viernes, abril 23, 2021

Islam (y 38: presente, y futuro)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 

Iraq, como resumen, iba a ser el teatro del ingreso del mundo musulmán en las instituciones democráticas y en la vida ordenada de los Estados modernos; pero, lejos de ello, se convirtió en otra cosa. Y esa otra cosa metérosla en la cabeza: vale que parece que lo más importante de lo que pasó fue la furia antioccidental. Pero no es así porque eso, en realidad, ya estaba ahí mucho antes, no ya de la caída de Sadam, incluso de la invasión de Kuwait. De lo que fue teatro Iraq fue del surgimiento de un enfrentamiento sectario aguas adentro del Islam como pocas veces se ha visto desde que El Profeta echó los dientes de leche.

Personalmente creo, aunque es una opinión personal que se puede discutir por varios ángulos, que nunca como ahora ha estado el mundo musulmán tan básicamente dividido; como nunca como hasta ahora ha podido producir el mundo islámico espectáculos tan deplorables allí donde sus dos grandes capas tectónicas (el modelo saudí y el modelo iraní) se rozan: Yemen, por ejemplo.

Hoy en día, como digo, el mundo musulmán está dividido. Esa división, como todas, es muy rica y variada, pero básicamente es la que se produce entre Arabia Saudita e Irán; dos cánidos violentos colocados en la misma jaula.

En el año 2004, en una entrevista con un medio estadounidense, el rey Abdulá II de Jordania utilizó una expresión que se escucha poco en Occidente, pero es de gran importancia en el mundo musulmán: el Creciente Shií. Un mundo musulmán acostumbrado a que el poder duodecimano o de otras formas del shiismo estuviese básicamente limitado a las estepas persas se encuentra con que el poder shií hoy forma una Creciente: Irán, Iraq, la Siria alauita y la creciente influencia de Hezbolá en Líbano.

Irán, ya lo hemos dicho, sostiene una auténtica ideología revolucionaria; y digo lo de auténtico porque todo revolucionario ha de ser internacionalista; todo revolucionario ha de estar tan convencido de lo pertinente de su revolución que está deseando exportársela a todos aquéllos que no la han vivido aún. En este entorno, a pesar de que la unidad del shiismo internacional es algo sobre lo que cabría discutir mucho (sin ir más lejos, el alauismo y los duodecimanos no es que tengan alianzas muy estrechas en lo religioso), lo cierto es que el concepto de un shiismo que ha ganado un enorme poder en el mundo islámico, que ese mismo mundo islámico no está acostumbrado a ver, es una fuente de desazón para el sunismo.

En el año 2006, una fecha de gran importancia, Hezbolá secuestró a dos soldados israelíes durante la invasión del Líbano; una acción que fue contestada con bombardeos extremadamente dañinos por parte de Tel-Aviv, lo que provocó el lanzamiento de misiles por parte de la organización proiraní. En este entorno, los gobernantes suníes del área, y muy particularmente los Saud, no fueron capaces de conseguir un alto el fuego; no fueron capaces de influir en ninguna de las dos partes; y eso, a los ojos del mundo musulmán, los hizo aparecer como un poder en decadencia. De hecho, no pocos musulmanes interpretaron que, en realidad, los principales gobernantes suníes (Abdulá en Arabia, Mubarak en Egipto, Abdulá II en Jordania) estaban mirando para otro lado porque, para ellos, la invasión israelí suponía la defección de la guerra shií. A partir del año 2003, en todo caso, Líbano ha vivido una tendencia creciente de protestas contra su gobierno. En dicho año se produjo la llamada como Revolución de los Cedros, que buscaba, y consiguió, a base de manifestaciones, la salida del país de las tropas sirias, que era la principal reivindicación de su primer ministro, Rafiq Hariri, asesinado aquel año, probablemente con la connivencia siria. Desde entonces, las protestas en el país en pro de un sistema político más limpio y contra la corrupción de los políticos han sido constantes; y el reciente escándalo de la gran explosión en el puerto de Beirut no está ayudando a calmarlas, precisamente.

