Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
Conforme Mao Tse Tung fue perdiendo fuerza y capacidad física, fue ganando importancia Madame Mao, la que era su mujer desde 1938. Madame Mao era una mujer extremadamente vengativa. De hecho, todas las acciones y recomendaciones que se le conocen durante la revolución cultural fueron venganzas personales. Una actriz llamada Wang Ming, que décadas antes le había ganado un papel a la señora de Mao, lo que la llevó incluso a actuar en la Casa Blanca, murió en prisión.
La mujer del líder tenía un punto débil. Muy débil: su
pasado en Shanghai. Había sido encarcelada por los nacionalistas. Se decía que
en la cárcel había traicionado a camaradas comunistas, además de sacar brillo a
los sables de sus carceleros. Así las cosas, usó la revolución cultural para
meter en prisión a todas las personas que habían tenido contacto con ella en
esos tiempos, incluso las que habían sido sus amigas, o amantes. La mayoría ya
nunca salieron.
La otra gran obsesión que tenía era una carta que había
escrito una vez tras una discusión con Mao, en 1958. Se la había enviado a un
amigo que era director de cine, preguntándole por la dirección de un ex marido,
Tang Na, que vivía en París. En 1966, hizo arrestar al director de cine y a
varios de sus amigos, y arrasó sus viviendas en busca de la carta. El director
juró que había destruido la carta; pero, como no le creyeron, murió en el potro
de tortura.
Más obsesa todavía que su marido respecto de la posibilidad
de ser asesinada, a Madame Mao no le gustaba que estuviesen cerca de ella
personas a las que no conocía. Todo el mundo que hablase con ella tenía que
estar en un plano inferior. Eso quiere decir que, cuando recibía tumbada en un
sofá, su postura preferida, sus interlocutores se tenían que tumbar en el suelo
(menos mal que los comunistas no creen en jerarquías y son todos camaradas,
¿eh?)
En 1969, cuando Mao disolvió el Pequeño Grupo, mantuvo a su
mujer como perra de presa. No tenía ninguna función de empleo, por lo que
pasaba el tiempo jugando a las cartas o con sus perritos, o haciendo ejercicio
en el parque Beihai, cerrado al público. Era capaz de ordenar que un destructor
de la Marina entrase o saliese de un puerto porque quería fotografiarlo. Sus
piscinas estaban permanentemente climatizadas, y una de ellas, en Cantón, era
una piscina de agua mineral que le traían desde muy lejos. En un estilo de vida
que hace que Pedro Sánchez sea un muerto de hambre, tenía sus aviones siempre
dispuestos en el aeropuerto, pero no sólo para volar ella. Los solía usar para
que le trajesen una chaqueta que quería ponerse, o un sofá en el que de repente
le apetecía sentarse. Por supuesto, su tren personal se ponía en marcha y se
paraba cuando ella quería, de forma que el resto de la red ferroviaria pagaba
el pato (laqueado).
Madame Mao, igual que Howard Hughes, tenía una confianza
extrema en las ganancias de salud derivadas de las transfusiones de sangre de
hombres sanos. Así pues, en su guardia personal siempre había un par de
chavalotes a los que se sacaba sangre regularmente para ella. Mao, sin embargo,
acabó convenciéndola de que se estaba pasando. En realidad, tenía buena salud,
aunque era un manojo de nervios. Como su marido, se tomaba pastillas para
dormir como caramelos, y nunca conseguía dormirse hasta cosa de las cuatro de
la madrugada. Odiaba la luz natural (llegaba a tener hasta tres capas de
cortinas) y el ruido. En sus residencias, los sirvientes mataban o espantaban
todos los pájaros e insectos, andaban descalzos, y siempre llevaban las piernas
y los brazos abiertos para que sus ropas no rozasen. La habitación donde
estuviese ella tenía que estar a 21,5 grados exactos en invierno, y 26 en
verano.
Desde el momento en que se mataron los Lin y supo que había
habido planes para matar a Mao y matarla a ella, Madame Mao comenzó a tener
pesadillas en las que los Lin regresaban y acababan la labor. Meses antes del
intento de huida, una noche había ido a mear estando empastillada y se había
dado una hostia contra el suelo; siempre sostuvo que aquel accidente había
formado parte de un atentado contra ella, porque las píldoras estaban
envenenadas. Sus médicos fueron acusados.
En agosto de 1972, el año de la visita de Nixon, los chinos
ficharon a una periodista estadounidense, Roxane Witke, para que escribiese
sobre Madame Mao, para hacerla mundialmente famosa como primera dama de China.
