miércoles, mayo 14, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (14): Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse




Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 


 

Francia no había esperado al acto de capitulación. No podía permitírselo. El 15 de agosto, había dado orden ya de que diversos efectivos de comando descendiesen en paracaídas sobre el Tonkin, buscando conectar con las guerrillas allí y recuperar algún nivel de control francés sobre la zona. La mayoría fueron asesinados. Sin embargo, lo que sí consiguió un comando naval fue desembarcar en Hai Phong y controlar a los japoneses. Inmediatamente, trató de remontar el Río Rojo hacia Hanoi, pero no pudo comenzar la operación propiamente dicha hasta el 22 por las condiciones del terreno.

El día antes, sin embargo, Sainteny había aterrizado en Gia Lam, el aeródromo de Hanoi, junto con otros cuatro ayudantes franceses. Llegaron en un aparato estadounidense y acompañados por el coordinador en la zona del Office for Strategic Services u OSS, el comandante Aquímedes Leónidas Attilio Patti.

Tuvo que ser, imagino, la “protección” estadounidense la que libró a este grupo de gabachos de terminar como la mayoría de los otros que llegaron a la zona en aquellos días. Sainteny, en un farol acojonante pues eran, literalmente, cuatro y el de la guitarra, se instaló en la sede del Gobierno General y comenzó a contactar con los civiles franceses locales. Asimismo, negoció con las autoridades japonesas la liberación de los prisioneros de guerra, que le fue concedida porque los nipones ya estaban en plan para dos días que me quedan en el convento...

El día 27, siempre antes de la capitulación pues, una delegación de rebeldes vietnamitas, presidida por Giap, le giró visita. El Viet Minh ni de lejos estaba adoptando una actitud chulesca o retadora. Era perfectamente consciente de lo endeble de su posición, y entendían que cualquier cosa que se plantearen deberían hacerlo con conocimiento y aquiescencia francesa, cuando menos algún grado de permisividad.

Patti, sin embargo, llevaba otras instrucciones. Como ya hemos visto, el presidente Roosevelt era furibundamente anticolonialista; y aunque Truman era de otra pata, en esto no variaba demasiado la melodía. El comandante americano pronto le dejó claro a los vietnamitas que ellos no estaban por apoyar a una Francia que pretendiese sin más recuperar su poder en Indochina. Esto supuso el aislamiento prácticamente inmediato de Patti en su edificio de Hanoi, paradójicamente protegido por soldados japoneses, ya que los estadounidenses le habían encomendado a Japón la seguridad pública de la ciudad vietnamita.

Los problemas de Francia, de hecho, eran más grandes. El 11 de agosto, el general Alessandri, que era el comandante de las tropas francesas en el Yunan, había contactado con el general chino Ho Ying Ching (He Yingqin según la Wikipedia por el pinyin y esas cosas), que era jefe de Estado Mayor del Kuomintang, a quien lo único que le había arrancado era el compromiso de que, si los chinos entraban en el Tonkin para atacar a los japoneses, los franceses podrían ir con ellos (probablemente, llevando el botijo y los condones).

Alessandri estaba en Kumming, sin haberse concretado el ofrecimiento claro, cuando se enteró de la rendición de los japos. Cuando lo supo, inmediatamente intentó contactar con el general Lu Han, señor de la guerra de Yunan, porque era el jefe militar que había recibido la orden de penetrar en el norte de Viet Nam. Lu Han odiaba a la Alessandri, como lo odiaban, en general, los jefes militares del sur de China, porque lo consideraban el responsable de que los japoneses hubiesen tomado el control del Tonkin. En consecuencia, el chino trató al francés como los franceses suelen tratar al resto del mundo e, incluso, a otros franceses cuando no son la misma Isla de Francia: pasó mucho de su culo, le contó diferentes mierdas, y el 28 de agosto, cuando traspasó la frontera chino-vietnamita, lo hizo solo (bueno, solo no, porque estaba rodeado de chinos).

La posibilidad que más triunfos le podría haber aportado a Francia: entrar en el norte de Viet Nam con sus propia tropas, encargándose del orden y esas cosas, se había disuelto, pues. Ahora ya sólo quedaba espacio para jugar por la pedrea. Alessandri contactó con el general estadounidense Gallagher (muy probablemente, Phillip E. Gallagher), que era el enlace oficial con Lu Han, a través del cual consiguió el permiso para ir a Hanoi en avión en compañía de su consejero político, Léon Pignon. El día antes de su llegada, Lu Han había llegado a Hanoi, había marchado hacia el edificio del Gobierno General, y le había informado fríamente a Sainteny que se fuera a tomar por culo de allí, que ahora él ocuparía la sede. Sainteny, a quien en todos esos días ni Calcuta ni París habían enviado la menor instrucción en un sentido o en otro, cogió sus lápices y se largó.

