miércoles, julio 17, 2019

Pericles (12: Pericles, el demagogo)

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Cimón
¡Tora, tora, tora!


La primera intervención de Pericles de la que tenemos testimonios como tal se basó en un discurso duro y de tintes demagógicos, basado en el no es no y en excitar los sentimientos de los atenienses sobre la excesiva prepotencia de los espartanos por su intervención en asuntos como Egina y Megara; cosas que hacían necesario, le dijo el general a sus conciudadanos, que los espartanos entendiesen que “deben tratarnos como sus iguales”.


En todo caso, el principal argumento que esgrimió Pericles, cuando menos a mi modo de ver, era la superioridad presupuestaria. El general le recordó a la asamblea que los espartanos, pueblo eminentemente agrícola, no habían desarrollado fondos de resistencia, ni públicos ni privados, y que tampoco dominaban la guerra naval. Los espartanos, concluyó, “no pueden permitirse ni salir de su tierra ni gastarse su dinero” en una guerra. Demostró Pericles ser un inteligente gestor bélico cuando dijo en su discurso que “los fondos sobrantes financian una guerra mejor que los recaudados a la fuerza”; en otras palabras, estaba insinuando que Esparta, embarcada en una guerra contra Atenas, se vería obligada a sangrar a sus locales, plantando la semilla de la resistencia y el desencanto; mientras que ésa no era la perspectiva para Atenas, una polis forrada de pasta (en parte significativa, de otros).

Pericles no le prometió a los atenienses una victoria militar. No les dijo que ellos eran mejores soldados, más bravos y valientes, ni conachadas por el estilo, probablemente porque sabía que nadie le creería. Lo que les dijo fue: “el tema principal [de una eventual guerra] será la escasez de dinero que experimentarán los espartanos”. Todo esto apoyado en una superioridad naval ateniense que, de alguna manera, vendría a hacer el resto.

El discurso pericleano, en todo caso, no está exento de truquitos de demagogo, como decía. Para empezar, en una versión obviamente interesada, el general ateniense “empaquetó” todas las ofertas espartanas de negociación diplomática como si hubieran sido una sola (“nos ordenan que levantemos el asedio de Potidea, que respetemos la independencia de Egina y que revoquemos el decreto megarense; y concluyen con un ultimátum exigiéndonos que respetemos la independencia de los helenos”; a pesar de que, inmediatamente después, viene a reconocer que el mero respeto del espartaquismo de Megara podría ser suficiente para evitar una guerra. De esta manera, hizo aparecer a los espartanos como ávidos bulliers que, de todas formas, nunca estarían contentos con nada que se les diese, cosa que probablemente está muy lejos de ser lo cierto.

El gran recurso demagógico de Pericles, en todo caso, fue su llamada a exigir de los lacedemonios que tratasen a Atenas como un igual; exigencia que salpimentó en su discurso identificando cualquier cesión frente a los espartanos como duolosis, esclavitud. La principal arma de Pericles, pues, fue, en gran parte, el rapidísimo desarrollo que había tenido Atenas como modelo económico, político y militar; tan rápido, de hecho, que la sociedad ateniense todavía tenía grabado en los huesos su complejo de inferioridad frente a los espartanos. Pericles, pues, le ofreció a los atenienses dejar de ser los mierdas que creían que eran.

En los años siguientes habría testimonios, sobre todo en las obras del siempre ácido Aristófanes, tendentes a interpretar el gesto de Atenas de ir hacia la guerra como meramente justificados por su posición respecto de Megara. En otras palabras, tesis que venían a poner más en claro lo que el propio Pericles apenas insinúa en las palabras que le atribuye Tucídides, en el sentido de que un acuerdo en este tema habría cerrado la hemorragia. En este punto, no debemos olvidar que nosotros no sabemos lo que Pericles le dijo a asamblea, sino lo que Tucídides dice que le dijo. Es posible (yo lo creo) que el historiador montase aquel discurso, basado como he dicho en el exitoso principio político del no es no, en el concepto de que cualquier acuerdo con los espartanos sería una cesión, una esclavitud, para esconder la realidad de que Atenas tenía una oportunidad real de evitar la guerra. De hecho, las amargas bromas escritas por Aristófanes unos treinta años después, y puesto que los autores de éxito no hacen sino escribir aquéllo que su público desea escuchar, vienen a demostrar que, pocos años después de aquellos hechos, muchos atenienses compartían la idea de que su polis había ido a la guerra, si no por una nimiedad, sí, desde luego, por algo que se podía haber resuelto en los despachos.

