Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia
Lucio Cesenio Peto, el minusválido conceptual
Roma se baja los pantalones
El establecimiento definitivo de Tirídates como rey de Armenia,
fruto de un pacto alcanzado entre Nerón y Volagases de Partia, abrió
un periodo de tranquilidad entre ambos imperios de aproximadamente
medio siglo. En medio de ese periodo, todo parece indicar que
Volagases falleció, quizás unos diez o quince años después de la
visita de su hermano a Roma.
En el año 69, como sabemos bien, la muerte de Nerón provocó un
proceso de elevada inestabilidad en el Imperio, con los reinados de
Otón y Galba. En medio de aquel follón, el gobernador de Judea,
Vespasiano, decidió optar al control del Imperio. En el momento en
que ocurrió eso todavía reinaba Volagases, quien por ello fue
instado por el nuevo emperador a mantener hacia él la misma ayuda
colaborante que había mantenido hacia sus predecesores. El rey parto
envió una embajada a Alejandría, donde estaba Vespasiano, para
asegurarle que no sólo respetaría lo firmado, sino que, si los
quería, le enviaría 40.000 jinetes partos para sus guerras.
Vespasiano declinó la oferta, dueño como era ya de casi toda
Italia, pero probablemente la valoró mucho. En el año 71, para
confirmar el buen rollito romano, Volagases envió otra embajada,
esta vez a Tito, para felicitarlo por haber concluido la guerra con
los judíos, además de regalarle una corona de oro.
Las relaciones amistosas entre dos rottweiller, sin embargo, es
difícil que se mantengan en el tiempo. Para que veáis lo
increíblemente frecuente que es que los gilipollas caigan de pie
como los gatos, en aquella época ocupaba el proconsulado de Siria
Cesenio Peto; sí, el mismo subnormal al que habéis visto perdiendo
una guerra contra los partos por pura inutilidad. En el año 72, Peto
comunicó a Vespasiano que había descubierto un complot antirromano
en Commagene, por el cual los partos iban a arrebatar dicho reino de
la influencia romana.
Personalmente considero que Cesenio Peto no sería capaz de ver un
complot antirromano ni aunque Brian pintase ROMANI ITE DOMI NOSTRI en una pared de mil metros cuadrados y en todo su jeto. Así
pues, aunque obviamente nunca lo sabremos, cuando menos este bloguero
siempre ha albergado serias dudas de que todo aquello no fuese un
invento de un tipo inútil y con evidentes cuestiones pendientes con
los partos. En fin, sea como sea Peto le contó a la metrópoli que
Antíoco, el rey de Commagene, y Epífanes, su hijo, estaban en la
conspiración.
Commagene era un territorio de gran importancia para los romanos.
Situado el reino en la orilla occidental del Éufrates, su capital,
Samosata, era uno de los puntos más utilizados para cruzar el río,
puesto que se situaba estratégicamente en uno de sus
estrechamientos. Visto desde el punto de vista de los partos, poseer
Samosata sería como tener un finger para llegarse sin
problema a Siria, Cilicia o Capadocia, sabiendo que el getaway
estaba asegurado.
Da la impresión de que Vespasiano confiaba en Peto de la misma forma
que lo había hecho Nerón, así pues su reacción a las cartas del
procónsul fue darle manga ancha para actuar. Cuando recibió dichos
poderes por escrito, Peto se aprestó a elevar sus tropas y entrar en
Commagene. Los comagenos, si realmente estaban complotados contra
Roma, debían de estar despistados, porque lo cierto es que Peto
entró en el reino como por su casa y cuando llegó a la cocina, esto
es, a Samosata, la hizo suya sin siquiera tener que rascarse el
sobaco. La reacción de Antíoco fue reconocer el poder romano y
avanzar una rendición incondicional. Pero sus dos jóvenes hijos,
Epífanes y Calínico, no eran de esa opinión.
Los dos hermanos reunieron un ejército a toda prisa y se enfrentaron
en campo abierto a las legiones de Peto. Siendo el general romano el
que era, no podía ganar; aunque también es cierto que no perdió:
la batalla duró un día entero, algo relativamente poco común, pero
el resultado fue inconcluyente, y el VAR tampoco dejó las cosas más
claras. Sin embargo, los comagenos iban a recibir un golpe duro:
Antíoco, quien al fin y al cabo, como canta el corrido mexicano,
seguía siendo el rey, dijo que no quería saber nada con la
revolución que habían montado sus hijos. La derechita cobarde,
pues, cogió a su mujer y los parientes que tenía a mano, y pasó a
la provincia romana de Cilicia, en una prueba más que clara de
sumisión. El ejército opositor, al saber eso, se dispersó, y los
dos hermanos acabaron de Puchimones en Partia, que habría de ser su Waterloo
particular.
Volagases respetó escrupulosamente la etiqueta oriental; estaba
recibiendo a dos herederos de sangre real, y con tal conmiseración
los trató. Sin embargo, no les prestó alguna ayuda para recuperar
el poder en su reino, si bien le escribió una carta a Vespasiano
para interceder por ellos, ya sabes, quién no ha sido joven, amigo
Vespi, y no ha montado una batalla de más. Carta en la que
aprovecharía para decirle que todo lo que había dicho Peto de él
era una repugnante mentira. Vespasiano, por lo que parece, o bien
valoró que la amistad de los partos era más valiosa, o bien se dio
cuenta de que, la verdad, se había fiado de un tonto del culo. El
caso es que, si bien el emperador ya no le retrotrajo la calidad de
reino a Commagene, es decir desposeyó a Epífanes y Calínico, sí
que les permitió vivir en Roma cómodamente.
Dos o tres años después, Volagases hubo de escribir una vez más a
Roma, pero esta vez en demanda de ayuda. Y los culpables eran unos
tipos que, según cierto nacionalismo galaico, eran, tócate las
gónadas hasta dejártelas planas, los primeros gallegos.
Los alanos, un pueblo escita, iranio, que habían habitado de toda la
vida en las cercanías de lo que conocemos como Mar de Azov,
decidieron que allí se vivía de puta pena y que iban a comenzar una
invasión hacia el oeste, más allá de las Puertas Caspias. Se
aliaron para ello con los hircanos, a los cuales, como ya hemos ido
viendo, les iba la marcha, con los cuales cayeron sobre Media como
las moscas sobre un pastel abandonado en la calle. El rey local,
Pacoro, tuvo que huir a las montañas. Libres de oposición, los
alanos redujeron Media a la condición de Mediana (que, como se sabe,
suele ser más pequeña que la media) y luego entraron en Armenia y
vencieron claramente en batalla a Tirídates, quien no fue
capturado en la misma por un cortacabeza.
En ese punto Volagases, quien lógicamente esperaba que la coalición
escita acabase por entrar en Partia, envió la carta a Vespasiano
para que le ayudase. Pero, claro, el rey parto, como había probado
personalmente que el ejército romano, alguna que otra vez, era
dirigido por minusválidos conceptuales, le solicitaba al emperador
que las tropas que se le remitiesen estuviesen comandadas por Tito o
por Domiciano; no me mandes a un soplapollas como Peto, le venía a
decir.
En Roma, la cuestión de si el Imperio debía o no acudir en auxilio
de los partos provocó un debate político muy amplio. Domiciano era
de la opinión de que había que ir y, lo que es más, se ofrecía de
ilusionado voluntario para encabezar las tropas. Vespasiano, sin
embargo, estaba preocupado por el coste de la expedición y, además,
cosa que yo creo tiene más importancia, no acababa de ver que la
misma le pudiera deparar ningún beneficio claro al Imperio. Sabía,
sin embargo, que, si bien él no lo había aceptado, Volagases había
puesto en su mano una importantísima ayuda militar en el pasado; una
negativa aparecería como un gesto muy poco elegante, incluso para alguien capaz de dejar a su madre ardiendo en una hoguera como los romanos.
Al fin y a la postre, Roma hizo de Roma, o sea de gongorino imperio
(ande yo caliente / y ríase la gente) y dejó a Volagases con
el culo al aire, y en pompa. Tuvo, eso sí, la suerte de que los
escitas, como solía ser su costumbre, cuando rapiñaron todo lo que
pudieron e hicieron más prisioneros que los que podían gestionar,
se volvieron a sus planicies. Poco después de su marcha es cuando se
cree que Volagases pudo morir. Su fecha probable de palmada es el año
78.
A Volagases lo sucedió Pacoro. Muchos historiadores especulan con
que Pacoro era hijo de Volagases, pero yo tengo mis dudas. Fue el de
Volagases, como hemos visto, un reinado muy largo, lo cual quiere
decir que tuvo que morir bastante provecto. Pacoro, sin embargo,
aparece en las monedas de su proclamación sin barba, lo cual, sin
duda, quiere decir que era notablemente joven cuando se acuñaron
esas monedas. Las evidencias nos dicen que pudo reinar Pacoro hasta
el año 93, en un periodo del que sabemos poco, salvo el curioso
episodio en el cual, en el año 89, el rey parto parece haber dado
asilo en el reino asiático a un tipo que decía ser Nerón y que,
por eso mismo, estaba siendo perseguido por Domiciano. El romano se
puso tan serio con el tema que Pacoro acabó por entregarlo.
El tal vez hijo de Volagases, en todo caso, parece haber jugado sus
cartas contra los romanos, quizás por la marca que sobre él había
dejado el despecho de los mismos hacia lo partos durante la invasión
escita. Así, sabemos que el rey de reyes tuvo relaciones bastante
buenas con Decébalo, el caudillo dacio que combatió a Domiciano y a
Trajano. Decébalo, al parecer, le regaló a Pacoro un esclavo
griego, Calídromo, propiedad de un patricio romano, Liberio Máximo,
al que habrían capturado durante alguna de sus acciones.