La llegada de los chinos a Hanoi, en todo caso, supuso un comienzo de acciones y expresiones antifrancesas generalizadas, en las que los chinos eran los principales animadores, que sólo se moderaron por la intervención de los estadounidenses. Lu Han, sin embargo, tenía las cosas muy claras, y el 28 de septiembre organizó el acto formal de rendición del XXXVIII Ejército japonés. Una ceremonia en la que la bandera francesa ni siquiera fue añadida entre las de las naciones aliadas, y a la que Alessandri se negó a acudir; algo que le sirvió para comprobar que nadie le echó de menos.

A esas alturas de la cosa, y a pesar de que siempre han sido muy lentos a la hora de percibir las tendencias, en París comenzaban a estar mosqueados, sobre todo con los chinos. Teóricamente, todo eso lo tenía que resolver el propio De Gaulle, puesto que tanto en agosto como septiembre tuvo, dentro y fuera de Francia, diversos encuentros con el poderoso Tse Ve Soong. Pero, claro, en realidad, ¿cuándo ha resuelto nada De Gaulle?

Yo supongo que será difícil de creer lo que voy a escribir ahora; pero lo cierto es que, si un enemigo tenía en ese momento Francia y un amigo el Viet Minh (y ojo con lo que escribo: no me refiero a la causa independentista vietnamita, sino al comunismo vietnamita), ese amigo eran los Estados Unidos. El comandante Patti, para empezar, era un decidido vietminhero, como lo eran bastantes oficiales de la OSS que, abiertamente, animaban a los comunistas a romper con los franceses y tirar para delante como los de Alicante. Todo aquello era, en buena parte, una jugada conjunta del Kuomintang y los estadounidenses, que buscaban sustituir a los franceses como gran elemento de influencia en Indochina y confiaban, cada uno por su lado, en que podrían manipujlar a los comunistas. Aunque, al fin y a la postre, fueron los comunistas los que los manipularon a los dos..

En el sur, en la Conchinchina, un grupo de paracaidistas franceses había descendido sobre la región de Tayninh el día 22 de agosto. Entre ellos se encontraba el coronel Jean Cédile, administrador de las colonias y delegado del Alto Comisionado de Francia para la Indochina del Sur. Fueron detenidos por los japoneses, que los enjaretaron en Saigón; pero, claro, como los acontecimientos eran los que eran, muy pronto Cédile fue autorizado para contactar con la colonia francesa en Saigón. Con lo que pudo pillar, incluidos varios marxistas, Cédile formó un llamado Comité de Información.

El objetivo fundamental del francés era gestionar la situación de victoria clara del Viet Minh. Así que rápidamente Cédile trató de contactar con el Comité Ejecutivo Provisional del Nam Bo (la región sureste). Los marxistas, por otra parte, le consiguieron una cita el 27 de agosto con Giau, Thach y Tao.

Cédile les ofreció lo único que realmente tenía: la declaración de 24 de marzo de aquel año, en la que el gobierno francés anunciaba la creación de la Federación Indochina. Los vietnamitas, prudentes y corteses como lo suelen ser siempre, especialmente cuando están muy cabreados, le expresaron al “representante de la nueva Francia” todos sus respetos y simpatías; pero, acto seguido, trataron de dejarle meridianamente claro que la declaración de marzo no podía ser ya ni siquiera un documento para iniciar las conversaciones, mucho menos para cerrarlas. Viet Nam, explicaron, ya ha logrado la independencia. Eso no quiere decir que el país se quiera enfrentar con Francia, matiz que permanecerá en los meses y años por venir de forma clara, dado el pragmatismo de los asiáticos, que eran bien conscientes de que necesitaban el capital, los conocimientos y el capital humano francés para salir adelante. Los Viet Minh dejaron claro que estaban dispuestos a reconocerle a Francia ventajas económicas, culturales, a facilitar la salida de los franceses que quisieran dejar el país y a pagar compensaciones. Todo eso, sin embargo, pasaba por el reconocimiento sin ambages por parte francesa de la independencia de Viet Nam.

La posición del Viet Minh, sin embargo, no era tan sólida. Cada día que pasaba, no sólo ellos, sino también los trotskistas, el TNTP o los caodaístas se mostraban más activos. Muchas de las formaciones nacionalistas comenzaban a darse cuenta de que los movimientos del Viet Minh, en realidad, lo que perseguían era consolidar la hegemonía comunista, y se consideraban estafados.

