La primera CNTLas primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo
El comienzo del gobierno del Frente Popular, en efecto, pronto se caracterizó por un modelo social muy claro, definido como un anarcosindicalismo que iba a por todas en la calle, mientras que la UGT, a menudo, se veía arrastrada muy a su pesar a hacer hilo con esas tentativas para no perder comba. A finales de marzo se declaró una huelga en el metal barcelonés, ante la negativa de varios empresarios a asumir la jornada de 44 horas semanales que había sido reimpuesta por las autoridades. El 17 de abril, como respuesta a algunos actos violentos de los que se responsabilizó a Falange, la CNT convocó una huelga general en Madrid; a pesar de que los dirigentes socialistas y comunistas consideraron esta convocatoria como innecesaria y prematura, la UGT tuvo que secundarla.
Muy pronto, El Socialista comenzó a hacer llamamientos a la CNT en el sentido de modificar su estrategia de confrontación total, normalmente bajo el pretexto típico de “eso no se hace ahora que gobiernan los nuestros”. Pero lo más característico de estos llamamientos es que también se les unió Claridad, el periódico desde el cual Largo Caballero construía toda su teoría de la dictadura del proletariado y del Lenin español, Atención al Disco Rojo y todas esas mierdas. Es decir: incluso las vertientes más partisanas del socialismo estaban empezando a darse cuenta de que los anarquistas no serían los silenciosos comparsas de la labor del Frente Popular que ellos habían imaginado. Recordad la premisa: al Frente Popular fueron todos sus integrantes convencidos de que podrían engañar a todos los demás, y manipularlos.
La CNT, sin embargo, como ya os he dicho, ni ha engañado, ni engaña a nadie. El 1 de junio, llamó a la huelga de la construcción de Madrid en demanda de más salario y mejores condiciones de trabajo. Esta huelga se extendió rápidamente a las provincias limítrofes y seguía ahí cuando se produjo el golpe de Estado del 18 de julio.
En Cataluña, la CNT se enfrentaba a un inesperado contrario: la Esquerra. Los republicanos catalanes siempre habían sido conscientes de que eran un movimiento urbano básicamente burgués y profesional, capaz de capturar en las urnas los votos de muchos catalanes que no respondieran a dicho perfil; pero, sin embargo, carente de la fuerza social que tienen aquellas formaciones políticas que tienen tentáculos sindicales. Como consecuencia, los esquerristas querían crear su propia formación obrera, y tenían prisa por mostrar músculo huelguístico a través de la misma. Por eso mismo, en los meses siguientes a la victoria del Frente Popular, y una vez reinstaurada la autonomía, en Cataluña, y muy particularmente en Barcelona, comenzaron a producirse tentativas y convocatorias de huelgas en sectores donde la implantación cenetista era sólida, buscando con ello crear una alternativa. En paralelo, como repetidamente denunció la CNT, la Generalitat trataba de llevar los conflictos laborales al entorno de la Administración y el gobierno, fomentando, por ejemplo, la actuación de los jurados mixtos. Los principales instrumentos de Companys en su estrategia se encontraron en la Unió Socialista de Catalunya, dirigida por Joan Comorera, aunque también actuaran en este sentido el POUM de Andreu Nin y Joaquín Maurín, e incluso el PSOE-UGT.
En paralelo, las actuaciones gubernativas hacia el anarcosindicalismo, a pesar de que intuitivamente se podría pensar que, bajo un gobierno de las izquierdas, se reducirían a su mínima expresión, en realidad fueron incluso peores. Un detalle que pocas veces se saca a pasear, quizás porque no cuadra con según qué cosmovisiones históricas, es que nunca en la República se había visto Solidaridad Obrera tan amenazada por el lápiz rojo del censor. El agujerito por el que se cuelan las interpretaciones buenistas de ese periodo es el hecho obvio de que todas aquellas medidas coercitivas no menguaron la capacidad real de la CNT, que pudo campar por sus respetos en un buen número de mítines durante esas semanas y meses. Pero eso, la verdad, no fue así porque la voluntad de la República fuese permitirlo; fue, más bien, la consecuencia de que no podía cortocircuitarlo. Azaña había heredado el gobierno de España, pero no heredó completamente el Estado republicano porque el Estado republicano, pasado por el tamiz de unas organizaciones de izquierdas que hacían lo que les daba la gana cuando les daba la gana, y unas organizaciones de derechas que, en muchos casos, se habían echado al monte social; ese Estado, digo, carecía de medios para poner orden en aquel Cafarnaún.
