Las primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo
Entrado el mes de diciembre de 1936, el PSUC, cada vez más incómodo en compañía de la CNT como le ocurría a los comunistas en el resto de España, forzó una crisis de gobierno en Cataluña. En realidad, lo que hicieron los comunistas fue darle a la CNT una patada en el culo del POUM, puesto que su órdago, que incluía la salida de la Generalitat, con extrañamiento de la ayuda soviética incluido, tuvo por disculpa formal, por así decirlo, que habían llegado a la conclusión de que eran incompatibles con Andreu Nin y su gestión en la Consejería de Justicia. Una vez más, nos encontramos con la insoportable levedad del comunismo, pues unos tipos que estaban, en esos momentos, desatando una ola de represión en la URSS absolutamente antijurídica, resulta que en Cataluña se quejaban de que si los tribunales populares no otorgaban garantías, y que si tal. Pero, bueno, quien hace bisnes con comunistas tiene que acostumbrarse a esta forma habitual de, como dicen ellos, cabalgar contradicciones.8
Las protestas comunistas, por lo demás, hicieron mucho por construir la imagen histórica del POUM. Comorera los acusó abiertamente de estar criticando los actos de gobierno de la Generalitat (cosa que, por lo visto, estaba prohibida) y, sobre todo, de atacar a la URSS. Como digo, esto hizo mucho por construir la imagen del POUM como un grupo político básicamente inocente, atacado de forma gratuita. Que, vaya, mucho de eso hubo; pero tampoco hay que sobrarse.
La CNT en ese momento, y contrariamente a lo que se suele decir, no tenía excesivos vínculos con el POUM. El Partido de Nin, formado básicamente por personas de perfil intelectual y profesional, tenía muy a gala dictarle a los demás consejos revolucionarios; y eso a los anarquistas tampoco les hacía mucha gracia, pues no dejaba de ser que unos tipos con un escaso predicamento obrero le recetasen a los que sí lo tenían su forma de actuar. Sin embargo, esta vez defendió a los de la unificación marxista, aunque sólo con la puntita, pues dejó bien claro que, cualesquiera que fuesen los cambios que se produjesen en el gobierno de la Generalitat, la CNT, por responsabilidad revolucionaria, los aceptaría.
Así las cosas, Nin fue desalojado de la Consejería. El gobierno quedó conformado con cuatro consejeros de la CNT (Pedro Herrera, Sanidad; Joan Domenech, Servicios Públicos; Francisco Isgleas, Defensa; Diego Abad de Santillán, Economía); tres de UGT (Joan Comorera, Abastecimientos; Miguel Valdés, Trabajo; Rafael Vidiella, Justicia); tres esquerristas (Josep Tarradellas, Hacienda; Artemi Aiguadé, Seguridad Interior; Josep Maria Sbert, Instrucción Pública); y el rabassaire Josep Calvet anclado en la Consejería de Agricultura.
Hay que decir que, formalmente, este gobierno era una victoria para la CNT, es decir, para la revolución. Los representantes de los partidos políticos quedaban limitados a su mínima expresión. Pero todo era farfolla. Todo era fruto de la puñalada de pícaro del PSOE-PC, que había tenido la inteligencia de escamotear su representación a través de la UGT, dando la sensación de que aquél era un gobierno sindical, de fuerzas obreras, como siempre había querido la CNT. A los anarcosindicalistas, de hecho, no les quedó otra que recibirlo con cierta alharaca, cuando, en realidad, no era sino el primer acto del abrazo del oso que iban a recibir.
En efecto: para el PSUC, aquello no había hecho más que empezar. A tal efecto, los medios de comunicación y otras terminales comunistas se convirtieron al gubernamentalismo. Comenzaron campañas masivas y constantes en la calle, defendiendo la idea , por otra parte lógica, de que quien tenía que gobernar Cataluña, quien tenía que gobernar las estructuras económicas, las relaciones sociales, los salarios y los precios, no eran los comités obreros que había formado la CNT, sino la Generalitat. Un argumento que tendía, además, a ahorcar a los anarquistas con su propia soga. ¿No era el nuevo gobierno un auténtico gobierno sindical? Pero, entonces, ¿qué problema habría en disolver los comités obreros y entregarle todo el poder?
Algunos de los historiadores que tratan de convencernos en sus libros de que el bando republicano durante la guerra civil fue un balsa de aceite de amigos para siempre means you'll always be my friend, y que si se perdió la guerra fue por la falta de ayuda internacional y bla; algunos de esos historiadores, digo, necesitados de disolver homeopáticamente la ensalada que se montó en Barcelona en mayo de 1937, argumentan que todo lo que pasó en aquel momento fue un conflicto de abastecimientos. Pues bien: tienen razón. Tienen razón en el sentido de que el gran enfrentamiento entre comunistas y anarquistas fue por los abastecimientos. Pero eso es una futesa, porque ésa fue la superficie del conflicto. El fondo del mismo fue mucho más allá. El fondo del asunto, como os acabo de decir, fue algo tan sencillo como quién iba a prevalecer en la pelea por dominar Cataluña.
La CNT había socializado la distribución de abastecimientos. El PSUC consideraba que esa distribución podría ser muy igualitaria, pero era ineficiente, sobre todo en tiempos de guerra; y quería cargársela. Su primer paso, obviamente, fue colocar a Comorera en la Consejería de Abastecimientos, donde sustituyó a un cenetista, Joan Domenech. Comorera heredó una situación muy comprometida, con una escasez importante de trigo y, naturalmente, tiró del catón de todo político y resucitó la “herencia recibida”, culpando de todo al cenetista. Más aún, atacó la propia esencia de la revolución diseñada por los anarquistas desde el principio de la guerra aseverando que todo era consecuencia del sistema de distribución vertebrado a través de los comités obreros, sin control por parte de quienes estaban haciendo la guerra. Como primera providencia, Comorera reprivatizó, por así decirlo, el comercio del pan, lo que levantó ronchas en la CNT que, obviamente, en ese punto perdió la capacidad de ser aquella fuerza sindical que ponía la baguete en la mesa cada día. Los anarquistas contestaron con un rosario de denuncias en su Prensa sobre la mucha escasez que había y lo muy puteada que estaba la gente (escasez que hasta dos días antes había sido imputable a su gestión). Por lo demás, la reprivatización provocó más escasez, porque en aquellas circunstancias le pasaba como a España con las pensiones: no había solución buena. La situación abrió una sima entre comunistas y anarquistas que, de alguna manera, ya no se cerraría hasta eso que llamamos el procés.
El 23 de enero de 1937, la UGT catalana celebró su I Congreso de Trabajadores de la Tierra. En este marco, el sindicato con el que la CNT quería amigarse para hacer la revolución realizó una crítica pública y frontal de las colectividades agrarias. Hombre, los ugetistas, en su mayoría ya medio comunistas o comunistas del todo, no podían estar en contra de las colectivizaciones agrícolas, básicamente porque eso es lo que se había hecho en la URSS en los diez años anteriores, y además a hostia limpia. Lo que pasa es que argumentaron, y tenían desde luego razón, que no era el momento procesal. Que había que ganar la guerra, y ganar la guerra pasaba por producir a lo bestia en el campo. Al fin y al cabo, hasta Lenin y Stalin habían esperado a la consolidación de la URSS para comenzar las colectivizaciones a lo bestia. La realidad de la producción agrícola catalana, sin embargo, era muy otra, con una situación a menudo caótica en muchas zonas rurales.
La posición de la UGT, que era la del PSUC, encontró obviamente eco y ayuda entre los rabassaires que, no se olvide, retuvieron siempre la Consejería de Agricultura, desde la que combatían con saña las colectivizaciones.
En las primeras semanas de aquel año de 1937, el tema estaba ya maduro para que se pasara de las palabras a las manos. El primer incidente grave ocurrió en el pueblo tarraconense de La Fatarella. El 23 de enero, por ahí se presentaron unos anarquistas, sin duda minoritarios, con la pretensión de colectivizar las explotaciones del pueblo. Los propietarios rurales de la zona, ninguno de ellos terrateniente, decidieron enfrentárseles con las armas. Se enviaron fuerzas del orden desde Barcelona y, en los disturbios varios campesinos resultaron muertos. El PSUC hizo hilo con esta tragedia, el pequeño Casas Viejas de la CNT del que hoy casi nadie quiere hablar, del que obviamente responsabilizó a la CNT, y que le vino muy bien para situar el debate en otro terreno que era de su preocupación: el control anarquista de las patrullas obreras que ejercían el control armado por su cuenta.
En las primeras semanas de 1937, el PSUC comenzó también a atacar las colectivizaciones industriales de las ciudades, es decir, el control obrero de las fábricas. Aquello, antes que nada, era una confrontación ideológica de altura, pues no dejaban de contraponerse el buenismo proletario esencial del anarquista (el gestor más sabio es siempre el gestor obrero) con el elitismo inherente a todo leninismo (hay que actuar a favor del obrero, pero a través de una vanguardia revolucionaria que es la que tiene que tener todo el poder). Pero, en las circunstancias en que se produjo el enfrentamiento, era, fundamentalmente, el intento, cada vez más desesperado, por parte de los comunistas a la hora de montar una gestión centralizada de recursos y producciones, por el bien de la lucha bélica; frente a un anarquismo que no se bajaba de la burra de que revolución y guerra se podían abordar al mismo tiempo.
A decir verdad, la Esquerra, de natural más pastueña y en el fondo más aficionada a llevarse bien con los anarquistas que con los comunistas, hecho éste que es patente incluso en los momentos presentes, había conseguido algunas cosas de los anarcos. Ambas fuerzas, en efecto, habían pactado la transformación de toda la industria metalúrgica catalana en una industria de guerra,, en un proceso que estaba siendo coordinado por el cenetista Eugenio Vallejo, siempre en colaboración con Tarradellas.
Tarradellas, sin embargo, estaba apremiado por la necesidad de hacer a Cataluña más eficiente en la lucha bélica. Por eso, en un proceso que ya hemos contado en este blog, diseñó un proceso monstruo de legislación, con más de cincuenta decretos elaborados de una tacada que creaban nuevos impuestos, más algunas medidas de racionalización en la vida económica y social catalana que, en la práctica, limitaban las capacidades de los comités obreros. Esto a la CNT no le gustó nada, así que los anarquistas se lanzaron en su Prensa contra el consejero de Hacienda que, como os he dicho, les había sido relativamente cercano hasta entonces. Sin embargo, formalmente Tarradellas mantuvo su preferencia por los anarquistas; lo cual acabó impulsando al PSUC a buscarse los apoyos en Madrid.
Otro
factor importante de estrangulamiento del anarcosindicalismo, en
Cataluña y Aragón sobre todo, fue la decisión de Largo Caballero
de decretar que el gobierno sólo proveería de armas y logística
bélica a las unidades regulares. Las unidades de milicianos fueron, pues, dejadas a su suerte, buscando que se disolviesen. La reacción
de la CNT había sido, a finales de 1936, aceptar la creación del
Ejército Popular de la República y su integración en él; aunque
en Cataluña hizo lo que pudo, sin conseguirlo, para que se crease
algún tipo de órgano coordinador bélico en la Generalitat en el
que ellos pudieran tocar pelo. En octubre del 36, cuando la
Generalitat movilizó a todos los varones de 18 a 40 años, la CNT ya
había sorprendido a todos redactando unas normas para sus milicias
que eran todo un florilegio de normas de pura disciplina militar.
Semanas después, de nuevo arrollada por las circunstancias, la CNT
firmó un acuerdo con la UGT por el que se estableció el mando
unificado de las unidades. Una vez más, se trataba de una medida
teóricamente asentada sobre la solidaridad revolucionaria de ambos
sindicatos; aunque en realidad, como ya os he dicho, la UGT no era
sino el PSUC disfrazado de pitufo. Sin quererlo, pues, los comunistas anarquistas estaban entregando largas parcelas de poder militar a los comunistas;
y ya se sabe que cuando le das un poder a un comunista, ya no lo
suelta nunca. Así las cosas, cuando la Generalitat reguló que,
desde el 1 de noviembre del 36, las milicias populares quedaban
sujetas al Código de Justicia Militar, poco se pudo hacer. Eso sí,
hubo episodios, como el ocurrido en marzo de 1937, cuando Largo
Caballero decretó que toda la columna que luchaba en Teruel se
integraría en el Ejército, y ésta se negó.,
Desde febrero de aquel mismo año, sin embargo, había cosas que estaban cambiando. Fue más o menos en aquel mes cuando Largo Maniobrero comenzó a pensar que la presión de los comunistas era excesiva y, por lo tanto, con la misma elegancia con que se había alejado de sus antiguos amigos anarcosindicalistas, trató de recuperar su amistad.
El primer ministro estaba muy presionado por la pérdida de Málaga y los malos resultados, entonces, en el frente de Guadalajara. Por ello, redujo el poder del Comisariado de Guerra, en lo que claramente era un guiño hacia los anarcosindicalistas. En la práctica, esto supuso que las unidades anarquistas, si bien sometidas al Estado Mayor en la estrategia de la guerra, siguieron siendo unidades anarquistas, algo que estaban abocadas a perder en caso contrario.
Todos estos hechos, y otros muchos que se podrían relatar, llevaron a los estrategas comunistas, y consiguientemente a sus terminales españolas, a la convicción de que, para ganar la guerra, era fundamental desarmar a las fuerzas de retaguardia en Cataluña y desmantelar las estructurales revolucionarias de control obrero. Esto es mayo del 37; pero mayo del 37 empezó muy pronto, en septiembre del 36. El 20 de dicho mes, el gobierno de Madrid legisló la creación del cuerpo, las Milicias de Vigilancia de Retaguardia, que se ocuparía del orden público en las zonas no bélicas, integradas por los efectivos hasta entonces controlados por sindicatos y partidos. Sin embargo, en Cataluña esta reforma no fue de aplicación. Las patrullas cenetistas siguieron poseyendo la calle. Sin embargo, o los anarcosindicalistas se volvían cada vez más cachoburros, que no lo creo, o cada vez tenían menos control efectivo sobre aquellas patotas formadas por virreyes de esquina, que yo creo que es lo que pasó. El caso es que la Prensa no anarquista comenzó a hacer carne picada en modo experto con los muchos, muchísimos ejemplos que había en toda Cataluña, y sobre todo en Barcelona, de actuaciones gratuitas, abusos de poder o directamente delicuenciales, por parte de aquellas partidas de la porra de la Revolución.
Aquello no podía durar.
"Sin quererlo, pues, los comunistas estaban entregando largas parcelas de poder militar a los comunistas; y ya se sabe que cuando le das un poder a un comunista, ya no lo suelta nunca."
ResponderBorrarEntiendo que querías decir que los "anarquistas estaban entregando largas parcelas de poder..."
Llevo leyendo años tus historias en general y en particular las relacionadas con el periodo de finales del 19 hasta la posguerra y no deja de sorprenderme el cacao mental que produjeron estas ideologías y los saltos lógicos absurdos más allá de las evidencias. Pero bueno, hoy tampoco andamos faltos de movidas así.
El prestigio de la revolución rusa, que fue muy grande durante mucho tiempo, generó una sensación de cierto milenarismo, de final de la Historia. Eso hace que muchas ideologías, a izquierda y derecha, y aunque no lo quieran admitir, abrazasen el irracionalismo.
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