Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo
El primer paso serio en la dirección que, en el fondo, todos esperaban, aunque de formas diferentes, salió de Valencia los días 21 y 22 de diciembre de 1935; apenas estrenado, pues, el gobierno Portela. Allí se celebró un congreso de los sindicatos de oposición, en el que Juan López fue nombrado secretario general de dichos sindicatos en Levante.
Este órgano nuevamente constituido recibió, en enero de 1936, una invitación de la regional de Levante de la CNT, para que asistieran a un pleno de dicha regional. El pleno regional de los sindicatos de oposición, convocado a pelo puta, aprobó asistir. Así pues, en dicha reunión se presentaron Sigfrido Catalá, Domingo Martínez, Francisco Gómez, Francisco López y un tal Figueras. El pleno fue el 8 de febrero, y su principal leiv motiv, la reconciliación. Se aprobó la reunificación sindical en el Levante, previo acuerdo del congreso confederal. Sin embargo, hubo sindicatos de oposición, notablemente los catalanes, que no aceptaron el movimiento. Por esta razón, se acordó celebrar una conferencia nacional de dichos sindicatos en Valencia. De hecho, tendría lugar en marzo.
Un factor siempre importante en el desarrollo de estos sentimientos y opiniones eran las siempre difíciles relaciones entre el anarcosindicalismo y el socialismo; entre los dos gallos, pues, que se disputaban, de una manera más o menos soterrada, el liderazgo de la revolución que creían inminente. El 18 de diciembre de 1935, Francisco Largo Maniobrero había dimitido como secretario general del PSOE. Se fue porque de demócrata tenía muy poco y, cuando vio que la Ejecutiva del Partido aprobaba algo que a él no le molaba: la convergencia con las izquierdas burguesas, en lugar de quedarse y arrimar el hombro (eso es lo que hacen los demócratas cuando pierden una votación), prefirió marcharse. Dueños ya del cotarro, Prieto y Besteiro le echaron un cubo de agua fría a la estrategia de alianzas obreras que, acordaron, seguirían como si tal allí donde estuviesen constituidas hasta que un congreso del Partido decidiese qué hacer con ellas (como puede verse, además, el PSOE no se sentía miembro de las alianzas; se sentía su dueño y señor).
La confluencia aprobada por el PSOE, sin embargo, no era exclusivamente con la izquierda burguesa, como bien sabemos. También lo era con las fuerzas de izquierda. El planteamiento era suficientemente amplio como para que en diciembre se celebrase una consulta entre las organizaciones del partido y del sindicato sobre dicha estrategia, y todos la votasen afirmativamente salvo un pequeñísimo grupo de disidentes. Curiosamente, habían sido los socialistas moderados (aunque en realidad habría que decir socialistas moderados intensamente miopes, pues es bastante claro que no se dieron cuenta de la que estaban montando) los que habían conseguido hacer realidad el sueño húmedo de Largo Caballero: aislar a la CNT. El Socialista, con el aval de su estrategia adverado por las Juventudes Socialistas y el Partido Comunista, invitó públicamente a la CNT a unirse a la fiesta. La confederal apenas pudo balbucear dos o tres excusas.
El anarcosindicalismo, en efecto, se había quedado sin espacio argumental. En un país en el que, claramente, las izquierdas parlamentarias y la UGT habían conseguido situar las cosas en términos de “fascismo sí, fascismo no”, muy en la línea, por cierto, de la evolución argumental que se producía en la URSS de Stalin; en un entorno así, digo, el apoliticismo, el no voto, era muy difícil de vender como una opción de izquierdas, una opción obrera, porque, ahí estaba noviembre del 33 para demostrarlo, siquiera en los términos de la retórica socialista, no servía para otra cosa que para entregar el poder a los señoritos (los típicos “ricos” de toda la vida, absolutamente necesarios para ideologías en las cuales el esfuerzo siempre tiene que hacerlo otro).
La CNT reaccionó con la verdad; pero, ay, la verdad no es siempre la razón. Digo que reaccionó con la verdad porque lo que hizo fue dirigirse a la UGT y recordarle que en enero de 1934 se habían dirigido a ellos para preguntarles si estaban por la revolución social, y que todavía esperaban la respuesta. Y tenían razón. La CNT, con todas sus incongruencias, que las tenía, y sus políticas erráticas, que eran bastantes, nunca había engañado a nadie. Incluso lo pondría en presente: nunca engaña a nadie. El anarcosindicalismo está por lo que está, y, por eso mismo, su fuerza moral es, siempre, preguntar: “Tú, exactamente, ¿por qué estás?” Los anarquistas venían a decir, a principios de 1936, esperando a que sus hermanos obreros se uniesen en una tentativa de verdad para cambiar las cosas; porque, para un anarquista, las cosas se cambian en la calle, no en las urnas. Esta admonición, sin embargo, era intensamente miope; leía muy mal los tiempos. La CNT venía a decir que confluiría con sus hermanos obreros, es decir con el sindicato; pero no con los partidos políticos, muchísimo menos Azaña y los de Palacagüina, que ni siquiera eran obreros. Los trentistas quisieron ver en esa posición un embrión de acuerdo y trataron de convencer a los confederales de que no se podía acordar con la UGT y no acordar con el PSOE. Pero los confederales no se movieron.
El 15 de enero de 1936, formaban ese meconio estalinista llamado Frente Popular la Izquierda Republicana, la Unión Republicana, el PSOE, la UGT, el Partido Comunista, las Juventudes Socialistas, el Partido Sindicalista y el Partido Obrero de Unificación Marxista. Como ya he escrito muchas veces, aquél fue un acuerdo en el que todos, absolutamente todos, los firmantes, estamparon su firma al pie absolutamente convencidos de que serían capaces de engañar a todos los demás.
La reacción de los militantes de la CNT a la formación del Frente Popular fue, una vez más, como digo, la verdad. En las asambleas, comenzaron a exigir que el sindicato confluyese con la UGT en un proyecto revolucionario. El día 19, la construcción de Barcelona votó esta resolución, que fue seguida por el sindicato de Espectáculos y la FNIF. Luego siguió un rosario de mociones parecidas que forzó a la CNT a tomar una posición pública, el 25 de enero.
El congreso regional catalán que se celebró ese día aprobó la confluencia con la UGT con las siguientes condiciones: reconocimiento por la UGT de la revolución como única vía para la emancipación del obrero, “sobreentendiéndose que, al aceptar este pacto, tiene que romper toda colaboración política y parlamentaria con el régimen burgués”; destrucción total del actual régimen social español; regulación post revolucionaria decidida libremente por los trabajadores; unidad de todos, prescindiendo de los intereses particulares de cada organización.
El congreso regional catalán se convocó para debatir la posición anarcosindicalista sobre el voto. Hubo muchísima discusión y, al final, se adoptó una resolución que era básicamente continuista son el abstencionismo acordado en 1935. Sin embargo, este continuismo se contrapesaba con la decisión añadida de que la CNT renunciaba a exhortar a sus militantes a no votar. No se haría, por lo tanto, campaña en contra del voto.
El congreso puede entenderse, por lo tanto, como una victoria soterrada de aquéllos que, o bien eran trentistas, o bien se habían acercado al trentismo. El miedo a que la abstención favoreciese otra victoria de las derechas, que se contemplaba como algo definitivo por cuanto el convencimiento era de que Gil Robles se haría un Mussolini, paralizaba las verdaderas intenciones abstencionistas; el auténtico sentimiento anarquista de “yo no tengo nada que ganar en unas elecciones”. El sentimiento era bastante generalizado en el sentido de que, esta vez, sí que había mucho que perder en unas elecciones que no saliesen como se consideraba que tenían que salir; y eso debilitaba notablemente el abstencionismo sincero.
La resolución del 25 de enero no era sino ahondar en la miopía revolucionaria de los anarquistas. Pedirle a la UGT que cesase toda colaboración con cualquier partido político burgués, diez días después de haber pagado la cuota para entrar en el club del Frente Popular, era algo que, la verdad, sólo se explica de dos maneras: o asumiendo que los anarquistas habían perdido la conexión con la realidad, o asumiendo que plantearon el típico acuerdo que sabían que el otro no podía firmar. Yo, personalmente, creo que hubo un poco de las dos cosas.
Tras el congreso regional catalán, el último día de enero abrió sus puertas en Barcelona el pleno peninsular de la FAI. Los faístas, representando ya al anarquismo más puro y duro, se ratificaron en las decisiones de la regional catalana, que como os he dicho eran formalmente abstencionistas, y reiteraron su posición de que no tenían nada que hacer con los partidos burgueses y que lo que había que hacer era continuar la senda iniciada en el 34. Modelo Clemente, pues: patadón p'alante y, si hay que dar hostias, se dan. En buena medida, sin embargo, era una postura más formal que otra cosa, pues la propia FAI se abstendría de hacer campaña por la abstención.
A principios de febrero, la CNT regresó de la clandestinidad propiamente dicha. Comenzó a celebrar reuniones y asambleas antifascistas fundamentalmente, así como contra la pena de muerte, que había sido restablecida en octubre de 1934, y la Ley de Vagos y Maleantes. Por supuesto, otro de sus principales argumentos era la confluencia con la UGT. Se hablaba, evidentemente, de la libertad de los sindicalistas presos tras el golpe de Estado; pero se era especialmente cuidadosos a la hora de no tocar el temita de si votar o no votar. Los manifiestos publicados no contenían consignas abstencionistas y, si hemos de creer a Abad de Santillán, incluso Durruti iba por ahí diciéndole a la gente que no fuese maula y votase.
El 16 de febrero dkguedhe dhduyedg dggeudyeg. Escribo esto porque, la verdad, lo que pasó de verdad el 16 de febrero no lo sé yo, ni lo sabéis vosotros; y, de hecho, si hay alguien que dice o escribe que sabe cuáles fueron los resultados de aquellas elecciones, ésa no es sino una prueba de que se sacó la licenciatura en Historia en Diplomas Pepi. Los hechos son que la izquierda se proclamó ganadora de unas votaciones que todavía se estaban contando; que el presidente del gobierno, abrumado por el hecho de que, fuese el resultado el que fuese, él y su amiguito Niceto Alcalá-Maniobra habían perdido por goleada, no quiso hacer nada por adverar el imperio de la ley; y, consiguientemente, esas izquierdas que decían que habían ganado obtuvieron un total control sobre el escrutinio y, sobre todo, sobre el re-escrutinio, con lo que consiguieron el pleno control del país.
Legítima o ilegítimamente, el 19 de febrero, las izquierdas propugnaron la formación de un gobierno formalmente dirigido por un tipo con menos valentía que un caniche en una plaza de toros: el nefando Manuel Azaña. Al día siguiente, la Unión de Hermanos Proletarios, en Oviedo y en Gijón, le dejó bien claro a ese gobierno quién mandaba: a pesar de las protestas de Álvaro de Albornoz, que para abrir las cárceles quería un acto del gobierno que lo decretase, los obreros se fueron a las prisiones y las abrieron. Liberaron a sus camaradas sindicalistas y, de paso, a todos los ladrones, enculadores de niños y asesinos en general que compartían celda. La sociedad sin clases, ya se sabe, es para todos. En Burgos, los presos directamente se hicieron con el control de la cárcel. En Madrid, Barcelona y Alicante, derechas e izquierdas comenzaron a dirimir sus diferencias con porras de por medio. El día 21, el gobierno Azaña amnistiaba a unos tipos que, en su mayoría, ya estaban en la calle. También acabó legislando cosas como que la mujer del empresario que había sido asesinado por uno de sus trabajadores tuviera ahora que readmitirlo en la empresa y verle el jeto cada día.
La CNT comenzó a presionar con que la amnistía se había quedado corta; pero, en términos generales, puede decirse que muy al principio alfombró la llegada del Frente Popular. La huelga del textil de Barcelona, enquistada, finalmente supuró y sanó. Lo mismo ocurrió con la del transporte de Barcelona, que llevaba vigente desde noviembre de 1933; los tranviarios anarquistas de la capital catalana, pues, literalmente no trabajaron para las derechas ni un día. Sin embargo, eso fue “muy al principio”, como he dicho. El 4 de marzo, 24 horas después de la restauración de la Generalitat catalana, Buenaventura Durruti dio un discurso en el Gran Price de Barcelona. Os recomiendo que busquéis ese texto por ahí y lo leáis con atención. Es una buena expresión, porque para eso, la verdad, Durruti se vestía por los pies (para otras cosas, en cambio, tiraba a gañán), del sentir de la CNT. Aunque obviamente no tenía ninguna encuesta que lo avalase, la CNT, y no digamos ya la FAI, sentía que era ella la que había facilitado la victoria del Frente Popular. Consideraba, y yo creo que no se equivocaba, que lo que había inclinado la balanza había sido el hecho de que los anarcosindicalistas decidieran no recomendar la abstención, aunque no recomendasen estrictamente el voto. Se mire por donde se mire, la diferencia de votos entre el Frente Popular y las derechas fue tan pequeña que, si se eliminare de la ecuación a los anarquistas que decidieron votar, las cuentas no le salen a las izquierdas ni aunque las sumase una comisión formada por Viñas, Preston, Casanova y Tezanos. Así las cosas, Durruti pontificó en el Price: “Venimos a decirle a los hombres de izquierda que fuimos nosotros los que determinamos su triunfo, y que somos nosotros los que mantenemos las conflictos que deben ser solucionados inmediatamente. Nuestra generosidad determinó la reconquista del 14 de abril”.
La CNT había querido primero la victoria de la revolución social por medios violentos, en las calles. Luego, cuando el resto de las izquierdas, e incluso algunos anarquistas, optaron por utilizar el régimen parlamentario, el voto, para llegar a ello, decidió no ponerles palos en las ruedas, a pesar de que yo creo que nunca creyó que eso fuese a funcionar pues, en la mente de un anarquista, los conciliábulos políticos nunca funcionan; sólo funciona la revolución.
Ahora, esa vía parlamentaria se había abierto, con los votos de muchos anarquistas. Para la CNT, había llegado el momento de que el gobierno, fuese de Azaña, de Fazaña o de Mierdaña, les diese la razón, e hiciese la revolución desde arriba. La que ellos querían, no la revolución marxista.
Y, como eso no es lo que pasó, la CNT echó andar, de nuevo, la máquina de hacer huelgas.
Buenos días.
ResponderBorrar¿Qué opinión le merece el libro de Álvarez Tardío y Villa García: 1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular?
Lo leí el año pasado y me gustó pero, debo decir que ya iba predispuesto a su favor. Hace muchos años que dejé de creer en buenos y malos, especialmente en nuestra última Guerra Civil.
Gracias.
Bastante buena: http://historiasdehispania.blogspot.com/2017_04_16_archive.html?m=1
ResponderBorrarGracias por el recordatorio.
ResponderBorrarDebí leerlo en su momento pero se me pasó ya que apenas es una línea para una nota numérica.
No parece propio del señor Juan :-D
Es que el enlace está incompleto. Aquí se puede leer la chicha:
ResponderBorrarhttps://historiasdehispania.blogspot.com/2017/04/un-libro-triste-que-no-un-triste-libro.html#more
Ahora sí, muchas gracias. No recordaba haberlo leído en su momento. Y al leerlo ahora, coincido con prácticamente todo.
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