Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
El Tigre le propuso al jefe de Estado Mayor del ejército del Aire, Wang Fei, la realización de un ataque sobre la Villa Imperial de Pesca, es decir el complejo donde vivía Madame Mao. Le dijo que al mismo tiempo habría una acción igual en el sur del país, donde estaba Mao entonces. Wang Fei, que era buen amigo del hijo de Lin, le dijo que, sinceramente, no se veía capaz de encontrar un solo soldado que aceptase implicarse en una acción así.
Entonces, el Tigre abordó al general entonces más joven de
China, Jian Teng Jiao, un tipo que odiaba profundamente a Mao, y le propuso
matarlo en Shanghai. Tras mucho discutirlo, se decidieron por bombardear el
tren de Mao. Sin embargo, el hombre al que se acercaron para proponerle la
operación les dijo que carecía de un bombardero adecuado. Acto seguido, se fue
a ver a su mujer, que era médico, y le dijo que le hiciera algo para provocar
su hospitalización. La mujer, efectivamente, le provocó una infección ocular.
Casi sin alternativas, el Tigre envió a un amigo suyo a
Beidaihe, el día 10, para obtener de Lin que le escribiese un mensaje al JEMAD,
Huang Yong Sheng, intimándole a obedecer a su hijo. Lin llegó a escribir la
carta; pero nunca la envió.
En realidad, ya era tarde. Al día siguiente, los Lin fueron informados de que Mao ya había salido de Shanghai por tren. Tenía previsto aparecer en Tiananmen el día de la fiesta nacional, el 1 de octubre. Varios amigos del Tigre se ofrecieron voluntarios para lanzarse en helicóptero kamikaze contra él allí mismo, pero el hijo de Lin vetó esa idea, que era una puta locura. El 12 de septiembre, el Tigre pilotó el avión Trident de su padre hacia Beidaihe. La familia había regresado la idea primigenia de huir a Hong Kong.
A la hora que Mao se estaba metiendo en la cama aquel 12 de septiembre, los Lin estaban terminando de empacar. El Tigre había llegado a las 9 de la noche. Lin le dijo a su equipo que al día siguiente la familia iría a la ciudad costera de Dalian. Aquella tarde-noche, el Tigre cometió su gran error: le advirtió a su hermana Dodo que estuviese lista para partir a la mañana siguiente.
Dodo no estaba incluida en los planes de huida. Era una
muchacha joven que creía en el marxismo y en esas mierdas. Era de ese tipo de
chinas que, aunque su líder proletario se compre un chalé en Galapagar, igual
van a seguir creyendo en él. Sus padres, por lo tanto, habían instruido al hijo
para que la dejara aparte; es decir, que dejara atrás a su hermana. El Tigre, sin embargo, estaba preocupado por las
consecuencias evidentes que Dodo tendría que afrontar cuando todo el resto de
su familia hubiese desertado. Ya días antes le había dicho algunas cosas a su
hermana; momento en que Dodo, tal y como sus padres habían temido, entró en
pánico. Y, cuando supo que la huida sería al día siguiente, simplemente salió
por la puerta de la casa, caminó los escasos metros que la separaban del
edificio que ocupaban los guardaespaldas de su padre, llamó a la puerta y, como
buena comunista, les contó todo el mojo.
Los guardias llamaron a Chou y Chou, inmediatamente, antes
de ir a por Mao, comenzó a recabar información sobre movimientos de aviones,
sobre todo del Trident de Lin Biao. Los amigos de los Lin en el ejército del
Aire, que eran muchos, cuando fueron requeridos a informar, llamaron desde
otros teléfonos al Tigre para advertirle. Lin Biao, por su parte, visto lo
visto, decidió que no se irían al día siguiente. Se irían inmediatamente. Y
cambió de planes: irían a Cantón pero, de ahí, volarían a la URSS, vía Mongolia.
Lo hizo así porque se dio cuenta de que esa solución sólo los mantendría una
hora en espacio aéreo chino.
