Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
Nada más conocer las noticias, el rey escribió tres cartas, una para cada uno de los presuntos responsables del intento de golpe de Estado, reclamándoles que se presentasen ante su presencia. Sin embargo, parece que no le dio a aquellas noticias timbre de verdad, porque siguió con sus preparativos de expedición hacia el Norte. Lo hizo, además, reclamándole a sus subordinados que no reparasen en gastos para crear su ejército lo cual, la verdad, era echar gasolina a la hoguera.
Al día siguiente, le informaron de que Robin de Redesdale
marchaba en dirección sur al mando de un ejército bastante nutrido; al parecer,
los monasterios y abadías que se cruzaba el rebelde lo dotaban con generosidad,
para así evitar ser rapiñadas (y porque a un Francisquito, de toda la vida, le
ha dado igual güelfos que gibelinos, con tal de mantener el riñón forrado).
Buena parte de los historiadores considera que detrás de la
figura semi mítica de Robin de Redesdale se encuentra, en realidad, un noble
inglés: Sir Guillermo Conyers of Marske in Swaledale. Si fuese así, sería
miembro de una familia de Richmondshire con importantes vínculos con los
Neville. Su hermano, Sir Juan Conyers, era el señor de Middleham, un territorio
que había sido siempre el centro de poder de los Neville en la siempre
conflictiva y disputada Yorkshire. De hecho, cuando menos dos Neville, Sir Enrique FitzHugh
y Sir Enrique Neville, formaban parte de la patota de Robin de Redesdale.
De hecho, cuando la partida de Redesdale hizo público un
manifiesto con sus quejas, quedó clara que éstas eran muy cercanas al conde de
Warwick. Se acusaba al rey de haber apartado a los Neville del consejo real,
echándose en manos de nuevos validos (los Woodville). El manifiesto acusaba al
rey Eduardo de estar haciendo lo que ya habían hecho, antes que él, Eduardo II,
Ricardo II y Enrique VI; los tres, reyes depuestos.
Warwick no estaba con ellos, pero tampoco se estaba quieto.
El 12 de junio el Trinity, que era la
nave capitana de la flotilla de su propiedad, había sido bendecida en Sandwich
en una ceremonia presidida por el arzobispo de York, Jorge Neville. Warwick,
Neville y Clarence utilizaron la disculpa de la ceremonia para reunirse allí.
La segunda mitad del mes la pasaron en Londres y Kent. El 28 de junio, de forma
más que probablemente pactada, Warwick le dio otra vuelta de tuerca a la
situación mediante una carta a la villa de Conventry en la que anunciaba el
próximo matrimonio de una de sus hijas, Isabel, y Clarence; y solicitaba la
formación de una tropa que lo acompañase a ver al rey con la noticia. Tras
hacer eso, sin embargo, el trío de la bencina, acompañado ahora por el conde de
Oxford, regresó a Sandwich, donde se embarcó hacia Calais. Allí, el 11 de
julio, el arzobispo casó a la niña con el hermano del rey. Era la señal para
quitarse las caretas.
Warwick distribuyó copias del manifiesto de Robin y una
carta firmada por los tres conspiradores en la que anunciaban la formación de
un ejército con todo aquél que se les uniese, con el que marcharían hacia
Canterbury el domingo 16 de julio. Regresado a la isla, Warwick fue vitoreado
en Kent. El 16 de julio estaba en Canterbury, como prometió, desde donde marchó
hacia Londres el 20. Mientras tanto, Eduardo estaba en Nottingham, de donde no
se podía mover todavía porque las fuerzas acopiadas en Gales por Pembroke y
Devon todavía no habían llegado. Robin de Redesdale, por su parte, marchaba sin
oposición hacia el sur, sin esconder ya que su objetivo era reagruparse con
Warwick, lo que bloquearía la capacidad de Eduardo de llegarse a Londres.
En Londres, Warwick encontró las puertas de la ciudad abiertas.