Aun así, cuando la CNT convocó la súper huelga de la construcción de junio en Madrid, las autoridades gubernativas clausuraron los sindicatos anarquistas y practicaron un buen número de detenciones. Sin embargo, esas mismas detenciones apenas les duraban en la cárcel, con la seria presión que tenían en las calles. En ese entorno, el gobierno era incapaz de realizar una represión coordinada y ajustada a un solo plan; se generó un entorno en el que eran comunes las sobreactuaciones arbitrarias que, lógicamente, no hacían sino crear mártires de la causa y, por lo tanto, aportar más argumentos a la resistencia sindical. Aquel mes de junio se clausuraron más sindicatos en Barcelona, Cuenca y Salamanca. La CNT, arrebatada la careta, convocó huelgas parciales en varios puntos del país, y generales en Valladolid, Sevilla y Huelva.
La visión de los anarquistas, bastante acertada por otra parte, era que una situación revolucionaria se acercaba: bien porque se produjese la temida reacción de la derecha, bien porque Largo Caballero llevase a cabo las ideas que había expresado durante la campaña electoral en el sentido de hacer derivar el país hacia el terreno de la revolución marxista. En ambos casos, los anarcosindicalistas entendían que debían presentar un frente unido y capaz; algo que era un reto teniendo en cuenta lo profundo de sus divisiones y, en el terreno logístico, el importante esfuerzo económico y organizativo que planteaba el rosario de huelgas que estaban convocando.
Así las cosas, el 7 de marzo un grupo de dirigentes de Comité Nacional de la CNT se reunió con dirigentes de los Sindicatos de la Oposición de Levante para invitarlos a asistir al inminente congreso nacional de la Confederación. Los días 29 y 30 de ese mismo mes de marzo, los Sindicatos de Oposición tuvieron su propio congreso en Valencia. En dicha reunión se conoció la propuesta hecha por la CNT de que los Sindicatos de la Oposición volviesen a integrarse en la Confederación, una vez que ésta, en el congreso nacional, así lo aprobase; y los dirigentes trentistas se mostraron mayoritariamente favorables a dicha integración. La integración, pues, marchó hacia adelante a pesar de que en el congreso de Valencia faltaron piezas muy importantes, pues los dirigentes catalanes no acudieron.
Así las cosas, el 1 de mayo, en el Parque Iris de Zaragoza, la CNT ponía en marcha su segundo congreso extraordinario. Duró 10 días y contó con la asistencia de 649 delegados que representaban a 982 sindicatos y 550.595 miembros. Se habló mucho de convergencia con la UGT y, sobre todo, de la génesis, razones y posible permanencia de las escisiones en el seno del movimiento anarcosindicalista.
Hubo intervenciones tanto de oradores confederales como de los miembros escindidos de los Sindicatos de la Oposición que habían sido invitados. Todos fueron conciliadores en sus intervenciones, lo que pavimentó las cosas para la adopción de una recomendación de cuatro puntos que, en realidad, es un texto meramente pragmático que lo que hace es regular la forma en la que la reintegración de los que se marcharon se iba a producir (pues en muchos lugares y sectores había, lógicamente, sindicatos duplicados). Carecía la resolución, pues, de elementos ligados a la definición ideológica o la resolución de otras diferencias de opinión, probablemente porque no se juzgó necesario.
La CNT se volvió a unificar; aunque, en aras de la precisión histórica, hay que decir que lo que pasó en Zaragoza en el 36 no dejó de ser que 70.000 militantes regresasen a un sindicato con más de 550.000 afiliados representados en aquel congreso. El trentismo, en realidad, había hecho más ruido que otra cosa, y lo más correcto es decir que la CNT reabsorbió a los que se habían marchado, más que aceptar una fusión.
La consolidación de la CNT en las calles, donde mandaba claramente en la conflictividad obrera, unida al paso dado en Zaragoza de restañar sus heridas y volver a soldar las mismas piezas de las que había estado hecha siempre, puso muy nervioso al de siempre. Francisco Largo Caballero, quien tal vez pudo pensar en un determinado momento que con la victoria del Frente Popular había alcanzado sus objetivos, máxime cuando logró apartar a Azaña del gobierno de la nación y lo mandó a cortar cintas y a hacer el imbécil. Sin embargo, como digo, el resurgimiento de la CNT como fuerza propia, máxime si esgrimían el discurso de Durruti y la FAI en el sentido de que las elecciones del 36, en el fondo, las habían ganado ellos, le ponía las cosas muy difíciles. La reacción de Largo Maniobrero fue desempolvar sus intenciones revolucionarias, tentar a la CNT con algo así como la repetición del 34, sólo que ahora desde la Moncloa; y esa actitud, lógicamente, lo enfrentó de plano con los elementos del PSOE que no querían eso. Eso sí, Largo tenía tras de sí a las viejas juventudes socialistas y a los comunistas, que se unificaron en abril, en un proceso al que él mismo no fue ajeno.