El Tigre telefoneó al piloto del Trident y le dijo que fuese
poniendo los motores en marcha. Como no sabía que Chou se había enterado todo
por su hermana, fue a su habitación y le dijo que salían ya. Dodo volvió a
hacer el mismo camino por el jardín, con el mismo resultado.
Eran las 11,50. Lin Biao, su mujer la horny y su hijo varón,
junto con un amigo de éste, salieron a toda hostia hacia el aeródromo. Los
guardaespaldas vieron el auto saliendo del complejo residencial. Los propios
empleados del chalé, temiendo sobre todo por el castigo a sus familias, también
salieron con aspavientos, tratando de dejar claro que no estaban en la
conspiración. Hubo una persecución de película, con un grupo de vehículos
persiguiendo a los Lin, que entraron en la pista del aeródromo donde estaba el
Trident con un coche perseguidor apenas a 200 metros.
Consiguieron despegar a las 0,32 de la madrugada. En el
avión iban los tres miembros de la familia Lin, el amigo del hijo, y el
conductor del coche que les había traído. El avión tenía una tripulación de nueve personas, pero sólo el
comandante y tres mecánicos estaban presentes cuando se cerró el avión. Los
mecánicos estaban empezando a cargar combustible cuando llegó el coche
corriendo a toda hostia. Por lo tanto, el avión tenía autonomía para dos o tres
horas lo más, dependiendo de la velocidad y de la altura.
Para gastar menos, y también para evitar los radares, los
Lin comenzaron a volar como si fuesen una avioneta de publicidad en una playa
de verano. A las dos y media de la madrugada, intentaron aterrizar de
emergencia en una meseta pequeña, en Mongolia. Se dieron una hostia del
cuarenta y dos y el avión explotó. Todos murieron en el acto (aunque no
precisamente en el acto que hubiese querido la señora Lin).
Mao había sido despertado con mucho esfuerzo (se había
tomado un camión de pastillas) por Chou poco después de que despegase el avión.
Obviamente, puesto que el Trident no entró en el espacio aéreo de Mongolia hasta
la 1,50, Mao tuvo la oportunidad de ordenar la salida de cazas que derribasen
el aparato. No existía otra alternativa, pues en aquel día China carecía
todavía de misiles tierra-aire. Mao, sin embargo, vetó esa posibilidad, y nadie
cuestiona tal cosa; sólo los muy conspiranoicos defienden la idea de que, en
realidad, el avión fue abatido por los chinos. Y tiene sentido que no lo
hiciera. Mao sabía que todo el ejército del Aire le era fiel a Lin; en ese
momento, su prioridad era que los aviones permaneciesen todos en tierra, y que
sus fuerzas leales tomasen todos los aeródromos, como de hecho hicieron. Los
únicos aviones que fueron autorizados a despegar fueron ocho que fueron
lanzados a la caza de un helicóptero en el que tres amigos del Tigre intentaban
huir (y que, una vez capturados, se juramentaron para dispararse unos a otros,
cosa que dos de ellos hicieron). Mao permaneció sin dormir hasta la tarde-noche
del 14, cuando las noticias del avión estrellado se confirmaron. En ese
momento, ya relajado, se puso a brindar.
Los soviéticos enviaron a Mongolia a un general investigador
de la KGB, Alexander Vasilievitch Zagvozdin, para confirmar que los muertos eran los Lin. No
debió de hacerlo bien, porque tuvo que volver una segunda vez y desenterrarlos
de nuevo. Los cuerpos estaban helados. Fueron cocidos en un caldero y sus
esqueletos se llevaron a Moscú. Allí, los huesos de Lin fueron contrastados con
registros médicos de cuando había sido tratado en la URSS.
Lo que no esperaba Mao era que las investigaciones ligadas a
la huida de Lin Biao descubriesen que había habido un complot para asesinarlo.
