jueves, junio 19, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (37): El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

 

 

En efecto, como es evidente para cualquiera que conozca mínimamente la Historia y las hazañas de la nación francesa para con el resto del mundo, apenas bastaron unos días de negociación de la contra nota vietnamita para que los atribulados negociadores del Viet Minh tomasen la exacta dimensión de los comerciantes de ajos que tenían delante. En corto: en todas las sesiones celebradas, los franceses se negaron a pronunciar la palabra independencia; y, por supuesto, de bajarse de la burra de que la Unión Francesa tendría el control diplomático y militar de las naciones integrantes de la misma, pas du tout.

Mientras todas estas cosas ocurrían en Fontainebleau, en París la Asamblea Constituyente estaba con sus historias. Entre ellas, la comisión específica dedicada a la ponencia sobre el estatuto de la Unión Francesa había comenzado sus trabajos. El proyecto diseñado era una simple copia de lo que ya se había regulado en la Constitución rechazada (lo cual tiene su lógica, porque no había sido rechazada por este tema); los ponentes, sin embargo, no habían querido, o no habían podido, ponerle nombre, definición y competencias a los órganos federales. La Unión Francesa, pues, era una federación sin gobierno federal. Unos Estados Unidos sin Casa Blanca. Sí parecía estar claro, en todo caso, que la Unión se compondría de la República Francesa y una serie de Estados asociados, ligados pues a la Unión mediante actos jurídicos de ligadura que serían distintos en cada caso.

Aquello era una manera de salir de un paso muy jodido; pero una manera, la verdad, enormemente chapucera. Sólo posible cuando la diseña alguien que está convencido que, de todas formas, va a hacer lo que le apetezca (como era el caso, y suele serlo cuando ese alguien es este alguien). El 27 de agosto, Eduard Herriot, presidente del Rassemblement des Gauches Republicaines, se levantó en la Asamblea para largar una perorata en la que criticó fuertemente la idea, que según él existía, de crear un sistema federal en el que los órganos federales ni siquiera tendrían la soberanía diplomática ni militar; en este esquema, bramó el sanguíneo, que no sanguinario, político de la izquierda, “Francia pretende incluso ir más allá que la Unión Soviética” (afirmación en la que demostró que sabía lo mismo de cromodinámica cuántica que de la Unión Soviética). Ese mismo día, el general De Gaulle habló públicamente de riesgo de dislocación de la Unión Francesa. Todo era tramoya montada para sustantivar la posición del MRP, mayoritario en el gobierno, en el sentido de ponerle palos en las ruedas a la completa independencia que ambicionaban los vietnamitas.

Siguió una semana más que si la salope ou la Ramonette, hasta que los vietnamitas se terminaron de convencer de que las garantías que esperaban conseguir de esos socios que nunca tienen socios, sólo súbditos o pagafantas, nunca llegarían. El 7 de septiembre, para salvar literalmente los muebles, propusieron darle una patada a seguir a los temas que los dividían y llegar a algún acuerdo en materia económica. Sobre estas bases, que en esencia suponían acordar no estar de acuerdo, ambas partes se pusieron a negociar y, en la noche entre el 9 y el 10 de septiembre, alcanzaron un acuerdo de modus vivendi.

Yo, cuando menos, no sé muy bien lo que pasó en esas horas. Creo que la hipótesis más plausible que os puedo vender es que, de por la parte del Viet Minh, había quien quería firmar ese acuerdo y quien no. Ya os he dicho muchas veces que, cada vez que un movimiento de izquierdas, por las razones que sea, sea por convicción o por estrategia, se vuelve posibilista y pactista, comienza a tener el problema de aquéllos de sus miembros que son más bien de Avanzar Sin Transar. Miembros que esa formación de izquierda necesita porque son los que se baten luego el cobre y nunca te abandonan (como bien sabe Salvador Allende; fueron los que finalmente decidieron morir con él); pero que, como digo, en el momento de las negociaciones pesan como un melón colgado de un párpado.

Lo que sabemos es que, a mediodía del 10, cuando se celebró la sesión en la que lo que había que hacer, teóricamente, era sólo firmar lo que se había pactado horas antes, llegó Pham Van Dong y, como en la sentencia del crimen de los Urquijo, solo o en compañía de otros, decidió ponerse tocahuevos. Vino a decir PVD que, o se retomaba la discusión de la totalidad del problema, o se retiraban del acuerdo algunos aspectos económicos que, decía, comprometían potencialmente la soberanía vietnamita. Asimismo, Pham estableció como conditio sine qua non para firmar el modus vivendi que Francia aceptase un compromiso preciso y tasado sobre la modalidad y la fecha del referendo que habría de decidir el futuro de la Conchinchina. La reacción de los franceses ante un mensaje claro en plan “ya no me engañas más” fue, como tienen por costumbre, no tanto dejar de engañar, sino dejar de jugar. Max André levantó la sesión, y la conferencia de Fontainebleau quedó herida de muerte.

