Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion En busca de un acuerdo La oportunidad ratisbonense Si esto no se apaña, caña, caña, caña Mühlberg Horas bajas El Turco Turcos y franceses, franceses y turcos Los franceses, como siempre, macroneando Las vicisitudes de una alianza contra natura La sucesión imperial El divorcio del rey inglés El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide El largo camino hacia el altar Papá, yo no me quiero casar Yuste
El nick Barbarroja se convirtió rápidamente en un amplio proveedor de angustia en el Mediterráneo. En realidad, Barbarroja eran dos y hermanos, Arudj y Keir Haradin. El primero de ellos murió en 1518 para ser heredado por uno de sus hijos. Como he dicho, la caída de Rodas sirvió para fortalecer a los piratas, lo que colocaba al Imperio en una situación de gran debilidad, sobre todo mientras Andrea Doria siguió siendo fiel al pérfido gabacho. Ese cambio estratégico, en 1528, cambió las cosas, y fue paralelo a un cierto cambio de actitud por parte de los venecianos, hasta entonces cerrados partidarios de las coaliciones anti austriacas y, desde entonces, más moderados.
El año 1532, el mismo año que, como sabemos, Suleimán se encontró incapaz de llevar a cabo sus planes de tomar Viena, Andrea Doria comandó una flota para atacar la Morea. En octubre, tomó el control de Patras y de una fortificación conocida como Castelnovo, al sur del golfo de Corinto y frente a un lugar que se haría bien conocido: Lepanto. Patras, sin embargo, tuvo que ser abandonado ante la presión pirata; pero al año siguiente, Doria tomó Doron, al suroeste de la Morea, y la mantuvo en su poder hasta abril de 1534.
Estas victorias, aunque puedan parecer aparentemente de poca importancia, fueron muy valoradas en la Corte carlina y, de hecho, convencieron al emperador de que había partido en el Mediterráneo, al contrario de lo que se había considerado en tiempos anteriores.
En 1534, Barbarroja trincó a Muley Hassan, el rey de Túnez, un monarca que estaba en buenas relaciones con Carlos; éste fue el hecho que provocó en Carlos la decisión de organizar una expedición en la zona para el año siguiente. Era, también, una operación contra los turcos, puesto que Suleimán había hecho de Barbarroja su gran representante en la Berbería, por así decirlo.
El desembarco tunecino se vio seguido de combates muy violentos y continuados. Carlos estaba en medio de un fuerte ataque de gota, y las condiciones de sus tropas no eran muy buenas, sobre todo por la escasez de agua. Tras dos semanas de luchas denodadas, los europeos lograron tomar la Goleta, en cuyo puerto tomaron 82 galeras; y el 21 de julio de 1535, una semana después, entraban en Túnez. Esta costa africana se perdería unos veinte años después, el 13 de septiembre de 1574.
Aquella pérdida fue muy sentida en España, donde de hecho hubo una auténtica campaña de prensa, por así decirlo, contra los que se consideraron responsables de aquella pérdida: Juan de Austria, el bastardo de Carlos; y el cardenal Granvela, entonces virrey de Sicilia. Dada la afición del de Austria por un deporte precedente del tenis, se hizo común la letrilla Don Juan con la raqueta y Granvela con la bragueta, perdieron La Goleta.
Tras la entrada de los imperiales y españoles en Túnez, Barbarroja había movido todas sus riquezas y pertrechos a Argel. En ese momento, el pirata tuvo muy claro que una parte importante de su propia supervivencia pasaba por ser capaz de implicar al turco en la guerra mediterránea contra Carlos V. Con la muerte, en marzo de 1536, de Ibrahim Pachá, el mayor partidario dentro de la Corte turca de abandonar los sueños europeos de la Sublime Puerta, Suleimán comenzó a cabecear de forma importante en favor de los intereses de Barbarroja.
Carlos, en todo caso, sabía bien que su victoria tunecina se quedaría incompleta e, incluso, estaría sometida a un peligro de reversión enorme, si no lograba acabar con el santuario argelino de los piratas de la Berbería. De hecho, su deseo era lanzar la campaña dentro de aquella misma estación, pero sus generales no eran nada partidarios pues, argumentaban con razón, las pérdidas sufridas en las campaña tunecina aconsejaban hacer las cosas con algo más de moderación.
Así las cosas, Carlos recolocó a Muley Hassan al frente de Túnez y cogió el ferry a Sicilia, donde pasó los meses de septiembre y octubre, para pasar después a Nápoles para hibernar. Su intención era atacar Argel en el verano de 1536, tras lo cual, si resultaba vencedor, pensaba volver a hibernar en Nápoles, preparando una expedición cuyo objetivo sería, ya, Constantinopla.
Para llevar a cabo estas intenciones, en todo caso, Carlos necesitaba estar en paz con Francia. Pero, claro, no era el caso. Mientras el emperador estaba preparando la expedición de Túnez, el rey francés había enviado a Juan de la Forest, primero a Argel, y después a Constantinopla. Las instrucciones de La Forest eran convencer a Barbarroja de que atacase Génova en una operación combinada con las propias fuerzas navales francesas. En lo referente a Suleimán, las instrucciones era negociar una oferta turco-francesa, que tendría como destinatarios a Inglaterra, Escocia, Portugal y Venecia, para proceder a una regulación pacífica y permanente de la relación geopolítica entre cristianos y musulmanes. Este acuerdo podría ampliarse al “rey de las Españas”, siempre y cuando éste le cediese a los franceses el ducado de Milán y los condados de Asti y de Génova, que lo reconociese como soberano de Flandes y del Artois, y que reconociese a Juan Zapolyai como rey de Hungría. La misión de La Forest tenía también un elemento presupuestario. Los franceses se habían gastado en aquella campaña unas 300.000 coronas, sobre todo en sobornos entre los príncipes alemanes para que apoyasen este plan; Francisco no quería ser el único pagano de la fiesta y pretendía que los turcos pusieran un millón; dinero que, cuando menos en parte, se debería invertir en insuflarle recursos a Barbarroja para que pudiera hostigar las costas sicilianas y sardas. Si los turcos se mostraban reacios a soltar la pasta, La Forest debería incitarlos a entrar en guerra abierta con Carlos, mientras Francisco haría un movimiento de pinza, avanzando contra los territorios borgoñones que consideraba suyos. La Forest, la verdad, no consiguió gran cosa, pero por lo menos consiguió la firma, en 1536, de un tratado de comercio y de relaciones permanentes.
En abril de aquel mismo año, un mes después de la firma de aquel acuerdo, Johann Weeze, arzobispo de Lund y embajador de Carlos V en la Corte de Juan Zapolyai, avisó a su jefe de que el húngaro estaba rearmándose; aquello era un síntoma claro de que Francisco estaba moviendo sus piezas. Dicho y hecho: Francisco tomó la Bresse, territorio dominado por el ducado de Saboya; ocupó Turín y amenazó Milán.
Fue en este momento en el que Carlos buscó, como alternativa, la alianza estratégica con el Papa; y el Ariel se le puso de canto. Carlos realizó por ese tiempo una invasión de la Provenza que no le salió como él esperaba. Para entonces, Barbarroja estaba envalentonado, realizando continuas incursiones en las Baleares. Sin embargo, una flota franco-turca atacó Corfú, sin resultados.
A causa de todos estos enfrentamientos, en los que yo creo que el rey francés se precipitó, muy pronto las dos partes cristianas, es decir Francia y el Imperio, estaban financieramente agotadas. Las tropas de Carlos de Lombardía, Sicilia y en La Goleta, comenzaron a tener constantes retrasos en la nómina, por lo que se amotinaron. En el bando francés, como digo, la situación no era mucho mejor. Así pues, la situación estaba perfecta para una negociación entre ambos bandos. El PasPas Pablo III fue quien tomó como labor propia encargar la paz europea en la conferencia de Niza, que habría de pactar una paz de diez años.
Estamos ya a finales de 1538. la firma de la paz de Niza y el pacto finalmente firmado entre Zapolyai y Fernando de Habsburgo supuso mejorar el aspecto del horizonte para Carlos. Unos meses más tarde, ya en 1539, Carlos utilizó al eterno Rincón, enviado a la Sublime Puerta por Francisco, para sugerirle al sultán la posibilidad de una tregua. El sultán, haciendo valer el acuerdo de ayuda mutua con París, hizo saber que la retrocesión de los territorios reclamados por los franceses era conditio sine qua non para un pacto así.
Aquellos fueron los tiempos del encuentro de Aigues-Mortes y la visita de Carlos a Francia en loor de multitud. En ese momento, la gran esperanza de la Europa cristiana era que una coalición franco-imperial-española pudiera alcanzar algún tipo de embroque con los persas que aplastase al turco y colocase un rey cristiano de nuevo en Constantinopla. La gente siempre ha creído lo que quiere creer.
El sultán, un tanto mosqueado, envió a Younis Bey (un griego de Corfú que hablaba: griego, turco, árabe, tártaro, persa, armenio, hebreo, húngaro, ruso, italiano, español, alemán, latín y francés) a Francia. No sabemos exactamente qué materiales trajo consigo ni qué mensajes de la Sublime Puerta; pero lo que sí sabemos es que, cualesquiera que fueran las palabras que Bey pudo susurrar a los oídos del rey francés, hicieron que Francisco (que, la verdad, siendo francés, pues, ya la cabra tira al monte) comenzara a pensar en cagarse y mearse en sus compromisos, y cambiar de bando otra vez.
En agosto de 1540, los embajadores venecianos, usualmente muy bien informados, comenzaron a escribirle a su metrópoli contando que Francisco había decidido ya no continuar aliado al emperador Carlos a menos que éste no le garantizase las posesiones que demandaba. Asimismo, cuando Andrea Doria fue capaz de tomar Monastir, en la costa oriental de Túnez, en París les entró el cólico miserere con que lo mismo el Imperio lograba consolidar su poder mediterráneo, por lo que, de nuevo, el Louvre fue, cada vez, más proclive a regresar a los mejores términos con los turcos. A esto colaboró en gran medida que Constantinopla y Venecia alcanzasen unos términos de paz, así como que los persas demandaran un acuerdo de paz con sus otros enemigos musulmanes. A finales de 1540, Rincón fue premiado con una larguísima audiencia con el sultán (tres horas) y salió de Constantinopla cargado de regalos para el rey francés.
El 5 de marzo, Rincón llega a Blois, donde estaba la Corte francesa; apenas unas semanas después, en junio, parte de nuevo hacia Constantinopla. Sin embargo, durante el viaje Rincón resultó asesinado, al parecer, por unos sicarios a sueldo del marqués de Vasto, gobernador de Milán. En Rincón, la diplomacia francesa perdía una pieza de gran valor y, lo que es más importante, irreemplazable. El rey Francisco quedó muy tocado contra Carlos, a quien consideraba el último responsable de lo que había pasado. Y se sintió más envalentonado contra el emperador cuando lo de Argel le salió como le salió.
La intención carlina de realizar la operación contra Argel se había hecho en contra del criterio de muchos de sus generales. En octubre de 1451, finalmente, desembarcó en la costa africana, pero perdió muchos barcos a causa de una tempestad, y se tuvo que retirar por temor de sufrir un desastre militar de grandes proporciones. En el mismo momento en el que Carlos estaba tratando salvar sus muebles, Barbarroja estaba hibernando con su flota en Toulon, la población marinera francesa por excelencia; un lugar, entonces, considerado como una segunda Constantinopla, donde vivían decenas de miles de turcos e incluso había un floreciente mercado de esclavos.
Desde África, Carlos navega hacia España. Se quedó año y medio y, más que probablemente, fue entonces cuando el Habsburgo comenzó a darse cuenta de que ninguno de sus Estados le había provisto con tanto buen rollo como aquél. Zapolyai acababa de morir, y eso abría claramente la posibilidad de que los turcos decidiesen hacerse con el control directo de Hungría. La ayuda alemana contra los turcos, votada por la Dieta de Ratisbona de 1542, fue una ayuda no muy apasionada y, además, el dinero fue puesto a disposición de Fernando con mucha lentitud. Los alemanes, sin embargo, no estaban dispuestos a ser financiadores inmediatos de Carlos; pero tampoco, para desesperación de París, estaban dispuestos a ir un paso más y aliarse con Francia, puesto que aliarse con Francia equivalía, ellos lo sabían, a aliarse con el turco; y ellos, al revés que los franceses, no se veían capaces de tener, como cristianos, un gesto tal. Es lo que pasa cuando tienes algo de ética, es decir, cuando no eres ni francés ni inglés.
El resentimiento de Enrique VIII hacia el rey francés, algo lógico pues las relaciones entre Francia e Inglaterra nunca han sido fáciles dado que ambos son el mismo tipo de mierda, le ayudaron a Carlos a llegar a un acuerdo con el rey inglés en febrero de 1543, un acuerdo cuyo objetivo final era impulsar a Francisco a abandonar su alianza con el infiel. En septiembre de aquel año, la ocupación de Toulon por los piratas berberiscos fue tan brutal que los habitantes cristianos debieron ser evacuados y, de hecho, en un gesto que fue escandaloso en Europa, los piratas convirtieron uno de los edificios más grandes de la ciudad en una mezquita.
La presencia en territorio francés de una fuerza armada inglesa, en 1544, hizo que, por primera vez en algunos años, Francisco no tuviese las manos completamente libres para sus movimientos militares agresivos en otros territorios que no eran el suyo. Mientras tanto, tropas carlinas estaban avanzando por el curso del Marne, sin que, como digo, los franceses le pudieran presentar una resistencia digna de tal nombre. Fue en esas circunstancias en las que el rey francés, arrastrando el escroto, aceptó las condiciones de la paz de Crépy-en-Lannois.
Vista cuál era la situación en el este de Europa, con el sultán turco a punto de hacer suya la planicie húngara, no cabe extrañarse demasiado de que una de las principales condiciones impuestas a Francisco en Crépy fuese su ayuda en la lucha contra su hasta entonces aliado. En Spira, a principios de 1544, los príncipes alemanes habían votado una ayuda para el ejército anti turco mucho más amplia que las anteriores, a cambio de acuerdos favorables para la legalidad de los protestantes en Alemania, y el compromiso personal de Carlos de dirigir personalmente las operaciones, dado que los príncipes alemanes no terminaban de fiarse demasiado de las habilidades de su irmandiño. Sin embargo, la campaña del Marne, que había sido necesaria para fijar al rey francés, había tomado demasiado tiempo; a pesar de que las ilusiones eran las contrarias, la campaña contra los turcos fue poca cosa. De hecho, Jerónimo Adorno, en nombre de Fernando, trató de negociar una tregua. El tema, sin embargo, estaba jodido, porque en Hungría eran muchos los ciudadanos que preferían estar bajo el poder turco.
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