Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
En febrero de 1959, y nada convencido, Nikita Khruschev dio el impulso definitivo al acuerdo por el cual la URSS construiría submarinos con capacidad nuclear en China. Las cosas como son, casi a cada minuto que pasaba, menos convencido estaba el líder soviético. En septiembre de 1958, un misil aire-aire Sidewinter estadounidense, equipado en un avión taiwanés, cayó sobre la China continental sin estallar. Para los soviéticos, aquello era una oportunidad de oro para poner las manos en un producto de última tecnología militar americana. Sin embargo, los chinos adujeron que no lo habían encontrado. En ese momento, Khruschev decidió parar la transferencia de tecnología de uno de sus misiles; los chinos, milagrosamente, encontraron el pepino. Pero lo entregaron tocado; el sistema de guía, lo más importante desde el punto de vista tecnológico, había sido desmantelado. Khruschev nunca se recuperó de esa experiencia. Primero ordenó ir despacio con la transferencia tecnológica militar y, a mediados de 1959, la suspendió completamente en lo tocante a La Bomba.
En septiembre de 1959, Khruschev realizó la primera visita
de un mandatario soviético a los Estados Unidos y, a la vuelta de aquel viaje,
paró en Pekín para el décimo aniversario del régimen.
El mandatario soviético urgió al chino para que llevase a
cabo gestos de deshielo con occidente; pero Mao estaba pensando exactamente en
lo contrario. Pensaba que los movimientos de la URSS dejaban un espacio muy
interesante para aquél que quisiera colocarse al frente de quienes en el mundo
pensaban que mejorar las relaciones entre la URSS y los EEUU no dejaba de ser
prolongar la Guerra Fría. Mao estaba pensando en muchas cosas que estaban
pasando en el Tercer Mundo y, muy particularmente, en África; veía el campo
abierto para convertirse en líder de la revolución mundial. Aunque sabía que
todo eso debía hacerlo sin encabronar a la URSS, de la que todavía dependía en
gran manera.
Toda esta operación, sin embargo, tenía unos grandes
aliados: los eternos memos de La Ceja de cada momento. Porque en cada momento
de la vida del mundo, desde la producción de la revolución de octubre, ha
habido en alguna esquina de los países con libertad un grupo de cejosos
dispuestos a recetarle a los demás lo que no quieren para ellos mismos (porque
nunca lo quieren). Mao, ahora, quería difundir por el mundo sus ideas (que no
sus actos), y necesitaba altavoces. En buena parte, ya hemos hablado de esto.
Como los tiempos de Edgar Snowrrondo y Anna Louise
Strongrrondo ya habían pasado, Mao se centró en un campo prometedor: la
intelectualidad francesa. En 1955, invitó a la que posiblemente es una de las
escritoras más sobrevaloradas del siglo XX, Simone de Beaouvoir, a que visitase
China. A Simona, por lo que se ve, no parecieron extrañarle detalles como que
la mujer que se le había asignado como guía, una mujer china que hablaba
francés, no pudiera hablar con ella directamente, sino a través de la intérprete;
regla que sólo podía romper tras haber pedido permiso.
A su vuelta a Francia, la Simona, buena amiga de Juan Pablo
Sartre, otro que tal, dijo cosas como: “el ejercicio de poder por parte de Mao
no es más dictatorial de lo que lo fue el de Roosevelt”; o “la Constitución
china impide en la práctica la concentración del poder en manos de un solo
mandatario”. ¡Qué valor! Escribió un libro repugnante, titulado La Larga
Marcha. Si un día te quedas sin papel para limpiarte el culo, puedes tirar
de él. Este tipo de testimonios contraprogramó con eficacia los de los pobres
diablos que arriesgaron su vida nadando hacia Hong Kong y, una vez allí,
comenzaron a contar lo que verdaderamente estaba pasando en los campos de
China, donde la gente estaba muriendo de hambre. Nadie les creyó, por supuesto,
pues donde esté un Tolerdo, quién va a creer a alguien que ha vivido las cosas
en sus carnes.
En 1961, Mao le dijo al líder socialista francés, futuro
presidente, François Mitterrand: “Lo diré una vez más: no hay hambre en
China”; y el otro mierda le creyó (no
existen testimonios de que Mao dijese también que nunca pactaría con Bildu).
