lunes, febrero 20, 2023

Anarcos (20): En el gobierno

 La primera CNT
Las primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo

Un pleno de federaciones comarcales y locales catalanas acabó por acordar el paso final hacia la gobernación. Las oposiciones fueron casi testimoniales. El nuevo gobierno quedó conformado bajo la presidencia de Tarradellas con tres esquerristas (Tarradellas, Ventura Gassol y Artemi Aiguadé), tres cenetistas (Joan Fábregas, Joan Domenech y Antonio García Birlán), dos pesuqueros (Joan Comorera y Miguel Valdés), un rabassaire (Calvet), un poumista (Nin), un no adscrito (Felipe Díaz Sandino, en Defensa), y un ministro de Acció Catalana (Rafael Closas).

El paso dado era un paso muy complejo y hasta peligroso. A pesar de que los anarquistas puedan tener fama de excesivamente irresolutos y poco dados a analizar las consecuencias de sus actos si los consideran justos y necesarios, fama que, por otra parte, no pocas veces se ganan a pulso, en realidad la CNT siempre ha sido, y la Guerra Civil fue buena confirmación de ello, una organización muy atenta al entorno. Lejos de actuar sin pensar en dicho entorno, desde el 19 de julio de 1936 la CNT catalana había comenzado a estar preocupada por el aislamiento: tanto aguas adentro de la República, es decir con un Madrid totalmente extrañado del proyecto catalán; como, sobre todo, en el exterior. Para cauterizar el primer problema fue por lo que los anarquistas y faístas hicieron cosas como mandar a Durruti a Madrid; en su mente, el para ellos invencible guerrillero faísta iba a salvar la capital y, salvándola, iba a impedir que el gobierno de la República mantuviese su repugnancia hacia las veleidades radicales revolucionarias que se respiraban en Barcelona. Para lo segundo, es decir, para no dar pábulo a quienes en Londres, París o Nueva York atizaban el fuego antirrepublicano afirmando que en Barcelona se había implantado la revolución social y la dictadura del proletariado, es por lo que la CNT había tratado de mantenerse impolutamente distanciada del gobierno formal de Cataluña; y no solo eso, sino que en agosto, cuando se le ofreciesen dos carteras al PSUC, también vetó esa presencia. Muchos historiadores consideran que este veto se hizo porque la CNT no quería más representante de la clase obrera catalana que ella misma, y es verdad. Pero también lo hicieron porque querían un gobierno catalán formalmente burgués que desmintiese la idea de que en Cataluña estaba pasando lo que estaba pasando.

Todo esto cambió en septiembre y, en buena medida, de las memorias y descripciones de aquel proceso que nos han dejado los anarquistas cabe concluir que la sensación era de que no había otra manera de hacer las cosas. Se fue a una Generalitat que venía a clonar el juego de fuerzas del Comité de Milicias. Sin embargo, el cambio era más profundo. El nuevo gobierno de la Generalitat, que para empezar volvía a ser un gobierno en el sentido literal de la palabra y no la institución pelele que Companys había aceptado que fuese tras fracasar el golpe, era también una especie de réplica del terremoto que se había producido en Madrid. El terremoto de Madrid había sido un gobierno liderado por los socialistas, pero ya crecientemente influido por los comunistas, que propugnaba ponerse serios en la lucha militar. La República, la verdad, fue al 19 de julio, es decir al aftermath del golpe, convencida de que éste había fracasado (cosa que, en buena parte, era cierta) y que iban a aplastarlo con dos de pipas y sin necesidad de crear un ejército formal. En buena medida, Málaga y su evacuación, con las gentes libérrimamente bombardeadas por los golpistas en su huida, fue el momento en el que se despertó de ese sueño. Lo único que, básicamente, había hecho el gobierno Giral, era intentar una mediación imposible y luego armar al pueblo, como si este último gesto fuese suficiente. Los comunistas soviéticos, todos ellos capaces de recordar su propia guerra civil, sabían bien que una guerra se gana con ejército, no con patotas de amigos descoordinados, tomando pueblos sin importancia estratégica y perdiendo lomas fundamentales.

