El hundimiento
De Krebs a Demnin
El Brezal de Luneburgo
Patton
Ike resiste la tentación
Tras comunicar su rechazo a los acuerdos de Reims, los soviéticos decidieron preparar un compromiso nuevo con sus aliados occidentales. La firma producida en Reims, de la que sus medios de comunicación ni siquiera se hicieron eco, sería concebida como una especie de acto preliminar del definitivo, todavía no producido, que debería tener como sede la ciudad de Berlín. Eisenhower, cuando recibió la comunicación de Moscú, decidió aceptarla en aras de mantener un buen rollito entre aliados. En tal sentido, cablegrafió a Moscú su acuerdo con la propuesta; su propia disponibilidad de estar en Berlín en menos de 24 horas; y la inmediata comunicación al Alto Mando alemán de que debía designar representantes para la firma en la capital del Reich.
La situación, por
lo tanto, se estaba intentando solucionar. Sin embargo, en el campo
de batalla la firma de Reims había provocado enormes incertidumbres.
Tras la misma, de forma bastante lógica por otra parte, las
tropas angloamericanas habían entendido que, como poco, se había
producido un alto el fuego con las tropas alemanas, y operaron en
consecuencia. Los alemanes, por su parte, entendieron lo mismo, pero
en los frentes occidentales. Desde el primer momento
entendieron que aquel pacto les dejaba las manos libres para seguir
luchando contra los soviéticos, cosa que éstos, además, seguían
haciendo, porque por su parte Reims como que no existía.
Como consecuencia
de este status quo tan confuso, a las 7,45 horas de la mañana
del día 7 de mayo, el CIII Batallón de Carros de Combate, integrado
en el III Ejército del general Patton, recibió orden de desplazarse
por la carretera de Volary a Lenora, en la Checoslovaquia occidental,
y vigilar estrechamente las posiciones alemanas. Eisenhower había
ordenado de forma clara que las tropas estadounidenses no podían
moverse más allá de 6 millas desde sus posiciones. El batallón,
sin embargo, avanzó y pronto cayó en una emboscada alemana. Tropas
de la XI División Panzer usaron sus panzerfausten para atacar a la
línea desde ambos lados de la carretera, aprovechando que ésta
atravesaba un bosque denso. Los pepinos, además de impactar en
carros de combate, también alcanzaron al jeep que comandaba la
marcha, y causaron heridas a sus ocupantes y la muerte a uno de
ellos: Charles Havlat.
En una escena un
tanto chusca y de cachondeo si no fuera porque se ventilaron vidas
humanas en ella, los estadounidenses respondieron al fuego con fuego
y, en medio de todo aquel tiroteo, recibieron la comunicación
urgente en la que se les informaba de que las dos partes que en ese
momento se estaban disparando habían firmado un alto el fuego,
y que ellos debían regresar a Volary.
Havlat, de esta
manera, se convirtió en el último soldado estadounidense que murió
en el teatro europeo de la segunda guerra mundial en acción bélica.
Por cierto que el oficial de los Panzer que dirigió la emboscada fue
detenido tras la paz e interrogado a fondo sobre ese incidente. Dijo
que a él también le había llegado la noticia del alto el fuego
cuando ya el enfrentamiento había comenzado.
A partir del
momento en que se conocieron las noticias, tanto aliados occidentales
como alemanes respetaron el alto el fuego escrupulosamente. En los
frentes orientales, sin embargo, lo que comenzó fue una angustiosa
retirada hacia el oeste. Quizá el ejemplo más claro de esto fuese
el puente de Tangermünde, sobre el Elba, cerca de Magdeburgo. En la
orilla occidental del río se encontraba en control de la situación
el IX Ejército estadounidense, al mando del general William Simpson.
Hacia el puente se acercaban tropas alemanas al mando del general
Walter Wenck, esto es el XII Ejército germano, junto con los restos
que quedaban del destrozado IX Ejército y muchos civiles a la naja.
Y, justo detrás, lamiéndoles los talones, los soviéticos. En
total, hablamos de una multitud de 200.000 personas (200.000 de las
de verdad, no las que llenan las plazas y calles de Madrid durante las manifas) huyendo a pelo
puta. Wenck había sido llamado desde el Elba para salvar a Hitler.
