Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia
En efecto, Volagases no estaba en condiciones de ponerse muy gallito
con los romanos, dado que en ese momento tenía una rebelión
importante dentro de su propio reino. Vardanes, su propio hijo, se
había levantado contra él. Y no parece que fuese un rebelión fácil
de sofocar, pues, por lo que parece, duró tres años, desde el 56
hasta al 58. No sabemos gran cosa de esa rebelión salvo su duración
y el resultado final, que fue la victoria de Volagases. Habitualmente
se ha asumido que la derrota, de una forma u otra, le costó la vida
a Vardanes.
La reacción de Corbulo fue prepararse para una guerra que
consideraba inminente. Perfeccionó las levas en Siria, acuarteló
más tropas y, sobre todo, inició una política de alianzas con los
monarcas y sátrapas del área. Renovó, así, la alianza de Roma con
Farasmanes, el rey de Iberia, y presionó al rey Antíoco de
Commagene para que cruzase las fronteras de Armenia, y no
precisamente para comprar toallas.
Tengo por claro y evidente que la intención de Volagases era
socorrer y ayudar a su hermano el rey de Armenia. No pudo hacerlo,
sin embargo, puesto que de nuevo los escitas le dieron problemas.
Estalló una rebelión en Hircania, casi inmediatamente después de que terminarse la de Vardanes. Como ya sabréis todos los que habéis
seguido pacientemente estas notas, en realidad los escitas fueron
siempre el gran peligro de los partos, sólo amortiguado por el hecho
de que dan toda la impresión de ser un pueblo al que le gustaba el
pillaje, pero no la invasión. La rebelión hircana debilitó de tal
manera las capacidades bélicas de Partia que Tirídates,
rápidamente, vio su trono perdido y abandonó prudentemente Armenia,
que quedó, pues, en manos de los romanos, a pesar de que esa vez no
habían disparado ni un tiro para conseguirla (lo cual, por cierto,
aunque yo creo que nunca podremos saberlo, presenta la duda de si la
rebelión hircana no sería una rebelión adecuadamente lubricada con
talentos con la carita de Nerón).
En el año 58, los romanos entraban en Artaxata, aunque la Barcelona armenia, Tigranocerta, se les resistió todavía dos años más. El Imperio colocó al frente del país a Tigranes, nieto de Arquelao, rey de Capadocia; pero, al mismo tiempo, se aplicó a una estrategia de reducción del territorio armenio, buscando claramente debilitar las posibilidades de aquel reino que se había rebelado como tan tocapelotas. En la lotería que se produjo, cantaron gordo casi todos los reyes de la zona amigos de Roma: Farasmanes de Iberia, Polemo del Ponto, o Aristóbulo, rey de la llamada Armenia Menor, y Antíoco de Commagene, todos recibieron partes de Armenia, que integraron en sus reinos. O sea, la Checoslovaquia de 1938 en plan asiático.
En el año 58, los romanos entraban en Artaxata, aunque la Barcelona armenia, Tigranocerta, se les resistió todavía dos años más. El Imperio colocó al frente del país a Tigranes, nieto de Arquelao, rey de Capadocia; pero, al mismo tiempo, se aplicó a una estrategia de reducción del territorio armenio, buscando claramente debilitar las posibilidades de aquel reino que se había rebelado como tan tocapelotas. En la lotería que se produjo, cantaron gordo casi todos los reyes de la zona amigos de Roma: Farasmanes de Iberia, Polemo del Ponto, o Aristóbulo, rey de la llamada Armenia Menor, y Antíoco de Commagene, todos recibieron partes de Armenia, que integraron en sus reinos. O sea, la Checoslovaquia de 1938 en plan asiático.
Suele pasar, en la vida de la Historia, que cuando te va peor ello
sea la antesala de una mejora y, al revés, que cuanto mejor te va,
más te acercas a la desgracia. Los temas pintaban bastante mal para
los arsácidas pero, en realidad, estaban mejorando notablemente.
Paralelamente al espolio armenio, la rebelión hircana perdía
momento, y pronto Volagases pudo llegar a algún tipo de acuerdo (yo
doy por más probable un pacto que una victoria militar, pues, la
verdad, derrotar sin mácula de duda a los escitas era demasiado
difícil); lo cual quiere decir que pudo volver el rostro hacia
occidente. Al rey de reyes el acuerdo de Roma con sus reinos y
satrapías amigos no le gustaba nada, no sólo porque capitidisminuía
un reino como Armenia, que los partos consideraban medio suyo; sino
porque todos esos arreglos no hacían otra cosa que construir
plataformas de ataque sobre diversos territorios de su imperio, como
Media o Adiabene, de soltera, Asiria.