Como ya os he dicho, la salida de pata de banco de los vietnamitas tenía que ver, probablemente, con sus propias diferencias internas sobre el tema. Pero seguro que tuvo también que ver con las noticias que les llegaban de Hanoi y la impresión creciente que tenían de que, si regresaban a la capital con el modus vivendi bajo el brazo, lo mismo les corrían a hostias. Los nacionalistas, que por habilidad propia o por torpeza comunista se habían librado por completo de estar en Fontainebleau (yo creo que fue un error estratégico de Ho Chi Minh), tenían todo el margen en casa para atacar el acuerdo; y lo veían como una capitulación en la que Viet Nam venía a aceptar entrar en la Federación Indochina prácticamente sin condiciones, y a cambio de una teórica asunción de independencia que era, en realidad, papel mojado.

Por otra parte, dentro del proceso constituyente francés, estaban previstas nuevas elecciones en noviembre; y los vietnamitas estaban convencidos de que las ganarían las izquierdas, con lo que en 1947 esperaban poder negociar con mayor facilidad. Por eso, ahora no se querían comprometer mucho. En ese contexto, Ho Chi Minh jugó el papel de poli bueno, jurando y perjurando la voluntad vietnamita de llevarse bien con Francia. Añadía, sin embargo, que ningún acuerdo serio se podría firmar antes de 1947, y que mientras tanto haría todo lo posible por acabar con la lucha de guerrillas en Indochina.

El día 13, la mayoría de los vietnamitas abandonó París camino de Toulon. Allí embarcaron en el buque Pasteur el 16. Ho Chi Minh, sin embargo, tenía que haber tomado el Dumong d'Urville; pero se averió, lo que le permitió retrasar algunos días su partida hacia Hai Phong.

El 14 por la noche, el líder vietnamita se vio con Moutet, con quien estuvo estudiando el borrador de un posible texto alternativo de acuerdo entre las partes. Luego fue recibido por un Georges Bidault, que estaba en estado de excitación y muy preocupado por la ruptura de las conversaciones. Ho tampoco estaba mucho más tranquilo. La lucha en Viet Nam continuaba; en Saigón, el almirante D'Argenlieu estaba en todo su poder, y se había convertido, además, en la principal fuente de información del gobierno francés sobre la situación en Indochina. El propio Ejecutivo estaba dividido sobre esta cuestión; pero para el Viet Minh las cosas no estaban mejor. El fracaso de Fontainebleau no era gratis. Vale, los negociadores volverían a Hanoi pudiendo exhibir el mérito de no haberse bajado los pantalones. Pero también era cierto que volvían sin acuerdo alguno, y eso era oro molido para las vertientes más radicales del Tong Bo; los que, simplemente, querían ir a la guerra total con el francés. Por otra parte, siempre es posible que Bidault convenciese a Ho de lo que luego se vería, y es que las elecciones de noviembre las izquierdas las podían ganar, pero siempre con el concurso del MRP (como de hecho pasó, con el MRP siendo más decisivo que los socialistas).

A medianoche de aquel 14 de septiembre, Ho Chi Minh, protegido por su inevitable túnica militar, abandonaba el hotel Royal Monceau, en la avenida Hoche de París. El destino del líder del Viet Minh estaba muy cerca, en el número 19 de la rue de Courcelles, por lo que ni pidió coche ni nada; decidió ir andando.

Ho acababa de entrevistarse con Moutet, y acababa de comprometerse a firmar el modus vivendi que había capotado en Fontainebleau. De hecho, Moutet, que como buen francés sabía bien lo poco que le pueden durar los compromisos a la gente, se había puesto tan brasas que a Ho Chi Minh no le había quedado otra que firmar allí mismo el documento, en la habitación que ocupaba el ministro. Como digo, el francés no le había dejado marcharse sin haber firmado antes, por considerar que la palabra del vietnamita no valía más que lo que suele cotizar la de un francés en el mercado de la verdad.

Camino de su hotel, los franceses le colocaron un escolta a Ho. Venía siendo así desde que estaba en París, pues aquel indochino, la verdad, no era la persona más popular de París que digamos. En un momento del corto paseo, el policía le escuchó a Ho murmurar: je viens de signer ma condonnation à mort. El hombre que labraría la independencia de Viet Nam, el hombre por el cual se cambiaría el nombre de la ciudad de Saigón, sentía que en ese momento su carrera se había acabado; que los halcones de su partido, y de las formaciones nacionalistas, se lo iban a comer con patatas. Y no es para menos. Pensad que casi todos los demás miembros de su delegación iban en un barco, camino de Hai Phong para levantar los puños mientras decían “no hemos cedido”; mientras que su jefe, sí. Sí que había cedido, y sin consultarlos.

No toda la delegación se había ido, en todo caso. Ho Chi Minh embarcó el 19 de septiembre en Toulon en compañía de Giam,. Tran Nogoc Dahn y Duong Bach Mai, que se habían convertido, al fin y a la postre, en sus confidentes. Los tiempos no eran los que son hoy. El viaje tomaría un mes.