La mujer de Mao y Witke hablaron sesenta horas, durante las cuales la
entrevistada se pasó veinte pueblos. Dijo que echaba de menos el Shanghai
precomunista e, incluso, le contó a la estadounidense que un marine se había
querido casar con ella. Mao ordenó la censura de buena parte de las grabaciones
de las conversaciones. Witke, efectivamente, escribió una biografía de Jian
Qing, pero con poca chicha.
Los Mao vivían en diferentes residencias desde el principio
de la revolución cultural. Mao había terminado por no soportarla; pero Jin no
podía soportar la distancia con el poder, así que desarrolló relaciones con las
amantes de su marido para que la ayudasen a pasarle mensajes, en una situación
rara, rara, rara. A base de mucho dar por saco, el 26 de diciembre de 1975, en
el 82 cumpleaños de Mao (que sería el último) se le autorizó estar presente en
la cena de celebración; pero durante toda ella, Mao hizo como si no estuviera.
Eran los últimos meses de Mao. Un momento en el que su miedo
a morir asesinado se había convertido en obsesión. Tanto era así que sólo había
dos personas que podían entrar en su habitación sin que él las hubiera llamado:
sus dos medio enfermeras, medio amantes, Zhang Yu Feng y Meng Jin Yun. Meng,
que era una ex actriz, quería pirarse, y le pidió a Zhang que le hablase a Mao
de la posibilidad de que la dejase irse a vivir con su marido, con el que
quería tener un hijo, mientras veía que se le pasaba el arroz (treinta años;
una edad excesiva para una china de entonces a la hora de ser madre). La
respuesta de Mao fue: “que espere a que me muera”. Zhang, de hecho, tenía una
niña bebé que dependía de su leche. Como no podía ir a casa a darla de mamar,
comenzó a sacarse la leche y guardarla en un bote. La niña acabó enfermando.
Otra mujer muy cercana a Mao era Li Na, la única hija que
había tenido con Jian Qing. Tenía grandes planes para ella, y desde la
revolución cultural la tenía muy cerca. Sin embargo, Li Na tuvo una gravísima
crisis nerviosa en 1972 de la que siguió entrando y saliendo durante el resto
de su vida. Su problema, aparentemente, era el de todos: quería que la
quisiesen, pero con esos padres lo tenía jodido. Además, precisamente por tener
esos padres, ningún hombre se la acercaba, y tuvo que ser ella, en 1971, la que
escogiera a uno de su servicio. A su boda sus padres ni se molestaron en
acercarse. Jian Quing le puso la proa a su yerno, aduciendo que estaba causando
problemas de salud a su mujer. Claro que ella no era cualquier suegra: acabó
exiliándolo de Pekín. Esto acabó con Li Na, aunque con los años recuperó el
equilibrio (a base, al parecer, de ir por la vida diciendo cosas como:
“¿revolución cultural? ¿qué revolución cultural?”).
La otra hija de Mao, Chiao Chiao, también se pasó la vida
coqueteando con la depresión. An Ying, su hijo mayor, había muerto en Corea. Y
el menor, An Ching, era discapacitado mental. En estas circunstancias, el hijo
en la práctica de Mao fue su sobrino, Yuan Xin, que llegó a ocupar importantes
cargos.
El padre de Yuan Xin, el hermano de Mao, Tse Min, había
muerto, en parte, por desidia de su hermano para liberarle de su
encarcelamiento. Mao, por lo demás, fue directamente responsable, como hemos
visto, de la muerte de su segunda mujer, Kai Hui; así como de la locura
intermitente de la tercera, Gui Yuan. Por lo demás, siempre tuvo claro que Jian
Qing le sobreviviría, pero no hizo nada por protegerla. De hecho, conforme la
oposición representada por Deng Xiao Ping se fue haciendo fuerte, la ofreció a
cambio de salvarse él. Mao, pues, ofreció la vida de la famosa Banda de los
Cuatro a cambio de la suya. De hecho, fueron detenidos pocas semanas después de
su muerte. Jian Qing se suicidó en 1991.
Efectivamente, en los últimos dos años de su vida, Mao hubo
de ser testigo del crecimiento constante de una oposición a su persona liderada
por Deng. Mao había purgado a Deng en 1966; pero en 1973, en las circunstancias
que veremos, lo rehabilitó. Natural de Sichuan, Deng había estudiado en
Francia, donde se había hecho comunista. Cuando fue expulsado del país se fue a
la URSS, donde se forjó como dirigente. Ya lo era durante la Larga Marcha, y
fue mando militar durante la guerra contra los japoneses y la guerra civil.