La municipalidad incluso le otorgó un subsidio. El conde salió de Londres para
entrar en contacto con Redesdale. Mientras tanto, y de forma inexplicable, las
principales tropas reales habían hecho una tontería, puesto que se habían
separado. De esta manera, la tropa de Pembroke, formada mayoritariamente por
caballeros, iba descoordinada de la de Devon, fundamentalmente formada por
arqueros, por lo que ambas armas no se podían combinar la una con la otra.
Así las cosas, el tema hizo crisis en Edgecote, el 26 de
julio de 1469. El día antes, Pembroke y Robin habían entrado en contacto con
alguna escaramuza; pasaron la noche muy cerca los unos de los otros. Al día
siguiente, los galeses de Pembroke, a pesar de no contar con arqueros,
consiguieron mantener el control del río que los separaba de los rebeldes. Hubo
entonces una parada, pero tras el almuerzo llegaron Sir Guillermo Parr y Sir
Geoffrey Gate con parte de las tropas que había acopiado Warwick, y eso les
animó a atacar. Pembroke debería estar para entonces reforzado por la
infantería al mando del conde de Devon, pero parece que estas tropas y sus
mandos decidieron que tenían mucho más que perder que ganar si lo hacían. En
este segundo ataque, pues, los galeses no pudieron conservar sus posiciones, y
sufrieron muchas bajas. La derrota fue tan indiscutible que Pembroke y su
hermano, Sir Ricardo Herbert, fueron capturados, llevados a Northhampton y
decapitados.
Cuando el 29 de julio el rey Eduardo abandonó Nottingham,
probablemente ni siquiera tenía todavía información del desastre de Edgecote.
Esperando reunirse con Pembroke y Devon, en Olney, sin embargo, tomó contacto
con los primeros heraldos con noticias frescas. Cuando estas noticias fueron
conocidas por las tropas que iban con él, la mayoría quiso desertar. En esas
condiciones, para el rey era imposible la resistencia; así pues, cuando Jorge
Neville se presentó y le intimó para que se entregase en detención, no se
opuso. Lo enviaron al castillo de Warwick y más tarde a Middleham, esto es, al
corazón del poder de los Neville. Se dispararon los rumores de que Eduardo
sería declarado bastardo, para así empedrar el camino a la corona para
Clarence.
A mí me da toda la impresión de que Warwick, aquel verano,
lo había preparado todo para obtener una victoria militar; pero no tenía
demasiado preparada la victoria política. El arresto del rey y la disolución de
sus tropas le lanzó un mensaje claro de vacío de poder a un país que, no se
olvide, acababa de levantarse, en muchos casos, por puras razones de rebelión
antigubernamental; y no parecía que hubiese nadie que hubiese previsto llenar
ese vacío con nuevo orden. Las intenciones de Warwick no eran conocidas; no se
sabía si habría un nuevo rey, una nueva dinastía, o qué coño. A lo largo y
ancho del país, pues, empezó a pasar lo que esa frase hecha en español que nos dice que desde que murió Romanones, todo el mundo hace lo que le sale de los cojones. Los enfrentamientos entre casas nobles que se tuviesen ganas por pasadas
polémicas de lindes o derechos se convirtieron en ley. Y, en medio de todo
aquel follón, renació la causa lancastriana: Sir Humphrey Neville de Brancepeth
levantó la bandera de una rebelión en el Norte, lo que obligó a Warwick a tomar
el control personal de las tropas contra él.
Sin embargo, el conde apenas encontró gente que quisiera
formar parte de su nueva armada. La razón está, probablemente, en que había
leído muy mal el partido. Muchas de las personas que se habían alzado junto a
Robin no lo habían hecho contra el rey, sino contra su camarilla. Ahora que la
rebelión había conseguido eliminar aquella cuota de poder, no veían necesidad
de seguir cogiendo la espada. Si Warwick, pues, quería controlar Inglaterra,
tendría que ser en compañía del rey, no en oposición.
