jueves, noviembre 14, 2024

Mao (51): La hora de la debilidad

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 


El Tigre le propuso al jefe de Estado Mayor del ejército del Aire, Wang Fei, la realización de un ataque sobre la Villa Imperial de Pesca, es decir el complejo donde vivía Madame Mao. Le dijo que al mismo tiempo habría una acción igual en el sur del país, donde estaba Mao entonces. Wang Fei, que era buen amigo del hijo de Lin, le dijo que, sinceramente, no se veía capaz de encontrar un solo soldado que aceptase implicarse en una acción así.

Entonces, el Tigre abordó al general entonces más joven de China, Jian Teng Jiao, un tipo que odiaba profundamente a Mao, y le propuso matarlo en Shanghai. Tras mucho discutirlo, se decidieron por bombardear el tren de Mao. Sin embargo, el hombre al que se acercaron para proponerle la operación les dijo que carecía de un bombardero adecuado. Acto seguido, se fue a ver a su mujer, que era médico, y le dijo que le hiciera algo para provocar su hospitalización. La mujer, efectivamente, le provocó una infección ocular.

Casi sin alternativas, el Tigre envió a un amigo suyo a Beidaihe, el día 10, para obtener de Lin que le escribiese un mensaje al JEMAD, Huang Yong Sheng, intimándole a obedecer a su hijo. Lin llegó a escribir la carta; pero nunca la envió.

En realidad, ya era tarde. Al día siguiente, los Lin fueron informados de que Mao ya había salido de Shanghai por tren. Tenía previsto aparecer en Tiananmen el día de la fiesta nacional, el 1 de octubre. Varios amigos del Tigre se ofrecieron voluntarios para lanzarse en helicóptero kamikaze contra él allí mismo, pero el hijo de Lin vetó esa idea, que era una puta locura. El 12 de septiembre, el Tigre pilotó el avión Trident de su padre hacia Beidaihe. La familia había regresado la idea primigenia de huir a Hong Kong.

A la hora que Mao se estaba metiendo en la cama aquel 12 de septiembre, los Lin estaban terminando de empacar. El Tigre había llegado a las 9 de la noche. Lin le dijo a su equipo que al día siguiente la familia iría a la ciudad costera de Dalian. Aquella tarde-noche, el Tigre cometió su gran error: le advirtió a su hermana Dodo que estuviese lista para partir a la mañana siguiente.

Dodo no estaba incluida en los planes de huida. Era una muchacha joven que creía en el marxismo y en esas mierdas. Era de ese tipo de chinas que, aunque su líder proletario se compre un chalé en Galapagar, igual van a seguir creyendo en él. Sus padres, por lo tanto, habían instruido al hijo para que la dejara aparte; es decir, que dejara atrás a su hermana. El Tigre, sin embargo, estaba preocupado por las consecuencias evidentes que Dodo tendría que afrontar cuando todo el resto de su familia hubiese desertado. Ya días antes le había dicho algunas cosas a su hermana; momento en que Dodo, tal y como sus padres habían temido, entró en pánico. Y, cuando supo que la huida sería al día siguiente, simplemente salió por la puerta de la casa, caminó los escasos metros que la separaban del edificio que ocupaban los guardaespaldas de su padre, llamó a la puerta y, como buena comunista, les contó todo el mojo.

Los guardias llamaron a Chou y Chou, inmediatamente, antes de ir a por Mao, comenzó a recabar información sobre movimientos de aviones, sobre todo del Trident de Lin Biao. Los amigos de los Lin en el ejército del Aire, que eran muchos, cuando fueron requeridos a informar, llamaron desde otros teléfonos al Tigre para advertirle. Lin Biao, por su parte, visto lo visto, decidió que no se irían al día siguiente. Se irían inmediatamente. Y cambió de planes: irían a Cantón pero, de ahí, volarían a la URSS, vía Mongolia. Lo hizo así porque se dio cuenta de que esa solución sólo los mantendría una hora en espacio aéreo chino.

