Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
La apoteosis de Efialtes
... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Primero Samos, luego los corfiotas
¡Tora, tora, tora!... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Primero Samos, luego los corfiotas
La primera intervención de Pericles de la que tenemos testimonios
como tal se basó en un discurso duro y de tintes demagógicos,
basado en el no es no y en excitar los sentimientos de los atenienses
sobre la excesiva prepotencia de los espartanos por su intervención
en asuntos como Egina y Megara; cosas que hacían necesario, le dijo
el general a sus conciudadanos, que los espartanos entendiesen que
“deben tratarnos como sus iguales”.
En todo caso, el
principal argumento que esgrimió Pericles, cuando menos a mi modo de
ver, era la superioridad presupuestaria. El general le recordó a la
asamblea que los espartanos, pueblo eminentemente agrícola, no
habían desarrollado fondos de resistencia, ni públicos ni privados,
y que tampoco dominaban la guerra naval. Los espartanos, concluyó,
“no pueden permitirse ni salir de su tierra ni gastarse su dinero”
en una guerra. Demostró Pericles ser un inteligente gestor bélico
cuando dijo en su discurso que “los fondos sobrantes financian una
guerra mejor que los recaudados a la fuerza”; en otras palabras,
estaba insinuando que Esparta, embarcada en una guerra contra Atenas,
se vería obligada a sangrar a sus locales, plantando la semilla de
la resistencia y el desencanto; mientras que ésa no era la
perspectiva para Atenas, una polis forrada de pasta (en parte
significativa, de otros).
Pericles no le
prometió a los atenienses una victoria militar. No les dijo que
ellos eran mejores soldados, más bravos y valientes, ni conachadas
por el estilo, probablemente porque sabía que nadie le creería. Lo
que les dijo fue: “el tema principal [de una eventual
guerra] será la escasez de dinero que experimentarán los
espartanos”. Todo esto apoyado en una superioridad naval ateniense
que, de alguna manera, vendría a hacer el resto.
El discurso
pericleano, en todo caso, no está exento de truquitos de demagogo,
como decía. Para empezar, en una versión obviamente interesada, el
general ateniense “empaquetó” todas las ofertas espartanas de
negociación diplomática como si hubieran sido una sola (“nos
ordenan que levantemos el asedio de Potidea, que respetemos la
independencia de Egina y que revoquemos el decreto megarense; y
concluyen con un ultimátum exigiéndonos que respetemos la
independencia de los helenos”; a pesar de que, inmediatamente
después, viene a reconocer que el mero respeto del espartaquismo de
Megara podría ser suficiente para evitar una guerra. De esta manera,
hizo aparecer a los espartanos como ávidos bulliers que, de
todas formas, nunca estarían contentos con nada que se les diese,
cosa que probablemente está muy lejos de ser lo cierto.
El gran recurso
demagógico de Pericles, en todo caso, fue su llamada a exigir de los
lacedemonios que tratasen a Atenas como un igual; exigencia que
salpimentó en su discurso identificando cualquier cesión frente a
los espartanos como duolosis, esclavitud. La principal arma de
Pericles, pues, fue, en gran parte, el rapidísimo desarrollo que
había tenido Atenas como modelo económico, político y militar; tan
rápido, de hecho, que la sociedad ateniense todavía tenía grabado
en los huesos su complejo de inferioridad frente a los espartanos.
Pericles, pues, le ofreció a los atenienses dejar de ser los mierdas
que creían que eran.
En los años
siguientes habría testimonios, sobre todo en las obras del siempre
ácido Aristófanes, tendentes a interpretar el gesto de Atenas de ir
hacia la guerra como meramente justificados por su posición respecto
de Megara. En otras palabras, tesis que venían a poner más en claro
lo que el propio Pericles apenas insinúa en las palabras que le
atribuye Tucídides, en el sentido de que un acuerdo en este tema
habría cerrado la hemorragia. En este punto, no debemos olvidar que
nosotros no sabemos lo que Pericles le dijo a asamblea, sino lo que
Tucídides dice que le dijo. Es posible (yo lo creo) que el
historiador montase aquel discurso, basado como he dicho en el exitoso principio político del no es no, en el concepto de que cualquier acuerdo con
los espartanos sería una cesión, una esclavitud, para esconder la
realidad de que Atenas tenía una oportunidad real de evitar la
guerra. De hecho, las amargas bromas escritas por Aristófanes unos
treinta años después, y puesto que los autores de éxito no hacen
sino escribir aquéllo que su público desea escuchar, vienen a
demostrar que, pocos años después de aquellos hechos, muchos
atenienses compartían la idea de que su polis había ido a la
guerra, si no por una nimiedad, sí, desde luego, por algo que se
podía haber resuelto en los despachos.