De hecho, Tigranes, un rey que era consciente de que tenía que ganar
puntos ante el Senado romano como buen discípulo, entendió
enseguida, o tal vez le fue tal cual referido por los embajadores
romanos, que lo que se esperaba de él es que tratase de invadir
Adiabene; y así lo hizo. La antigua Asiria estaba gobernada en
nombre de Volagases por Monobazo, un tipo, como podéis leer, con un
nombre bastante absurdo, pues todos, que yo sea, tenemos un solo bazo
(o tal vez es que su bazo era de mono...)
Monobazo, al fin y al cabo un hijo de su siglo y de su cultura,
intentó primero resistir el embate de Tigranes el
armenio-capadocio-romano, pero podemos imaginar que las tropas
invasoras estarían dopadas de ayuda romana, así pues pronto vio que
no era capaz; y, cuando vio que no era capaz, se comenzó a plantear
el simple y puro cambio de chaqueta.
En esa situación, y en medio de las quejas constantes y ruidosas de
Tirídates quien, con toda la razón, consideraba que le habían
dejado más tirado que una colilla, Volagases resolvió convocar una
asamblea de megistanes. En dicha reunión, por lo que sabemos, el rey
se marcó un discurso nacionalista, en plan VOX parto a lo puto bestia y,
en un gesto final de efecto, colocó sobre las sienes de su hermano
Tirídates la diadema de rey de Armenia, declarando así su voluntad
de recuperar para él el viejo reino. Asimismo, ordenó a Monseses,
uno de sus mejores generales, y al propio Monobazo para que entrasen
con tropas en Armenia. Él, por su parte, tomaría la mayor parte de
las tropas del ejército parto y avanzaría hacia el Éufrates, con
la intención de cruzarlo y amenazar nada menos que Siria. Un mensaje
claro para Roma, pues: si querías caldo, lo mismo se voy a inyectar
dos tazas por el culo.
La campaña militar desarrollada en el año 62 fue casi una ful, sin
embargo. Monseses y Monobazo avanzaron por Armenia y asediaron a
Tigranes en Tigranocerta, que se había convertido en la capital ya
que las tropas de Corbulo habían dejado Artaxata completamente
inservible. En lo tocante a Volagases, llegó hasta Nisibis, una
posición estratégica porque desde ahí podía ordenar avanzar tanto
sobre Armenia como sobre Siria.
Los éxitos, sin embargo, llegaron hasta ahí. Los partos, como
buenos jinetes asiáticos, eran deplorables asediadores. Tigranes,
dentro de su ciudad y sobradamente pertrechado, simplemente se sentó
a esperar a que aquellos negaos se quedasen sin hamburguesas. Por lo
que se refiere a Volagases, en Nisibis fue contactado por una
embajada de Corbulo. El general romano doblaba la apuesta: si los
partos pensaban invadir Armenia o Siria, él invadiría Partia. Tras
mucho considerarlo, el rey de reyes concluyó que lo mejor era
pactar.
Así las cosas, ambas partes, en ese típico acuerdo que nace de las
nulas ganas que ambos tenían de enfrascarse en una guerra, llegaron
al acuerdo de que los partos levantarían el asedio de Tigranocerta,
a cambio de que los romanos se fuesen de Armenia. Partia enviaría a
Roma una embajada para pactar el estatus de Armenia, tiempo durante
el cual el país permanecería libre de la influencia de los dos
imperios.
El acuerdo proveyó de paz a la zona durante meses. Sin embargo, en
el otoño del año 62 apareció en la zona un nuevo protagonista. Un
tipo, la verdad, bastante torpe y gilipollas. Se trataba de Lucio
Cesenio Peto, un general romano cuyo principal aval no eran sus
victorias ni su carisma frente a las tropas, sino su amistad con
Nerón.
Peto, probablemente, era un maniobrero de ésos que encontramos en
toda época, que suplen su escandalosa falta de inteligencia y
decisión con una ambición digna de mejor fin. Igual que en las
antiguas pandis de mi adolescencia lo habitual era que al que más le
gustase coger la guitarra y ponerse a cantar era al sordo de turno,
este tipo de gente, para esconder y, sobre todo, esconderse a sí
mismos su nulidad, se creen llamados para las más altas
responsabilidades. Yo creo que Peto, que estaba en Roma como pollo
sin cabeza y, más que probablemente, aguantando que las elites del
poder lo tratasen de subnormal, fue quien se dedicó a comerle la
oreja al emperador con que él era el candidato ideal para resolver
el sudoku armenio. Nerón, no sabemos bien con qué nivel de
convicción, accedió a la idea, y por eso le dio el mando de las
tropas romanas en el teatro armenio, mientras ordenaba a Corbulo
ceñirse a Siria que, al fin y al cabo, era su mando natural.