Era un hombre completamente leal a Mao. Sin embargo, cuando
Liu Shao Chi comenzó a posicionarse en contra del maltrato a los campesinos, se
puso de su parte. En la revolución cultural, Mao hizo todo lo posible por
atraer a Deng al Lado Oscuro; pero no pudo. Así que lo acusó de ser un
capitalista como Liu y lo colocó en arresto domiciliario. Fue sometido a actos
públicos de denuncia, pero sin grandes agresiones. Además, no fue separado de
su mujer.
En mayo de 1968, el hijo y la hija de Deng fueron
secuestrados en la universidad de Pekín y llevados a un acto para denunciar a
su padre. El hijo, Pu Fang, se tiró por unas escaleras y se quedó paralítico.
Deng no fue informado hasta un año después, y aun entonces le prohibieron ver a
su hijo. Aquellos años bajo arresto domiciliario, trabajando en una fábrica de
tractores de Jiangxi, le llevaron a pensar que tal vez el estalinismo y el
maoísmo se habían pasado algún pueblo que otro; y comenzó a pensar en una China
diferente, bastante parecida a la actual.
En septiembre de 1971, Pu Fang, que ya vivía con sus padres
y se había convertido en un as de la electrónica, fabricó una radio que cogía
emisoras extranjeras. Fue así como se enteraron de la muerte de Lin Biao. Tras
conocer esa noticia, Deng le escribió a Mao solicitándole un curro. Pero Mao no
le contestó; ni siquiera cuando Chou En Lai enfermó. Decidió apoyarse en Wang
Hong Wen, el otrora matón de Shanghai; pero aquel bully no tenía madera
de miembro de la alta política. Así que Mao hizo traer a Deng a Pekín en 1973,
y lo nombró viceprimer ministro, para que se ocupase de alguna que otra visita
de gente del extranjero. A finales de 1973, asumiendo que Deng era la única
persona que tenía en su círculo con predicamento en el ejército, lo metió en el
Politburo y le encargó la gestión de las Fuerzas Armadas.
En vida de Mao, Deng nunca dio muestras que querer usar su
poder militar contra él; de hecho, fue el fautor de la decisión del régimen de
no renunciar a la figura de Mao, en un extraño retruécano argumental según el
cual lo malo fue el maoísmo, pero no Mao (formula esto acerca de Franco y el
franquismo y verás lo estúpido que suena). Eso sí, en cuanto Mao estuvo muerto,
Deng se aplicó a acabar completamente con la revolución cultural, rehabilitando en masa a los supervivientes de la misma, y trabajando para elevar el nivel de
vida del chino medio. Mao, probablemente, había confiado en que Deng sería
“contraprogramado” por el backbone maoísta que dejaba atrás: su mujer,
Zhang La Cobra, Yao Wen Yuan, con enorme
poder en la Prensa, y Wang Hong, a los que llamaba La Banda de los Cuatro. Pero
la cosa es que Deng se encargó de ellos inmediatamente. Kang Sheng, por su
parte, era para entonces un enfermo terminal de cáncer.
Pasados los ochenta, Mao se hubo de enfrentar a la misma
dura realidad a la que se enfrentó Stalin: tenía que dejar de fumar. Con todo,
lo que más le afectó fue quedarse prácticamente ciego. Igual que Stalin,
siempre había sido un lector impenitente (y, de hecho, en la revolución
cultural se hizo con un montón de libros antiguos robados de casas y museos
que, honradamente, desconozco si el régimen ha devuelto a sus legítimos
propietarios).
Estas limitaciones provocaron que Mao comenzase a no acudir
a actos ni audiencias. El 17 de julio de 1974 se marchó de Pekín hacia el sur.
En ese viaje le fueron diagnosticadas cataratas; es decir, supo que su ceguera
tenía reversión. Lamentablemente, en dicho reconocimiento también se le localizó
la ELA/Parkinson. Mao, como ya os he contado, no lo supo. Los doctores se lo contaron a
Wang Dong Xing, quien se lo contó a Chou En Lai.
Chou terminó por compartir lo básico de la información que
tenía con sus dos compañeros en la elite del régimen (porque llamarlos aliados
sería demasiado): Deng y el mariscal Yeh. Los tres decidieron mantener la
información fuera del conocimiento de la Banda de los Cuatro y del propio Mao.
