que porque no se rebeló contra el racista capitalismo asesino). Se llamaba Wang Rong Fen, y era estudiante de alemán. Wang estuvo en la gran reunión de Tiananmen de 18 de agosto de 1966 pero, con toda la capacidad que tiene esa plaza, fue la única que sacó la conclusión adecuada. Su análisis personal era que la actuación de Mao no se diferenciaba de la de Adolf Hitler, y le escribió una carta a Mao en ese sentido. Una carta en la que decía: “la revolución cultural no es un movimiento de masas. Por ello, declaro que me doy de baja de la Liga de las Juventudes Comunistas”.

Esta carta, escrita en alemán, se la guardó en un bolsillo. Luego se fue enfrente de la embajada de la URSS en Pekín y, una vez allí, ingirió cuatro botes de insecticida. Su idea era que los soviéticos recogerían su cadáver, encontrarían la carta y la publicarían. Pero no fue así. El insecticida no la mató. Despertó en una comisaría de policía y fue condenada a cadena perpetua. En prisión, pasó meses con las manos esposadas a la espalda, lo que la obligaba a tirarse al suelo para poder comer de la bandeja que le dejaban. Pero, eso sí, sobrevivió a Mao.

Por supuesto, la caza mayor de la revolución cultural había de ser Liu Shao Chi. Ya en agosto de 1966, el día 5, después de que Liu hubiese departido con una delegación de Zambia, Mao le encargó a Chou En Lai que le diese el recado de que no debía hablar con personas de fuera de China, ni aparecer en público a menos que fuese requerido para ello. Además, escribió una crítica a su persona que leyó al Comité Central dos días después, con Liu presente.

Cuando comenzó la persecución de su número 2, no empezó por él, sino por su mujer, Wang Guang Mei. Al contrario que muchos otros matrimonios chinos (entonces, muchos de los casamientos eran, en realidad, transacciones; el amor tenía poco que ver en aquello) Liu y Wang habían desarrollado un cariño sincero el uno por el otro, y eran estrechos colaboradores. Mao tenía muy claro que la primera forma de torturar a Liu era ir a por su señora.

Guang Mei venía de una familia rooseveltiana al estilo chino. Su padre había sido ministro y su madre había sido un personaje dentro del mundo de la educación. Ella misma era licenciada en Físicas por una universidad misional estadounidense. En 1946, cuando decidió afiliarse al PCC, tenía una oferta de la Universidad de Michigan que decidió dejar pasar (con lo cual probablemente salvó su vida, pues es evidente que el capitalismo la habría matado en un momento u otro). Quien hizo de ella una comunista fue su madre, que era de ideas muy radicales, que tal vez, no lo sabemos, revisó cuando los guardias rojos se presentaron en su casa para detenerla y cagarle la vida que le quedaba. Liu y Wang se habían casado en 1948. Eran, pues, un Víctor Manuel y Ana Belén: devotos comunistas, juntos from scratch abre la muralla, cierra la muralla, esas mierdas.

Es posible que Liu Shao, tras la Conferencia de los Siete Mil, cuando escuchó el discurso de Lin Biao, llegase a pensar que enfrentarse a Mao tal vez era mala idea. Pero, si fue así, Guang Mei lo convenció de que debía de seguir en ello. En esto se distinguió de la esposa-de-vodka-y-putas average que, por lo general, lo que hizo, cuando su marido fue públicamente denunciado, fue decirle a su marido cómete las pollas que te tengas que comer, acuérdate de los niños, que te dicen con cariño no corras mucho papá.

En junio de 1966, en todo lo gordo de las palizas y los asesinatos en las escuelas, Liu decidió hacer un último intento para pararle los pies a Mao. Creó una especie de equipos de trabajo que pretendían ser una especie de s'ha acabat, pero en chino mandarín. Guang Mei no se escondió: se apuntó al equipo de la universidad Qinghua de Pekín. Allí se enfrentó con un guardia rojo llamado Kuai Da Fu. Kuai era un tipo curioso; con trece años, había protestado en su pueblo natal por la actitud de los oficiales del Partido frente a la hambruna. Pero luego se había ido a Pekín y, cuando escuchó que se habían acabado los exámenes y que los jóvenes eran invitados a hacer el cabra en recuerdo de Marx y Engels, se apuntó encantado. El grupo formado por Liu lo trincó y lo arrestó 18 días.