Pierre Trudeau, futuro primer ministro de Canadá, estuvo en China y co escribió
un libro, Two innocents in Red China, en el que no dice nada, y nada es
nada, sobre la hambruna. Incluso Lord Boyd-Orr, quien para colmo había sido
presidente de la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la
agricultura y la alimentación, dijo que la producción de alimento en China
había subido durante la hambruna entre un 50% y un 100% y que “China parece
estar alimentando adecuadamente a su población”. El mariscal Montgomery estuvo
en China en 1960, dijo que lo que algunos decían que era hambre eran episodios
aislados de desabastecimiento, y aseguró que China necesitaba a Mao. “Tú”, le dijo al presidente, “no debes abandonar este barco”. Mientras tanto, tres
plumas industriales lo defendían frente al mundo: el incombustible Edgar
Snorwwondo, Han Suyin, que era medio chino, y Félix Greene, que le hizo una
vomitiva entrevista a Chou En Lai en la BBC en la que el jefe de la diplomacia
china apareció con un montoncito de cuartillas, de donde fue leyendo las
respuestas a todas y cada una de las preguntas que Greene le formuló (pero todo fue casualidad; seguro que no las conocía por adelantado).
El secreto de todo esto era que Mao tenía muchos amigos porque
se estaba dedicando a hacer muchos favores. La Historia de toda la gente que se
benefició de Mao está todavía por escribir, entre otras cosas porque no se
puede escribir mientras los archivos chinos no se abran totalmente, cosa que no
va a pasar en mucho tiempo, y eso si pasa. Pero lo que está claro es que fue
muchísima gente.
El 21 de enero de 1960, el Estado chino creó la Oficina de
Enlace Económica del Exterior; su función sería centralizar la ayuda exterior
de China.
Os preguntaréis: pero, ¿China no era pobre? Y tendréis
razón. China no es que fuese pobre, es que era inmensamente pobre. Que
comenzase a repartir ayuda internacional es algo que viene a ser como que los
fondos Next Generation los hubiera financiado Haití. Pero así era Mao; no tenía
problema cabalgando estas contradicciones, entre otras cosas porque no era ni
él ni el resto de la cúpula de la Vanguardia Revolucionaria en defensa de la
Clase Proletaria los que sufrían las consecuencias de esa dadivosidad. China
era pobre, pero era un país donante; un país donante que, en ocasiones, donaba
incluso a países que eran objetivamente mucho más ricos que ella, como Hungría.
Y, para colmo, los chinos siempre le decían a los beneficiarios de su
generosidad que no se molestasen en reembolsar. La mayoría de los créditos
chinos eran, en realidad, regalos o, si lo preferís, simples deudas de honor.
Lo que más le interesaba a China era financiar guerras. Por
ello, el principal beneficiario de sus ayudas, hasta una cifra superior a los
20.000 millones de dólares, fue Viet Nam. También envió masas de dinero a
Argelia mientras luchaba contra Francia. Y eso que le sirvió de poco, puesto
que los argelinos, una vez independientes, pasaron de él.
Por supuesto, desde enero de 1959 Mao se interesó por
Latinoamérica y el Caribe, y muy especialmente por la Cuba de Castro. Ernesto
Guevara estuvo en China en noviembre de 1960, visita durante la cual Chou le
informó de la concesión de un crédito de 60 millones de dólares que, añadió, no
hacía falta que los cubanos devolviesen. Lo que ya no le salió tan bien fue la
estrategia de despegar socios de la comuna soviética; sólo tuvo éxito con
Albania. Su jefe de inteligencia, Kang Sheng, fue el responsable de extender la
presencia de partidos específicamente maoístas por todo el mundo. Esta
estrategia vino a consistir en algo muy sencillo: allí donde cuatro lerdos se
juntasen y se dijesen maoístas, llegaban los chinos con una maleta de dinero.
El tema era tan poco selectivo que muchos de los partidos maoístas fundados en
diferentes puntos del mundo fueron, en realidad, creación de la CIA, quien así
espiaba a los chinos mientras los chinos les pagaban las cañas. El dinero
circulaba de forma tan constante y descontrolada que incluso llegó el momento
de la corrupción. Un funcionario del Ministerio de Comercio chino logró robar
200.000 yuanes, una cifra astronómica, mediante la simple falsificación de la
firma de Chou En Lai en una carta. La carta decía que Mao había llamado a Chou
ordenándole pagar con ese dinero la rehabilitación de un templo en Tibet, para
que los periodistas internacionales pudiesen fotografiar las obras.
La puesta de largo mundial del maoísmo debería producirse,
según la decisión de Mao, en el 90 aniversario del
nacimiento de Lenin, en abril de 1960. El centro de esta puesta de largo fue un
manifiesto que se titulaba ¡Larga vida al leninismo! que, básicamente,
venía a defender que no existe una vía pacífica al socialismo; que al
socialismo se llega a hostia limpia. A los pocos días era el 1 de mayo, y Mao
invitó a más de 700 líderes cercanos a sus ideas de todo el Tercer Mundo para
que estuviesen en Pekín.
El encuentro del 1 de mayo y los que siguieron fueron la
fundación del maoísmo mundial, fundación que consistió, sobre todo, en la
exhibición de su poder entre las naciones menos favorecidas del planeta.
Además, todo estuvo diseñado para contraprogramar la reunión en París, el 13 de
mayo, de los Big Four (Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la URSS); reunión
en la que Khruschev quería inaugurar un nuevo tono de medio entendimiento
mundial.
Estos planes, sin embargo, no se cumplieron; primero, porque
los amiguitos de Mao eran, por lo general, casi parias del entorno geopolítico
mundial. Y, segundo, porque la estrategia de Khruschev cambió a última hora.
Dos semanas antes de la cumbre de París, un avión espía U-2
estadounidense fue derribado en el espacio aéreo soviético. Khruschev le exigió
al presidente Eisenhower una disculpa formal y pública que el presidente
americano se negó a dar. Consiguientemente, el soviético abandonó la cumbre.
Mao, sin embargo, tenía una bala en la recámara: la reunión
de la Unión mundial de sindicatos, en junio. Aquella reunión iba a concitar la
participación de representantes de 60 países, algunos de ellos no comunistas (e
imbéciles, debemos de suponer). Aquel congreso haría las delicias de los nietos
de quienes asistieron al mismo, que hemos de suponer son, muchos de ellos,
dedicados militantes woke; dado que allí fue donde se empezaron a acunar
todos los argumentos tendentes a demostrar que el capitalismo mata, y que no es
posible realizar transacciones con él; justo en la línea de lo que propugna el
maoísmo. Aquéllos que se mostraron proclives a la teoría de Khruschev de la
coexistencia pacífica, como los franceses o los italianos, fueron acusados de
imperialistas.
El congreso mundial de sindicatos es una reunión muy
importante en términos históricos y, quizás, será por eso que te costará
encontrar a un perito en Historia que la conozca. Fue la reunión en la que
Khruschev que, para qué nos vamos a engañar, llevaba tiempo con la mosca detrás
de la oreja, se convenció de que se avanzaba a la ruptura sino-soviética. Y la
misma pieza olisquearon los estadounidenses, quienes, ya entonces, comenzaron a
pensar en que hacerle gestos a los chinos sería muy útil a la hora de joder a
los soviéticos.
El 21 de junio, Khruschev reunió en Bucarest a líderes
comunistas de 51 países (sí, querido lector; los años sesenta, y también los
setenta, fueron años en los que los países comunistas no pararon de reunirse).
Ante dicha audiencia, el camarada secretario general del PCUS hizo un discurso
en el que rechazaba frontalmente la idea de Mao de que el socialismo necesitaba
la guerra y la violencia para perfeccionarse. En ese momento procesal, el
enfrentamiento con los chinos era ya tan frontal que, incluso, en una
conversación con los delegados amarillos de Bucarest, Khruschev le espetó: “Si
tanto amáis a Stalin, ¿por qué no os lleváis su momia?”
Peng Zhen, el principal delegado chino, hizo una
intervención en cerrada defensa de las teorías de su jefe. Pero eso sólo sirvió
para escenificar una terrible soledad. Ni siquiera Albania levantó su voz en
apoyo de su discurso. China, que tanto atractivo concitaba en occidente, estaba
sola en el mundo comunista.
Khruschev, como os he dicho, regresó de Bucarest
completamente convencido de que la ruptura entre la URSS y China era un hecho.
Por ello, dio inmediatamente la orden de regreso para los más de 1.000 técnicos
y asesores soviéticos que tenía expatriados en China. En ese momento, había 155
proyectos industriales en desarrollo. Los paró todos.
Todo aquello le sirvió a Mao para darse cuenta de que había
calculado mal los tiempos. Es obvio que el Presidente había pensado que la
ruptura con la URSS había de llegar; sin esa ruptura, su proyecto de liderazgo
comunista mundial no tenía sentido. Pero se había equivocado o, tal vez, era
tan idiota que no entendía los informes que le pasaban. Da la impresión, en
este sentido, de que Mao, quien probablemente quería mandar a la mierda a
Khruschev desde la muerte de Stalin, había decidido provocar la ruptura en el
momento en que le dijesen que los chinos podían fabricar La Bomba. Y, bien: ya
podían fabricarla. Ahora que había cabreado a los soviéticos, se dio cuenta de que tenía La Bomba, pero que no tenía cómo lanzarla. Para lanzar una bomba hace
falta un misil; y los misiles sabían hacerlos soviéticos, pero no los chinos.
Y, ahora, la URSS se había llevado el Scatergories. Los chinos hicieron de
todo. Sobre todo, reclutaron a esforzadas puta-militantes del Partido, que se
ligaron a científicos soviéticos y los emborracharon. Posteriormente, esos
científicos eran detenidos por la policía con cualquier excusa; lo que se
buscaba era intervenirles sus cuadernos de notas, y fotografiarlos.
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