Este enfrentamiento, como digo, tiene dos teatros, los dos, claro, descojonados: Yemen y Siria. Siria es un país mayoritariamente suní donde ser miembro de la Hermandad Musulmana es delito; y es el centro del nacionalismo árabe no religioso (que no secular, como demasiado a menudo se lo apela). Pero la situación es, también, potencialmente explosiva en países como Afganistán y Pakistán, países con significativas minorías shiíes. Y está, por supuesto, Bahrein, esa rara avis del Golfo, mayoritariamente shií.

En el centro de todo este proceso se encuentra Arabia Saudita. Aunque el país vivió un interesante proceso de reconciliación entre suníes y shiíes, con regreso de exiliados incluido, en 1993, en general los sauditas nunca han resuelto el problema de la presencia de los duodecimanos en el este del país.  En general, tratan de evitar la expresión pública de sus creencias, notablemente la procesión de la Ashura, en aquellas zonas con presencia suní, con el tan manido argumento de “evitar provocaciones” (lo cual, supone, claro, asumir que impedir las celebraciones no es una provocación). La agitación en las mezquitas por parte de clérigos wahabíes nunca ha parado ni parece que el gobierno esté por la labor de pararla. En realidad, el problema es que ni siquiera sabemos si la familia al-Saud quiere ser más integradora con los shiíes, porque el hecho es que no puede. Hay varias razones para ello.

En primer lugar, está el hecho de que los suníes que, en el interior, se pudieran sentir decepcionados con el gobierno si éste aceptase acercarse a los duodecimanos, tienen alternativa en los grupos y grupúsculos tipo Al Qaeda. El gobierno saudita, por lo tanto, tiene, probablemente, miedo de mostrarse “blando”. En este punto, ya sé que estoy haciendo una comparación muy forzada, pero, qué queréis, a mí la situación de la familia real saudí me recuerda un poco a la de Largo Caballero durante la II República, siempre intentando ser más radical que la CNT para que, en el teatro sindical, no se lo comiesen por las patas.

En segundo lugar, está la guerra internacional contra Irán por la supremacía en el teatro musulmán. Este siglo ha habido ya importantes demostraciones en Bahrein, que Arabia ha tenido que sofocar enviando las tanquetas y agitando el fantasma iraní. Y luego está el tema de Yemen. Yemen tiene una importante minoría shií, cerca de un tercio de la población; pero el shiismo zaidí es muy cercano al sunismo. Es por esto que el zaidismo fue apoyado durante mucho tiempo por Arabia y, de hecho, Yemen del Norte fue gobernado por un imán zaidí hasta 1962, en que fue derribado por un golpe de Estado militar. Hasta entonces, sin embargo, el sectarismo religioso no era problemático en la política yemení; pero empezó a serlo conforme se comenzó a producir una fuerte propaganda salafista entre los zaidíes. En este entorno, importantes clérigos yemeníes formaron un movimiento, el movimiento Houthi, en defensa de su identidad religiosa. Desde hace años, Yemen está embarcado en una gran guerra civil en la que el ex presidente Alí Abdulá Saleh está aliado con los houtíes, apoyados por Irán y Hezbolá; contra Arabia y los países del Golfo. Es una puta guerra de Vietnam y, de hecho, ojalá me equivoque, pero mi idea es que terminará, cuando termine, como terminó aquella: con campos de exterminio y bebés reventados a hostias contra las paredes delante de sus madres.

A partir de aquí, ¿cuál es el presente y el futuro del islamismo? Bueno, las respuestas a esto deberíais buscarlas en otros lugares distintos de este blog, puesto que aquí se habla del pasado. Dicho esto, sí es cierto que hay teóricos que especulan con la posibilidad de que el islamismo haya pasado ya por la cumbre de la colina, y esté caminando algo cuesta abajo. Ejemplos como el Líbano ilustran hasta qué punto en los últimos veinte años ha habido movimientos serios en diversos países musulmanes hacia la democratización y la formalización de las instituciones; procesos ambos en torno a los cuales surge la duda de la capacidad del islamismo de aceptarlos.

No sólo del Líbano vive esta teoría. Hace ahora once años, en Irán los resultados de las elecciones fueron sorpresivos. Mir Husein Musavi, el principal líder reformista, que según todas las estimaciones iba a ser el ganador, fue sin embargo vencido por un halcón del ala dura, Mahmoud Ahmadinejad. Las sospechas de tongo fueron muchas. A las elecciones siguió una ola de manifas, en la conocida como Revolución Verde, ya que éste, que es el color de Alí, fue el elegido por los manifestantes. Recientemente, otra ola de protestas se produjo, esta vez por causas sociales derivadas del desempleo y la falta de auxilio social para muchas personas en el país; con manifestaciones que terminaron con imágenes de mujeres agitando sus velos. El candidato moderado a las elecciones presidenciales en el 2013, Hasán Ruohani, ganó las elecciones con comodidad, y con mayor comodidad aún en el 2017.

Evidentemente, como gran ejemplo de la voluntad democratizadora en el mundo musulmán se encuentran las manifestaciones de la Primavera Árabe. No obstante, a despecho de tanto bienintencionado occidental que, durante aquellas jornadas, quiso ver en la Primavera Árabe lo que no era, ni su impulso ni sus resultados son, la verdad, como para tirar cohetes. Sobre el impulso, hay que tener en cuenta que elementos muy importantes de los movimientos (véase Egipto) eran grupos religiosos que no buscaban precisamente la victoria del laicismo democrático. Y, desde el punto de vista de los resultados, en fin… En Egipto, la Primavera echó al presidente Hosni Mubarak; aunque la reacción militar ante la dominación de la Hermandad Musulmana ha vuelto a poner el país en la casilla de salida. En Libia, el todopoderoso, y longevo, dictador Annuar el-Gadafi cayó finalmente; pero lo que ha venido detrás es un Estado fallido, sin que exista la perspectiva de que dicha situación pueda cambiar. Yemen y Siria acabaron ambas en el turbión de sendas guerras civiles que arrojaron centenares de miles de refugiados hacia Europa.

En suma: suníes y shiíes llevan siglos poniendo la lupa en sus diferencias y apartando con displicencia las muchas cosas que les unen. Pero nunca tuvieron, en su Historia, un proceso tan sangriento para dirimir sus diferencias como tuvo la Cristiandad después de que Lutero pegase su email en la puerta de la iglesia. Este proceso, sin embargo, se ha comenzado a producir, paradójicamente, con el siglo XXI. Dos hitos están, para mí, detrás de este cambio: uno, la revolución islámica iraní de 1979; el otro, el 11 de septiembre del 2001, con todo lo que supuso de muestra de un poder destructivo inusitado a los ojos de muchos musulmanes. En los últimos veinte años asistimos, de una forma más o menos constante, a una lucha intramusulmana por dirimir el liderazgo de ese proceso de poder.

Desde 1979, Irán y Arabia Saudita, pero eso quiere decir también los modos de pensamiento islámico que hay detrás de cada una de ellas, están embarcadas en una lucha por la hegemonía de una nación religiosa que nunca ha abandonado el deseo de ser una sola nación, una sola grey, un solo pueblo: el pueblo de Alá. Un buen musulmán siempre querrá un califa; pero califa sólo puede ser uno. Este tema el cristianismo lo resolvió en su día con la figura del Francisquito; pero en el mundo islámico es, por esencia, irresoluble, porque un califa, un imán, no puede convertirse en una figura decorativa en lo terrenal que sólo se dedique a soltar mensajes espirituales desde un balcón o desde un alminar.