En septiembre, pues, Warwick sacó a Eduardo de su
confinamiento y lo paseó por York y Pontefract. Aquello fue como el bálsamo de
Fierabrás, pues las gentes, creyendo que ahora era el rey quien les llamaba
para sofocar la rebelión lancastriana del norte, se apuntaron masivamente a la
pelea. Humphrey Neville fue capturado y llevado a York, donde fue ejecutado el
29 de septiembre. Pasada esta ceremonia, de la que fue testigo directo, el rey
Eduardo convocó un consejo formado por Clarence, Gloucester, su cuñado Suffolk,
Arundel, Essex, Northumberland, Hastings y Mountjoy. Tras ello, marchó
escoltado por todos estos nobles a Londres.
Eduardo, una vez en el centro del poder inglés otra vez,
decidió actuar como si nada hubiese pasado; ni recompensas, ni castigos. Yo
creo que, claramente, había ganado formalmente la partida frente a Warwick,
pero era, al mismo tiempo, consciente de que en el terreno de las realidades
eso no era tan cierto. Había tenido que apartar de su lado a gran parte de los
consejeros odiados por los Neville y, asimismo, su política de “aquí no ha
pasado nada” prácticamente dejó todas las prerrogativas, posesiones y centros
de poder del conde en sus manos. El matrimonio de su hija con Clarence no se
tocó y, lo que es más, su sobrino y heredero fue prometido a la hija mayor del
rey, que no tenía hijos varones. La familia Neville, pues, no hacía sino
comprar boletos en la lotería de la Corona. Warwick, pues, disponía de dos vías
de actuación: o bien esperar para que la Naturaleza hiciera sus cositas,
momento en el que las posibilidades eran muchas de que la corona cayese en las
sienes de alguien de su familia; o bien activar la sustitución definitiva de
Eduardo, para lo cual seguía contando con la alianza de Clarence quien, probablemente,
estaba más urgido que su socio por torcerle el brazo a la marcha normal de los
acontecimientos.
Era cuestión de esperar un momento adecuado. En Lincolnshire
surgió un problema en cuyo centro estaba Sir Tomás Burgh de Gainsborough, el
Caballerizo Mayor del rey. Tomás se enfrentó con el principal
terrateniente de la zona, Lord Welles, y Willoughby. Aparentemente, Willoughby
se había implicado en la rebelión de Robin de Redesdale. En algún momento del
invierno de 1469, Welles y su hijo, Sir Roberto Welles, y sus cuñados, Sir
Tomás de la Lande y Sir Tomás Dymmock, atacaron la mansión de Burgh, de la que
no quedaron ni los ceniceros. Algunos meses después, en marzo de 1470, en otro
lugar de Inglaterra el clan de los Talbot y el de los Berkeley se enfrentaron
en una batalla en toda regla en Nibley Green.
Lo de Lincolnshire fue más importante porque el rey decidió
intervenir en defensa de su amigo Burgh, y se presentó allí con tropas. Esto
provocó que los Welles buscasen sus propios aliados, y era lógico que los
buscasen entre los Clarence/Warwick. Por otra parte, el movimiento del rey
levantando un ejército prácticamente en la misma zona en la que, meses antes,
había intentado hacerlo para responder al avance de Robin de Redesdale, motivó
el rumor de que lo de Burgh era una disculpa, y que lo que buscaba Eduardo era
ganar la batalla de Edgecote meses después. Se dijo entonces que la amnistía
general concedida respecto de las acciones de entonces no sería respetada; que
muchas personas que habían participado en aquellas acciones acabarían colgando
por el cuello.
De nuevo, pues, la oposición tenía la posibilidad de
encontrar a la opinión pública a su favor.
Clarence y Warwick entraron en inteligencia con los Welles.
Warwick proclamó una leva, formalmente para ayudar al rey.
Eduardo, mientras tanto, había llamado a Welles y Dymmock a
Westminster, donde les garantizó el perdón si se quedaban quietecitos. Sin embargo,
nada más conseguir esto, lejos de desconvocar la leva que había levantado
teóricamente para sofocar los problemas de Lincolnshire, la intensificó; el 3
de marzo movilizó a su artillería.
Así pues, según cuando menos mis impresiones, el rey también
tenía sus propios planes. Quizás estaba pensando en resolver el problema dinástico
de una vez, y por las bravas.
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