lunes, junio 09, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (29): Dalat




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 




En esta atmósfera de buen rollo total fue como se abrió, el 17 de abril de 1946, en el Liceo Yersin de Dalat, la denominada conferencia preparatoria franco-vietnamita, normalmente conocida (por quienes la conocen, claro) como conferencia de Dalat. La sesión inaugural fue presidida por el almirante D'Argenlieu en solitario, ya que Ho Chi Minh no se presentó.

Antes de nada, como sé que os gustan los detalles (y son importantes), aquí tenéis la composición de la delegación vietnamita: Nguyen Tuong Tam, jefe del VNQDD, ministro de Asuntos Exteriores y presidente de la delegación; Vo Nguyen Giap, vicepresidente del Consejo de Defensa; Vu Truong Khanh, procurador general; Hoang Xuan Han, ingeniero de canales y puentes; Vu Van Hien, abogado mercantilista y financiero, antiguo ministro de Bao Dai; Trinh Van Binh, director general de Aduanas; Nguyen Manh Tuong, abogado; Cu Huy Can, ingeniero agrónomo; Nguyen Van Huyen, médico y líder del Viet Minh; Duong Bach Mai, periodista, y al que hemos visto en funciones de jefe de Policía.

En la delegación francesa, como había exigido Ho Chi Minh, había personajes venidos de París, como Max André, consejero general del Sena, presidente de la comisión. Además: Pierre Messmer, administrador de Servicios Civiles, que había salvado el gañote en agosto de puro milagro y que era jefe de Gabinete del ministro de Ultramar; Bousquet, jefe de los servicios económicos del ministerio; un tal Bourgoin, que era economista especializado en Indochina; otro D'Arcy, jefe de Gabinete del ministro de los Ejércitos; y Pierre Gourou, también tenido por especialista en cuestiones annamitas y que había publicado un libro sobre el habitante rural del Delta que era muy respetado (por los franceses). Además, estaban los funcionarios federales: Leon Pignon, fundamental en las negociaciones del 6 de marzo; Albert Torel, consejero jurídico y que era considerado la mitad de las neuronas de D'Argenlieu; un tal Clarac, consejero diplomático; otro Gonon, que era consejero financiero; Ner, que era consejero en materias educativas; Guillanton, consejero en materias económicas; y, finalmente, el general Salan como experto en cuestiones militares.

En otras palabras: Ho no quería estar al frente de la delegación y le colocó el marrón a los nacionalistas; aunque colocando de número dos a un hombre de su estricta confianza y, más allá, personal de perfil técnico para que quedase claro que en Dalat no esperaban acordar sino elementos técnicos. Los franceses, básicamente, iban con todo.

Los vietnamitas llegaron a Dalat con una propuesta fundamental por su parte: que el primer punto del orden del día fuese la cuestión de la Conchinchina. Y, por supuesto, los franceses se negaron radicalmente. Ellos, lo dejaron claro, estaban allí para discutir asuntos que fuesen de la responsabilidad de los dos gobiernos; una forma elegante de decir que los representantes del gobierno vietnamita de Hanoi no tenían nada que ver en los temas de los catalanes indochinos. Más allá: los franceses dejaron claro que no tenían mandato suficiente como para discutir cualesquiera medidas tuvieran como consecuencia el cese de hostilidades aquende el paralelo 16.

La cerrazón francesa, lógicamente, provocó la de los vietnamitas. Giap solicitó la palabra para hacer una encendida intervención, que comenzó diciendo que “decir que no hay hostilidades en Conchinchina es faltar a la verdad”; aunque lo cierto es que la posición francesa no era negar que hubiese hostilidades, sino negar que hubiese que negociarlas con Hanoi, que no es lo mismo.

Nuestra posición es clara”, prosiguió el verdadero jefe de la delegación de Hanoi; “un mes y medio después de la convención de marzo, exigimos que las hostilidades cesen contra nuestras tropas en el Nam Bo, mediando el mantenimiento, tanto por nuestra parte como de la francesa, de las posiciones que actualmente tenemos. Exigimos que se forme en Saigón una Comisión de Armisticio que acabe con esta ignominia”.

El Viet Minh había comenzado con violencia, aparentemente colocando la conferencia en riesgo de capotar. Los franceses, sin embargo, no se inmutaron. Tenían en su poder una carta de triunfo, una carta de gran importancia, y lo sabían; los vietnamitas no podían levantarse de la mesa.