Si el discurso de Pericles es cierto y Tucídides, por lo tanto, no miente ni adorna en exceso sus palabras, hemos de concluir que el general ateniense había llegado a la conclusión de que había llegado el momento de asestarle el final blow a su enemigo heleno. Recapitulando: se negaba en redondo a llegar a un acuerdo diplomático, que probablemente habría podido conseguir ofreciendo Megara y alguna otra cláusula más, probablemente porque no lo veía como otra cosa que una oportunidad para los espartanos de adquirir poder donde ahora no lo tenían. En segundo lugar, porque creía que Esparta era estructuralmente, por así decirlo, incapaz de sostener una guerra larga y difícil: no tenía flota, para guerrear tenía que despoblar sus campos (hablamos de las polis ligadas con Esparta, no propiamente ésta, pues los espartanos, como sabemos, no labraban sus campos, que para eso tenían esclavos); carecía de una planificación presupuestaria para la guerra como la que de hecho sí tenía Atenas; y, last but not least, la liga espartana se gobernaba mediante una especie de comité de polis donde cada una tenía el mismo peso en votos y, por lo tanto, pronto podría pasar que alguna de ellas decidiese abandonar la lucha. En estas circunstancias, lo suyo era ir a la guerra.

Pericles, a pesar de toda su fama, la verdad, se equivocó en bastantes cosas.

Los atenienses, en todo caso, le hicieron caso. Respondieron a las embajadas de los espartanos con negativas. Tucídides nos cuenta, además, que en ese momento Pericles le soltó otro discurso a los atenienses (que no nos ha llegado en transcripción literal) en el que, al parecer, incidió todavía más en la superioridad ateniense en recursos monetarios y militares. El general ateniense, además, jugaba con una ventaja estratégica, y es que los problemas entre Atenas y Esparta no podían, o muy difícilmente podían, terminar en un arbitraje, que habría sido la salida pacífica. En primer lugar, ¿quién podría haber sido el árbitro, si prácticamente toda la Hélade, de una manera o de otra, había tomado partido? Y, en segundo lugar, mucho más importante, ¿qué tipo de arbitraje se podía hacer en una situación en la que todos los conflictos los ponía una de las partes? Encima de la mesa de ese presunto arbitraje habrían estado: el asedio (ateniense) de Potidea; el conflicto (creado por los atenienses) contra Córcira; el problema (de los atenienses) con la isla de Egina; y el tema (emputecido por los atenienses) de Megara. ¿Qué narices de punto medio se puede encontrar ahí? La situación previa a la guerra, y ya lo siento por los cienes y cienes de admiradores de Atenas y Pericles que hay por todas partes, se asemeja a ésa que se ve a veces en la tele en estos programas destinados a mediar entre conflictos. O sea, un tipo vive en la primera planta de un edificio en cuyo bajo hay un bar. Ese bar, contraviniendo todas las normas, meándose y cagándose sobre las ordenanzas municipales y su propia licencia, no sólo pone el triple de mesas en la terraza de la calle sino que, en verano, está abierto hasta las tres de la mañana, con unas juergas de puta madre que hacen imposible dormir al vecino. Y entonces llega el tipo del programa de televisión... ¿a mediar? ¿A mediar qué leches? Cualquier mediación que se haga en ese asunto terminará en que el vecino ceda derechos que son suyos, puesto que él no ha hecho nada malo y el dueño del bar, todo. Aquí, pues, hablamos de la misma situación. Difícilmente Esparta podría aceptar finalmente un arbitraje porque en ese arbitraje Atenas habría sacado algo: Egina, Córcira, algo. Y lo cierto es que, bajo el, por así decirlo, derecho heleno, no tenía derecho a sacar nada. Lo que nos pasa a muchos ciudadanos del presente es que, en el fondo, el tipo del bar nos cae bien, mientras que el vecino que no puede dormir nos parece un gañán.

