jueves, diciembre 22, 2022

La hoja roja bolchevique (29): Chuky, el muñeco comunista

 El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos

Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov


A pesar de ser un tipo gris y poco eficiente, además de efímero, Chernenko se apuntó grandes triunfos durante su mandato; algo que nos viene a dejar claro en qué medida la URSS anda muy perdida ya en esos tiempos. Por ejemplo, Leónidas Breznev, su mentor y maestro, había tenido que esperar trece años para ser presidente del Soviet Supremo. Andropov redujo ese plazo a siete meses, pero Chernenko los superó a todos: apenas dos meses después de ser nombrado secretario general, ya era también presidente del Parlamento.

Chernenko, sin embargo, ya no se podía permitir el lujo de un mandatario soviético, el principal lujo: mandar a tomar vientos a su contrincante. Aunque con seguridad lo hubiera deseado, Konstantin sabía que no podía ir a por Gorvachev; el apoyo de Chernenko era la clase política crepuscular, todos miembros de la elite soviética entre los cuales tener setenta y pico era ser un joven imberbe. Por ello, no pudo impedir que Gorvachev fuese nombrado (de forma casi clandestina, por cierto) presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Soviet Supremo; un cargo de gran importancia por su proyección fuera de la URSS, que era lo que ya iba buscando Milhail.

En los meses que Chernenko vivió en el poder, todo en la URSS fue una gigantesca operación de propaganda destinada a demostrarle al pueblo soviético, y al mundo, los porqués de la elección de aquel anciano torpe. Por ejemplo, se publicaron artículos diversos en los que, directamente, se inventó una carrera militar para el camarada secretario general, muy lastrado por el detalle de que, a pesar de tener edad para haber servido en tiempo de guerra, no lo había hecho. Otro elemento que se usó con fuerza fue la familia. Chernenko había tenido una primera mujer de la que se había divorciado y con la que había tenido un hijo: Vladimir, que había iniciado carrera en el Partido, aunque con no mucha suerte (estaba colocado de chupatintas en Siberia). Sin embargo, su segundo matrimonio fue largo y fecundo, y le dio unos hijos que, al revés de lo que ocurrió con los malcriados hijos de la mayoría de otros miembros de la elite, lejos de dar problemas, fueron ejemplares. Un hijo trabajó para el Instituto estatal de Cine en un puesto modesto; y su hija se sacó una licenciatura en Filosofía en el Instituto Marx-Lenin. Un gesto muy suyo fue permitir el regreso a la URSS de Galina Brezneva, la escandalosa hija de su antecesor. Galina reapareció ante los soviéticos en una recepción que había organizado Anna Dimitrieva, la mujer de Chernenko. La habían echado del país en noviembre del año anterior, cuando murió su papá, después de que el KGB la interrogase por el robo de unos diamantes por un amigo (esto ya lo hemos contado).

Teniendo como tenía el ejemplo de Breznev, Chernenko fue un gran defensor de ese principio general que dice: vive y deja vivir. La suya no era una ideología centrada en la disciplina como Andropov, un hombre en el fondo dispuesto a hacer lo que hiciese falta para que la URSS funcionase y fuese capaz de cumplir con sus compromisos de gran potencia. Ciertamente, esto hace que Chernenko presente un cierto perfil más humano, más preocupado por el bienestar de la gente; pero también es cierto que hundió a su país en la mediocridad y la ineficiencia.

Galina Brezneva no fue la única rehabilitada por Chernenko. Estas medidas de gracia comunista también alcanzaron a víctimas de Andropov. El mandatario comunista en Moldavia, Semion Grossu, fuertemente criticado por Andropov, recibió la Orden de Lenin. Asimismo, se detuvieron en seco las investigaciones que se habían comenzado sobre Alexei Shibanov, presidente del Consejo Sindical; así como las que afectaban al secretario del Partido en Krasnodar, Sergei Fiodorovitch Medunov, que había sido cesado. Asimismo, el antiguo ministro de energía Piotr Stepanovitch Neporozhny, también bajo la lupa del KGB, fue liberado de toda investigación y se le permitió retirarse con honor.

Piotr Neporozhny. Vía Wikipedia.

Sergei Medunov. Vía Wikipedia.

Chernenko, por lo demás, siguió la tradición de luchar contra la corrupción en la URSS; pero la suya, como de la de sus antecesores, fue siempre una lucha selectiva que, por lo tanto, tendía a ser muy comprensiva con los suyos, como veremos. Eso sí, durante sus mandatos se dictaron dos sentencias de muerte por corrupción. La primera fue para el director de la Tekhnopromexport, un órgano de exportación de ingeniería, Yuri V. Smelyakov; la segunda, para un subordinado suyo en el departamento de Importación, Viktor A. Pavlov. Asimismo, el director del famoso emporio de delicatessen Eliseyev en San Petesburgo, fue ingresado durante meses en un hospital penitenciario y, finalmente, también fue fusilado. Era un buen amigo de Galina Brezneva y, de hecho, solía llenarle la nevera con el tipo de cosas de gran lujo que vendía en su tienda. A ver si os vais a creer que en el URSS el vodka que venía con las putas llovía del cielo.