El Tonkin, aún mediando un acuerdo como el del 6 de marzo, seguía siendo un caos en muchos de sus rincones. El caos era mal negocio para los Viet Minh, puesto que las gentes de Ho Chi Minh no dejaban de ser ese comunista que ha alcanzado la posición de poder, y al que, por lo tanto, toda la bulla y la agitación que antes de ayer tanto le convenía, ahora mismo le sobra. Es ley de vida política que un comunista que está intentando alcanzar el poder no se parezca en nada a ese mismo comunista si lo que está haciendo es intentar conservarlo. Las consecuencias de levantarse muy dignos de la mesa de Dalat y volver a Hanoi con las manos vacías eran incalculables para los vietnamitas (tan incalculables que ya se habían guardado de poner formalmente al frente de la negociación a un líder nacionalista a quien poder apedrear si todo salía mal).

Como para dejar más claro el caos tonkinés, el día de Pascua, 21 de abril, la actitud provocadora, directamente terrorista, de los chinos en el norte se hizo bien patente. Ese día, una unidad de transporte formalmente adscrita al Ministerio de la Guerra, perteneciente al 53 Ejército, abrió fuego sobre un grupo de soldados franceses que estaban desarmados. El ataque causó 11 muertos y una cifra muy superior de heridos, además de que hubo que invertir varias horas para reducir a los chinos.

El general Juin, quien como ya hemos dicho era JEMAD francés, visitó inmediatamente Chungking, donde fue recibido por Chang Kai Chek en persona; y el 25 estaba en Hanoi. El líder del Kuomintang se deshizo en disculpas y le aseguró que el Estado Mayor chino en Hanoi había sido puntillosamente instruido para dejarse de chorradas y salir del Tonkin echando leches como se había pactado. Sin embargo, en Hanoi, Lu Han puso mil problemas; finalmente, acabó por confesar que tenía un plan de evacuación elaborado; pero que del Ministerio de Operaciones chino le había llegado la orden de no ejecutarlo.

Este incidente, sin embargo, fue positivo para los intereses vietnamitas en Dalat. Conscientes de que nunca es bueno hacer la guerra en dos frentes, los franceses decidieron soltar sedal con el tema de la Conchinchina, y, no sin antes presentar pruebas de que casi toda la violencia en el sur se debía a Nguyen Binh, propusieron la creación de un comité reducido, formado por personas que no estuviesen participando en la conferencia, para tratar de regular el tema. Este comité se crearía en Dalat pero se trasladaría a Hanoi. Los vietnamitas aceptaron.

Estos hechos eran contemporáneos a la llegada a París de Pham Van Dong y su delegación de vietnamitas, que era recibida por parlamentarios y gentes del gobierno con gran pompa y alharaca. D'Argenlieu aspiraba a que, en la metrópoli, le diesen a los vietnamitas buenas palabras y les regalasen algún que otro gallo de porcelana, pero al fin y a la postre no les hicieran ni puto caso. Para ello, excitó los ánimos de la Prensa de Saigón, conocedor como era de lo proclives que son siempre los periodistas hacia las tesis que van acompañadas de una buena coima, en el sentido de afirmar que el pueblo de Conchinchna estaba demandando la formación de un gobierno propio. Una vez creado este ambiente de lazis indochinos, el día 26 D'Argenlieu remitió a París un memorando totalmente en favor de la formación del gobierno conchinchino. Apartando con elegancia el acuerdo del 6 de marzo, que como ya hemos visto en el sur quería ser visto como un acuerdo tonkinés, el almirante y alto comisario se apoyaba en la declaración de 24 de marzo de 1945. A su entender, las partes de negociación que se destilaban en aquella declaración eran: Camboya, Laos, el Tonkin y Conchinchina; así, separadamente, con Annam en una zona gris que no definía muy bien. Hablando incluso del acuerdo del 6 de marzo, D'Argenlieu interpretaba que el único compromiso que se desprendía de dicho pacto era la celebración de un referendo.

El almirante no las tenía todas consigo. El cambio de tornas que se había producido en Dalat después del incidente de los chinos no le favorecía; era, con seguridad, algo que no había previsto. Por lo tanto, era necesario dar un paso más en la dirección diseñada por él. Ese paso fue promocionar la creación de una delegación parlamentaria conchinchina, que iría a París a contraprogramar a los tipos que ya había enviado el Viet Minh, y a explicar a los franceses metropolitanos que en Saigón y alrededores había un deseo de autodeterminación de la leche; que Saigón, pues, era Guernica.

Esta llamada “misión informativa” salió de Saigón el 23 de abril. En la misma estaba el coronel Nguyen Van Xuan, que había sido compañero de promoción en la Escuela Politécnica de un ministro del gobierno de París, Jules Moch. También estaba Tran Van Huu, ingeniero agrónomo, directivo del Crédit Foncier, filial del Banco de Indochina. William Bazé iba en representación de los colonos franceses. También iba un administrador llamado Kresser (que me apostaría a que era Pierre Jacques Kresser, el autor de un libro llamado La commune annamite de Conchinchine) y el secretario general del Consejo Consultivo de la Conchinchina, cuyo nombre no he logrado encontrar.