Eso lo volvió histérico. Se colocó a sí mismo en una situación de estrés
máximo, y tal vez depresión, que probablemente abatió sus defensas. El caso
es que Mao hizo eso que normalmente se denomina “dar el bajón”. Apenas dormía,
y si lo hacía necesitaba estar mamado de pastillas. Comenzó a tener febrículas
constantes y tosía como un cocainómano. Como respiraba mal, estuvo tres semanas
sin acostarse, siempre sentado en un sillón; desarrolló escaras en el culo. Los
médicos le localizaron problemas cardíacos. El 8 de octubre recibió al negus
etíope Haile Selassie; pero en toda la audiencia apenas dijo una palabra. Días
después, un mando militar se subió a un tejado, estuvo un rato gritando que Mao
era un hijo de puta, y luego saltó. Para Mao, eso era una señal de que había
muchos, demasiados Lin en el ejército que su antiguo número 2 dejaba atrás.
En ese punto, Mao sólo podía confiar en un militar: el
mariscal Yeh Jian Ying. Yeh siempre había sido fiel a Mao; pero con la
revolución cultural había tenido bastante, así que había sido semi exiliado a
destinos de mierda. Cuando Mao lo rehabilitó, tenía a media familia
encarcelada. De hecho, la rehabilitación de Yeh Jian Ying era todo un símbolo:
Mao estaba tan solo en el ejército, que no le quedaba otra que confiar en tipos
a los que había represaliado en el pasado. El mariscal, por lo demás, no duró
mucho; el cáncer se lo llevó el día de Reyes de 1972 (día en el que yo, junto
con mis hermanos, recibimos un Fuerte Comansi).
Para sorpresa de Mao, la muerte del mariscal no fue
cualquier cosa. El régimen estableció unas normas muy estrictas para el
funeral, que debía de ser un funeral en la intimidad y sin publicidad. La
noticia de la muerte de Yeh Jian, sin embargo, se distribuyó. Diversos cuadros
comunistas y gente normal se apiñó en el hospital, demandando presentar sus
respetos al muerto. Aquello se convirtió rápidamente en una manifestación
contra la revolución cultural.
Mao, que ni de coña había pensado en ir al funeral, tuvo que
anunciar su asistencia. Fue, según todos los testimonios, arrastrando el
escroto y con la misma cara que Paquirrín en el cumpleaños de su madre. Por
supuesto, se presentó en las exequias buscando culpables distintos de él. Se
presentó a la familia del mariscal en plan “el mariscal y yo somos miembros de
una generación auténtica”; generación que habría sido barrida en la revolución
cultural por Lin Biao. Aquello marcó toda una tendencia, intensificada
desde entonces, consistente en ir por ahí diciendo que Lin Biao había montado
la revolución cultural estando Mao de viaje por las Aleutianas y el planeta
Júpiter.
Una de las consecuencias de la precipitación con la que Mao
decidió ir al funeral, que se celebró en un día gélido, fue que ni siquiera se
vistió. En puridad, fue a las exequias en pijama, con un abrigo ligero encima.
La consecuencia inmediata es que cogió un tabardillo. El 12 de febrero, sin haberse recuperado del
COVID adelantado, se desmayó, y si no le dieron la extremaunción, fue porque no
sabían cómo.
La incapacidad de Mao redujo dos o tres grados la intensidad del maoísmo. El
plan de refurbishment del PCC tuvo que acelerarse y, como no había
tiempo de fabricar cuadros afines a Mao, los reformadores tuvieron que echar
mano de comunistas moderados a los que la revolución cultural había metido en
un agujero. El régimen realizó detenciones en masa entre las personas afines a
Lin Biao, entre otros su hija Dodo, la bocachancla, que con eso se llevó su
ración de marxismo mamadito. Estos detenidos, sin embargo, comparados con los
de la revolución cultural, no estuvieron en prisiones, sino en suites de cuatro
estrellas. No se practicaron actos de pública autocrítica, y nadie fue
ejecutado. El tardomaoísmo llegó a ser incluso más lenitivo que el
tardofranquismo. Algunos clásicos comenzaron a editarse de nuevo, se abrieron
algunos parques, y algunas actividades de ocio fueron permitidas más que
nuevamente legalizadas.
