El cardenal Pacelli, que ahora tomaba el nombre de Pío XII,
fue, sin ningún lugar a dudas, el candidato de lo que denominamos las potencias
democráticas de preguerra. Los países que se estaban empezando a resignar a la
idea de que iban a tener que ir a la guerra contra Hitler, o que iban a ser
invadidos por éste, quisieron a este Papa decididamente antinazi al frente del
Vaticano; Mussolini, por otra parte, se dejó meter ese gol inexplicablemente,
creo yo que porque nunca entendió las sutilezas de la política vaticana, ni su
utilidad internacional.
En Londres y en París, el ascenso al vicariato de Cristo de
Pacelli fue celebrado con indisimulada satisfacción. En Burgos, sin embargo, se
brindó con agua con gas. Pacelli era el peor de los candidatos de Franco para
ser Papa, sobre todo porque en su gobierno estaban íntimamente convencidos, y
de hecho así se rumoreaba en Roma, de que el elegido para número dos o
secretario de Estado sería monseñor Tedeschini, el segundo sacerdote más odiado
por la España nacional. Ésta fue, de hecho, una de las pocas cosas (sí, de las
pocas cosas) en las que Franco estuvo en plena sintonía con Falange. Lo más
fácil es, siempre, acordar en torno a un enemigo.
Finalmente, la sangre no llegó al río. El elegido por
Pacelli fue Luigi Maglione, y en mi modesta opinión, acertó, porque Tedeschini,
independientemente de sus ideas, era una persona demasiado torpe y con total
ausencia de mano izquierda; no hay más que comparar su nunciatura con la de
Cicognani, persona dotada de una inteligencia que a su predecesor yo creo que
le faltaba. Decir que Pío XII decidió nombrar a Maglione para estar a bien con
la España nacional sería decir mucho, pues un secretario de Estado del Vaticano
es un cargo regido por otros muchos condicionantes. Pero lo que sí es un hecho
es que Pío XII se puso como labor tratar de comenzar su pontificado con buen
pie en España. Así, recién nombrado, la primera vez que se vio con Gomá, le
pidió le trasladase su bendición al general Franco “y mis mejores deseos para
la victoria de las armas de España”. La verdad, tampoco se jugaba mucho; en la
guerra, estaba ya todo el pescado vendido. Pero fue más allá: en su mensaje a
los españoles, 16 de abril, soltó un panegírico de la España nacional, a la que
agradeció por “dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo
la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la
religión y del espíritu”.
Este mensaje lubricó el ano de Franco. El general le mandó
un telegrama de agradecimiento al Papa y, en general, la Nueva España que
acababa de nacer se hizo el culo pesicola con aquel mensaje. De hecho, Pío
corrió un riesgo con una toma de posición tan exaltada en favor de un gobierno
surgido de una rebelión apoyada por el fascismo internacional; en Francia, por
ejemplo, lo criticaron mucho por sus palabras.
El proyecto del Papa, en todo caso, era más general. Él, que
como he dicho, es al menos mi convicción, era el candidato de las potencias
enfrentadas con Alemania, se propuso, nada más llegar a Sant’Angelo, colocarse
en una posición más equidistante que la de su predecesor. Comenzó a hacer
discursos en los que se hacía lenguas con la falta de justicia existente en el
mundo; pero ahora eran discursos en los que se preocupaba de decir, o insinuar,
que Alemania e Italia no eran los únicos culpables de aquella situación.
Automáticamente, la prensa alemana comenzó a hablar del catolicismo en otros
tonos.
Esto era lo que pasaba en el entorno general. En el
particular de España, el embajador Yanguas, quien lógicamente conocía muy bien
al Papa puesto que lo había tratado intensamente en su etapa de secretario de
Estado, instó, casi con inmediatez, el comienzo de las negociaciones que aquí
venimos relatando. Sin embargo, como suele ocurrir siempre con el Vaticano,
cuando las cosas bajan desde los discursitos retóricos de balcón a la
arena de la negociación concreta, las cosas se revelaron como un poquito más
jodidas.