En todo caso, se considera como muy probable que, durante el reino de
Pacoro, Partia estuviese sumida en tensiones centrífugas de las que
sabemos poco y que, tal vez, provocaron que otros reyes reinasen
sobre algunas partes del imperio, o reclamasen tener dicho poder. De
la numismática arrancada a la tierra podría concluirse que hasta
cuatro reyes distintos podrían, en algunos momentos, haber reclamado
ser el auténtico monarca arsácida de Partia.
El reinado de Pacoro, en todo caso, parece haber sido bastante largo,
a lo que sin lugar a dudas ayudó que hubiese llegado a él tan joven
como al parecer lo hizo. Lo más probable es que ya muriese en el
siglo II, en el año 108, dejando tras de sí dos hijos posibles
herederos: Exedares y Partamasiris. Sin embargo, ninguno de los dos
le sucedió. Los megistanes prefirieron decantarse por Chosroes,
hermano de Pacoro. Chosroes tal vez no lo sabía cuando recibió la
diadema, o tal vez sí; pero lo cierto es que se iba a comer un
marrón de la hostia, porque los tiempos de buen rollo con los
romanos se habían acabado.
Veamos. Exedares, probablemente, ni siquiera optó al trono de Partia
porque ya era rey. Pacoro, durante su reinado, lo había colocado en
el sillón de su quizá tío Tirídates, esto es, como rey de
Armenia. Exedares, este detalle es importante, había sido uncido
como rey de Armenia sin reclamar el nihil obstat de Roma,
esto es, rompiendo, por la vía de los hechos, el acuerdo
alcanzado por Volgases y Nerón.
Aquel gesto había sido un insulto evidente (aunque, desde un punto
de vista un tanto neutral, y no tan prorromano como se suele ver en
los libros y en las aulas, bien se podría decir que no mucho más
insultante que el gesto de dejar a un reino amigo a su puta bola
cuando lo invaden unos arqueros moteros); sin embargo, no tuvo
respuesta por parte de los romanos pues, cuando Exedares accedió al
trono armenio, el emperador romano, Trajano, estaba demasiado ocupado
tratando de arreglar las cosas en eso que, con el tiempo,
conoceríamos como imperio romano occidental.
En el año 114, sin embargo, Trajano había conseguido subyugar al
poder romano a los dacios y también a los sanderos y, por lo tanto,
podía considerar que sus asuntos en Europa estaban ya resueltos:
había paz bastante sólida en todas las posesiones continentales
romanas y, en lo tocante al territorio extraimperial, el interés de
Roma por controlarlo era nulo. En ese punto, Trajano decidió que su
siguiente gran expedición se realizaría en Asia, y concluyó,
además, que la puta Armenia le venía como anillo al dedo para
montar una guerrita.
En efecto: en ninguna de sus fronteras podía Roma tener más
aspiraciones racionales de expandir su imperio a base de incorporar
reinos hechos, organizados, relativamente evolucionados. Aunque es
cierto que en Asia ya se habían producido provincializaciones
importantes, pues tanto Cilicia como Capadocia o la propia Siria
habían dejado de tiempo atrás de ser reinos propios para pasar a
ser provincias romanas, todavía quedaban los caldeos, los asirios,
los medos, los armenios. Los partos.
Trajano no era de los que rechazaban una chuche de ese tamaño.
Trajano no era de los que rechazaban una chuche de ese tamaño.
Me imagino que si este blog permanece en internet dentro de 20 años, algún despistado lector se pasará un buen rato intentando averiguar quienes coño eran los de la tribu de los Sanderos.
ResponderBorrarEl autor de este blog es un hijo de puta, dicho sea teniendo en cuenta que su madre era una santa (literalmente). Además, no soy del todo tonto y me doy cuenta de que determinados post que, según Analytics, tienen mucho éxito (La Semana Trágica de Barcelona, la Desamortización...) vienen a coincidir con los temas que suelen estar en los currícula escolares.
BorrarAsí pues, además de que me gusta escribir chorradas, las pongo para que, cuando menos, los textos no se puedan copiar sin más. Ya sé que es difícil que un estudiante de ESO o Bachillerato tenga algún día que hacer un trabajo sobre los partos; pero si lo hace y se limita a copiar y pegar, en el caso de que su profe sepa un poco de la materia, la caerá una colleja. Misión cumplida.
Hijo puta, me parece un poco excesivo, si acaso un poco cabrito (pero bueno, siendo "Turko" es natural) Sospecho que ese esfuerzo es inútil en ese aspecto, pero hace más amena la lectura de los artículos.
BorrarComo anécdota añado que en mis tiempos copiaba con liberalidad de la enciclopedia para los trabajos y, en algún caso, llegué a inventarme cosas que no sabía (Cual si fuera un Eliseo Gil vigués) sin que mi profesor se enterase (Todo esto sucedía en los tiempos de la Ley Villar Palasí, cuando los dioses eran crueles y hacían sufrir a la humanidad)