Aunque lógicamente nos falta información, es muy fácil dirimir que Corbulo se debió de coger un globo del cuarenta y cuatro cuando se enteró. Pero las cosas, en mi opinión, tienen su lógica. El general romano, cierto es, había llegado a acuerdos con los partos que habían sido, si no humillantes, sí bastante cortitos desde la perspectiva romana. En todo el tiempo transcurrido, ciertamente, hemos visto a un Corbulo paciente y cauteloso, que siempre intentaba evitar las hostias; y esto es algo que, al creciente partido halcón romano, ése que consideraba sus legiones invencibles, no le podía gustar gran cosa. Es de suponer, pues, que Corbulo tenía enemigos en Roma, enemigos que estaban mucho más cerca de Nerón que él mismo. Si mi idea de las cosas es la correcta, Peto se habría presentado ante esas fuerzas de la política romana intitulándose campeón del halconismo, yo les venceré a todos, conmigo Roma será la dueña indiscutida de Asia, blablabla; y le creyeron o, tal vez, le quisieron creer.
Aunque lógicamente nos falta información, es muy fácil dirimir que Corbulo se debió de coger un globo del cuarenta y cuatro cuando se enteró. Pero las cosas, en mi opinión, tienen su lógica. El general romano, cierto es, había llegado a acuerdos con los partos que habían sido, si no humillantes, sí bastante cortitos desde la perspectiva romana. En todo el tiempo transcurrido, ciertamente, hemos visto a un Corbulo paciente y cauteloso, que siempre intentaba evitar las hostias; y esto es algo que, al creciente partido halcón romano, ése que consideraba sus legiones invencibles, no le podía gustar gran cosa. Es de suponer, pues, que Corbulo tenía enemigos en Roma, enemigos que estaban mucho más cerca de Nerón que él mismo. Si mi idea de las cosas es la correcta, Peto se habría presentado ante esas fuerzas de la política romana intitulándose campeón del halconismo, yo les venceré a todos, conmigo Roma será la dueña indiscutida de Asia, blablabla; y le creyeron o, tal vez, le quisieron creer.
Be
it as it may, Peto se fue a Asia
con una legión más y, una vez en Siria, ambos generales procedieron
a repartirse las tropas por mitades más o menos exactas, tres
legiones para cada uno.
Aquel
otoño, además, los enviados de Partia a Roma, ésos que habían ido
para pactar el estatus de Armenia, regresaron sin haber alcanzado
ningún acuerdo firme. Con eso, pues, quedaba definitivamente
quebrada la tregua (yo creo que era, ya, lo que los romanos buscaban
descaradamente, y es por eso que la misión diplomática fracasó) y
podrían retomarse las hostilidades. Ambos generales acordaron que
Corbulo avanzaría hacia el Éufrates mientras que Peto entraría en
Armenia desde la Capadocia.
Cuando
pasó el Taurus, Peto encontró apenas resistencia de los armenios,
así pues se dedicó a llevarse por delante a todo lo que se movía.
El invierno se acercaba rápidamente, sin embargo, y ningún
explorador regresaba de sus partidas avisando de haber visto a
ejército enemigo alguno. En su rampante imbecilidad, Peto consideró
que su campaña había terminado, que había logrado sus últimos
objetivos y todo eso, y consecuentemente se lo escribió a Nerón.
Confiado de que estaba solo en Armenia, de las tres legiones que
tenía envió a una de ellas a hibernar al Ponto, y acuarteló las
otras dos entre el Taurus y el Éufrates; y, cosa más importante, a
cada soldado que le vino a sus mandos pidiendo un permiso, y a los
mandos también, se lo concedió. Así pues, buena parte de sus
tropas se fueron a Capadocia o a Siria, a pasar el invierno rodeados
de vino y de putas.
En
una excelente demostración de la existencia de la Ley de Murphy, más
o menos cuando el proceso de marcha de todos los soldados que
quisieron dejar el crudo invierno armenio se completó, comenzaron a
llegarle a Peto noticias de que Volagases avanzaba hacia él. En la
reacción del general romano no hubo ni una, pero ni una, decisión
acertada. Mostró una evidente incapacidad de
mantener sus decisiones estratégicas. Al principio resolvió
quedarse al abrigo de los cuarteles; pero luego, sin razón aparente,
decidió salir a campo abierto; pero cuando sufriese las primeras
bajas, resolvió regresar a sus cuarteles, no sin dejar 3.000
efectivos de sus mejores tropas en las riberas del Taurus para parar
a Volagases; o sea, los envió al suicidio programado.
Después
de mucho pensárselo, pues probablemente le jodía mucho tener que
hacerlo, acabó por decidirse por pedirle ayuda a Corbulo. Sin
embargo, probablemente acuciado por la idea de que, si su compadre
aparecía por Armenia, acabaría llevándose toda la gloria, le
escribió una carta en términos muy genéricos, diciendo apenas que
esperaba ser atacado en algún momento. Corbulo, al recibir la
noticia, interpretó que no había urgencia en partir en ayuda de su
compañero (cosa que, probablemente, tampoco tenía demasiadas ganas
de hacer); así pues, no se dio ninguna prisa por poner sus legiones
en movimiento. Como resultado, pues, de una extraña combinación de
incapacidad militar, envidias y bastante estupidez, los romanos se
debilitaron a sí mismos.
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