El Tigre telefoneó al piloto del Trident y le dijo que fuese poniendo los motores en marcha. Como no sabía que Chou se había enterado todo por su hermana, fue a su habitación y le dijo que salían ya. Dodo volvió a hacer el mismo camino por el jardín, con el mismo resultado.

Eran las 11,50. Lin Biao, su mujer la horny y su hijo varón, junto con un amigo de éste, salieron a toda hostia hacia el aeródromo. Los guardaespaldas vieron el auto saliendo del complejo residencial. Los propios empleados del chalé, temiendo sobre todo por el castigo a sus familias, también salieron con aspavientos, tratando de dejar claro que no estaban en la conspiración. Hubo una persecución de película, con un grupo de vehículos persiguiendo a los Lin, que entraron en la pista del aeródromo donde estaba el Trident con un coche perseguidor apenas a 200 metros.

Consiguieron despegar a las 0,32 de la madrugada. En el avión iban los tres miembros de la familia Lin, el amigo del hijo, y el conductor del coche que les había traído. El avión tenía una tripulación de nueve personas, pero sólo el comandante y tres mecánicos estaban presentes cuando se cerró el avión. Los mecánicos estaban empezando a cargar combustible cuando llegó el coche corriendo a toda hostia. Por lo tanto, el avión tenía autonomía para dos o tres horas lo más, dependiendo de la velocidad y de la altura.

Para gastar menos, y también para evitar los radares, los Lin comenzaron a volar como si fuesen una avioneta de publicidad en una playa de verano. A las dos y media de la madrugada, intentaron aterrizar de emergencia en una meseta pequeña, en Mongolia. Se dieron una hostia del cuarenta y dos y el avión explotó. Todos murieron en el acto (aunque no precisamente en el acto que hubiese querido la señora Lin).

Mao había sido despertado con mucho esfuerzo (se había tomado un camión de pastillas) por Chou poco después de que despegase el avión. Obviamente, puesto que el Trident no entró en el espacio aéreo de Mongolia hasta la 1,50, Mao tuvo la oportunidad de ordenar la salida de cazas que derribasen el aparato. No existía otra alternativa, pues en aquel día China carecía todavía de misiles tierra-aire. Mao, sin embargo, vetó esa posibilidad, y nadie cuestiona tal cosa; sólo los muy conspiranoicos defienden la idea de que, en realidad, el avión fue abatido por los chinos. Y tiene sentido que no lo hiciera. Mao sabía que todo el ejército del Aire le era fiel a Lin; en ese momento, su prioridad era que los aviones permaneciesen todos en tierra, y que sus fuerzas leales tomasen todos los aeródromos, como de hecho hicieron. Los únicos aviones que fueron autorizados a despegar fueron ocho que fueron lanzados a la caza de un helicóptero en el que tres amigos del Tigre intentaban huir (y que, una vez capturados, se juramentaron para dispararse unos a otros, cosa que dos de ellos hicieron). Mao permaneció sin dormir hasta la tarde-noche del 14, cuando las noticias del avión estrellado se confirmaron. En ese momento, ya relajado, se puso a brindar.

Los soviéticos enviaron a Mongolia a un general investigador de la KGB, Alexander Vasilievitch Zagvozdin, para confirmar que los muertos eran los Lin. No debió de hacerlo bien, porque tuvo que volver una segunda vez y desenterrarlos de nuevo. Los cuerpos estaban helados. Fueron cocidos en un caldero y sus esqueletos se llevaron a Moscú. Allí, los huesos de Lin fueron contrastados con registros médicos de cuando había sido tratado en la URSS.

