Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Empezando esta toma por un spoiler, debo decirte, lector, que
Artabano, en efecto, fue desalojado del trono de los partos una
segunda vez. Como suele ocurrir con hechos tan lejanos en el tiempo,
es difícil entender exactamente las razones del emasculamiento del
rey, pero lo más probable es que no fuesen muy diferentes de las que
se lo llevaron por delante en la primera. Artabano, claramente, no
estaba acostumbrado a usar su mano izquierda prácticamente para nada
y eso, en política, significa que el número de enemigos que te
generas crece exponencialmente.
Algo muy parecido a un golpe de Estado impulsado por la clase noble
debió montarse más o menos en el año 40. No parece que Artabano
presentase oposición al movimiento, puesto que, aparentemente, en
cuanto supo que las patotas venían a por él, se jiñó de su propia
capital, huyó a uno de los reinos tributarios de su corona y, allí,
se acogió a la protección del rey de turno. El anfitrión resultó
ser Izates, que era rey de Adiabene, de quien dicen las fuentes
antiguas que se había convertido al judaísmo. Los megistanes, por
su parte, dueños de la Partia propiamente dicha, erigieron como rey
a un arsácida llamado Kinnam, quien al parecer era un chavalote
criado en la propia Corte de Artabano, así pues lo lógico es que
muchos problemas no le hubiera planteado.
Los hechos nos sugieren, de hecho, que Kinnam no tenía ningunas
ganas de ser rey de Partia; de que, incluso, tal vez tenía una buena
relación con Artabano, o se consideraba inferior a él. En las
negociaciones que comenzaron entre Izates y los megistanes,
inmediatamente los nobles partos sacaron a pasear loa condición
arsácida de Kinnam que, por lo tanto, le otorgaba plenos derechos a
ser rey. Sin embargo, para su más que probable sorpresa, Kinnam le
escribió un carta a Artabano en la que él mismo se ofrecía para
quitarse de en medio y, claro, reconocía la mayor legitimidad de su
pretendido rival. De hecho, Artabano no sólo regresó para ocupar el
trono parto, sino que Kinnam estuvo presente en la ceremonia, se
quitó la diadema de rey y se la colocó en las sienes al ya anciano
rey de reyes. En todo caso, la vuelta de Artabano no se produjo sin
la mediación de una amplia amnistía para los alzados, garantizada
por Izates.
Aunque no podemos estar del todo ciertos, puede que todo este
acuerdo, tan repentinamente civilizado, tuviera que ver con el dato
de que todo el mundo veía cercana la muerte de Artabano, quizás el
propio Artabano incluido. Era el rey bastante mayor y lo que es
cierto y sabemos es que, efectivamente, cotizó por última vez a la
Seguridad Social parta muy poco tiempo después de haber vuelto a
ceñir la corona; puede, por lo tanto, que su regreso, en realidad,
fuese un apaño muñido por Izates con el argumento de que el león
ya no tenía garras.
Artabano murió, efectivamente, poco tiempo después, y su última
enfermedad parece haber sido el pistoletazo de salida para algunas
cosas. Coincidiendo más o menos con su declive personal, en efecto,
Seleucia, la Barcelona de Partia, segunda capital en importancia, a
la que ya hemos visto recientemente implicada en serios problemas,
fue el teatro de una rebelión independentista. La más que probable
razón del prusés seleuciano es la creciente debilidad del
imperio parto, que poco a poco fue convenciendo a los habitantes de
aquella ciudad, industriosa y desde luego mucho más helenizada que
la media en aquel imperio, de que probablemente sus oportunidades
eran mejores yendo por su cuenta y bailando sardanas alejandrinas. Si Seleucia buscaba convertirse en
un reino independiente que jugase sus cartas en cada momento en la
geopolítica oriental o, tal vez, estaba pensando en algún tipo de
sometimiento al poder romano, pero en mejores condiciones que las
relaciones con los partos, no lo sabemos con certeza.
Aquel intenso año 40, por lo tanto, en Seleucia hubo una rebelión
tras la cual los habitantes declararon su autogobierno. Los romanos,
teóricamente, no tenían que ayudarlos, pues hay que recordar que
habían firmado un acuerdo con los partos tres años antes. No hay
ninguna traza de que lo hiciesen, en realidad, aunque todo poder que
de ello se precie tiene una CIA, para qué engañarnos. Los partos
atacaron Seleucia, pero no parece que fuese el suyo un embate que
acojonase. En agosto del 42, Artabano murió sin haber resuelto este
tema.
