miércoles, abril 14, 2021

Islam (34: la guerra Irán-Iraq)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro


En el mes de septiembre de 1980, de manera absolutamente sorpresiva para todos, Irán fue atacada por Iraq. Aquella acción, obviamente ordenada por quien lo ordenaba todo en el país agresor, esto es, Sadam Husein, estaba, sobre todo, basada en los problemas internos de Iraq.

Al partido Baas iraquí el triunfo de la revolución islámica en Irán no le había parecido ninguna buena noticia. Que Iraq y el Irán del sha habían tenido muchos y diversos enfrentamientos es algo obvio; pero, aun así, para un país gobernado por una elite política suní asentada sobre un país mayoritariamente shií, que alguien montase en su patio trasero una teocracia duodecimana mucha gracia no podía hacerle. La revolución iraní insufló nuevas fuerzas a los movimientos shiíes dentro de Iraq, como el ya mentado partido al-Dawa.

El Estado tenía que reaccionar y en junio de 1979 colocó en arresto domiciliario al ayatolá del movimiento, Mohamed Baqir al-Sadr. Esto provocó protestas y manifestaciones en Nayaf, Kerbala y Kufa, los principales puntos de dominación social shií en el país, además del guetto shií bagdadí de Medinat al-Thawra.

Ante la represión del gobierno, los sermones de al-Sadr comenzaron a circular como los de Jomeini en su momento, a través de cintas de casete. Las autoridades bagdadíes temían un levantamiento popular, sobre todo cuando se dieron cuenta de que las soflamas del ayatolá eran también escuchadas por suníes de origen modesto; el movimiento amenazaba con convertirse en una mezcla poderosa de islamismo y protesta social.

En julio, Husein tomó definitivamente el control total del país, que en buena medida venía ejerciendo de forma más taimada. Inmediatamente convocó una conferencia del Baas. En dicho congreso, un miembro del Consejo de la Revolución iraquí sorprendió a todos levantándose y confesando que había formado parte de una conspiración, financiada y apoyada por los sirios, para echar a Husein; acompañó su confesión con los nombres de otros conspicuos conspiradores. Los denunciados fueron sacados de la sala, mientras Sadam Husein daba lectura a un comunicado en el que figuraban más personas implicadas en el presunto golpe de Estado fallido. Era el inicio de una purga de corte estaliniano en la que se estima que hubo varios centenares de fusilados. Sadam, como Stalin, buscaba que toda persona con algo de poder en Iraq, o le fuese perrunamente fiel, o le temiese, o estuviese muerto. O cualquier combinación de las tres.

Esto pasó aproximadamente un año antes de la invasión de Irán. Con esa invasión, marcó el inicio de una de las guerras más sangrientas que se han producido en las últimas décadas; aunque los occidentales no solemos ser conscientes de ello; primero, porque cada vez somos conscientes de menos cosas; y, segundo, porque aquella guerra, la verdad, mientras no subió el precio del petróleo nos importó un carajo. Pero se habla de un millón de muertos; de los de verdad, no como los de la guerra civil española.

Muy probablemente, pues, Sadam comenzó la guerra con Irán para poder tener las manos libres y reprimir adecuadamente los movimientos shiíes dentro de su país, algunos de los cuales, además, estaban volviéndose cada vez más violentos. Aprovechando un movimiento creo yo que muy mal medido por los shiíes (una toma de posición pública contra Sadam por parte del Jamaat al-Umala o Sociedad de Clérigos), el Estado iraquí decretó que la mera pertenencia a al-Dawa hacía acreedor de la pena capital. El intento fallido de asesinato de un ministro del gobierno iraquí provocó una respuesta brutal, en la cual se incluyó la ejecución de al-Sadr y de su hermana, Bind al-Huda. Cuando fue asesinado, el ayatolá estaba trabajando para la unión de suníes, shiíes e incluso kurdos contra Sadam.

Nunca antes un miembro del Baas había ejecutado a un ayatolá; y, además, no fue la única medida, ya que quien ocupaba el puesto de principal mujtahid iraquí en el momento, Abú al-Qasim al-Khoei, fue puesto en arresto domiciliario.

Desde el punto de vista geopolítico, en mayo de 1979, pocos meses antes de la invasión, Egipto había firmado un tratado de paz con Israel y había sido subsecuentemente expulsado de la Liga Árabe. Esto convirtió automáticamente a Iraq en la principal potencia militar del mundo árabe, lo cual bien pudo animar a Sadam a hacer lo que hizo. El sátrapa iraquí decidió que había llegado el momento de ejercer dicho liderazgo teórico. Su plan era forzar la anexión a Iraq del Kuzistán iraní, con todo su petróleo, y, en el ámbito internacional, convertirse en el líder de la grey árabe, por encima de las naciones del Golfo y, sobre todo, de su archienemigo, Hafez el-Assad (en aquellos tiempos, recuerdo escuchar en la radio hablar a uno de esos diletantes que la gente llama tertulianos, que nunca he entendido por qué no les pueden llamar contertulios, pontificando que Husein y Assad siempre se entenderían porque, en el fondo, eran del mismo partido, el Baas; el recuerdo siempre me ha servido para entender que en Occidente, los temas de Oriente Medio se suelen mirar por agujeros muy pequeñitos).

La guerra, pues, tuvo importantes cimientos que no tenían nada que ver con la religión; pero, sin embargo, se desarrolló por ambas partes, sobre todo la iraní, en medio de una intensa retórica religiosa. Sin embargo, pronto se reveló como un experimento bastante más complicado de lo que Sadam había calculado. En la primavera de 1982, Iraq se vio obligado a realizar una retirada estratégica y a convocar diálogo de paz. Jomeini, sin embargo, se negó; en ese momento, el  Estado Mayor iraní estaba convencido de que podía ganar la guerra y poner a su vecino de rodillas; la propuesta de paz llegó, por así decirlo, en el momento en el que los militares y los mujtahids estaban estudiando los mapas para decidir por dónde iban a entrar en Iraq.

Aquello siguió y siguió durante demasiado tiempo. En 1988 era ya bastante claro que, como poco, Iraq iba a perder la guerra. Se propuso un alto el fuego, que Jomeini aceptó arrastrando el escroto, teniendo en cuenta el cansancio y elevado número de bajas de sus propias fuerzas.

Irán, sin embargo, cometió un error estratégico, derivado del hecho de que Rulolá Jomeini, la verdad, era todo un erudito en la ley musulmana; pero no era el mejor estratega del mundo. El país debería haber aceptado el alto el fuego de 1982, no sólo porque habría ahorrado la vida de muchos compatriotas, sino porque sus mujtahids deberían haber previsto que, pasando a la ofensiva y entrando en el territorio iraquí, convertían al shiismo en una ideología religiosa agresora. Nosotros, los occidentales, estamos acostumbrados a la argumentación que provocó todo aquello en nuestras casas, todo eso de la amenaza islámica y blá (así, en genérico); pero no nos damos cuenta de que, en realidad, aquello fue mucho más importante dentro del mundo musulmán. Jomeini y su gente, con su visión un tanto de puzle de los Pitufos de cuatro piezas, le dieron unas excusas de puta madre a los Estados del Golfo, todos ellos (salvo Bahrein) con minorías shiíes en su seno. El wahabismo, desde luego, brindó con zumo de dátil.

Los iraníes habían promovido la formación, por parte de shiíes exiliados de Iraq, del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Iraq, conocido normalmente como SCIRI por sus siglas en inglés. El SCIRI formó su propio ejército, la Brigada Badr.

Es por esto que los líderes iraníes aceptaron el final de la guerra con tanta reluctancia. Ellos buscaban una victoria que supusiera la deposición de Sadam Husein y la explosión de la revolución islámica en el país vecino. En ese sentido, Irán pudo pensar que había ganado la guerra; pero la revolución islámica la perdió. El hecho, además, probablemente afectó personalmente a Jomeini. Hay quien dice que el natural declive de una persona de su edad, que en todo caso cabía esperar, se vio ampliado por el hecho de que el ayatolá viese incumplida la que él consideraba una labor encargada, y protegida, por Dios mismo. Por decirlo de alguna manera, Jomeini se llevó el disgusto que se habría llevado Moisés si, alzando los brazos, no viese a los hebreos ganar la batalla, o Josué si comprobase que las trompetitas no le hacían la menor mella a las murallas de Jericó.

Así las cosas, Jomeini la roscó el 3 de junio de 1989. Su último año, una vez firmado el finiquito de la guerra con Iraq, estuvo marcado por el escándalo de Salman Rushdie, un escritor británico de origen indio que, en su novela Los versos satánicos, se hacía eco de una vieja historia, debida al escritor abásida Mohamed bin Jarir al-Tabari, según la cual el Diablo habría logrado convencer temporalmente a El Profeta de introducir unos versos, digamos, falsos, en el Corán. Asimismo, había otros elementos en la trama y su desarrollo que fueron considerados altamente ofensivos por muchos musulmanes. En febrero de 1989, Jomeini sentenció a Rushdie a muerte, llamando a cualquier devoto musulmán a ejecutar la sentencia. Rushdie tuvo que pasar a la ocultación, pero los editores de su libro en diversos países fueron atacados; el editor noruego de la novela incluso fue asesinado.

La sentencia de Jomeini no sentó nada bien en Occidente. Pero debe de tenerse en cuenta de que en el mundo musulmán, o en partes importantes del mismo, tampoco fue lo que se dice una fiesta. El ayatolá de los shiíes duodecimanos se había permitido la machada de lanzar una sentencia en la que llamaba a su ejecución a todos los musulmanes. Si mañana a Francisquito se le ocurre sacar una encíclica con instrucciones específicas para protestantes y ortodoxos, ya os podéis imaginar dónde le iban a decir éstos que se la metiera.

Hay que añadir, además, para salpimentar adecuadamente la movida, que Jomeini, como antimonárquico que era, hizo al régimen saudí el objeto de muchas de sus críticas y ataques. Y esto pasaba mientras trabajaba, cosa que hizo denodadamente, por la unión de todos los musulmanes. Entre otras cosas, Jomeini rechazaba la negación shií de los tres primeros califas y, de hecho, ordenó la clausura del santuario de Abú Lulu, el cristiano que había sido esclavizado y había terminado siendo la mano que cayó sobre el cuello de Omar.

Aún tendría Jomeini tiempo de llevar a cabo otra acción de gobierno muy discutible, aunque se conoce menos por nuestros predios. La revolución iraní oficial había tenido desde el principio un eficiente oponente, más que opositor, en los muyadines khalq, un grupo que mezclaba Islam y marxismo. Jomeini, en una decisión que muchos consideraron imposible de apoyo en la sharia, los condenó por apostasía e hizo ahorcar a varios miles.

Rulolá Jomeini, sin embargo, murió habiendo dejando una revolución islámica nacional y, a la vez internacional, sólidamente establecida. Podrá gustar o no, pero lo cierto es que la suerte que le ha cabido a las personas que salieron del país en 1979 es un poco la misma que la de los exiliados de la guerra civil española. Probablemente muchos de ellos, exactamente igual que los republicanos que salieron por la frontera, se marcharon pensando que aquel régimen que los expulsaba era una locura y que, por lo tanto, podían albergar esperanzas de estar de nuevo en sus casas de Teherán en dos o tres años. Sin embargo, para estos exiliados, igual que para los españoles, el destino real ha sido rehacer sus vidas, en la medida de posible, muy lejos de su casa y, tal vez, acabar muriendo sin haberla vuelto a pisar. Y lo más importante de todo es que Irán se ha convertido en un nuevo factor dentro del mundo musulmán que lo ha cambiado de forma casi radical. Una ideología radicalmente fiel a una de las esquinas del Islam pero, al mismo tiempo, con un espíritu revolucionario que llama a los corazones de todo aquel que crea en el Islam, sea cual sea su apellido. Una ideología que, además, nacida como está al calor del anti occidentalismo, está nutrida de elementos de lucha por el desfavorecido y sus derechos.

Oriente Medio es un museo de autocracias; la presencia de la revolución islámica iraní ha venido a suponer que ya ninguna de ellas puede dormir tranquila por las noches. El autócrata árabe average ya no puede decirse que, tranqui tronco, ésos son shiíes y los shiíes son minoritarios en mi tierra, porque ahora la revolución le habla a todos los musulmanes, y muy especialmente a ésos que tienen una vida de mierda. Saber presionar esa tecla sin dejar de ser ayatolá de los duodecimanos es el gran mérito de Jomeini; y la gran preocupación de los muchos gobernantes árabes que, aunque no lo digan, hubieran preferido verlo caer.

2 comentarios:

  1. También fue asesinado el traductor al japonés de Los versos satánicos. Lo peor de todo, y creo necesario mencionarlo, es que hubo cierto sector de la izquierda británica que, digámoslo suavemente, "disculpó" el radicalismo hacia Rushdie alegando que había ofendido a la "comunidad". Sin ir más lejos, John Le Carré criticó a Rushdie.

    Aunque tú mismo ya lo has explicado: Jomeini se las arregló para que cundiera la impresión de que el Islam es una ideología antiimperialista, por mucho que sea ridículo. Como propagandista, el señor era un genio.

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    1. Jomeini era un genio de la propaganda (Y de más cosas, fue una persona de grandes talentos por más que los aplicara para joderle la vida a la gente) pero en ese tema trabajaba sobre un terreno bien abonado. A Foucault y compañía les faltó tiempo para salir en su apoyo.

      Con la digestión del fracaso de Mayo de 68, las atrocidades de Camboya y la evidencia cada día más clara de lo chungo de la URSS muchos sectores renunciaron a la pureza ideológica para abrazar cualquier cosa que se opusiera al "Gran Satán".

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