A partir de ahí, comenzó una carrera contrarreloj. Deng,
Chou y Yeh sabían que a Mao y al propio Chou no les quedaban ni dos recetas de
Arguiñano; para poder contrarrestar adecuadamente a Los Cuatro, Deng necesitaba
que Mao oficializase su puesto de sucesor de Chou En Lai y, si fuere posible,
comenzase la rehabilitación de dirigentes caídos en desgracia por la revolución
cultural. En diciembre de 1974, Chou salió del hospital para volar a Changsa y
llevarle a Mao un portafirmas petado de nombramientos. Para entonces, la Banda
de los Cuatro conocía bien los movimientos de Deng y los suyos, y le estaba
comiendo la oreja a Mao con el tema. El líder, sin embargo, carecía de fuerzas
para oponerse a Deng; y la clave de esa debilidad era el mariscal Yeh. Además,
en su tenue defensa hay que decir que está bastante claro que incluso Mao, que
podía ser un loco Pajares cuando quería, tenía claro que no podía dejar China
en manos de Los Cuatro. Primero, porque lo descojonarían todo. Y, segundo,
porque, al no tener, como no tenían, predicamento alguno en el ejército, el
probable resultado sería el fin del comunismo en China.
Mao perdió la coordinación muscular. Tenía que ser acostado
de lado para ser alimentado, y aún así este simple gesto era muy problemático.
En ese estado, firmó el nombramiento de Deng como primer viceprimer ministro
(los cargos comunistas suenan muy a menudo como la burguer cangre burger);
pero, eso sí, como segundo del segundo, es decir, justo por debajo de Deng,
puso a La Cobra. E insistió en que todo el aparato de medios de comunicación
siguiese en manos de los Cuatro.
Aquello marcó el principio de una cacería en la cual La
Alianza, como normalmente se la conoce, fue a por La Cobra y a por Madame Mao
usando sus pasados. El 26 de diciembre, en el 81 cumpleaños de Mao, Chou le
dijo a su jefe que los dos habían espiado para el Kuomintang en los años
treinta. Mao contestó (es una contestación muy de comunista; Molotov la dio
muchas veces en Yalta) que siempre lo había sabido.
La acusación de Chou puso a Mao nervioso. En marzo de 1975,
la Banda de los Cuatro, con o sin conocimiento de él (que yo creo que sí lo
sabía) comenzó una campaña de Prensa contra el nuevo mando comunista chino. En
abril, cuando regresó Mao a Pekín, Deng fue a verle y le pidió que parase;
bueno, yo creo que no se lo pidió, sino que más bien le vino a decir: o lo
paras, o lo paro (un poco como la escena de The Godfather cuando la
mujer de Fredo, borracha, comienza a dar el espectáculo). Mao aceptó, y le echó
la culpa a la Banda de los Cuatro (genio y figura...) El 3 de mayo, ante el
Politburo, Mao ordenó que la campaña cesase y, cosa increíble, admitió haber
cometido un error. Fue su último Politburo.
El acto de reconocer su error era, en realidad, el acto de
pedirle de rodillas a Deng y Yeh que no diesen un golpe de Estado. A Mao, ya os
lo he dicho en estas notas, la posteridad le importaba un huevo. Pero era, en
el fondo, un Azaña de la vida, un cobarde patético que temía el sufrimiento y
la muerte que le había recetado a otros. Se sabía débil y no quería morir como
Gadafi. La Alianza había rehabilitado a decenas de generales de la época de Lin
Biao; Mao tenía menos control sobre el ejército chino que Santiago Abascal en una
merienda de Femen. Había intentado meter gente del entorno de la Banda de los
Cuatro en puestos elevados del ejército, y ni siquiera había sido capaz.
Los militares nunca olvidan. Y nunca es nunca. En junio de
1975 fue el sexto aniversario de la muerte del mariscal Ho Lung, el hombre que
había hablado con el ministro Malinovsky en aquel encuentro fatal, que con ello
había sellado su suerte y comprado un billete sólo de ida a la cárcel donde
murió, literalmente, como un perro. El ejército, ahora, decidió hacerle un
memorial. Todo lo que pudo hacer Mao fue mantener el acto fuera de los focos de
la Prensa. Tuvo que ver, además, cómo Chou En Lai se levantaba de su cama
terminal para ir al acto y leer el discurso funerario.
Bueno, lo oyó más que lo vio. No fue hasta el 23 de julio
que le quitaron la primera catarata, en el ojo izquierdo. Con un ojo operado,
le hicieron dos gafas; una tenía una única patilla a la izquierda, otra a la
derecha. Mao pasó a dormir con un sirviente al lado de la cama, que le cambiaba
de gafas cada vez que se daba la vuelta. Mola el marxismo, ¿eh?
En Forrest Gump hubo una escena descartada, en la que, en su periplo en China ve a un hombre nadando en un río braceando a favor de la corriente, pero a pesar de mantenerse a flote la corriente le arrastra y va a ahogarse. Forrest se lanza y lo salva, el hombre es Mao Tse Tung.
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