No sólo ejecuciones. En la era Chernenko, todo un pequeño ejército de secretarios de comité central y ministros fue cesado en lugares como Uzbekistán; en las repúblicas periféricas era más fácil para cualquiera hacer de su capa un sayo. Sólo en Letonia, un centenar de cuadros del Partido fue expulsado tras conocerse un caso ERE de la hostia en el Ministerio de Agricultura. En Rostov, la policía investigó y descubrió una organización criminal con todas sus letras.

Mucha gente en la URSS comenzó a pagar muy caro el hecho de que, cuando menos aparentemente, su camarada secretario general resultase ser alguien a quien las delicias de la política nunca le habían atraído. Andropov, ya os lo he dicho, hizo lo que pudo por encontrar en su vida episodios oscuros, pero no los tenía. Es normal, por lo tanto, que un tipo así hiciese de la lucha contra el crimen una de sus banderas. Aunque en la URSS es difícil de saber, se especula con que los casos, investigaciones y ceses fueron decenas de miles. Quizá Chernenko era, en verdad, el último comunista que se creía en el comunismo; el último idiota que consideraba que un buen comunista tiene que dar ejemplo con su austeridad, su equilibrio y su personal modestia. Asimismo, Chernenko acuñó en su tiempo el eslógan La lucha por la legalidad, tratando, siquiera de una forma cosmética, de dar la impresión de que la URSS era un lugar donde el imperio no era de la voluntad de nadie, sino de la ley.

Todo esto encuentra su lógica en el país sobre el que Chernenko sabía que estaba sentado. La URSS de Chernenko había vivido los años de Breznev, aburridos y franquistas hasta la médula; y el breve reinado de Andropov, en el que muchas cosas se habían intentado cambiar de forma lampedusiana. Los soviéticos adultos se habían cansado de esperar los buenos tiempos que el comunismo siempre difiere a pasado mañana. Tenían, eso sí, nostalgia de los mejores años de Breznev, cuando la crisis del petróleo había petado los anaqueles de las carnicerías; pero sabían que aquello había sido la excepción. Sabían que vivían en un país de mierda, gobernado por gobernantes de mierda, un país que enviaba a sus hijos a morir en un Vietnam de vía estrecha en Afganistán. La gente estaba, básicamente, hasta los huevos; pero ese estar hasta los huevos que te lleva no a protestar, sino a que todo te la sude.

Chernenko quizás quería cambiar todo eso; pero la verdad es que no podía. En cierta ocasión, siguiendo sus instrucciones, Vitali Fedorchuk, a quien ya hemos visto, jefe del KGB, se presentó de incógnito, vestido muy modestamente, en una prisión y pidió hablar con el alcaide. Se marchó dos horas después, harto de esperar, sin que le hubieran hecho el menor caso. Eso era la URSS: un compendio de gentes que no hacía su trabajo, al que conceptos como servicio o atención al usuario se le daban una higa, un país habitado por un ejército de borrachos absentistas que abandonaban sus puestos de trabajo para pasar horas en los parques bebiendo como esponjas. El problema de Chernenko era el de todo comunista: la incapacidad de entender que el problema era el comunismo.

Hay que decir, en todo caso, que, además, Chernenko nunca perdió, como os he dicho, esa voluntad de todo político de mantener fuera de los circuitos de la limpieza a quienes le caían bien. Uno de los escándalos de corrupción más sonados de 1984 fue el que afectó a Nikolai Anisimovitch Shchekolov, que había sido ministro del Interior durante 17 años. Shchekolov era un hombre de Breznev, un miembro de la Mafia del Dnieper. Cinco semanas tras morir Breznev, fue sustituido por Fedorchuk. El 15 de junio de 1983, fue cesado del Comité Central por acusaciones de corrupción. El 6 de noviembre de 1984 se le retiraron los galones de general, y un mes después fue expulsado del Partido. Las acusaciones fueron muy graves, hasta el punto de considerarlo el jefe de una organización criminal, y también afectaron a su hijo y a su mujer.

Chernenko hizo todo lo que pudo, sobre todo, para mantener los galones de su amigo. La respuesta de Fedorchuk fue la que habría ejecutado Andropov: fibrilar toda la información a la Prensa. El 13 de diciembre de 1984, Shchekolov se pegó un tiro.