Siguiendo instrucciones de Hanoi, Giau organizó, el 2 de septiembre, una manifestación monstruo en la que más de 200.000 personas desfilaron delante de una tribuna donde estaban los miembros del Comité Ejecutivo Provisional. Esto se hizo para unificar a los comunistas, los trotskistas, los Hoa Hao, los caodaístas, las Juventudes de Vanguardia, el Phuc Quoc, bajo la bandera de la Doc Lap, la independencia.

Sin embargo, al final de la manifestación, de la plaza de la Catedral llegó el sonido de disparos. Muchas personas comenzaron a decir que eran los franceses los que estaban disparando. Se dijo que los disparos habían partido de la Casa de las Misiones, algo totalmente absurdo y que nunca se ha demostrado (porque no puede demostrarse). En el momento, sin embargo, el rumor le sirvió a los vietnamitas para entrar en el edificio. El padre Ernest Louis Marie Tricoire, el limosnero, fue cogido por los manifestantes, que lo sacaron a empellones a la calle, lo maltrataron, lo llevaron a la catedral, lo mataron y luego lo mantuvieron allí más de una hora con los brazos en cruz. A partir de ahí, el asalto y pillaje de las casas de los franceses, incluyendo arrestos y violencia física, ante la indiferencia de los japoneses. Hay que decir el jefe de Policía Viet Minh, Doung Bach Mai, había intentado en todo momento parar aquella ordalía. Se había quedado ronco de gritar en la calle a los “incontrolados” de turno para que no hiciesen el cabra y, al caer la tarde, cuando la situación se tranquilizó algo, reagrupó a sus efectivos Viet Minh para así poderse garantizar que no seguirían con sus movidas, y liberó a los franceses que habían sido encarcelados. Pero por el camino habían quedado cinco franceses muertos y decenas de ellos heridos. Para los comunistas, aquello era un problema gordo. Asesinar impunemente a la gente es algo que a los comunistas nunca les ha importado mucho, siempre y cuando haya por ahí algún elemento pringao al que se le pueda echar la culpa de todo, como, por ejemplo, ocurre en el II Repu con los famosos “incontrolados”. Esta vez, sin embargo, los hechos se habían producido a la luz del día, era más que evidente quién los había perpetrado y, por lo tanto el Viet Minh carecía por completo de capacidad a la hora de señalar a otro y salirse de rositas.

Así las cosas, había llegado el momento de tascar el freno, que es algo que también se les da bastante bien, porque un comunista siempre contará, en esas circunstancias, con la predisposición casi generalizada a creer sus palabras por parte de quienes no son comunistas, Giau, a través de su periódico Don Chung, es decir El Pueblo, llamó a la morigeración. Pero, claro, los nacionalistas, que podían ser tontos pero no gilipollas, hicieron lo contrario: comenzaron a demandar una escalada en la violencia, conscientes de que de cualquier cosa que ocurriese, el responsable sería quien tenía, cuando menos teóricamente, el poder.

El 6 de septiembre llegó a la Conchinchina una misión británica. Venían para organizar la repatriación de sus prisioneros de guerra, algo que tenían que hacer; pero, aún así, los vietnamitas se pusieron de los nervios. Esto era así, sobre todo, porque, como los locales sabían bien, en virtud de los acuerdos entre aliados, los británicos eran los que estaban llamados a garantizar el orden. Los británicos, pues, desde el 4 de septiembre le encargaron al conde Hisaichi Terauchi, comandante en jefe japonés para el sudeste asiático, el mantenimiento estricto del orden. Le reprocharon que hubiese permitido que el caos se hubiese adueñado de Saigón e, ítem mucho más importante para el Viet Minh, citaron a Thach para una brevísima entrevista en la que, fríamente, le exigieron el desarme de las tropas vietnamitas.

Los comunistas tragaron. No tenían alternativa. Pero esto no hacía sino dejar espacio a quien, por no tener responsabilidades de gobierno, tiene mucho más fácil ejercer la crítica. Tanto trotskistas como caodaístas se lanzaron a la yugular de los comunistas, acusándolos de traidores, de nenazas, y llamando a sus gentes a no entregar las armas.

La presión fue tan grande que, el 10 de septiembre, Giau tuvo que abandonar la presidencia del Comité Ejecutivo provisional del Nam Bo en manos de un independiente, Pham Van Bach. El Comité, por otra parte, pasó de tener 6 comunistas de un total de 9 miembros, a 4 de 13. Tres independientes, dos nacionalistas, un Cao Dai, un trotskista, y el monje Huynh Phu So, líder de los Hoa Hao, entraron en el Comité.

El Viet Minh, pues, había perdido el control del movimiento.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario