El hundimiento
De Krebs a Demnin
El Brezal de Luneburgo
Patton
Ike resiste la tentación
Estamos ya en el
día 8 de mayo, y el mariscal Iván Konev, al mando del I Frente
Ucraniano, está llevando a cabo la penúltima acción bélica de la
segunda guerra mundial: avanza por Checoslovaquia hacia el sur,
camino de Praga. Pero que ésta sea la postrer acción bélica de la
guerra no quiere decir, necesariamente, que sea la única; hay
lugares, como la península de Curlandia, donde se sigue peleando si
bien, cuando ese mismo día un oficial del Ejército Rojo informó de
que se habían iniciado negociaciones de rendición, se dejó de
disparar.
En la mañana del
día 8, el general Bunyachenko y sus tropas vlasovitas dejaron Praga.
El día anterior habían salvado la ciudad de la presión de las SS,
ante la euforia de los alzados contra el poder alemán. Sin embargo,
ahora el Consejo Nacional Checo de la resistencia, bajo control
comunista, consciente de que el Ejército Rojo estaba ya a tiro de
lapo de la ciudad, prefirió pedirles que se marcharan, conocedores
como eran de lo poco queridos que eran entre los soldados ucranianos.
El problema, sin embargo, seguía siendo el día 8 el mismo que días
antes: los soviéticos tardaban demasiado en llegar a la capital del
país. De hecho, lo que se temía que podía pasar, al final acabó
pasando: al marcharse el Ejército Ruso de Liberación los alemanes,
conscientes de que las tropas vlasovitas eran de hecho el único
soporte que tenía la rebelión checa, iniciaron un ataque feroz. Las
SS acopiaron en la plaza central de la ciudad más artillería y
carros de combate que en ningún momento anterior, y comenzaron a
bombardear los dos bastiones de la resistencia, el viejo ayuntamiento
y el edificio de la radio. Ambos edificios colapsaron parcialmente,
las líneas eléctricas y un transformador fueron totalmente
destruidos y los obuses terminaron por reventar las conducciones de
agua. De esta manera, en los otrora cuarteles generales de la
resistencia la esquina que no se estaba incendiando era porque estaba
inundada.
Ante su
superioridad, las SS comenzaron a portarse como sabían. Por toda la
ciudad comenzaron a acopiar civiles checoslovacos, muchos de los
cuales eran fusilados casi al instante. Comenzaron, pues, una
operación de limpieza étnica a gran escala y en toda regla; de ésas
que las personas que usan la palabra genocidio con excesiva
liberalidad deberían estudiar un poquito. Muertes todas éstas, cabe recordar, que Patton podría haber evitado muy fácilmente; así de edificantes son los finales de las guerras.
Es más: paradójicamente,
entre las filas aliadas había dos unidades militares formadas por
checoslovacos que, en ese momento, se estaban comiendo los testículos
por no poder estar en Praga defendiendo a los suyos. La primera era
una brigada de casi 4.000 hombres, integrada en el XXI Grupo de
Ejércitos de Montgomery; llevaban seis meses asediando Dunquerque.
Precisamente el 8 de mayo, el almirante Friedich Frisius, comandante
del puesto alemán, se les rindió.
Por otro lado,
Eisenhower había permitido que unos 150 hombres de esta unidad checa
se desplazaran al III Ejército de Patton, para participar en la
liberación de la Checoslovaquia occidental. El día 8, estos tipos
estaban emplazados en Kysice, cerca de Pilsen, y estaban de los
nervios. Su comandante, el teniente coronel Alois Sitek, se las había
arreglado para entrar en contacto con la resistencia en Praga, y
sabía bien lo que estaba pasando.
A las 11 de la
mañana, sin poder ya más, Sitek contactó con el comandante de la
II División, general Walter M. Robertson. Le informó de que en
Praga estaba a punto de perderse todo y que la gente estaba
cascándola a puñados. Le dijo que tenía a sus 150 soldados y unos
mil checoslovacos a los que había conseguido reclutar. Tenían,
además, transportes suficientes; así que le pidió permiso para
mover el culo hacia Praga.