El elemento positivo, en todo caso, son los muchos, innumerables, elementos que contiene la religión musulmana que apuntan a la concordia, a la convivencia. El Islam, ya lo he dicho en otros puntos de estas notas, es una religión de paz. Sin embargo, es una religión de paz embarcada en procesos muy complejos, en los que la geopolítica juega un papel nada desdeñable. Lees cosas, aprendes cosas; pero yo debo de confesaros que, a pesar de todo ello, no sabría deciros, a día de hoy, si el sectarismo de base, la secular oposición entre shiismo y sunismo, es la que provocó el enfrentamiento actual entre ambas convicciones del Islam; o más bien fueron los intereses combinados de una revolución antioccidental y su correspondiente lucha por la prevalencia en el área del Golfo y zonas adyacentes los que usan esa división en su interés, creando sectarismos tóxicos donde antes no los había.

En esta duda, que es crucial para poder juzgar al Islam y al mundo islámico presente, yo tiendo, cuando menos a mi nivel de conocimiento actual, a decantarme por la segunda de las interpretaciones. El enfrentamiento suní-shií, en mi opinión, no es la naturaleza del Islam. La naturaleza del Islam, para mí, es el espíritu de Alí, capaz de dar pasos atrás a la hora de reivindicar mando y derechos que sabía le correspondían, si así garantizaba que la grey islamita se mantuviese unida. El Islam, cuando menos en mi opinión, lleva siglos guerreando contra el problema que le planteó su crecimiento; el problema surgido desde el punto en que dejó de ser la religión de un conjunto de tribus. En ese momento, uno de los grandes elementos del Islam, que es la idea de que el califa, el jefe temporal, no sólo puede sino que debe ser también el comandante de los creyentes (que tampoco os penséis que la idea es tan extraña: ¿acaso el rey de Inglaterra no es la cabeza de la Iglesia anglicana?); esa idea, digo, hizo crisis, porque al fin y a la postre, toda colectividad humana, toda, sea lo piadosa que quiera ser, acaba teniendo un general o un primer ministro que, moralmente, deja bastante, sino todo, que desear. Mahoma no supo decir: dad al César lo que es del César, y a Dios los que es de Dios, porque en su mundo, por así decirlo, esa frase no tenía sentido. Pero algún día el Islam deberá encontrar en su propio Mensaje, que es enormemente rico, generoso y pacificador, las claves para entender que la forma de enfrentar el hecho palmario de que es imposible sintonizar poder temporal y espiritual no es someter el primero al segundo, porque entonces el remedio es peor que la enfermedad. Y, en lo que se refiere a su anti occidentalismo, algún día debería preguntarse cuál de los dos se está haciendo más daño. 

En tal sentido, es mi idea que el Islam no necesita ser aplastado. O mejor: que nosotros no necesitamos aplastar al Islam. En realidad, la solución a este complicado sudoku es más Islam (para aquél que lo quiera, claro). Más, y mejor, Islam.

Nosotros decimos: ojalá. Ojalá, efectivamente, Alá lo quiera.

2 comentarios:

  1. Ha estado bastante bien y me ha gustado mucho. Es sumamente complejo, y eso que te hayas limitado al Oriente Próximo y las zonas más cercanas, al fin y al cabo donde nació la religión de la Media Luna.

    Personalmente, aunque comparto contigo tus últimas reflexiones, me gustaría que hubiera al menos un esfuerzo por parte de lo que llamamos Occidente por entender las sutilezas de esta religión. Difícil es, viendo que hay gente que, al enterarse de que hacia el siglo XVII en Escocia se quemaron brujas, lanzan una diatriba contra la iglesia Católica, que hace ya tela de años que no mueve ficha al norte del Muro de Adriano. Veremos...

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    1. Me alegro de que te haya gustado y coincido en lo que dices. Se generaliza demasiado y se opina demasiadas veces que es imposible que el Islam evolucione.

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