miércoles, marzo 27, 2019

Después de Hitler (15: un incómodo scoop)

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Patton
Ike resiste la tentación



Tras comunicar su rechazo a los acuerdos de Reims, los soviéticos decidieron preparar un compromiso nuevo con sus aliados occidentales. La firma producida en Reims, de la que sus medios de comunicación ni siquiera se hicieron eco, sería concebida como una especie de acto preliminar del definitivo, todavía no producido, que debería tener como sede la ciudad de Berlín. Eisenhower, cuando recibió la comunicación de Moscú, decidió aceptarla en aras de mantener un buen rollito entre aliados. En tal sentido, cablegrafió a Moscú su acuerdo con la propuesta; su propia disponibilidad de estar en Berlín en menos de 24 horas; y la inmediata comunicación al Alto Mando alemán de que debía designar representantes para la firma en la capital del Reich.


La situación, por lo tanto, se estaba intentando solucionar. Sin embargo, en el campo de batalla la firma de Reims había provocado enormes incertidumbres. Tras la misma, de forma bastante lógica por otra parte, las tropas angloamericanas habían entendido que, como poco, se había producido un alto el fuego con las tropas alemanas, y operaron en consecuencia. Los alemanes, por su parte, entendieron lo mismo, pero en los frentes occidentales. Desde el primer momento entendieron que aquel pacto les dejaba las manos libres para seguir luchando contra los soviéticos, cosa que éstos, además, seguían haciendo, porque por su parte Reims como que no existía.

Como consecuencia de este status quo tan confuso, a las 7,45 horas de la mañana del día 7 de mayo, el CIII Batallón de Carros de Combate, integrado en el III Ejército del general Patton, recibió orden de desplazarse por la carretera de Volary a Lenora, en la Checoslovaquia occidental, y vigilar estrechamente las posiciones alemanas. Eisenhower había ordenado de forma clara que las tropas estadounidenses no podían moverse más allá de 6 millas desde sus posiciones. El batallón, sin embargo, avanzó y pronto cayó en una emboscada alemana. Tropas de la XI División Panzer usaron sus panzerfausten para atacar a la línea desde ambos lados de la carretera, aprovechando que ésta atravesaba un bosque denso. Los pepinos, además de impactar en carros de combate, también alcanzaron al jeep que comandaba la marcha, y causaron heridas a sus ocupantes y la muerte a uno de ellos: Charles Havlat.

En una escena un tanto chusca y de cachondeo si no fuera porque se ventilaron vidas humanas en ella, los estadounidenses respondieron al fuego con fuego y, en medio de todo aquel tiroteo, recibieron la comunicación urgente en la que se les informaba de que las dos partes que en ese momento se estaban disparando habían firmado un alto el fuego, y que ellos debían regresar a Volary.

Havlat, de esta manera, se convirtió en el último soldado estadounidense que murió en el teatro europeo de la segunda guerra mundial en acción bélica. Por cierto que el oficial de los Panzer que dirigió la emboscada fue detenido tras la paz e interrogado a fondo sobre ese incidente. Dijo que a él también le había llegado la noticia del alto el fuego cuando ya el enfrentamiento había comenzado.

A partir del momento en que se conocieron las noticias, tanto aliados occidentales como alemanes respetaron el alto el fuego escrupulosamente. En los frentes orientales, sin embargo, lo que comenzó fue una angustiosa retirada hacia el oeste. Quizá el ejemplo más claro de esto fuese el puente de Tangermünde, sobre el Elba, cerca de Magdeburgo. En la orilla occidental del río se encontraba en control de la situación el IX Ejército estadounidense, al mando del general William Simpson. Hacia el puente se acercaban tropas alemanas al mando del general Walter Wenck, esto es el XII Ejército germano, junto con los restos que quedaban del destrozado IX Ejército y muchos civiles a la naja. Y, justo detrás, lamiéndoles los talones, los soviéticos. En total, hablamos de una multitud de 200.000 personas (200.000 de las de verdad, no las que llenan las plazas y calles de Madrid durante las manifas) huyendo a pelo puta. Wenck había sido llamado desde el Elba para salvar a Hitler. En su movimiento había logrado llegar hasta Potsdam. Allí, sin embargo, se dio cuenta de que oponerse a los soviéticos era misión imposible; por eso, había tomado la decisión de apoyar a lo que quedaba del IX Ejército alemán, seriamente dañado por los hombres del I Frente Ucraniano del mariscal Konev. Ambas unidades habían resuelto no rendirse a los soviéticos.