El 1 de agosto, apareció por el centro de detención de Kuai la kelly de Mao, o sea Chou Tolai, quien le interrogó largamente sobre la actuación de los equipos de trabajo de Liu Shao Chi. Obviamente, Chou quería munición para darle a Mao con la que atacar a los Liu.

El 25 de diciembre, víspera del 73 cumpleaños de Mao, el Pequeño Grupo le ordenó a Kuai que se pusiera al frente de 5.000 guardias rojos que comenzaron a desfilar por Pekín con camiones en los que se habían instalado altavoces que bramaban: “¡Abajo Liu Shao Chi!” A partir de aquella tarde, comenzó la tortura de Liu y de su mujer.

El día de Año Nuevo de 1967, un grupo de guardias rojos se presentó en la casa de los Liu, insultándolos. El 6 de enero, el grupo de Kuai localizó y rodeó a Ping Ping, la hija adolescente de los Liu; luego llamaron a la madre, le dijeron que la hija había sido atropellada por un coche, y que hacía falta la autorización para una amputación. Una de las pruebas de que aquellos guardias rojos eran unos putos cobardes de mierda es que cuando Liu se presentó en el hospital (cosa que no habían esperado; iban a por la mujer), como no tenían instrucciones de que podían agredirle a él, se quedaron petrificados. Además, habían actuado por su cuenta. Kuai recibió una llamada personal de Chou En Lai, en la que éste le dijo que liberase a la mujer de Liu (a la que querían secuestrar) y no se le tocase un pelo.

Aquello fue un error para Mao. Él estaba cocinando a Liu a fuego lento. El 13 de enero, lo citó para un encuentro personal nocturno. En dicha entrevista, Liu ofreció su dimisión, tras la cual, dijo, estaba dispuesto a llevar una vida de campesino. También le dijo a Mao que le castigase a él, pero que parase la revolución cultural.

Días después, la línea telefónica en la casa de los Liu fue cortada; con ello, quedaron en arresto domiciliario. Para entonces, la fachada exterior de la casa estaba petada de pósteres insultantes. El 1 de abril, la persecución de Liu se hizo pública mediante un artículo de Lo diario del Pueblo en el que se lo calificaba del mayor conspirador capitalista de China. Kuai organizó una manifa de 300.000 personas, sólo diseñada para acojonar a Guang Mei. El abuso de la mujer de Liu estaba siendo en ese momento, en buena parte, dirigido por Madame Mao. Jiang Qing odiaba a muerte a Guang Mei, y por eso instruyó a Kuai para la organización de actos públicos de humillación para ella, como obligarla a llevarla un collar hecho de pelotas de ping-pong simulando perlas. Todas estas humillaciones fueron filmadas por la RTVE china, pues las RTVEs del mundo siempre tienen una unidad móvil dispuesta para una buena mamada.

Guang Mei, sin embargo, no cedió. Fue interrogada en el back stage de aquella gran asamblea ante 300.000 guardias rojos vociferantes, pero no confesó ni una culpa y defendió a su marido. Luego fue sacada al escenario y, en medio de los gritos y amenazas de toda aquella gente, dijo: “No os tengo miedo”.

Liu comenzó a escribirle una carta tras otra a Mao para que parase aquello. Pero lo que hizo Mao fue intensificarlo. Finalmente, Liu fue conminado a confesar sus culpas, dado que “las masas” estaban hablando y exigiéndolo. El fautor de esta demanda fue Wang Dong Xing, uno de los miembros de la guardia de Mao más cercano al presidente; lo cual deja pocas dudas sobre qué debemos entender por “las masas”. Liu se negó y tras esa negativa, parece ser que Guang Mei le insinuó la posibilidad de que ambos se tomasen un bote de pastillas y acabasen con todo.