El gobierno de Largo se propuso cambiar eso; y el gobierno Tarradellas, también. Por ahí empezaron las primeras fricciones. En Cataluña había que crear un ejército disciplinado, coordinado, con su estado mayor y esas mierdas; y eso era demasiado para muchos anarquistas, que se habían jurado no decirle “¡Señor, sí, Señor!”, absolutamente a nadie; ni siquiera a otro anarquista. El Comité de Milicias quedó disuelto el 2 de octubre. Una semana después, la Generalitat procedía a disolver los comités revolucionarios surgidos al calor del golpe, sustituidos por ayuntamientos como tales, formados por representantes políticos y sindicales, en la proporción acordada en la propia Generalitat. El Comité Regional de la CNT se apresuró a pavimentar este proceso mediante la instrucción de que los militantes anarcosindicalistas deberían facilitar en lo posible la constitución de estos nuevos ayuntamientos.

El problema era el de siempre. El mismo problema del Frente Popular, cosa de nueve meses antes. Ya os he dicho que el Frente Popular no fue sino una coalición a la que todos se adhirieron convencidos de que podrían mangonear y engañar a los demás. El gobierno catalán de septiembre de 1936 fue un poco también eso. La CNT entró convencida de que lograría manipularlo como había manipulado al Comité de Milicias; y la mayoría de las demás fuerzas presentes aceptaron la compañía de los anarquistas convencidos de que lograrían controlarlos. En buena parte, lo que ocurrió, lo que tenía que ocurrir vista la dinámica de la guerra, fue lo segundo.

La CNT siempre había querido participar en al dirección de la guerra en Madrid, aunque conservando su pureza antipolítica. Por eso su interés, nunca colmado, fue que en Madrid se crease otro Comité de Milicias como el que hubo en Cataluña. La CNT había sostenido esta idea desde agosto y, a principios de septiembre, Pedro Herrera y Federica Montseny se entrevistaron con Largo Caballero para tratar de arrastrarlo hacia allí. Largo, de forma bastante lógica en mi opinión, les contestó que ya había un gobierno; que si querían entrar en él, por él no habría problema. Pero que eso de crear gobiernos paralelos, nada.

La CNT no quiso recoger ese guante. No se jugaba tantas cosas como en Cataluña, donde tenía un poder real que temía perder (y es que hasta a un anarquista el poder le engancha, para qué negarlo), y por eso tardó en madurar el tema. El 17 de septiembre, un pleno de regionales en Madrid siguió apoyando la idea de la creación de un Consejo Nacional de Defensa, que no era sino el Comité de Milicias con otro nombre.

La CNT inició después una campaña monstruo a favor del CND. Proponía que tuviese cinco delegados de la UGT, otros cinco de la CNT, y cuatro republicanos; una institución curiosa ésta, destinada a dirigir la guerra civil por parte republicana con una clara mayoría sindical, es decir, una clara mayoría de unos tipos a los que no había votado nadie. El CND se encargaría de la guerra y, ojo, también de la reconstrucción de la economía republicana; léase realización de los supuestos revolucionarios. El CND sería presidido por Largo Caballero y Azaña retendría una presidencia de la República a la que se le reservaba el contenido e importancia que ya tenía, o sea, ninguna. En la práctica, detrás del CND, lo que pretendía la CNT era extender el orden revolucionario catalán a toda España. La CNT quería, para llevar a cabo todo esto, una alianza formal y explícita con la UGT.

A pesar de que en estos temas de la Guerra Civil es casi imposible encontrar algún elemento en el que todos nos podamos poner de acuerdo, yo supongo que sí encontraremos uno de estos escasos y raros puntos de consenso en el concepto de que este orden de cosas que proponía la CNT no contenía ni un solo incentivo para el Frente Popular a la hora de apoyarlo y asumirlo. Lejos de ser una jugada inteligente de pícaro, era un burdo y basto órdago en el que la CNT pretendía obligar a todas las fuerzas republicanas, moderadas y no moderadas, a plantear la guerra al ritmo anarcosindicalista y de la forma en que la CNT la concebía. Eso sí, para la ucronía queda la pregunta de cuántas vidas habría salvado este tema, puesto que la formación del CND, es cuando menos mi convicción personal, habría acortado la guerra por lo menos en año y medio, si no más.