Como supongo que recordaréis bien, Pío XI se había muerto en
el momento en que había aprobado ya una fórmula provisional para la
presentación de obispos, que habría de servir como forma de relacionarse los
Estados Vaticano y español en tanto en cuanto no perfeccionaban su negociación
sobre el Concordato. Sin embargo, como suele ocurrir siempre en el Vaticano, la
muerte de un Papa supone siempre colocar el contador a cero y colocarse a la
espera de la opinión del nuevo pontífice, que puede llegar a ser incluso
opuesta a la del anterior; cosa que yo nunca he entendido, pues, si el
nombramiento del Papa está iluminado por el Espíritu Santo y el Papa es el
Vicario de Cristo en la Tierra, ¿cómo se come que un simple cambio de hombre al
frente de la labor suponga mudas de criterio tan radicales? ¿Tan voluble es
Cristo en sus opiniones?
Yanguas, creo yo, creía la partida ganada. Esperaba una
negociación rápida, un mete-saca tranquilo, un trantrán de mus. Pero se
encontró con que Maglione le decía algo que él no esperaba: que, tal vez, el
tema debería estudiarlo La Congregación
de Asuntos Extraordinarios; el peor enemigo de España. Cuando Yanguas
pidiera explicaciones, Maglione le sacó lo de la deriva fascista de la España nacional.
El tema, pues, estaba menos resuelto de lo que parecía. A partir de ese
momento, Yanguas intentaría, en la medida de lo posible, negociar directamente
con Pacelli, a quien consideraba más realista que su secretario de Estado.
En todo caso, Yanguas se aplicó a buscar miembros de la
Curia que fueran proclives a la causa española. En su opinión, el más favorable
era monseñor Montini, quien entonces era secretario de Asuntos Ordinarios en la
secretaría de Estado de Maglione. A Yanguas le había convencido que este
monseñor hubiera sido una pieza fundamental en la organización del Te Deum que se celebró en Roma como
consecuencia de la victoria del bando nacional.
Pocos días después, sin embargo, Maglione le informó a
Yanguas de que había despachado con el Papa la movida de la fórmula
provisional, y que Pío le había dicho que se lo seguía pensando y que, en todo
caso, quería que la Congregación estudiase el tema. El Papa prometía que el
gobierno español quedaría satisfecho con la solución final. Sin embargo, hacía
una propuesta anexa, que fue la que verdaderamente preocupó en Madrid. Ante el
elevado número de sedes vacantes existentes en España, el Papa quería cubrirlas
ya, si bien consultando previamente
al gobierno antes de hacer públicos los nombramientos. Maglione le transmitió a
Yanguas que en modo alguno el Papa consideraba que ésa debería ser la fórmula
futura, provisional o definitiva, que se adoptase; pero, lógicamente, al
embajador se le erizaron los pelos de la nuca, pues a nadie se le escapa que la
iniciativa de Pío XII era susceptible de abrir un precedente muy difícil de
romper.
La jugada del Vaticano estaba bastante clara: buscaba cubrir
las vacantes del episcopado español con candidatos estables, a ser posible
razonablemente jóvenes, todos ellos escogidos por el propio Pacelli, más que
probablemente, por sus resistencias a la deriva fascista del Estado español; y
luego, ya, ponerse a negociar, pues ya con eso las negociaciones podían durar
lo que se quisiera.
Sin necesidad de hacer profundas consultas a Madrid, Yanguas
le adelantó al secretario de Estado que esa solución no le iba a molar nada a
sus jefes. No era nada difícil avizorar eso: la mera comunicación del
nombramiento suponía no aplicar el Patronato Real; es más: en realidad, era un
paso atrás frente a la reciente cobertura de la sede barcelonesa con el obispo
de Cartagena, que había sido decidida por Franco.
El 29 de abril, Yanguas envió un extenso informe a su jefe,
el conde de Jordana, explicando todos estos extremos. Horas después, en otro telegrama, y al
parecer tras consultar con diversos cardenales, le propuso al gobierno español
una estrategia basada en mantener la reivindicación de la vigencia del
Concordato, mientras que, en paralelo, se proponía un acuerdo provisional, no
prejuzgatorio del acuerdo final, basado en el esquema realizado para proveer el
arzobispado de Barcelona.