Mientras D'Argenlieu se movía por su lado, la conferencia de Dalat se movía por otro. Allí, conforme se había ido, en expresión cortazariana, posando el tigre, las discusiones se habían ido centrando en un tema en el que pocos habían pensado hasta ahora: además de crear un nuevo gobierno, había que crear un nuevo Estado.

Esta discusión ponía las buenas palabras de 1945 y 1946 delante del enorme problema que suponía bajarlas al piso. Los franceses, en 1945, habían hecho una declaración rimbombante sobre la creación de una Unión Francesa, pensando sobre todo en las ideas de Commonwealth británicas. Los británicos, sin embargo, tenían más fácil su proyecto que los gabachos, dado que, al ser su sistema de Derecho de raíz sajona, era mucho más líquido y flexible. Los franceses, apoyados en el Derecho continental, eran más reguladores, y eso pronto terminó por presentar fatiga de material.

París, arrastrado por su concepción continental y por ese espíritu que siempre anima a todo francés y le lleva a pensar que lo que él hace y lo que él piensa es la polla de Montoya; París, digo, quería una Unión Francesa preñada de normas locales todas ellas dimanantes de la Constitución francesa, una sola declaración de derechos, etc. Uno solo de casi todo. Los vietnamitas, como el vasco del chiste, no eran partidarios. Ellos, siguiendo a Lluis Companys (esto es, obviamente, licencia poética), veían la Unión Francesa como una comunidad de Estados soberanos, asociados, iguales en derechos y deberes y vinculados, no por una Constitución común, sino por tratados específicos (o sea: un poco la CEI de Gorvachev). Para ellos, por ejemplo, el alto comisario sólo era el embajador de Francia con otro nombre, mientras que París lo veía como una especie de gobernador general.

Los vietnamitas pusieron encima de la mesa de Dalat un concepto muy claro: libertad total en materia diplomática. Ellos, en el tablero geopolítico mundial, serían amigos y enemigos de quien les saliese de sus huevos amarillos, y no de quién le hiciese pandán al puto De Gaulle. Los franceses hablaban de una representación colectiva de las naciones de la Unión Francesa, de la que formarían parte los indochinos.

A raíz de este detalle, los vietnamitas acabaron por darse cuenta del error que habían cometido permitiendo que en el texto del 6 de marzo se hubiese deslizado el concepto de la Federación Indochina. Ahora que los franceses comenzaban a ponerle cara y ojos a esta institución, se daban cuenta de que lo que París pretendía era hacerle el boca a boca al llamado Gobierno General de los tiempos paracoloniales. Los vietnamitas, exactamente igual que los khemers en Camboya, no veían en ese Gobierno General sino una forma de estancar a los indochinos, incomunicándolos respecto de París, que era con quien verdaderamente consideraban que debían entenderse. Los indochinos estaban dispuestos a conceder a Francia una prevalencia evidente en el ámbito de sus relaciones internacionales; pero no estaban dispuestos a renunciar la bilateralidad.

Todas estas diferencias brotaron como champiñones en el ámbito al que todo buen nacionalista siempre querrá llevar una discusión sobre sus potestades: la educación. Los franceses, que verdaderamente para estas cosas no son los analistas más finos del mundo que se diga, se emperraron en que su idioma, el franchute, siguiera siendo la lengua vehicular en la enseñanza superior. Querían, pues, universidades que pronto serían centros de enseñanza petados de vietnamitas, con profesores vietnamitas, en las que desde las clases hasta los impresos de matrícula se dijesen o redactasen en francés. Los negociadores viet, por supuesto, a todo a lo que se avenían era a que el francés fuese el primer idioma extranjero en su sistema pedagógico. Por supuesto, puesto que un nacionalista nunca olvida la pela, los vietnamitas también ponían pies en pared cuando de las estructuras educativas en sí se trató. Querían quedarse con las escuelas ya levantadas, con la Universidad, con L'École Française d'Extreme Orient y el Instituto Pasteur, con el argumento de que todas estas estructuras habían sido levantadas por el contribuyente indochino; algo que sólo era verdad bajo palabra de honor, las cosas como son.

En materia económica, los vietnamitas eran más PNV que ERC; reivindicaban mucho, pero no paraban de decir que abrían sus amorosos brazos a la participación del amigo francés, con sus subvenciones, sus fondos Next Generation, sus ingenieros gratuitos y todo eso.

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