Robertson contestó
lo que se podría imaginar de él. Personalmente, empatizaba mogollón
con los intereses y las angustias de su compañero el teniente
coronel que hablara raro. Estaba de acuerdo en que ir a Praga para
ayudar estaba a huevo e, incluso, era, además, lo que había que
hacer. Pero él tenía unas órdenes: permanecer en la línea de
Pilsen; y si él tenía esas órdenes, Sitek también debía
obedecerlas. Hay que tener un cuajo de la hostia para ordenarle a
alguien que se quede sentado en su jeep mientras escucha por
la radio cómo sus compatriotas son asesinados a tiros o debajo de
los obuses. Pero, primero, Robertson era estadounidense; eso le
garantizaba que los pueblos situados fuera de sus sacrosantas
fronteras, mutatis mutandis, le importasen un cojón. Y,
segundo, era militar; a los militares, este tipo de putadas nunca les
han costado gran cosa.
Robertson, sin
embargo, no se quedó ahí. Le puso una llamada a la plana mayor del
V Cuerpo de Ejércitos estadounidense. Asimismo, desde el V Cuerpo
llamaron al cuartel general del III Ejército. El estado mayor de
dicho ejército llamó al SHAEF a Reims y pidió hablar con
Eisenhower en persona. Y Eisenhower en persona les dijo que no
movieran ni un pelo del culo. Cada palo, que aguante su vela.
Esa misma mañana
del 8, Radio Praga había enviado su último mensaje de petición de
auxilio en inglés. Pero los checoslovacos situados en Pilsen no
pudieron hacer nada. Al mismo tiempo, sin embargo, la otra unidad
formada por soldados checoslovacos, el I Cuerpo Blindado al mando del
general Ludvik Sovoboda, avanzaba todo lo deprisa que podía. Esta
unidad había sido incluida por los soviéticos en el I Frente
Ucraniano, asignada al XXXVIII Ejército soviético como unidad de
extrema movilidad. Ellos también habían llegado lo suficientemente
cerca de la capital como para poder escuchar las emisiones de Radio
Praga.
A la una de la
tarde, el Consejo Militar de Praga realizó una última llamada de
emergencia. Conocedores de las ejecuciones sumarias que estaban ya
realizando las SS por toda la ciudad, habían resuelto luchar hasta
el último hombre. Ya, la verdad, todo les daba igual. A las tres de
la tarde, a pesar de la acción bastante efectiva de los rebeldes, que
tenían panzerfausten para retrasar el avance alemán,
el edificio del Ayuntamiento estaba bajo las llamas, y su tejado
había colapsado.
Sin embargo, a las
cuatro y cuarto de la tarde, todo cambió. Junto a la estatua de Juan
Hus en la plaza mayor de la ciudad aparecieron alemanes con banderas
blancas. El general Rudolf Toussaint, comandante de las fuerzas del
ejército en Praga, había recibido noticias de la proximidad del
Ejército Rojo. Ahora ya no quería luchar. Quería pactar un alto el
fuego a cambio de una salida franca de la ciudad para las tropas
germanas.
Toussaint y los
rebeldes llegaron a un acuerdo a las seis de la tarde. Todo el
armamento pesado en poder de los alemanes se rendiría en las afueras
de la ciudad, mientras que el armamento ligero sería entregado al
Ejército Nacional Checo antes de que los alemanes alcanzasen las
líneas estadounidenses, que era a donde, lógicamente, pensaban
dirigirse una vez que se marchasen. Todos los prisioneros de guerra
en poder del ejército alemán serían transferidos a la policía
checoslovaca. Quince minutos más tarde de que el general Kutlvasr
firmase al pie del acuerdo, la principal columna germana, con unos
3.000 hombres, salió de la ciudad echando hostias. Praga,
finalmente, se había salvado de un holocausto total; pero por el
camino se habían quedado cientos, si no miles, de muertes inútiles,
cuando no perfectamente evitables. Lo repito: las personas que ven
que en los países de la antigua Europa de Este se imponen soluciones
populistas o ideológicamente extremas suelen mirar ese proceso por
encima del hombro, desde la superioridad que se han autootorgado.
Nunca piensan en el tipo de experiencias que han vivido esos pueblos,
cuántas veces se han visto abandonados, ninguneados, regalados en la
almoneda de la geopolítica. Pero, claro, cómo van a pensar en eso
si, por lo general, no tienen ni puta idea.
La mañana de aquel
8 de mayo, asimismo, comenzó el interrogatorio de Hermann Göring.
Fue en el cuartel general de la XXXVI División de Infantería
estadounidense, en la localidad austríaca de Kitzbuhel; y el
interrogador fue el carcelero de Göring, el brigadier general Robert
Stack. Genio y figura hasta la sepultura, Göring no pareció
mostrarse en modo alguno impresionado por el hecho de haber sido
apresado por los estadounidenses. De hecho, el día 7 Stack se había
comunicado con el ayuda de cámara del general para comunicarle que
quería que Göring se presentase en su despacho a las nueve de la
mañana; pero el mayordomo, muy tranquilo, le había contestado que
su jefe no tenía la costumbre de madrugar tanto; así pues, si no le
importaba, mejor quedaban a las once o así. Stack le contestó:
“pues mañana madrugará”. Madrugó.