En Zaragoza, la CNT, manteniendo su esquema analítico, como ya he dicho en gran parte desenfocado, aprobó ir a la convergencia revolucionaria con la UGT, pero no con el PSOE; o sea, como si fuesen cosas distintas. La CNT seguía exigiendo de la UGT que rompiese con el PSOE y se apuntase a la revolución social definitiva contra el capitalismo. Esto siempre había parecido una ensoñación; pero ahora, por mor de la postura adoptada por Largo, la cosa ya no parecía ser tan remota.
La UGT, sin embargo, también tenía su propio nivel de infiltración de socialistas no caballerístas; éstos, de hecho, petardearon la iniciativa, exigida por la CNT, de que el sindicato convocase un congreso nacional en el que terminasen por decidirse, o bien por ser el brazo obrero del PSOE, o bien en participar en la revolución proletaria. Este tipo de hechos por omisión levantaron las lógicas suspicacias de los anarcosindicalistas, que empezaron a ver en Largo Caballero al típico político que ladra mucho pero muerde poco. De hecho, lo llamaron “el socialista enchufado de siempre”.
Como siempre suele pasar en estos casos, cuando un partido político podrido por las disensiones tiene el poder, todo quedó más o menos enmascarado, y tanto el PSOE como la UGT llegaron a la Guerra Civil sin haber analizado seriamente sus diferencias internas y haber intentado solventarlas.
Como ya he tenido ocasión de contar en este blog, estas evoluciones que aquí estoy contando no se produjeron en un entorno de paz social, siquiera relativa. El entorno fue de una violencia política diaria y extrema, en la que los días se contaban por muertos de la violencia política practicada por izquierdas y derechas. El 13 de julio, los estibadores y trabajadores del transporte de Barcelona fueron a la huelga; fue el día del asesinato de Calvo Sotelo. La respuesta a esta situación, en Madrid, fue la decisión del director general de Seguridad de cerrar los locales monárquicos y, ojo, también los de la CNT. El día 15 se produjo una gran detención de casi dos centenares de falangistas.
Muy pocos días antes del 18 de julio, en Cataluña, donde la convicción sobre la inminencia de un golpe de Estado era total, se creó un comité de enlace entre la Generalitat y la CNT-FAI. Abad de Santillán, García Oliver, Durruti y José Asens aprovecharon este marco para solicitar a la Consejería de Gobernación que armase a la gente. Los anarquistas se ofrecieron para convertirse en la garantía frente a la salida de las tropas acuarteladas en la capital. Sin embargo, se les dijo que no había armas que repartir y, probablemente, es cierto. Estaban, en su mayoría, en el cuartel de Sant Andreu e, inmediatamente después del golpe de Estado, los anarquistas se harían con ellas, lo que les permitió hacerse dueños de la ciudad (porque los fusiles de Sant Andreu jamás fueron a los frentes).
Ante la negativa de la Generalitat, un grupo de anarquistas dirigidos por Juan Yagüe asaltaron por sorpresa una serie de buques surtos en el puerto de Barcelona, de donde se llevaron las armas que encontraron. Las guardaron el edificio del sindicato de transportes; pero las fuerzas de seguridad de la Generalitat rodearon el edificio y les obligaron a entregar el alijo.
Este suceso le enseñó a los cenetistas catalanes que la situación en Cataluña no difería en gran cosa de la situación en Madrid. En Barcelona, como en la capital, la principal fuerza política de las izquierdas triunfantes, la Esquerra, no estaba dispuesta a arriesgar su liderazgo social a base de apoyarse en exceso en un anarquismo que había demostrado sobradamente que no se avenía a coordinación alguna, pues para él lo importante siempre eran sus propios objetivos revolucionarios. Esto, sin embargo, no puede ocultar el hecho de que la CNT fue, más que probablemente y cuando menos en mi opinión, la organización más clarividente a la hora de considerar que una situación golpista y de enfrentamiento total estaba a punto de producirse; convicción que, en Barcelona, le daría una ventaja fundamental a la hora de poder hacerse con los medios adecuados para llevar a cabo sus objetivos. El 18 de julio por la tarde, la CNT convirtió el local de su sindicato de la construcción en su cuartel general. Aquella misma noche ya pasearon por el centro de Barcelona automóviles con las siglas CNT-FAI pintadas en las puertas. La CNT no quería otro 34.
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