En un gesto de prudencia, sin embargo, el pleno del 17 de septiembre, además de apostar por el órdago ya descrito, aprobó iniciar negociaciones directas con Largo Caballero. La CNT, que puede ser tonta pero no gilipollas, se cubría frente a la posibilidad de que sus propuestas no fuesen atendidas como, de hecho, no lo fueron. Horacio Prieto, por lo tanto, asumió los contactos con el presidente del gobierno. Prieto, personalmente, era, quizás, el anarcosindicalista que más claro tenía que la CNT tenía que dejarse de bravuconadas revolucionarias y entrar en el gobierno de Madrid. Sin embargo, los anarquistas seguían adoleciendo de uno de sus típicos accesos de miopía autoinducida. Prieto se fue a ver a Largo Caballero para decirle que era un escándalo que hubiese dado entrada a dos comunistas en su gobierno, y le instó a remodelar el Ejecutivo sin miembros anarquistas, pero también sin comunistas. Como digo, aquello, más que miopía, era ceguera; equivalía nada menos que a invitar al primer ministro de la República a que renunciase a la única ayuda de importancia con la que podía contar. Por lo demás, era una propuesta hasta inocente, pues no dejaba de consistir en que los comunistas se sacrificasen, mientras que los anarcos se quedaban como estaban. Así que Largo le contestó que no mamase.

Así las cosas, el 28 de septiembre se reunió un pleno nacional de la CNT. Horacio Prieto informó a sus conmilitones de que Largo Caballero prefería graparse el escroto a la ceja derecha a crear el Consejo Nacional de Defensa. Así las cosas, el pleno, más por inexistencia de alternativas que por otra cosa, facultó al Comité Nacional para que negociase la entrada de la CNT en el gobierno. Los anarquistas, pues, entraron en la gobernación del país porque querían tocar pelo en el diseño y ejecución de los planes de guerra (que no tocaron ni dormidos) y para equilibrar, según su visión, la influencia comunista (sin querer ver que la influencia comunista se basaba en muchas cosas más que en los dos ministros de Largo). Prieto regresó cabe Largo para decirle que sí, que aceptaban ser ministros. La respuesta de Largo es uno más de sus accesos de ironía: “Yo no soy como Companys, las cosas, o se hacen a las claras, o no se hacen”. Yo creo que le quiso decir al cenetista que si esperaba entrar en el gobierno para mangonearlo como había hecho con Companys durante semanas, que se fuese olvidando. Ahora, si eso lo decía Largo o lo decía Stalin, eso ya no lo sé.

Tras la segunda entrevista Prieto-Largo, el Comité Nacional de la CNT aprobó entrar en el gobierno de Madrid “para no quedarnos del todo al margen de la vida política española”. Como puede verse, históricamente la CNT alterna, casi sin solución de continuidad, planteamientos en los que parece vivir en un mundo Matrix paralelo, con otros que son de una clarividencia total. Ahí residirá, digo yo, parte de su encanto.

Ahora había que decidir quiénes iban a llevarse el sueldo de ministro y esas cosas. Se propusieron cuatro nombres: por la FAI, Federica Montseny y Juan García Oliver; por los moderados amamantados por el trentismo, Joan Peiro, y Juan López. La cosa subió de temperatura cuando el presidente Azaña, en quien yo estoy seguro que nadie (Largo tampoco) había pensado para nada, se opuso a que García Oliver fuese de la partida. En la mente del presidente de la República y, no se olvide, funcionario del Ministerio de Justicia, alguien que había estado preso por un delito común (robo) no podía ser ministro. Los cenetistas elevaron la apuesta diciendo que a ellos nadie les imponía una mierda. 