En su movimiento había logrado llegar hasta Potsdam. Allí, sin
embargo, se dio cuenta de que oponerse a los soviéticos era misión
imposible; por eso, había tomado la decisión de apoyar a lo que
quedaba del IX Ejército alemán, seriamente dañado por los hombres
del I Frente Ucraniano del mariscal Konev. Ambas unidades habían
resuelto no rendirse a los soviéticos.
Ya el 4 de mayo,
Wenck había enviado a uno de sus oficiales, el general barón Maximilian von
Edelsheim, para negociar con Simpson. Lamentablemente para los
alemanes, Simpson no era Montgomery. Al general alemán los flashes
de la prensa internacional le importaban una mierda y sí, sin
embargo, le importaban mucho los compromisos con los soviéticos del ejército en el que
curraba. Por no decir que carecía por
completo de medios para gestionar toda aquella masa de gente
refugiada. Por lo tanto, el americano dijo que estaba dispuesto a
aceptar soldados heridos, pero nada más: ni civiles, ni militares
aptos. Edelsheim le conminó a reparar el puente para hacerlo más
capaz de aguantar traslados de gentes, pero el americano se negó.
En estas
condiciones, el XII Ejército estableció una pequeña cabeza de
puente en Tangermünde para proteger, sobre todo, a los restos del IX
Ejército, que son los que el día 6 comenzaron a pasar. Este estado
de cosas, sin embargo, se fue al guaino en la mañana del día 7,
dado que la cabeza de puente comenzó a ceder. Obviamente, cuando
esta situación se hizo obvia, tanto civiles como militares entraron
en pánico, y dejaron de obedecer órdenes. Muy especialmente los
civiles, que como ya he dicho tenían prohibido el paso, comenzaron a
petar el puente en dirección a las líneas estadounidenses. Por la
tarde, los tanques soviéticos aparecieron a la vista. Para entonces,
soldados y civiles utilizaban cualquier cosa que flotase para
intentar cruzar el río.
En Flensburgo, el
ministro Schwerin von Krosigk anunció en la radio, a las dos y media
de la tarde de aquel día 7, el acuerdo firmado en Reims, Como ha se
ha dicho, tanto las unidades alemanas en Checoslovaquia como en otros
frentes orientales, en realidad, no estaban incluidas en aquel
acuerdo, aunque el ministro alemán se lo callase. Asimismo, los
soviéticos también prestaron oídos sordos al anuncio. No sólo no
se publicó en la URSS ni una sola noticia sobre la materia, sino que
los soldados combatientes tampoco fueron informados de ella. De
hecho, acababan de comenzar su ofensiva sobre Praga, y no iban a
pararla por un acuerdo que ellos no reconocían.
Stalin, en estas
circunstancias, convocó a Antonov una vez más. Le preocupaba el
frente checoslovaco, pero también otras situaciones, como el fuerte
contingente de tropas alemanas que quedaba en Curlandia y en la
península de Hela, cerca de Danzig. En esa reunión, Antonov y el
camarada primer secretario general del Comité Central del Partido
Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
quedaron en que el primero de ellos realizaría una comunicación
específica a las tropas alemanas. En dicha comunicación, los
soviéticos se referirían a la firma de Reims como una firma
plenamente aceptada y a la que daban total validez (cosa que sabemos
que no era cierta pero, bueno, la guerra es la guerra). En
consecuencia, darían a los alemanes de plazo hasta la medianoche
entre el 8 y el 9 de mayo para deponer sus armas. Era, precisamente,
el plazo fijado en Reims para la rendición incondicional alemana y
acabaría por coincidir con la segunda firma en Karlhorst (11 horas de
la noche del 8 de mayo).
En el SHAEF de
Reims, la reciente firma con los alemanes todavía estaba sometida a
embargo periodístico pero, como sabemos, Ed Kennedy, el corresponsal
de la Associated Press, rompió a sabiendas ese pacto. En su
descargo, hay que decir que Kennedy obtuvo la información de que el
propio gobierno de Flensburgo estaba radiando noticias sobre la
firma, por lo que entendió que la razón fundamental del embargo: la
necesidad de no comprometer acciones militares, había perdido toda
razón de ser. En consecuencia, a las 9,36 de la mañana en Nueva
York, 3,36 de la tarde en Reims, la noticia saltó a todos los
teletipos habidos y por haber en Estados Unidos.