Efectivamente, el 18 de octubre, el Dumont d'Urville embocaba la rada de Cam Ranh, pasando muy cerca del acorazado Suffren, que le hacía los honores, y en cuya cubierta estaba el almirante D'Argenlieu.

Ho pasó al acorazado francés, donde mantuvo una larga entrevista con el almirante. El tema fue, obviamente, la aplicación del modus vivendi. El almirante informó, campanudo, de que, como claro gesto de buena voluntad, se había previsto la residencia en Hanoi de las comisiones de colaboración que estaban previstas en el acuerdo. Pero eso no deja de ser la primera declaración de un francés. O sea: ésa que casi nunca es verdad y que, cuando te pones a rascar, te das cuenta de hasta qué punto es mentira. En realidad, lo que D'Argenlieu había preparado era un sistema por el cual la Comisión Militar, cuya misión principal era preparar la cesación de hostilidades en Conchinchina, estaría en Hanoi. Todas las demás, sin embargo, estarían en Dalat, es decir, en su terreno. No me cansaré de repetirlo: siempre que dejes a un francés repartir la Caja Roja, a ti te va a tocar el puto bombón de licor.

D'Argenlieu, por lo demás, le puso deberes inmediatos a la Comisión Militar, dado que, desde que la noticia de la firma del modus vivendi se había conocido en Conchinchina, el terrorismo se había recrudecido.

En Hanoi, Ho Chi Minh se enfrentó a sus propios problemas locales. Aunque siempre hubo gente que le fue fiel; ese tipo de gente para la cual su líder siempre hace lo correcto, aunque haga lo contrario de lo que dice; aunque conservaba partidarios, digo, Ho Chi Minh, dentro y fuera de su movimiento, era básicamente visto como un nenaza que había firmado lo que no tenía que haber firmado. Ahora mismo, la labor incansable de Tran Huy Lieu, el hombre de la propaganda en el Viet Minh y que llevaba meses llevando a la gente al punto de ebullición, les jugaba en contra. Por lo demás Huy, siendo como era uno de los extremistas, comenzó a dirigir sus dardos contra el dirigente. El problema para Ho era especialmente intenso entre militares e intelectuales, entre los cuales los partidarios del VNQDD, del Dai Viet o, incluso siendo comunistas, de la IV Internacional, eran muchos.

El día 20, un Ho Chi Minh apocado y a la defensiva, aunque que se sepa no iba pintado como una puerta, desembarcó en Hai Phong. Sin embargo, la potente maquinaria propagandística del Viet Minh hizo los deberes. Ho viajó desde Hai Phong hasta Hanoi observando cómo los bordes de la carretera estaban repletos de gente, como en la ascensión del Angrilu, jaleándolo y aplaudiéndolo. En Hanoi la cosa no cambió; pero la profesión iba por dentro. En su primera conferencia de prensa, declaró que “estamos decididos a obtener la independencia y la unidad de todo el Viet Nam; pero también estamos decididos a permanecer dentro de la Unión Francesa”.

Más allá de estas declaraciones, el problema para Ho estribaba en que aquéllos que no creían en el movimiento que había decidido en París no estaban dispuestos a colaborar con él en el gobierno de Hanoi. La vertiente fundamental del Viet Minh, por lo tanto, se veía obligada a formar un gobierno totalmente basado en el Lien Viet; la única organización en la que podía fiarse Ho en ese momento. Para ello, sin embargo, tenía que convocar la Asamblea Nacional, ya que era la que tenía la prerrogativa constitucional sobre la formación del gobierno; y eso era darle espacio a la oposición para presentarse y dar por culo.

Esto, sin embargo, nunca ha sido problema para un comunista. Si un comunista siente que un opositor le va a poner las cosas difíciles, pues lo detiene, y punto pelota. Entre el 23 y el 27 de octubre, dos centenares de “sospechosos”, en ocasiones se supo de qué, en otras no tanto, fueron arrestados. En los arrestos, algunos de ellos tuvieron la mala suerte de sufrir ataques al corazón o colapsos por escaleras empinadas, qué le vamos a hacer. Otro caso bien distinto fue el de Vu Dinh Chi, el editorialista de Viet-Nam, el principal periódico nacionalista. Chi, que escribía con el seudónimo Tam Lang y formaba parte de la elite del periodismo vietnamita, lo que se conocía como “los tres Vu” (Vu Dinh Chi, Vu Trong Phung y Vu Bang), fue detenido; pero todo parece indicar que supo convencer a sus carceleros del carácter líquido y elástico de todo periodista, que no deja de ser un actor de la pluma que, cuando, escribe, interpreta un papel y, consecuentemente, siempre puede interpretar otro. Porque lo cierto es que este honrado practicante del estherpalomerismo asiático moriría de viejo en Ciudad Ho Chi Minh, en 1986, siendo reconocido como uno de los grandes periodistas de su país.

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