La caída de Shchekolov fue de gran importancia por lo que vino a significar: con aquel gesto los jóvenes del Politburo, que al fin y al cabo no eran sino viejos alumnos de Andropov, quisieron demostrar que el camarada secretario general carecía de poder para hacer lo que quisiera en cada momento. De una forma curiosa, conforme el poder real de Chernenko se reducía, el culto a su personalidad crecía más, y durante el Día del Trabajo de 1984 las calles de Moscú fueron testigos de una exhibición monstruo de retratos del secretario general, como en los mejores tiempos de Stalin.

Los planes internos de Chernenko eran difusos y resultaron muy poco efectivos; no encontró la tecla para ilusionar a una sociedad que ya pasaba de todo. En materia exterior, su claro objetivo era mejorar las relaciones europeas. Quiso recibir el presidente francés, François Mitterrand. La URSS hizo un esfuerzo mayúsculo por hacer que aquel encuentro pasase la prueba de los encuentros internacionales del mundo libre: retransmisión en directo, comunicado conjunto, esas cosas. La cosa, sin embargo, se la cargó Gromyko. El ministro de Asuntos Exteriores había estado al lado de Andropov y, demás, yo creo que habiendo trabajado para gentes como Stalin y Breznev, era alguien a quien le costaba respetar a Chernenko, a quien encontraba débil e insustancial. El caso es que, en medio de la recepción, Mitterrand invitó a Chernenko a visitar París. El secretario general aceptó encantado la invitación, pero Gromyko se encaró con Mitterrand y le informó de que en el futuro cercano el secretario general no encontraría tiempo para hacer aquel viaje. Fue algo muy calculado. Gromyko sabía que estaba bajo el escrutinio de la opinión pública occidental: quería demostrar que Chernenko era un muñeco, un pelele. Chuky, el muñeco comunista.

Chernenko nunca tuvo un papel relevante en la política exterior soviética porque, como hemos visto y podríamos ver en otros ejemplos (como la visita a Moscú del ministro alemán de Exteriores, Hans Dietrich Genscher), su propio ministro de Exteriores le jugaba a la contra. Y no era el único. Otro que tampoco le ayudaba nada era el responsable de Defensa, el general Dimitri Ustinov. Ustinov, de hecho, era la mano que mecía la cuna de la URSS en aquellos tiempos. Él, sobre todo si le sumamos sus aliados más cercanos, Romanov y Aliev (aunque Chernenko hizo todo lo que estuvo en su mano para ganarse a Aliev, a base de hacerle la pelota constantemente en la Prensa), tenía una pequeña minoría en el Politburo de la que, verdaderamente, dependía Chernenko para sacar adelante sus políticas. Sin Ustinov, Chernenko no era nadie, y lo sabía. Por lo que respecta al general, era en realidad un burócrata, no un militar de verdad, que se lo debía todo a Breznev, que era quien lo había encumbrado. No se sentía en deuda alguna con Chernenko y, de hecho, lo más probable es que su preferencia para mandar en la URSS fuese Romanov.

El general Ustinov. Vía Wikipedia.

Romanov, un ingeniero de profesión, había comenzado su carrera política como primer secretario del raycom de Leningrado. En 1970, siendo todavía muy joven para los estándares soviéticos, 47, fue nombrado secretario del obkom de Leningrado, tras haber desplazado a un peso pesado de la política local, Vasili Sergueyevitch Tolstikov, quien fue enviado a la embajada en Pekín, y eso porque la embajada en Urano no estaba libre.


Vasili Tolstikov. Vía Wikipedia. La foto es
de 1982, cuando todavía tenía poder. La amplia
sonrisa de la señora de detrás sugiere que, tal vez,
ella sabía lo que iba a pasar.

Romanov era miembro de pleno derecho del Politburo con 53 años. Era un tipo siempre elegantemente bien vestido y era, también, el prototipo del hijo de puta. Nunca aceptaba un no, nunca aceptaba una discrepancia; y su no aceptación la dejaba bien clara con actos constantes de brutalidad y abuso de poder. Era duro como Stalin, pero carecía de su austeridad personal. A Romanov le encantaban las fiestas, cuanto más lujosas, mejor. Era el John Gotti de la elite soviética. En la boda de una de sus hijas, hizo servir el cátering con una vajilla china que había pertenecido a los zares, cuya función era ya sólo estar expuesta en los museos. Algunas piezas se rompieron, por cierto.

Romanov, con esa personalidad que tenía, estaba claramente esperando a que la cacatúa la roscase para ser él el mandamás de la URSS. Pero había cosas que se lo impedían.

1 comentario:

  1. Aún no supero que la gran apuesta de los conservadores soviéticos fuera un tipo que se apellidaba Rómanov
    Capaz por eso nadie lo recuerda, suena demasiado irreal

    ResponderBorrar