Los anarcos siguieron presionando en favor del Consejo de Defensa, pero aquello ya no se sostenía. En realidad, todo el mundo suficientemente informado sabía que a los anarquistas no les quedaba otra que entrar en el gobierno. La situación de la República era desesperada; perdidos Irún y San Sebastián, con las tropas golpistas acercándose a Madrid, el peligro era evidente de que hubiera que trasladar el gobierno a Valencia, como finalmente ocurrió. En esa tesitura, nadie quería que la CNT tuviese las manos libres para quedarse en Madrid a resistir, casi en solitario. La CNT, por su parte, tenía muy claro que si caía Madrid, sería el fin. El traslado a Madrid de la Columna Durruti fue la forma que encontraron los anarquistas de presionar para ser incluidos en el gobierno. Es muy probable que la idea de los anarquistas fuese dominar aquel gobierno por la fuerza de su capacidad bélica (y, si era así, esto es lo que hace la muerte de Durruti tan sospechosa). En realidad, sin embargo, llegaban tarde; el papel que ellos esperaban tener le fue adjudicado a los comunistas.

El comunismo tuvo siempre claro que la CNT era un obstáculo para la República. No había terminado agosto, y ya habían generalizado sus ataques a las colectivizaciones (lo cual, en unos estalinistas, resulta hasta enternecedor). Se habían convertido en colectivizadores descolectivizadores.

Los comunistas no querían ni oír hablar de revolución. Querían en su bando a la izquierda burguesa, y sabían bien que saldría huyendo si los mensajes eran demasiado radicales. En Cataluña, el PSUC y la UGT, que en buena medida no era sino su terminal sindical, comenzaron a trabajarse a la clase media-baja de tenderos y pequeños empresarios, que vivía literalmente acojonada con los faístas. De hecho, el Gremio de Entidades de Pequeños Comerciantes acabó ingresando en la UGT. La CNT pronto se dio cuenta de que cada vez estaba más aislada; y la única forma que tenía de reaccionar a eso era entrar en el gobierno de Madrid. Pero la ideología pesaba mucho. Federica Montseny se negó inicialmente a ser ministra. Si ella no entraba en el gobierno, García Oliver dejó claro que a él no lo buscasen. El 3 de noviembre hubo una reunión de dirigentes anarquistas en la Vía Layetana de Barcelona. Esta reunión predató en apenas 24 horas a la formación del gobierno de Largo Caballero en el que entraron los ministros anarquistas García Oliver, Montseny, Peiró y Juan López. Esto nos da la medida de que, aunque algunos historiadores insistan en que en esa reunión se “discutió” la integración de la CNT en el gobierno, en realidad todo el mundo sabía que el pescado estaba ya vendido.

La CNT había reclamado cinco carteras: Hacienda, Guerra, Trabajo, Obras Públicas e Industria y Comercio o, si no, Agricultura. En otras palabras: había soñado con gobernar el país durante la guerra, para poder hacer la revolución. Las cinco carteras fueron cuatro; Justicia, Industria, Sanidad y Comercio. O sea, la mitad de la mitad.

Pintaban bastos, y ellos lo sabían.

2 comentarios:

  1. Bercebus12:11 p.m.

    "Eso sí, para la ucronía queda la pregunta de cuántas vidas habría salvado este tema, puesto que la formación del CND, es cuando menos mi convicción personal, habría acortado la guerra por lo menos en año y medio, si no más."

    ¿Con esto te refieres a que se este órgano hubiera gestionado la guerra desde la República esta habría sido derrotada mucho mucho más rápido de lo que lo fue?

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    1. Anónimo12:17 p.m.

      Correcto. Habría extendido mayo del 37 a la dirección de la guerra. Negrín, probablemente, habría tenido que dar un golpe de Estado en el que el FP habría volado en pedazos.

      Aunque habría que discutir si, a la larga, eso sería una buena noticia para Franco.

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