La discusión en el seno del consejo de ministros debió de
ser corta. Aquel gobierno, no se olvide, acababa de ganar una guerra que tenía
que haber perdido; había parado un penal casi imposible y, al despejar el
balón, había metido gol por la escuadra en la portería contraria. A los hombres
de Franco, y a Franco mismo, en ese momento no les tosía, literalmente, ni
Dios. Se la sudaba todo la opinión internacional, los pruritos papales y la leche
en verso. Jordana le contestó al embajador, pues, que el gobierno español no
pensaba claudicar en nada. Que el Concordato estaba vigente y “no aceptamos
nada que pueda desvirtuarlo”; es decir: queremos el Patronato Real digno e
inmaculado, como se escribió en papel en 1851. Dado que para poner todo eso en
marcha hacía falta una negociación compleja, una negociación en la que estaban implicadas
cuestiones como el estatus jurídico del clero y de las órdenes, la educación,
etc.; puesto que todo eso era muy complicado, digo, el gobierno le autorizaba
al embajador a aceptar (a aceptar él)
algún tipo de arreglo provisional que, en todo caso, santificase (nunca mejor
dicho) el derecho del gobierno para presentar a los nuevos obispos. A cualquier
otra cosa, escribía Jordana, “nos opondríamos considerándolo como un acto poco
amistoso”.
El gran agitador de esta posición intransigente por parte
del gobierno español había sido la sección del Ministerio de Asuntos Exteriores
encomendada de los asuntos vaticanos. Y, la verdad, llevaban, en mi opinión,
toda la razón. Sostenían los funcionarios diplomáticos que, en realidad, las
cosas, ya virtualmente en mayo de 1939, estaban exactamente en el mismo punto
que hacía un año. Que la Iglesia no se había movido ni un milímetro de sus
planteamientos mientras que, por el contrario, el gobierno español había dado
pasos que no habían recibido nada a cambio. En cierto sentido, esta valoración
era exagerada: el Vaticano sí había
hecho cosas por la España nacional, ahora Nueva España; pero todos en el ámbito
de los gestos, de los discursos, de las buenas palabras, las alabanzas y las
bendiciones. La Iglesia, sin embargo, no va de bendiciones y de rezos; va de
pasta, y de poder. Y para tener un gesto en los terrenos de la pasta y del
poder, tal era el punto de vista de la Sección, cuando menos en mi opinión, hace falta algo más que hacer la
señal de la cruz con dos deditos y decir eso de ve con Dios, hijo mío. Hay que
firmar papeles, llegar a acuerdos, hacer concesiones reales.
Pío XI, en efecto, se pasó, no de frenada, sino de freno. Mi
planteamiento personal es que la idea de este Papa, y de su secretario de
Estado que acabaría siendo su sucesor, fue que, mientras hubiese guerra civil
en España, mientras hubiese dos bandos con un apoyo internacional tan
asimétrico, a la España nacional se le podía seguir adulando con golosinas,
haciéndole creer que eran perlas de colores. Sin embargo, yo creo que hicieron
demasiado caso de los cantos de sirena de los muchos prelados autoexiliados,
catalanes y vascos, que pulularon por Roma en la segunda mitad del 38. Personas
que probablemente negaron la realidad palmaria de que la guerra estaba perdida.
Ratti y Pacelli, cuando menos en mi idea, se dejaron llevar por la impresión de
que, si seguían haciendo de don Tancredo con Franco, esa posición no les iba a
suponer demasiados problemas. Pero Franco ganó la guerra que Vidal y compañía
tal vez apostaban en Roma porque nunca ganaría, que al final Francia e
Inglaterra le iban a forzar a blablablá, todo eso; y, para colmo, y porque la ley
de Murphy siempre se cumple, Pío XI se fue a morir en el peor de los momentos
posible.
Ya en mayo, Yanguas le transmitió a Pío XII la idea de que,
si el Vaticano designaba obispos unilateralmente, España rompería relaciones
diplomáticas con el Vaticano. Sí, correcto. Leíste bien. Francisco Franco Bahamonde, Luz del Mundo Cristiano, Paladín de la Religión Católica, Espada de Trento, Fiel y Humilde Servidor del Patrón de las Españas, estaba dispuesto a decirle a Francisquito: ahí te quedas, Ruedas. ¿El pulpo no es animal de compañía? Pues me llevo el Scatergories.
Así estaba el tema.
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