Ya el 4 de mayo, Wenck había enviado a uno de sus oficiales, el general barón Maximilian von Edelsheim, para negociar con Simpson. Lamentablemente para los alemanes, Simpson no era Montgomery. Al general alemán los flashes de la prensa internacional le importaban una mierda y sí, sin embargo, le importaban mucho los compromisos con los soviéticos del ejército en el que curraba. Por no decir que carecía por completo de medios para gestionar toda aquella masa de gente refugiada. Por lo tanto, el americano dijo que estaba dispuesto a aceptar soldados heridos, pero nada más: ni civiles, ni militares aptos. Edelsheim le conminó a reparar el puente para hacerlo más capaz de aguantar traslados de gentes, pero el americano se negó.

En estas condiciones, el XII Ejército estableció una pequeña cabeza de puente en Tangermünde para proteger, sobre todo, a los restos del IX Ejército, que son los que el día 6 comenzaron a pasar. Este estado de cosas, sin embargo, se fue al guaino en la mañana del día 7, dado que la cabeza de puente comenzó a ceder. Obviamente, cuando esta situación se hizo obvia, tanto civiles como militares entraron en pánico, y dejaron de obedecer órdenes. Muy especialmente los civiles, que como ya he dicho tenían prohibido el paso, comenzaron a petar el puente en dirección a las líneas estadounidenses. Por la tarde, los tanques soviéticos aparecieron a la vista. Para entonces, soldados y civiles utilizaban cualquier cosa que flotase para intentar cruzar el río.

En Flensburgo, el ministro Schwerin von Krosigk anunció en la radio, a las dos y media de la tarde de aquel día 7, el acuerdo firmado en Reims, Como ha se ha dicho, tanto las unidades alemanas en Checoslovaquia como en otros frentes orientales, en realidad, no estaban incluidas en aquel acuerdo, aunque el ministro alemán se lo callase. Asimismo, los soviéticos también prestaron oídos sordos al anuncio. No sólo no se publicó en la URSS ni una sola noticia sobre la materia, sino que los soldados combatientes tampoco fueron informados de ella. De hecho, acababan de comenzar su ofensiva sobre Praga, y no iban a pararla por un acuerdo que ellos no reconocían.

Stalin, en estas circunstancias, convocó a Antonov una vez más. Le preocupaba el frente checoslovaco, pero también otras situaciones, como el fuerte contingente de tropas alemanas que quedaba en Curlandia y en la península de Hela, cerca de Danzig. En esa reunión, Antonov y el camarada primer secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas quedaron en que el primero de ellos realizaría una comunicación específica a las tropas alemanas. En dicha comunicación, los soviéticos se referirían a la firma de Reims como una firma plenamente aceptada y a la que daban total validez (cosa que sabemos que no era cierta pero, bueno, la guerra es la guerra). En consecuencia, darían a los alemanes de plazo hasta la medianoche entre el 8 y el 9 de mayo para deponer sus armas. Era, precisamente, el plazo fijado en Reims para la rendición incondicional alemana y acabaría por coincidir con la segunda firma en Karlhorst (11 horas de la noche del 8 de mayo).

En el SHAEF de Reims, la reciente firma con los alemanes todavía estaba sometida a embargo periodístico pero, como sabemos, Ed Kennedy, el corresponsal de la Associated Press, rompió a sabiendas ese pacto. En su descargo, hay que decir que Kennedy obtuvo la información de que el propio gobierno de Flensburgo estaba radiando noticias sobre la firma, por lo que entendió que la razón fundamental del embargo: la necesidad de no comprometer acciones militares, había perdido toda razón de ser. En consecuencia, a las 9,36 de la mañana en Nueva York, 3,36 de la tarde en Reims, la noticia saltó a todos los teletipos habidos y por haber en Estados Unidos.