Lo que no esperaba Mao era que las investigaciones ligadas a la huida de Lin Biao descubriesen que había habido un complot para asesinarlo. Eso lo volvió histérico. Se colocó a sí mismo en una situación de estrés máximo, y tal vez depresión, que probablemente abatió sus defensas. El caso es que Mao hizo eso que normalmente se denomina “dar el bajón”. Apenas dormía, y si lo hacía necesitaba estar mamado de pastillas. Comenzó a tener febrículas constantes y tosía como un cocainómano. Como respiraba mal, estuvo tres semanas sin acostarse, siempre sentado en un sillón; desarrolló escaras en el culo. Los médicos le localizaron problemas cardíacos. El 8 de octubre recibió al negus etíope Haile Selassie; pero en toda la audiencia apenas dijo una palabra. Días después, un mando militar se subió a un tejado, estuvo un rato gritando que Mao era un hijo de puta, y luego saltó. Para Mao, eso era una señal de que había muchos, demasiados Lin en el ejército que su antiguo número 2 dejaba atrás.

En ese punto, Mao sólo podía confiar en un militar: el mariscal Yeh Jian Ying. Yeh siempre había sido fiel a Mao; pero con la revolución cultural había tenido bastante, así que había sido semi exiliado a destinos de mierda. Cuando Mao lo rehabilitó, tenía a media familia encarcelada. De hecho, la rehabilitación de Yeh Jian Ying era todo un símbolo: Mao estaba tan solo en el ejército, que no le quedaba otra que confiar en tipos a los que había represaliado en el pasado. El mariscal, por lo demás, no duró mucho; el cáncer se lo llevó el día de Reyes de 1972 (día en el que yo, junto con mis hermanos, recibimos un Fuerte Comansi).

Para sorpresa de Mao, la muerte del mariscal no fue cualquier cosa. El régimen estableció unas normas muy estrictas para el funeral, que debía de ser un funeral en la intimidad y sin publicidad. La noticia de la muerte de Yeh Jian, sin embargo, se distribuyó. Diversos cuadros comunistas y gente normal se apiñó en el hospital, demandando presentar sus respetos al muerto. Aquello se convirtió rápidamente en una manifestación contra la revolución cultural.

Mao, que ni de coña había pensado en ir al funeral, tuvo que anunciar su asistencia. Fue, según todos los testimonios, arrastrando el escroto y con la misma cara que Paquirrín en el cumpleaños de su madre. Por supuesto, se presentó en las exequias buscando culpables distintos de él. Se presentó a la familia del mariscal en plan “el mariscal y yo somos miembros de una generación auténtica”; generación que habría sido barrida en la revolución cultural por Lin Biao. Aquello marcó toda una tendencia, intensificada desde entonces, consistente en ir por ahí diciendo que Lin Biao había montado la revolución cultural estando Mao de viaje por las Aleutianas y el planeta Júpiter.

Una de las consecuencias de la precipitación con la que Mao decidió ir al funeral, que se celebró en un día gélido, fue que ni siquiera se vistió. En puridad, fue a las exequias en pijama, con un abrigo ligero encima. La consecuencia inmediata es que cogió un tabardillo.  El 12 de febrero, sin haberse recuperado del COVID adelantado, se desmayó, y si no le dieron la extremaunción, fue porque no sabían cómo.

La incapacidad de Mao redujo dos o tres grados la intensidad del maoísmo. El plan de refurbishment del PCC tuvo que acelerarse y, como no había tiempo de fabricar cuadros afines a Mao, los reformadores tuvieron que echar mano de comunistas moderados a los que la revolución cultural había metido en un agujero. El régimen realizó detenciones en masa entre las personas afines a Lin Biao, entre otros su hija Dodo, la bocachancla, que con eso se llevó su ración de marxismo mamadito. Estos detenidos, sin embargo, comparados con los de la revolución cultural, no estuvieron en prisiones, sino en suites de cuatro estrellas. No se practicaron actos de pública autocrítica, y nadie fue ejecutado. El tardomaoísmo llegó a ser incluso más lenitivo que el tardofranquismo. Algunos clásicos comenzaron a editarse de nuevo, se abrieron algunos parques, y algunas actividades de ocio fueron permitidas más que nuevamente legalizadas.