Por lo demás, en el siglo V antes de Cristo faltaba todavía mucho tiempo para que Erasmo de Rotterdam escribiese aquello de que la más injusta de las paces es más justa que la más justa de las guerras.

Pericles, por otra parte, podría tener otro motivo para hacer lo que hizo: acabar con el status quo cimónida. Si era una persona ambiciosa, ambicionaría imponer su propio modelo estratégico, y eso pasaba por destruir el esquema de Cimón, basado en el reparto de ámbitos (para Atenas, el Egeo; para Esparta, el sur de la Hélade) mientras ambos se comprometían a pelear contra el enemigo común persa. Y, la verdad, tengo que repetirlo varias veces durante estas notas, yo ya sé que los espartanos tienen fama de cachoburros que cada vez que se rifaba una hostia compraban boletos; pero lo cierto es que, en el ámbito diplomático, está muy lejos de ser cierto, cuando menos a partir de lo que sabemos, que los espartanos dejasen de honrar ese pacto.

Muy en concreto, los espartanos siempre respetaron el principio general de que el Egeo le pertenecía a los atenienses. Atenas atacó Naxos y Thasos, y Esparta no movió un dedo por ellas. Atenas practicó una política activa de colonización en la zona, como en Skyros, y Esparta nunca le puso problemas. Atenas pudo expandir su lista de tributarios en el Egeo, algo que está en el fondo de su capacidad por tener una flota tan potente, y los espartanos nunca protestaron. Sin embargo, ya lo siento, pero éso no fue lo que hicieron los atenienses: primero, su alianza con Megara y con Argos; después, el acuerdo con Córcira; la orden a Potidea de que expulsara a sus magistrados. Todas éstas acciones se produjeron en el área de influencia que ella había reconocido como espartana.

Atenas, desde luego, no debía de creer muy firmemente en los principios de la colaboración con Esparta, pues es un hecho que, en el momento en que Cimón desaparece, primero exiliado y después al morir, la polis rápidamente se desliza hacia la guerra contra los lacedemonios. La primera guerra del Peloponeso se produce por la negativa ateniense a seguir sosteniendo la idea cimónida de un gobierno compartido de la Hélade. Atenas había decidido que su influencia no se limitaría al Egeo, y eso hacía incompatible sus planes y los acuerdos con Esparta.

En fin: finalmente, los espartanos, viendo que sus embajadas regresaban con las típicas camisetas tontopollas del Partenón pero sin acuerdos con los atenienses, acabaron por formar una armada de hoplitas que se desplazó de sur a norte, a presentar batalla.

Todo lo que sabemos, o sea todo lo que nos cuentan las fuentes que han sobrevivido al tiempo, nos sugiere que Pericles nunca pensó en que, de producirse un Maratón entre espartanos y atenienses, tenía la posibilidad de ganar aquella partida. En sus discursos queda bien claro que su jugada maestra, claramente confesada, era la superioridad naval. Así las cosas, la primera estrategia del general ante la invasión espartana fue decretar retirada. Los atenienses que vivían en campo con sus viñas y sus cerdos fueron llamados a empacar algunas cositas y venirse a la ciudad, dentro de las murallas. Un movimiento que debió de convertir Atenas en el Madrid de la guerra civil española, petada de refugiados por todas partes.

Lógicamente, la reacción de los espartanos, típica de la guerra de la Antigüedad, fue comenzar a quemar los campos que se iban encontrando vacíos. Sin embargo, ésta no parece ser una cosa que preocupase mucho a Pericles. Fuertemente confiado en la flota y en el importante flujo de ingresos que consideraba garantizado para Atenas a través de sus alianzas, Pericles no sólo no tenía problemas con que los campos se quemasen, sino que aparentemente llegó a decir que deberían ser los propios atenienses los que los quemasen para lanzar una señal inequívoca a los espartanos (la inequívoca señal de que eran gilipollas, tal vez).