Kennedy, como le
suele pasar a los periodistas, tenía razón en la superficie
acerca de los daños que podría publicar su exclusiva. Era
totalmente cierto que ya era difícil que el conocimiento mundial de
la rendición de Alemania pudiera causar daños irreparables en la
marcha de la guerra que, para entonces, era ya más que nada la
marcha de una rendición. Sin embargo, como también le suele pasar a
los periodistas, no fue capaz ni siquiera de oler de lejos las
consecuencias que tendría su gesto.
Kennedy no puede
decir que no estuviera avisado. Cuando supo que los alemanes estaban
radiando informaciones sobre el acuerdo, exigió ver al oficial
responsable de relaciones públicas de Eisenhower, el brigadier
general Frank Allen. Tras las protestas del reportero, Allen le dejó
bien claro que no se podía hacer nada porque, le dijo bien claro, la
fecha y hora de la publicidad del acuerdo era algo que tenía que ser
decidido entre Stalin, Truman y Churchill; e incluso le informó de
que iba a producirse una segunda firma en Berlín.
Kennedy llegó,
tras escuchar eso, a la conclusión de que el embargo no tenía
razones militares, sino meramente políticas; la neurona, por lo que
se ve, no le dio como para darse cuenta de que, en una situación
así, hablar de razones militares o políticas químicamente puras
era un absurdo. Consideró, asimismo, que detrás del embargo estaba
la URSS y que los soviéticos no tenían, por así decirlo, derecho a
ocultarle al mundo una noticia así.
El SHAEF había
seleccionado para informar sobre la firma a quince corresponsales de
guerra. A todos ellos se les impuso la obligación de no transmitir
nada hasta la tarde del día 8, unas 18 horas después de la firma.
Boyd DeWolf Lewis, corresponsal de la United Press y uno de los de la
partida, y no sé si porque sí que respetó el embargo y por lo
tanto le cogió un poco de gato a Kennedy, desmiente la
versión del periodista de la AP. Según DeWolf, el embargo no fue
dictado por el SHAEF por razones de estrategia militar: “Todos
teníamos claro cuál era la razón del embargo: era para permitir
a los Tres Grandes hacer el anuncio y, lo que es más importante,
para que los soviéticos se pudiesen cerciorar de que los alemanes
también se estaban rindiendo ante ellos”.
Tras la firma, los
corresponsales en su mayoría habían volado hacia París,
escribiendo sus crónicas en máquinas de escribir portátiles, con
textos que fueron revisados por la censura militar. DeWolf fue el
primero que, al llegar a París, logró llegar al centro de
comunicaciones del ejército y, una vez que el embargo hubo
terminado, trasmitir su crónica.
Kennedy defendió
siempre que su acción había salvado vidas americanas. La verdad,
todo eso es bullshit. Que su scoop no tuvo el menor
efecto en ello lo testifica el cadáver de Charles Havlat.
El mal, en todo
caso, ya estaba hecho. La esperanza de las tres potencias ganadoras
de crear una sola ceremonia de rendición el 9 de mayo se había ido
al garete. El SHAEF, de hecho, trató de conservarla, pues respondió
a la noticia de Kennedy con un desmentido bastante absurdo (lo que
tenía que haber hecho era llamar a los demás corresponsales e
invitarles a hacer ya lo que quisieran). Pero es que, de hecho, la
segunda firma era, en buena parte, necesaria, como algunos de los
corresponsales, algo más listos que Kennedy, ya habían avizorado.
Stalin sabía, como lo sabía Eisenhower, que la firma de Reims ni de
coña había terminado con todas las hostilidades en Europa. Que,
aparte de la simbología de Berlín y todo eso que ambicionaban los
soviéticos, hacía falta un acto en el cual los alemanes hicieran
bien evidente y comprometida su rendición también frente a los
soviéticos, pues ésta estaba lejos de haberse establecido
todavía.
Pero, claro, Joseph
Conrad decía aquello de que el cerebro de un marino cabe en la
cáscara de una nuez. Afirmación que, la verdad, es aplicable
también a otras profesiones.
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