Kennedy, como le suele pasar a los periodistas, tenía razón en la superficie acerca de los daños que podría publicar su exclusiva. Era totalmente cierto que ya era difícil que el conocimiento mundial de la rendición de Alemania pudiera causar daños irreparables en la marcha de la guerra que, para entonces, era ya más que nada la marcha de una rendición. Sin embargo, como también le suele pasar a los periodistas, no fue capaz ni siquiera de oler de lejos las consecuencias que tendría su gesto.

Kennedy no puede decir que no estuviera avisado. Cuando supo que los alemanes estaban radiando informaciones sobre el acuerdo, exigió ver al oficial responsable de relaciones públicas de Eisenhower, el brigadier general Frank Allen. Tras las protestas del reportero, Allen le dejó bien claro que no se podía hacer nada porque, le dijo bien claro, la fecha y hora de la publicidad del acuerdo era algo que tenía que ser decidido entre Stalin, Truman y Churchill; e incluso le informó de que iba a producirse una segunda firma en Berlín.

Kennedy llegó, tras escuchar eso, a la conclusión de que el embargo no tenía razones militares, sino meramente políticas; la neurona, por lo que se ve, no le dio como para darse cuenta de que, en una situación así, hablar de razones militares o políticas químicamente puras era un absurdo. Consideró, asimismo, que detrás del embargo estaba la URSS y que los soviéticos no tenían, por así decirlo, derecho a ocultarle al mundo una noticia así.

El SHAEF había seleccionado para informar sobre la firma a quince corresponsales de guerra. A todos ellos se les impuso la obligación de no transmitir nada hasta la tarde del día 8, unas 18 horas después de la firma. Boyd DeWolf Lewis, corresponsal de la United Press y uno de los de la partida, y no sé si porque sí que respetó el embargo y por lo tanto le cogió un poco de gato a Kennedy, desmiente la versión del periodista de la AP. Según DeWolf, el embargo no fue dictado por el SHAEF por razones de estrategia militar: “Todos teníamos claro cuál era la razón del embargo: era para permitir a los Tres Grandes hacer el anuncio y, lo que es más importante, para que los soviéticos se pudiesen cerciorar de que los alemanes también se estaban rindiendo ante ellos”.

Tras la firma, los corresponsales en su mayoría habían volado hacia París, escribiendo sus crónicas en máquinas de escribir portátiles, con textos que fueron revisados por la censura militar. DeWolf fue el primero que, al llegar a París, logró llegar al centro de comunicaciones del ejército y, una vez que el embargo hubo terminado, trasmitir su crónica.

Kennedy defendió siempre que su acción había salvado vidas americanas. La verdad, todo eso es bullshit. Que su scoop no tuvo el menor efecto en ello lo testifica el cadáver de Charles Havlat.

El mal, en todo caso, ya estaba hecho. La esperanza de las tres potencias ganadoras de crear una sola ceremonia de rendición el 9 de mayo se había ido al garete. El SHAEF, de hecho, trató de conservarla, pues respondió a la noticia de Kennedy con un desmentido bastante absurdo (lo que tenía que haber hecho era llamar a los demás corresponsales e invitarles a hacer ya lo que quisieran). Pero es que, de hecho, la segunda firma era, en buena parte, necesaria, como algunos de los corresponsales, algo más listos que Kennedy, ya habían avizorado. Stalin sabía, como lo sabía Eisenhower, que la firma de Reims ni de coña había terminado con todas las hostilidades en Europa. Que, aparte de la simbología de Berlín y todo eso que ambicionaban los soviéticos, hacía falta un acto en el cual los alemanes hicieran bien evidente y comprometida su rendición también frente a los soviéticos, pues ésta estaba lejos de haberse establecido todavía.

Pero, claro, Joseph Conrad decía aquello de que el cerebro de un marino cabe en la cáscara de una nuez. Afirmación que, la verdad, es aplicable también a otras profesiones.

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