El 18 de julio, Mao decidió separar a Liu de su fuente de fuerza, que era su mujer. Ambos fueron informados de que serían denunciados en dos actos aparte. A partir de ahí, efectivamente, fueron confinados por separado, y ya sólo volvieron a verse una vez, cuando hubieron de comparecer ante un juicio, el 5 de agosto. Inicialmente, ese juicio iba a producirse en Tiananmen ante miles de personas. Mao, sin embargo, vetó la idea, ante el temor de que las imágenes diesen la vuelta al mundo. Así las cosas, los Liu fueron brutalizados en privado por miembros de la Guardia del presidente, en Zhongnanhai.

El 5 de agosto, como he dicho día del juicio del capitalista número 1 (Liu), los números 2 y 3 fueron denunciados en sus propios domicilios. Eran Deng Xiao Ping y Tao Zhu. Ambos habían sido favoritos de Mao; ambos habían caído en desgracia por no querer ayudarle en la purga.

En el juicio de 5 de agosto, Liu Shao Chi trató de hablar para defenderse; pero fue callado por una lluvia de libritos rojos. Luego de eso, marido y mujer fueron golpeados y atados en la postura del jet, además de sufrir brutales tirones de pelo para mostrar sus rostros frente a los fotógrafos y camarógrafos. Los hijos del matrimonio, incluida su hija pequeña, que tenía seis años, fueron obligados a contemplarlos, y los padres obligados a contemplar cómo lo contemplaban.

Un mes después de aquella escena, Guang Mei fue acusada de espiar para los Estados Unidos Estuvo doce años presa en Qincheng, donde sobrevivió a Mao. Los hijos de los Liu fueron encarcelados, como también lo fue su madre septuagenaria, la radical, que murió en una prisión comunista mamando marxismo a manos llenas. Un hijo de Liu, de un matrimonio anterior, acabó suicidándose.

Por lo que se refiere a Liu, tenía más de setenta años, así que todo aquello lo deterioró muy gravemente. Fue encarcelado, se le privó del sueño, y se lo alimentó lo estrictamente necesario. Tenía neumonía crónica y diabetes, afecciones de las que fue tratado. En mayo de 1968, sus carceleros informaron de que estaba, básicamente, loco. Mao dio instrucciones de que Liu siguiese vivo hasta el VI congreso del Partido, donde había decidido expulsarlo. En octubre de 1968, Liu comenzó a ser alimentado mediante sonda nasogástrica. Como parecía terminal y lo del congreso no estaba maduro, Mao convocó a un triste Comité Central (del que faltaban el 53% de los miembros, purgados), que votó la expulsión de Liu y su cese como jefe del Estado. Muchos comunistas, y sus familias, fueron encarcelados y torturados para que prestasen testimonios contra Liu. Es de destacar el caso de los viejos dirigentes del PCC Li Li San y Lo Fu, quienes, a pesar de la desgracia que cayó sobre sus familias, siempre se negaron a declarar.

Mao se negó a que los Liu fuesen ejecutados. Los quería humillados y pidiendo perdón. Sin embargo, Liu le escribió a Mao una última carta el 11 de febrero de 1968, tras lo cual no volvió a intentar comunicarse. Una noche de octubre de 1969, Liu fue metido en un avión que voló a la ciudad de Kaifeng. Los médicos que lo vieron recomendaron hospitalizarlo; pero el Partido se negó. Murió el 12 de noviembre. En vida de Mao Tse Tung, su muerte nunca fue hecha pública.

El otro gran enemigo de Mao, Peng De Huai, fue llevado a Pekín, donde fue sometido hasta a 260 interrogatorios y a incontables sesiones de autocrítica y agresiones físicas y mentales. Tampoco accedió nunca a admitir sus culpas. Fue perseguido y maltratado hasta el 29 de noviembre de 1974, cuando un cáncer de colon lo mató.

Mola el marxismo, ¿eh?

1 comentario:

  1. En un documental, un ex dirigente comunista de Hungría o Bulgaria contaba: una abeja posada sobre una flor, el meado de la abeja, lo que mide de ancho, es aproximadamente todo lo que te puedes separar de las directrices del partido.

    Tampoco se sabe que si tienes quince compañeros de trabajo, en un país comunista, cada quince días debes escribir informes sobre cada uno de ellos, y el comisario político va recolectando las cuartillas.

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