Lo más jodido para Mao era que su enfermedad y su discapacidad llegaban sin haber completado el proyecto lanzado en 1953 de hacer de China una súper potencia mundial. Y, desde luego, no fue porque no tomase los mayores riesgos en ello. El mayor, probablemente, ocurrió en octubre de 1966, cuando se realizó el lanzamiento de prueba de un misil con una cabeza nuclear que voló sobre 800 kilómetros de la China noroccidental. Ésta fue la única vez en la Historia que una nación hizo una prueba de estas características; y se hizo en unas condiciones tan, tan seguras, que el equipo que la realizó estaba convencido de que todos iban a morir. Por cierto que, para entonces, el programa nuclear chino estaba siendo asesorado por Wolfgang Pilz, un alemán que ya había trabajado para Nasser y, antes que eso, para Hitler. Que somos antifascistas para lo que nos interesa, claro.

Por mucho que lo intentó, Mao se murió sin haber llegado a tener un misil intercontinental. Sin embargo, el hecho de que el ensayo de 1966 saliese bien lo convenció de que, en muy poco tiempo, iba a poder amenazar a cualquier país de la Tierra con bombardearlo. Cuando en junio de 1977, los chinos detonaron su primera bomba de hidrógeno, entendió que sus previsiones eran ciertas.

El periodo entre el verano de 1966 y 1967, que podemos calificar como el periodo exitoso del plan nuclear chino, coincide, y no por casualidad, con el momento más elevado de la propaganda internacional del maoísmo. Una vez que en la revolución cultural Mao había comprobado que podía mesmerizar a los jóvenes y adolescentes chinos, se preguntó, obviamente, por qué cojones los de occidente iban a ser más listos. Así las cosas, el Libro Rojo se tradujo a 100 idiomas, y en todos los países comenzaron a salir grupos maoístas como champiñones, todos regados de dinero de oscuras procedentes, casi todos llamados Organización Maoísta Larga Marcha o algo parecido, y todos con matracas parecidas. En Europa, llegaron justo a tiempo para participar en Mayo del 68.

La estrategia de exportación de la revolución china fue especialmente trágica en Asia. En Birmania, por ejemplo, Mao dominó (eso quiere decir: financió) a la minoría china, que se hizo pro maoísta a tope. El gobierno birmano prohibió sus manifestaciones, y Mao ordenó una rebelión que terminó en un baño de sangre. En julio de 1997, el pequeño ejército de dirigentes comunistas birmanos, que estaba en Pekín haciendo el máster de cabrón, recibió el anuncio de que iban a ser enviados a Birmania, junto con sus mujeres chinas (que les habían sido adjudicadas por el Partido junto con las habitaciones del albergue; si es que cuando te dicen que el feminismo es de origen marxista, te tienes que reír); y su objetivo era iniciar una guerra civil.

[Detengámonos en el temita de las esposas de los comunistas birmanos. Cada uno de estos cuadros comunistas salió un día a la calle con un policía chino. Iban mirando tías. Cuando veían una que les molaba, le decían al poli: “Ésta”. Entonces, el Partido investigaba a la incauta. Si la mujer y la familia pasaban un mínimo test de seguridad marxista, el Partido comenzaba a “cortejar” a la candidata. Lo cual quiere decir que las hubo que se casaron porque quisieron, y otras a las que les abrieron las piernas con fórceps. Mola el marxismo, ¿eh?]

Para expandir la revolución por el mundo, China abrió un montón de campos de entrenamiento terroristas, que conocieron muchos más europeos y españoles de lo que ahora quieren reconocer.

1 comentario:

  1. Por uno de esos campos se supone que pasó Jiménez Losantos (Y, si él lo hizo, probablemente pasaran muchos más por ellos)

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