Si el discurso de
Pericles es cierto y Tucídides, por lo tanto, no miente ni adorna en
exceso sus palabras, hemos de concluir que el general ateniense había
llegado a la conclusión de que había llegado el momento de
asestarle el final blow a su enemigo heleno. Recapitulando: se
negaba en redondo a llegar a un acuerdo diplomático, que
probablemente habría podido conseguir ofreciendo Megara y alguna
otra cláusula más, probablemente porque no lo veía como otra cosa
que una oportunidad para los espartanos de adquirir poder donde ahora
no lo tenían. En segundo lugar, porque creía que Esparta era
estructuralmente, por así decirlo, incapaz de sostener una guerra
larga y difícil: no tenía flota, para guerrear tenía que despoblar
sus campos (hablamos de las polis ligadas con Esparta, no propiamente
ésta, pues los espartanos, como sabemos, no labraban sus campos, que
para eso tenían esclavos); carecía de una planificación
presupuestaria para la guerra como la que de hecho sí tenía Atenas;
y, last but not least, la liga espartana se gobernaba mediante
una especie de comité de polis donde cada una tenía el mismo peso
en votos y, por lo tanto, pronto podría pasar que alguna de ellas
decidiese abandonar la lucha. En estas circunstancias, lo suyo era ir
a la guerra.
Pericles, a pesar
de toda su fama, la verdad, se equivocó en bastantes cosas.
Los atenienses, en
todo caso, le hicieron caso. Respondieron a las embajadas de los
espartanos con negativas. Tucídides nos cuenta, además, que en ese
momento Pericles le soltó otro discurso a los atenienses (que no nos
ha llegado en transcripción literal) en el que, al parecer, incidió
todavía más en la superioridad ateniense en recursos monetarios y
militares. El general ateniense, además, jugaba con una ventaja
estratégica, y es que los problemas entre Atenas y Esparta no
podían, o muy difícilmente podían, terminar en un arbitraje, que
habría sido la salida pacífica. En primer lugar, ¿quién podría
haber sido el árbitro, si prácticamente toda la Hélade, de una
manera o de otra, había tomado partido? Y, en segundo lugar, mucho
más importante, ¿qué tipo de arbitraje se podía hacer en una
situación en la que todos los conflictos los ponía una de las
partes? Encima de la mesa de ese presunto arbitraje habrían
estado: el asedio (ateniense) de Potidea; el conflicto (creado por
los atenienses) contra Córcira; el problema (de los atenienses) con
la isla de Egina; y el tema (emputecido por los atenienses) de
Megara. ¿Qué narices de punto medio se puede encontrar ahí? La
situación previa a la guerra, y ya lo siento por los cienes y cienes
de admiradores de Atenas y Pericles que hay por todas partes, se
asemeja a ésa que se ve a veces en la tele en estos programas
destinados a mediar entre conflictos. O sea, un tipo vive en la
primera planta de un edificio en cuyo bajo hay un bar. Ese bar,
contraviniendo todas las normas, meándose y cagándose sobre las
ordenanzas municipales y su propia licencia, no sólo pone el triple
de mesas en la terraza de la calle sino que, en verano, está abierto
hasta las tres de la mañana, con unas juergas de puta madre que
hacen imposible dormir al vecino. Y entonces llega el tipo del
programa de televisión... ¿a mediar? ¿A mediar qué leches?
Cualquier mediación que se haga en ese asunto terminará en que el
vecino ceda derechos que son suyos, puesto que él no ha hecho
nada malo y el dueño del bar, todo. Aquí, pues, hablamos de la
misma situación. Difícilmente Esparta podría aceptar finalmente un
arbitraje porque en ese arbitraje Atenas habría sacado algo: Egina,
Córcira, algo. Y lo cierto es que, bajo el, por así decirlo,
derecho heleno, no tenía derecho a sacar nada. Lo que nos pasa a muchos ciudadanos del presente es que, en el fondo, el tipo del bar nos cae bien, mientras que el vecino que no puede dormir nos parece un gañán.
Por lo demás, en el siglo V antes de Cristo faltaba todavía mucho tiempo para que Erasmo de Rotterdam escribiese aquello de que la más injusta de las paces es más justa que la más justa de las guerras.
Por lo demás, en el siglo V antes de Cristo faltaba todavía mucho tiempo para que Erasmo de Rotterdam escribiese aquello de que la más injusta de las paces es más justa que la más justa de las guerras.
Pericles, por otra
parte, podría tener otro motivo para hacer lo que hizo: acabar con
el status quo cimónida. Si era una persona ambiciosa, ambicionaría
imponer su propio modelo estratégico, y eso pasaba por destruir el
esquema de Cimón, basado en el reparto de ámbitos (para Atenas, el
Egeo; para Esparta, el sur de la Hélade) mientras ambos se
comprometían a pelear contra el enemigo común persa. Y, la verdad,
tengo que repetirlo varias veces durante estas notas, yo ya sé que
los espartanos tienen fama de cachoburros que cada vez que se rifaba
una hostia compraban boletos; pero lo cierto es que, en el ámbito
diplomático, está muy lejos de ser cierto, cuando menos a partir de
lo que sabemos, que los espartanos dejasen de honrar ese pacto.
Muy en concreto,
los espartanos siempre respetaron el principio general de que el Egeo
le pertenecía a los atenienses. Atenas atacó Naxos y Thasos, y
Esparta no movió un dedo por ellas. Atenas practicó una política
activa de colonización en la zona, como en Skyros, y Esparta nunca
le puso problemas. Atenas pudo expandir su lista de tributarios en el
Egeo, algo que está en el fondo de su capacidad por tener una flota
tan potente, y los espartanos nunca protestaron. Sin embargo, ya lo
siento, pero éso no fue lo que hicieron los atenienses: primero, su
alianza con Megara y con Argos; después, el acuerdo con Córcira; la
orden a Potidea de que expulsara a sus magistrados. Todas éstas
acciones se produjeron en el área de influencia que ella había
reconocido como espartana.
Atenas, desde
luego, no debía de creer muy firmemente en los principios de la
colaboración con Esparta, pues es un hecho que, en el momento en que
Cimón desaparece, primero exiliado y después al morir, la polis
rápidamente se desliza hacia la guerra contra los lacedemonios. La
primera guerra del Peloponeso se produce por la negativa ateniense a
seguir sosteniendo la idea cimónida de un gobierno compartido de la
Hélade. Atenas había decidido que su influencia no se limitaría al
Egeo, y eso hacía incompatible sus planes y los acuerdos con
Esparta.
En fin: finalmente,
los espartanos, viendo que sus embajadas regresaban con las típicas
camisetas tontopollas del Partenón pero sin acuerdos con los
atenienses, acabaron por formar una armada de hoplitas que se
desplazó de sur a norte, a presentar batalla.
Todo lo que
sabemos, o sea todo lo que nos cuentan las fuentes que han
sobrevivido al tiempo, nos sugiere que Pericles nunca pensó en que,
de producirse un Maratón entre espartanos y atenienses, tenía la
posibilidad de ganar aquella partida. En sus discursos queda bien
claro que su jugada maestra, claramente confesada, era la
superioridad naval. Así las cosas, la primera estrategia del general
ante la invasión espartana fue decretar retirada. Los atenienses que
vivían en campo con sus viñas y sus cerdos fueron llamados a
empacar algunas cositas y venirse a la ciudad, dentro de las
murallas. Un movimiento que debió de convertir Atenas en el Madrid
de la guerra civil española, petada de refugiados por todas partes.
Lógicamente, la
reacción de los espartanos, típica de la guerra de la Antigüedad,
fue comenzar a quemar los campos que se iban encontrando vacíos. Sin
embargo, ésta no parece ser una cosa que preocupase mucho a
Pericles. Fuertemente confiado en la flota y en el importante flujo
de ingresos que consideraba garantizado para Atenas a través de sus
alianzas, Pericles no sólo no tenía problemas con que los campos se
quemasen, sino que aparentemente llegó a decir que deberían ser los
propios atenienses los que los quemasen para lanzar una señal
inequívoca a los espartanos (la inequívoca señal de que eran
gilipollas, tal vez).
Los scholars y
estudiosos, sin embargo, han destacado muchas veces la importancia de
este gesto en lo que supone de demostración del poder que tenía
Pericles, su capacidad de conseguir que los atenienses le siguiesen
en sus decisiones. Como no me cansaré de decir las veces que hagan
falta, el pueblo griego, lejos de ser esa sociedad despreocupada que
tenía una religión de chichinabo de la que formaban parte dioses
que eran como coleguitas con poder; Grecia, digo, era una sociedad
altísimamente condicionada por una religiosidad extrema. Lo
que pasa es que el foco de la religiosidad griega no hay que ponerlo
en el panteón de dioses, sino en la práctica diaria y sobre todo
privada y el enorme influjo que ejercían sobre la misma los actos
puros, impuros y los sacrílegos. La religiosidad griega estaba
fuertemente unida al hogar, a la tierra. La posesión de un
agricultor, las más de las veces, además de ser la parcela que le
daba los cultivos que necesitaba para vivir, era la tierra de sus
antepasados, el lugar donde éstos reposaban y adonde él mismo
debía ir para honrarlos y ganar su favor. Para un ateniense del
siglo V antes de Cristo, abandonar su tierra en manos de unas
tortugas Ninja con mala hostia era un acto sacrílego, una traición
a todo lo que tenía la obligación de respetar.
Pero lo hicieron. Y
lo hicieron porque Pericles se lo mandó.
Desde luego, es de chiste cómo se mitifica la historia e incluso se publica a los cuatro vientos. Ya que hablamos de griegos y de guerras contra el persa, cuando hace unos años apareció ese bodrio de película llamada 300 le llovieron de palos tanto a esta como al autor del cómic original, obra de Frank Miller, con el sólido argumento de que las licencias históricas pretendían crear un relato promilitarista.
ResponderBorrarSin embargo, algunos de sus atacantes, como David Brin, cayeron en el extremo contrario: creer que la Atenas de entonces era muy progresista. Relativamente, como mucho...
No la he visto, lo siento. De todas formas, es una peli y un cómic. A mí, lo que más me duele es que este mismo defecto se aprecie en debates más, digamos, cultivados.
BorrarYa, pero es que Frank Miller mezcla intencionadamente elementos "políticos" (quiero decir, que él cree que lo son) en obras de ficción y el resultado es nauseabundo, siendo suaves. Aquí hay una crítica a una de sus peores obras que lo explica bastante bien:
Borrarhttp://www.larealidadestupefaciente.com/2011/11/comic-holy-terror-de-frank-miller.html
Lo siento, no entiendo mucho de cómic, y conste que lo llevo como una carga. Pero creo que planteas algo que es bastante importante y generalizado. Efectivamente, en términos generales se puede decir que el 99% de las personas que no son historiadores, y no menos del 80% de los que sí lo son, cometen el error de ver la Historia, o bien a través de sus ojos (de sus filias, sus fobias); o bien a través de los de la sociedad y el tiempo en el que viven. Son estos tipos que, cuando redactaron las primeras publicidades de la serie Isabel de TVE, vendieron a la reina de Castilla como una mujer luchando en un mundo de poder para los hombres, y bla. Las gentes que petan las historias de hace 600 años de casamientos por amor y hasta de conciencia ecológica.
BorrarHay que pechar con esto, porque está en la naturaleza humana.
En el caso de Miller y su 300 hay que tener en cuenta una cosa: Que Miller nunca tuvo pretensiones de hacer un tebeo histórico ni nada que se le pareciese. Desde el principio dijo que quería hacer una reconstrucción de una película que le había impactado en sus años mozos: "El león de Esparta" (1962) Es posible que luego aprovechase para documentarse (algo) pero vamos, desde el principio dejó claro que no tenía intención de que la Historia (Con mayúsculas) interfiriera en su historia.
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