Lo más jodido para Mao era que su enfermedad y su
discapacidad llegaban sin haber completado el proyecto lanzado en 1953 de hacer
de China una súper potencia mundial. Y, desde luego, no fue porque no tomase
los mayores riesgos en ello. El mayor, probablemente, ocurrió en octubre de
1966, cuando se realizó el lanzamiento de prueba de un misil con una cabeza
nuclear que voló sobre 800 kilómetros de la China noroccidental. Ésta fue la
única vez en la Historia que una nación hizo una prueba de estas características;
y se hizo en unas condiciones tan, tan seguras, que el equipo que la realizó
estaba convencido de que todos iban a morir. Por cierto que, para entonces, el
programa nuclear chino estaba siendo asesorado por Wolfgang Pilz, un alemán que
ya había trabajado para Nasser y, antes que eso, para Hitler. Que somos
antifascistas para lo que nos interesa, claro.
Por mucho que lo intentó, Mao se murió sin haber llegado a
tener un misil intercontinental. Sin embargo, el hecho de que el ensayo de 1966
saliese bien lo convenció de que, en muy poco tiempo, iba a poder amenazar a
cualquier país de la Tierra con bombardearlo. Cuando en junio de 1977, los
chinos detonaron su primera bomba de hidrógeno, entendió que sus previsiones
eran ciertas.
El periodo entre el verano de 1966 y 1967, que podemos
calificar como el periodo exitoso del plan nuclear chino, coincide, y no por
casualidad, con el momento más elevado de la propaganda internacional del
maoísmo. Una vez que en la revolución cultural Mao había comprobado que podía
mesmerizar a los jóvenes y adolescentes chinos, se preguntó, obviamente, por
qué cojones los de occidente iban a ser más listos. Así las cosas, el Libro
Rojo se tradujo a 100 idiomas, y en todos los países comenzaron a salir grupos
maoístas como champiñones, todos regados de dinero de oscuras procedentes, casi
todos llamados Organización Maoísta Larga Marcha o algo parecido, y todos con
matracas parecidas. En Europa, llegaron justo a tiempo para participar en Mayo del 68.
La estrategia de exportación de la revolución china fue
especialmente trágica en Asia. En Birmania, por ejemplo, Mao dominó (eso quiere
decir: financió) a la minoría china, que se hizo pro maoísta a tope. El
gobierno birmano prohibió sus manifestaciones, y Mao ordenó una rebelión que
terminó en un baño de sangre. En julio de 1997, el pequeño ejército de
dirigentes comunistas birmanos, que estaba en Pekín haciendo el máster de
cabrón, recibió el anuncio de que iban a ser enviados a Birmania, junto con sus
mujeres chinas (que les habían sido adjudicadas por el Partido junto con las
habitaciones del albergue; si es que cuando te dicen que el feminismo es de
origen marxista, te tienes que reír); y su objetivo era iniciar una guerra
civil.
[Detengámonos en el temita de las esposas de los comunistas
birmanos. Cada uno de estos cuadros comunistas salió un día a la calle con un
policía chino. Iban mirando tías. Cuando veían una que les molaba, le decían al
poli: “Ésta”. Entonces, el Partido investigaba a la incauta. Si la mujer y la
familia pasaban un mínimo test de seguridad marxista, el Partido comenzaba a
“cortejar” a la candidata. Lo cual quiere decir que las hubo que se casaron
porque quisieron, y otras a las que les abrieron las piernas con fórceps. Mola
el marxismo, ¿eh?]
Por uno de esos campos se supone que pasó Jiménez Losantos (Y, si él lo hizo, probablemente pasaran muchos más por ellos)
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