Los scholars y estudiosos, sin embargo, han destacado muchas veces la importancia de este gesto en lo que supone de demostración del poder que tenía Pericles, su capacidad de conseguir que los atenienses le siguiesen en sus decisiones. Como no me cansaré de decir las veces que hagan falta, el pueblo griego, lejos de ser esa sociedad despreocupada que tenía una religión de chichinabo de la que formaban parte dioses que eran como coleguitas con poder; Grecia, digo, era una sociedad altísimamente condicionada por una religiosidad extrema. Lo que pasa es que el foco de la religiosidad griega no hay que ponerlo en el panteón de dioses, sino en la práctica diaria y sobre todo privada y el enorme influjo que ejercían sobre la misma los actos puros, impuros y los sacrílegos. La religiosidad griega estaba fuertemente unida al hogar, a la tierra. La posesión de un agricultor, las más de las veces, además de ser la parcela que le daba los cultivos que necesitaba para vivir, era la tierra de sus antepasados, el lugar donde éstos reposaban y adonde él mismo debía ir para honrarlos y ganar su favor. Para un ateniense del siglo V antes de Cristo, abandonar su tierra en manos de unas tortugas Ninja con mala hostia era un acto sacrílego, una traición a todo lo que tenía la obligación de respetar.

Pero lo hicieron. Y lo hicieron porque Pericles se lo mandó.

5 comentarios:

  1. Desde luego, es de chiste cómo se mitifica la historia e incluso se publica a los cuatro vientos. Ya que hablamos de griegos y de guerras contra el persa, cuando hace unos años apareció ese bodrio de película llamada 300 le llovieron de palos tanto a esta como al autor del cómic original, obra de Frank Miller, con el sólido argumento de que las licencias históricas pretendían crear un relato promilitarista.

    Sin embargo, algunos de sus atacantes, como David Brin, cayeron en el extremo contrario: creer que la Atenas de entonces era muy progresista. Relativamente, como mucho...

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    1. No la he visto, lo siento. De todas formas, es una peli y un cómic. A mí, lo que más me duele es que este mismo defecto se aprecie en debates más, digamos, cultivados.

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    2. Ya, pero es que Frank Miller mezcla intencionadamente elementos "políticos" (quiero decir, que él cree que lo son) en obras de ficción y el resultado es nauseabundo, siendo suaves. Aquí hay una crítica a una de sus peores obras que lo explica bastante bien:

      http://www.larealidadestupefaciente.com/2011/11/comic-holy-terror-de-frank-miller.html

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    3. Lo siento, no entiendo mucho de cómic, y conste que lo llevo como una carga. Pero creo que planteas algo que es bastante importante y generalizado. Efectivamente, en términos generales se puede decir que el 99% de las personas que no son historiadores, y no menos del 80% de los que sí lo son, cometen el error de ver la Historia, o bien a través de sus ojos (de sus filias, sus fobias); o bien a través de los de la sociedad y el tiempo en el que viven. Son estos tipos que, cuando redactaron las primeras publicidades de la serie Isabel de TVE, vendieron a la reina de Castilla como una mujer luchando en un mundo de poder para los hombres, y bla. Las gentes que petan las historias de hace 600 años de casamientos por amor y hasta de conciencia ecológica.

      Hay que pechar con esto, porque está en la naturaleza humana.

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    4. En el caso de Miller y su 300 hay que tener en cuenta una cosa: Que Miller nunca tuvo pretensiones de hacer un tebeo histórico ni nada que se le pareciese. Desde el principio dijo que quería hacer una reconstrucción de una película que le había impactado en sus años mozos: "El león de Esparta" (1962) Es posible que luego aprovechase para documentarse (algo) pero vamos, desde el principio dejó claro que no tenía intención de que la Historia (Con mayúsculas) interfiriera en su historia.

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