Muy influido por
los estúpidos informes de la muy estúpida inteligencia militar
estadounidense, nada más comenzar el interrogatorio mañanero Stack
se aplicó a sonsacarle a Göring cualquier información sobre el tan
celebérrimo como falso Reducto Nacional, guarida nazi, guarida del
lobo o como se la quiera llamar. El 8 de mayo de 1945, todavía los
analistas de inteligencia militar americana seguían creyendo las
polladas con que había coqueteado de vez en cuanto Göbels, según
las cuales los nazis habían poco menos que vaciado los Alpes como un
kiwi y habían construido dentro factorías y armas sin fin (y, por
lo visto, estaban esperando a utilizarlas a que Hitler bajase de los
cielos, resucitado y en loor de Santidad). Göring, que se extrañó
sinceramente por las preguntas según todos los testigos disponibles,
se limitó a contestar que, bueno, él creía haber oído que alguna
vez se habían hecho planes en aquel sentido; pero que hacer, hacer,
lo que se dice hacer, no se había hecho nada, mi general
tontopollas.
Luego pasó a
preguntarle Stack cuándo había visto a Hitler por última vez.
Göring contó la verdad: que lo había visto por última vez en su
cumpleaños, 20 de abril de 1945. Que lo había encontrado muy
enfermo ya. Y que, después de la celebración, el Reichsmarschall se
había pirado a Berchtesgaden, pero que Hitler no lo había
acompañado. El 23 de abril, el general había descubierto que su
Führer estaba totalmente rodeado por los soviéticos en Berlín, y
recibió informaciones de que había tenido algún tipo de ataque,
que le hizo sospechar que ya no era dueño de sus actos. Fue entonces
cuando le mandó el famoso telegrama en el que proponía sucederlo al
frente del Reich y negociar la paz, telegrama que provocó la
reacción hitleriana que es sobradamente conocida.
Siguió contando
Göring que en Berchtesgaden lo protegieron las SS, que se lo
llevaron a Salzburgo cuando la RAF consiguió bombardear el lugar.
Allí, siempre según su relato, lo esperaba un comando de las SS con
órdenes de Hitler de apiolárselo; pero, siendo como era el general
jefe del Aire, una unidad de dicho ejército pudo salvarlo. A partir
de ese momento, sabiendo que la orden de Hitler de detenerlo como
traidor iba en serio, todos los esfuerzos de Göring se centraron en
ir al encuentro de las tropas estadounidenses.
La mitad de los
elementos de este relato es verdad, y la otra mitad no sé si es
estrictamente mentira, porque lo cierto es que Göring, en ese
momento, estaba en condiciones de creerlo todo. De hecho, la
sensación que sacó Stack de aquellos interrogatorios fue que
Hermann Göring había perdido el contacto con la realidad. De hecho,
llevaba consigo una carta, que le enseñó a su interrogador,
dirigida personalmente al general Eisenhower. Una carta en la que
Göring se ofrecía para colaborar con los aliados en la
reconstrucción de Alemania. Da la sensación de que Stack no se
molestó demasiado en explicarle a Göring que, en esos momentos, era
considerado un criminal de guerra. En defensa del mariscal del Reich
hay que decir que, en realidad, antes de los juicios de Nuremberg,
nadie hubiera imaginado que una cosa tal se iba a celebrar. Pero, la
verdad, que Göring, sabiendo lo que sabía, y habiendo hecho todo lo
que había hecho, no fuese consciente de que no podía aspirar nada
más que a la cadena perpetua o la horca, lo dice todo sobre su poca
relación con el mundo real.
A primera hora de
la tarde, el otrora número dos en el poder nazi fue trasladado a un
avión militar estadounidense, que lo llevó hasta el cuartel general
de las tropas americanas en Ausburgo, donde fue formalmente detenido.
Göring hizo que el sargento intérprete le transmitiese a Stack su
principal inquietud: quería saber qué uniforme debía ponerse
cuando se presentase ante Eisenhower, y si debía llevar su pistola
reglamentaria y su daga ceremonial. Stack, que hablaba un poco de
alemán, le contestó personalmente: das ist mir ganz wurst,
que viene a ser algo así como me importa un huevo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario