Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda
Bayona
Napoleón ya no se esconde
Padre e hijo, frente a frente
La carta del rey padre
La (presunta) carta de Fernando
La última etapa en la hoja de ruta de Napoleón
El 2 de mayo se cocina
Los madrileños no necesitamos que nos guarden las espaldas
De héroes, y de rocapollas
Murat se hace con todo, todo y todo
La chispa prende
Sevilla y Zaragoza
Violentos y guerrilleros
La Corte de Bayona
Las residencias del rey padre
Bailén
La "prisión" de Valençay
Dos cartas que dan bastante asco
Un ciruelo tras otro
El Tratado de Valençay
¡Vente p'a España, tío!
El rey, en España
El golpe de Estado
Recap: por qué este tío nos ha jodido
Cuando
Carlos IV llegó a Bayona, Napoleón prosiguió con su estrategia,
otorgándole los honores de un rey reinante e invitándole
personalmente a comer. En esa comida, por cierto, pudo producirse
una escena, que ha sido repetida por muchos historiadores en su
relato de estos días, según la cual Carlos, al llegarse a la mesa y
comprobar que no estaba prevista la presencia en la misma de Godoy
(quien también se encontraba ya en Bayona), la exigió un poco con
cajas destempladas, por lo que Napoleón le hizo llamar. Hay que
decir que esta especie, que como digo ha sido aceptada por muchos
historiadores, procede de una versión francesa, pues quien lo
cuenta en estos términos es Louis-François de Bausset. Godoy lo
cuenta de otra manera: según él, todo estuvo muy estudiado por el
propio Napoleón, quien fue quien llamó la atención al rey español
de que su valido no era de la partida y lo hizo llamar como si se
hubiera dado cuenta en ese momento. Yo, la verdad, encuentro más
creíble la versión del español, por ser más coherente con la que
estaba intentando montar el emperador francés, en el sentido de
reconstruir el viejo poder español para luego llevárselo por
delante.
NAPOLEÓN:
Majestad, no habéis probado el vino durante toda la comida.
¿Desearéis ahora una copa de licor?
CARLOS
IV: Muchas gracias, pero soy abstemio por costumbre y nunca me ha
gustado.
NAPOLEÓN:
Vuestra Majestad me admira; pero yo querría saber, para agradarle,
alguna cosa de su gusto.
CARLOS
IV: Vuestra Majestad tiene colmados mis deseos. Mi comida y mi
bebida más gustosa es la felicidad de mis vasallos y yo he
logrado asegurarla con la ayuda del más grande de los hombres.
Pues
eso: Charlie, con sus cojones Borbones, venía a decir, como Góngora,
eso de ande yo caliente / y ríase la gente; asumiendo que
todo lo que querían los españoles es que él tuviese la lorza bien
repleta.
Así
ablandado el pulpo, Napoleón se aprestó a cocerlo y comérselo con
los cachelos que eran los territorios de España. De una u otra
manera, pues en ese tema cuando menos yo no estoy cierto sobre el
cómo, el emperador llevó a la mente del rey español, probablemente
excitado por los excelentes capones que se estaba llevando al colon,
la idea de que debía exigirle a Fernando la devolución formal de la
corona de España. Era el último tramo que le quedaba al pérfido
francés (pleonasmo), pues Napoleón sabía que el último resbalón
que podía dar en el biathlon en que se había convertido la asunción
de la corona de España era que cometiese el error de hacer el
reclamo él mismo, que formalmente no tenía ningún derecho para
ello, salvo el de conquista. Las cosas, en todo caso, para entonces estaban ya muy maduras
como para que Carlos reculase y, por mucho que se empeñe Godoy en
sus memorias en blanquearse a sí mismo, no parece tampoco que su ex
primer ministro le pusiera mucho en guardia, mesmerizado como estaría
también con el poder del emperador; cosa que también hay que entender porque, al fin y al cabo, Napoleón acababa de sacarlo del maco. A lo que hay que añadir que, como veremos más abajo, existen indicios, que podemos creer o no, de que el partido de los reyes padres, en ese momento, todavía no podía ni imaginar que Napoleón quería la corona de España para sí. Entre otras cosas, como ya me he ocupado de recordar, porque todas las oportunidades que tuvo su hijo de advertirlo en ese sentido las tiró por el fregadero.
Así
pues, Carlos se avino a convocar una reunión con Fernando en la que,
en presencia de su mujer la reina (o ex reina; eso depende de la
óptica que adoptes) y del propio Napoleón, le exigió que le
devolviese la corona. En la Historia española, sobre todo la escrita
en el siglo XIX, se dio por prácticamente cierta la versión de que,
en dicha reunión, Carlos insultó, incluso gravemente, a su puto
niño. Lo cierto es que, leyendo por ejemplo las cartas de María
Luisa a la ex reina de Etruria, a las que ya me he referido
anteriormente, cartas en las que la mujer de Carlos IV expresa
claramente la convicción del matrimonio sobre la participación de
Fernando en su abdicación violenta, no tendría nada de extraño que
aquella vez, que no dejaba de ser la primera que padre e hijo se
ponían de pico a pico desde entonces, Carlos, sintiéndose fuerte,
no se le echase encima y lo pusiera de puta para arriba. De nuevo,
sin embargo, tenemos que tener en cuenta que el principal, yo diría
que casi único en su origen, referente de estos insultos, es un
francés: el arzobispo Dominique Georges Dufour de Pradt, un viejo
realista que había tomado partido por el Antiguo Régimen en los
Estados Generales, hubo de exiliarse por ello, y había podido volver
con el Imperio gracias a su parentesco con Duroc. Pradt dice haberle
escuchado a Napoleón el relato de esos insultos; pero, teniendo en
cuenta el odio africano que el emperador tenía hacia los Borbones en
general y Fernando en particular, incluso aunque fuese cierto su padre Carlos lo insultó, hay que tener cuidado al dar el relato por cierto. Hay que
tener en cuenta, además, que Pradt era amigo de Escoiquiz, lo que
pudo llevarle a exagerar la humillación del jefe de éste. Por
último, cabe recordar que Godoy, en sus memorias, niega los
insultos; pero, claro, qué va a hacer él...
En la
carta que Fernando le escribió a su padre al día siguiente, el hijo
le dice al padre varias cosas. Empieza, por ejemplo, por reprocharle
que “ahora me dice VM que, aunque es cierto que hizo [en Aranjuez]
la abdicación con total libertad, todavía se reservó en su ánimo
volver a tomar las riendas del gobierno cuando lo creyese
conveniente. He preguntado en consecuencia a VM si quiere volver a
reinar; y VM me ha respondido que ni quería reinar ni menos volver a
España. No obstante, me manda VM que renuncie a su favor a la
Corona”.
Acto
seguido, Fernando, en un texto en el que yo adivino las cuatro manos
de Escoiquiz y Cevallos, le dice a su padre que la decisión que tome
debe de ser consistente con el deseo de cumplir los deseos de un
padre, pero “sin estar en contradicción con las relaciones que
como Rey me ligan a mis amados vasallos”. Así pues, Fernando se
ofrece a renunciar a la corona bajo una serie de condiciones:
- Ambos regresarán a Madrid.
- Una vez en Madrid, se convocarán Cortes, junto con “todos los tribunales y los diputados de los reinos”.
- Que será ante dicha asamblea que la renuncia de Fernando se proclamará, con expresión de las razones para ello, entre las cuales se encuentra “redimir a mis vasallos de los horrores de una guerra civil”.
- “Que VM no llevará consigo personas que justamente se han concitado el odio de la nación” (Godoy se queda en Francia).
- “Que si VM, como me ha dicho, ni quiere reinar, ni volver a España, en tal caso yo gobernaré en su Real nombre como Lugar-Teniente suyo”.
Termina
Fernando haciendo una advertencia indirecta a Napoleón: “Ningún
otro puede ser preferido a Mí: tengo el llamamiento de las leyes, el
voto de los pueblos, el amor de mis vasallos; y nadie puede
interesarse en su prosperidad con tanto celo, ni con tanta
obligación, como Yo”.
De esta
última frase, la primera parte (hasta “vasallos”) era 100%
cierta. En el resto no hay un adarme de certitud. Ésa es, de hecho,
la esencia de la tragedia de España en aquel malhadado año de 1808.
En
resumen, la contestación de Fernando es la contestación de un
egoísta a otro egoísta que, simplemente, explota el hecho de que,
siendo el receptor más egoísta que él mismo, lo que hace es
explotar esa diferencia. Ambos, padre e hijo, están ahora mismo
buscando lo suyo, su propio bienestar y futuro; lo que pasa es que la
posición del padre, una vez producida la abdicación y constatado el
hecho de que el pueblo español tiene la mejor imagen posible del
nuevo rey, está en una posición mucho más desabrida, pues no puede
ni soñar con cumplir una sola de las cinco condiciones que le pone
su hijo; que son condiciones de plena constitucionalidad. Eso sí, es
una postura que también tiene sus fisuras, fisuras por las que se ve
que eso de enfundarse en la bandera y en el pueblo español, eso de
decir yo no puedo hacer nada que perturbe la felicidad de mis
vasallos y todas esas gansadas, es pura mierda. Por ejemplo: si tan
constitucional era Fernando, si tan consciente era de que una
abdicación o entrega de la corona bien hecha debe verificarse ante
las Cortes del reino para ser eficiente, ¿cómo es que aceptó ser
rey por un papelito firmado por su padre mientras su palacio estaba
rodeado de turbas vociferantes?
Característica
propia del político español medio es que la legalidad sólo importa
cuando le favorece, o la necesita para defenderse.
Hay,
además, otra cosa, que para mí es de extrema gravedad. A esas
alturas de la película, es difícil de saber hasta qué punto Carlos
era consciente de que la idea de Napoleón era mudar la dinastía,
esto es, eliminar a los Borbones de la corona de España.
Ciertamente, Carlos, como le reprocha su hijo, deja claro que quiere
que le devuelvan la corona que, en su idea, nunca abdicó; pero
tampoco quiere regresar a España. Pero eso no quiere decir,
exactamente, que tenga claro que crea que Napoleón vaya a echarlo a
él y a su familia. Camino de Francia, en Villareal, Carlos había
sido cumplimentado por un aristócrata palaciego, el duque de Mahón,
que fue quien lo avisó de que la intención de Napoleón era “reunir
a todos los Borbones en Bayona para privarles del trono”. Sin
embargo, sabemos que los reyes padres no creyeron esa teoría,
considerando el cambio de dinastía una “escandalosa perfidia”
(en palabras de María Luisa) incompatible con las promesas hechas
por el francés de proteger a Carlos.
Por lo
tanto, si Carlos todavía creía que Napoleón era un amigo que lo
que quería era ayudar al rey a recuperar la corona de España para
luego administrarla como le pareciese mejor intramuros de la
familia Borbón (por ejemplo, desheredando a Fernando y echando
mano de Carlos), ¿por qué Fernando no jugó en su carta la baza de
contarle o insinuarle a su padre lo que, desde luego, él sabía
bien, y es que Napoleón no iba a admitir a un Borbón al frente de
España?
Sólo
hay una respuesta a esa pregunta. Para Fernando de Borbón, el peor
de los escenarios, el peor, era que volviese a reinar su
padre. Él sabía que su futuro personal estaba en grave
peligro en ese caso. Escribía en el papel que todo lo hacía por el
amor a sus vasallos, pero era mentira. A él todo lo que le importaba
era su personal, e intransferible, manual de resistencia.
Las
casas de los reyes padres y del rey su hijo estaban fuertemente
vigiladas por los franceses, que conocían cada movimiento con
precisión. Tanto es así que Napoleón se presentó en la de Carlos
un cuarto de hora después de que éste hubiese recibido la
carta de su hijo. La leyeron juntos y, una vez leída, el emperador
se ofreció para contestarla él. Al mismo tiempo, Napoleón hacía
su propia campaña de imagen ante los reyes padres y Godoy,
mostrándoles por ejemplo cartas de Fernando (que, para mí, fueron
muy probablemente fabricadas por los propios franceses) en las que el
Borbón insultaba a la emperatriz y a los franceses; y otras de Murat
quien, desde Madrid, hablaba de disturbios que comenzaban a estallar
por organización de los fernandinos.
Todas
estas noticias abatieron el ánimo de Carlos IV; el rey padre se fue
dando cuenta, entre otras cosas porque Napoleón se lo dijo
literalmente, de que el emperador estaba dispuesto a pasar por encima
de quien fuese para retrotraer el trono a su amigo. De hecho,
le dijo que, si hiciera falta, a su ascensión al trono “le
servirán de grada los cadáveres mugrientos de sus enemigos”.
Carlos, sin embargo, al contrario que sus descendientes del mismo nombre, no
quería una guerra civil. Estaba muy encabronado con su hijo, quien
consideraba que lo había engañado; pero, más allá, se sentía
viejo, cansado, y simplemente quería volver a la que había sido su
vida de siempre: cazar, comer, dormir, tocarse los cojones Borbones.
Así pues, llegó el momento de volver a enfundarse en la bandera, y
por eso le dijo a Godoy que “yo no quiero la corona al precio de la
sangre de mis vasallos”.
Siempre
según Godoy, en ese momento Carlos, bajando los brazos, le propuso a
Napoleón que llegase a un acuerdo con Fernando, procurándole a él
una jubilación de oro. El emperador, claro, se negó. Pero no pudo
regatear el hecho de que la pieza fundamental de tu estrategia, esto
es el rey padre, no se avenía a llegar tan lejos como él se había
propuesto. Napoleón no esperaba que el puto viejo se le fuese a achantar, y por eso tuvo que improvisar.
Esto fue
lo que le llevó a maquinar la idea de una tercera vía: un consejo
de diputados españoles reunido en Bayona, au dessus de la melée,
que pudiera diseñar un sistema para alcanzar la concordia en el
enfrentamiento dinástico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario