El hundimiento
De Krebs a Demnin
El Brezal de Luneburgo
Patton
El Ejército alemán
nunca creyó demasiado en la creación del llamado Ejército Ruso de
Liberación y sólo la aceptó arrastrando el escroto. Vlasov hubo de
reclutar a sus soldados entre los prisioneros de guerra rusos o los
trabajadores forzados de la misma nacionalidad que habían sido
trasladados a Alemania. La consecuencia de esta leva fue que una
parte no desdeñable de sus fuerzas estuvo compuesta por soldados que
habían tomado su alistamiento como una oportunidad de conveniencia,
no por verdadera vocación de lucha contra el comunismo.
Aun con estas
dificultades, Vlasov fue capaz de formar dos divisiones con relativa
rapidez. El 10 de febrero de 1945, en Muesingen, el propio Vlasov y
su segundo, el general Sergei Buyachenko, pudieron pasar revista a
la primera de ellas. En abril, las tropas estaban ya desplegadas en
el frente del Oder.
A mediados de
abril, sin embargo, Buyachenko tomó la decisión que mover a sus
tropas del frente del Oder, y dos semanas después estaban en Beroun,
a unos veintipico kilómetros de Praga. Lo más importante, en todo
caso, es que, para entonces, aquellas unidades habían dejado de
creer en el sueño alemán, y en el apoyo que supuestamente les daba.
El 14 de abril, el
Alto Mando alemán había ordenado a las tropas de Buyachenko que
atacasen una posición excelentemente consolidada del Ejército Rojo
en Francoforte del Oder. Se trataba de una acción de escaso valor
bélico, movida, fundamentalmente, por la desconfianza. Los alemanes
querían ver si los rusos antibolcheviques eran capaces de pagar con
su sangre un enfrentamiento con otros rusos como ellos, cosa en la
que no confiaban. Buyachenko protestó vivamente por la obligación,
pero no consiguió nada.
La posición de
Francoforte del Oder estaba defendida la CXIX brigada blindada
soviética, al mando del mayor general Likhov. Estaba perfectamente
defendida por artillería en todos sus flancos, por lo que la unidad
de vlasovitas únicamente consiguió luchar durante cinco horas para
nada, sufriendo bastantes bajas. Pasado ese tiempo, Buyachenko ordenó
retirada a sus tropas y las sacó del teatro de operaciones; en
realidad, las trasladó más allá de las líneas alemanas. Dejó 350
bajas tras de sí.
Las tropas rusas,
por lo tanto, todavía pertenecían formalmente al Ejército alemán,
pero estaban en abierta desobediencia respecto del mismo. A finales
de abril nuestro ya conocido Ferdinand Schörner, jefe del Grupo de
Ejércitos del Centro, decidió que tenía que hacer algo. Ordenó a
los rusos que se desplazasen hacia Praga para converger ahí con sus
propias fuerzas, que planeaban retirarse hacia el Oeste, es decir
hacia la propia ciudad. El mayor Helmut Schwenninger, que era el
enlace del mando alemán con las unidades vlasovitas, transmitió la
orden, pero él mismo ya no estaba nada convencido de que Buyachenko
fuese a cumplirla.
Aparentemente, el
comandante de las tropas rusas estaba por la labor de mandar a los
alemanes a freír chucrut; pero Vlasov, más político, consideraba
que era necesario, cuando menos, mantener las formas un rato. El
comandante en jefe de las divisiones rusas visitó a las tropas, y
convenció a su general de no ir a una desobediencia total. Vlasov
sabía bien que Schörner era un puto fanático, pero ponía sus
esperanzas en que los rusos fuesen capaces de abrir elementos de
diálogo con otros generales más presentables. Además, totalmente
consciente del futuro que les esperaba a todos y cada uno de los
miembros de sus unidades si finalmente caían en manos de los
soviéticos, era consciente de que para el Ejército Ruso de
Liberación resultaba fundamental permanecer en la obediencia,
siquiera formal, del Ejército alemán para así poder llegar a
negociar una rendición ante las tropas estadounidenses emplazadas en
el frente checoslovaco. En otras palabras,Vlasov estaba ya moviéndose
no para ganar, sino para no perder.
Schörner, sin
embargo, estaba perdiendo la paciencia con aquellos rusos
amarrateguis. Por lo tanto, el 2 de mayo firmó la orden de la
disolución de las unidades rusas. Buyachenko, mucho más sanguíneo
que su comandante en jefe (o, tal vez, mucho más cincelado por el
día a día, pues al fin y al cabo Vlasov no tenía que dirigir las
operaciones bélicas), se cogió un rebote de la leche, tras el cual
rompió toda relación, no sólo con Schörner, sino con todos los
generales alemanes en general. El Ejército Ruso de Liberación se
había convertido en una unidad militar que iba absolutamente por
libre. Vlasov, por supuesto, mantenía su estrategia anterior; pero
no así Buyachenko quien, consciente de que ahora estaba en una
tierra de nadie, decidió que lo mejor que podía hacer era dirigirse
hacia Praga, como le habia conminado el mando alemán, pero no para
unirse a las tropas germanas, sino para enfrentarse con ellas.
Los rusos, pues, decidieron ponerse de parte de los rebeldes.
Para el jefe de las
tropas vlasovitas, había más razones para tomar esa decisión.
Personalmente él estaba convencido de que una rebelión en Praga
tenía pocas posibilidades de cuajar por los recursos que todavía
tenían los alemanes. Sin embargo, el 2 de mayo, precisamente
coincidiendo con la salida de pata de banco de Schörner, algo había
pasado. Un pequeño grupo de paracaidistas soviéticos que se había
lanzado sobre Praga un mes antes para impulsar la rebelión de los
checos, logró contactar con Buyachenko para sugerirle que se uniese
al movimiento de guerrilla urbana. Francis Knecny, un checo que
formaba parte de esta pequeña unidad, fue el que logró contactar
con el general vlasovita.
Todas estas
negociaciones se produjeron durante días hasta que, el 5 de mayo,
con el conflicto mucho más maduro y los rebeldes en una situación
realmente comprometida, el Comité Nacional Checo que se había
formado en Praga tomó la decisión de invitar a las unidades de
Vlasov a unirse a su rebelión. Fue un movimiento por su parte que
explica claramente la desesperación, ya que en esas horas los checos
se enfrentaban a su puro y simple exterminio por las SS. Pero no cabe
duda de que era un movimiento bien complicado. Entre las fuerzas de
Vlasov se encontraba la Brigada Kaminsky, formada por rusos que
habían colaborado con los alemanes desde el principio de la agresión
a la URSS, y que habían formado parte de algunas de las acciones más
genocidas del ejército alemán dentro de la URSS.
A pesar de todas
estas incongruencias, con las últimas luces de aquel 5 de mayo,
Buyachenko elaboró una proclama, en la que daba un triple salto
mortal al aseverar que nosotros, los luchadores contra el
bolchevismo, no podemos ignorar la rebelión de los checoslovacos
contra el nazismo. Y establecía una relación que, la verdad,
décadas de intelectuales de salón tratarían de hacer desaparecer
(eppur si muove...) al decir que La crueldad del
nacionalsocialismo, que ha violado naciones y matado a millones de
personas inocentes, ha seguido el mismo camino que el de la
consolidación del bolchevismo en Rusia.
Con las primeras
luces del 6 de mayo, la I división del Ejército Ruso de Liberación
marchó hacia Praga. Al final de la tarde, Buyachenko ya había
situado su plana mayor a las afueras de la ciudad, y había entablado
contacto con los rebeldes. El comandante Arkhipov, uno de los mandos
de los rusos, contactó con Kutlvasr, para estudiar las formas de
colaboración.
Aquel 5 de mayo,
sin embargo, Praga no era la palabra que más resonaba en los oídos
del general Dwight Eisenhower. El jefe del SHAEF estaba mucho más
implicado en el final de la guerra en sí que en operaciones
concretas. En realidad, aquella mañana de lo que más pendientes
estaban Ike y sus hombres era del tiempo. Hacía un día de
perros, con nubes muy bajas y una gran inestabilidad en la atmósfera.
El temor era que la cosa fuese tan jodida que hubiese que desviar a
otro aeropuerto al avión que traía a los alemanes.
Y, efectivamente,
ocurrió. En las primeras horas de la tarde, todo el mundo que estaba
trabajando para fabricar una ceremonia de rendición acorde con la
magnitud de ésta supo que el avión con la delegación alemana había
tenido que desviarse a Bruselas, desde donde se desplazaría a Reims
por carretera. Se los esperaba para las cinco de la tarde o así.
Eisenhower había
elegido para la rendición la llamada Sala de Guerra, donde él solía
reunirse con sus generales. Era el edificio de una escuela, y la sala
tenía las paredes tapizadas con los inevitables mapas de los
frentes. Asimismo, también tenía una especie de termómetro,
repleto de esvásticas, donde se reflejaba el número de prisioneros
de guerra alemanes. Las antesalas de la propia Sala estaban petadas
de fotógrafos de prensa
La llegada de los
alemanes, sin embargo, enfrió bastante los ánimos. Nada más llegar
a Reims, el almirante Georg von Friedeburg anunció que la única
autoridad que le había sido conferida era para discutir los términos
de la rendición, pero no para firmarla; además, se excusó
diciendo que carecía de medios para contactar con Dönitz en
Flensburgo. En otras palabra, vino a decir: vosotros me contáis lo
que queréis, yo me piro, habló con mi jefe, y ya os iré diciendo.
Este anuncio cogió
a los estadounidenses y británicos por sorpresa, ya que ellos lo que
habían hecho, en las últimas horas, había sido redactar a pelo
puta una declaración de rendición con la convicción de que los
alemanes del avión la podrían firmar. En total, no llevaban ni dos
días con ello. John Counsell, un militar adscrito a la sección
histórica del SHAEF, había sugerido que no se usase el llamado
Instrument of Surrender, esto es, las instrucciones para
rendición que habían sido pactadas por estadounidenses, británicos
y soviéticos, dado que sólo se trataba de un borrador y, además,
no incluía algunas de las correcciones que los franceses habían
propuesto. En lugar de eso, propuso un documento relativamente
simple, en buena medida tomado del firmado por las tropas alemanas en
Italia, que fue bautizado como Act of Military Surrender. Eso
sí, era un documento que los soviéticos, claro, no habían visto
nunca.
A pesar de este
problema, que era una especie de desaire hacia Moscú, el Mando
Supremo Aliado adoptó el documento inspirado por Counsell. Y los
miembros del SHAEF tendrían, en el futuro, que dar muchas
explicaciones sobre esta decisión, la verdad bastante controvertida.
Llegaron a decir que es que se habían olvidado de la existencia del
borrador previo pactado por las potencias.
El problema, sin
embargo, eran ahora las tácticas de diversión que, a todas luces,
estaba intentando Von Friedeburg. El general Walter Bedell Smith,
jefe de Estado Mayor de Eisenhower, no se tomó las palabras del
alemán muy bien, y le respondió, categórico: “los alemanes son
nuestros enemigos, y seguirán siéndolo mientras no se rindan”; y
añadió que tenía el almirante donde elegir: o conseguía que
Dönitz le diese plenos poderes, o entonces de Flensburgo tendría
que llegar, ya, alguien con ese poder. Los americanos, además,
consiguieron rápidamente establecer un punto de conexión con
Flensburgo, buscando acorralar a Friedeburg en sus chorradas.
Conforme
presionaban a los alemanes, los hombres del staff de Eisenhower
cortejaban con información al general Iván Susloparov. Susloparov
era el jefe de la misión sovietica de enlace con los ejércitos
aliados occidentales y con Francia. Era un viejo bolchevique, puesto
que había luchado ya por el bando leninista durante la guerra civil
rusa. En 1939 había sido enviado a París como representante militar
soviético, con mando en la red de inteligencia en Europa occidental.
Tras luchar contra los alemanes después de la invasión de la URSS
por éstos, cuando se liberó París regresó a la capital francesa.
George Bailey, un
miembro de la sección de inteligencia del SHAEF, era el principal
contacto de Susloparov para el día a día. Él solía ser el
mensajero que le llevaba las comunicaciones que Bedell Smith le daba
para el oficial de enlace soviético a su habitación del Hôtel Lion
d'Or, no muy lejos del cuartel general de Ike. El comandante
en jefe de los aliados quería que los soviéticos tuviesen claro que nunca iba a aceptar una rendición parcial sólo de los frentes
occidentales. Además de enviar a Bailey al hotel las veces que
fueron necesarias, el futuro presidente de los Estados Unidos también
mantenía una comunicación permanente con Antonov, jefe de Estado
Mayor del Ejército Rojo. El día 4 de mayo le había informado
puntualmente del acto del Brezal de Luneburgo. Asimismo, también le
informó de la previsión de visita turística de Friedeburg el día
5. Le dijo que había informado a los alemanes de que no podría
producirse, en ningún caso, una rendición parcial de los frentes; y
preguntaba al Alto Mando soviético si estaba de acuerdo con este
planteamiento. Añadía que, para poder salvar cuantas más vidas
mejor, consideraba que esta rendición debería producirse lo antes
posible.
Pero, aun así,
como sabía muy bien el terreno que pisaba, le decía a los
soviéticos que esperaría hasta conocer su opinión para seguir
adelante.
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