Josefo nos informa de que el reino de los partos fue heredado por el
hijo de Artabano, Vardanes. Según Tácito, sin embargo, el rey
inmediato fue otro hijo, Gotarzes. Según este relato, la extremada
crueldad del rey (que hizo ejecutar a su hermano Artabano, su mujer y
su hijo, aparentemente sin tener ninguna prueba sólida contra ellos)
provocó que, más pronto que tarde, los nobles se diesen cuenta de
que habían elevado al trono al arsácida equivocado. Fue entonces
cuando, según este relato, ejercitaron la prerrogativa
constitucional de los megistanes de elevar un impeachment contra
el rey, y lo sustituyeron por Vardanes.
Vardanes estaba en la periferia del reino, a 350 kilómetros de la
capital, probablemente porque sabía bien cómo se las gastaba su
hermanito. Eso sí, cuando le llegó el email de los Megistanes no
esperó ni un minuto antes de presentarse en la capital a por lo
suyo, pues el mozo tenía también su punto ambicioso. Cuando llegó
a la capital Gotarzes, quien probablemente para entonces había
aprendido que no lo apoyaba ni Jordi Hurtado, huyó de la capital sin
luchar hacia la nación de los Dahse, al norte de Hircania. Esta
historia, en todo caso, no es del todo corroborada por los elementos
que ha logrado descubrir la arqueología que, en algunos casos,
sugieren que la historia bien pudo ser la que describe Josefo,
eliminando pues a Gotarzes de la lista de reyes partos o
estableciendo que, tal vez, su periodo al mando fue
extraordinariamente corto.
Inicialmente, Vardanes se ocupó de tratar de someter Seleucia de
nuevo al poder de la monarquía parta; sin embargo, no lo consiguió,
pues la ciudad estaba fuertemente armada y fortificada. En todo caso,
pronto tuvo que dejar ese tema, pues de las tierras orientales de su
imperio llegaron noticias de que Gotarzes, a quien se le había
permitido reinar sobre los Dahse, comenzaba a conseguir cierto apoyo
social que le impulsaba a atacar a su hermano. Vardanes formó un
ejército que se aposentó en las llanuras de Bactria, esperando
acontecimientos. Antes de que se produjese la batalla, sin embargo,
Gotarzes descubrió una conspiración y, tras las habituales sesiones
de tortura, sí, ésas que sólo practicaba la Insiquisición
española, consiguió averiguar algo sorprendente.
En realidad, la situación en Partia era una matrioska de
rebeliones. Estaba la de Seleucia, y luego estaba la de Gotarzes
contra su hermano Vardanes. Pero dentro de ésta había otra
rebelión, que era la que aparentemente habían pactado los nobles de
ambos bandos: los que apoyaban a un hermano y al otro. Entre todos,
habían decidido que aquellos dos hermanos eran unos piernas de la
hostia y, consecuentemente, conspiraban para llevar las cosas hacia
el boiling point y, una vez allí, deponerlos a ambos,
para nombrar rey de Partia a un tercero que no fuese un imbécil o un
cabrón como juzgaban que eran ellos. Gotarzes, asustado, se comunicó
con su hermano Vardanes, a quien las noticias tampoco dejó tranquilo. Presionados ante la posibilidad de que quienes realmente
detentaban el poder militar en el país acabasen por apiolárselos,
los hermanos llegaron a un acuerdo de paz. Gotarzes aceptó su
hermano como rey y, a cambio, pasó residir oficialmente en Hircania.
Con las manos libres, Vardanes volvió hacia el oeste, sitió
Seleucia y, en el año 39, le aplicó el 155 a hostia limpia y la obligó a rendirse.
La recuperación de Seleucia y la solución definitiva del conflicto
dinástico (o eso creía) movió a Vardanes a ser ambicioso y
prepararse para esa expedición militar que todo rey parto de la
época soñaba con liderar: la expedición dirigida a recuperar
Armenia para el poder parto, arrancándola de las garras de la
influencia romana.
La verdad es que los romanos no parecen haberlo hecho muy bien en
Armenia. Colocaron a un rey de su cuerda, quién, supongo que para sorpresa de nadie, se llamaba Mitrídates. Mitri, sin embargo, había sido
tan mal rey que el Senado lo había llamado a Roma para responder por
sus muchas torpezas; cuando llegó a la capital del mundo, Calígula
no había dudado en decretar su prisión, con la intención de que
fuese una cadena perpetua. Los armenios, sin rey, se volvieron más
independentistas que nunca; tanto que, pasados algunos años, el
tartaja Claudio acabó por sacar a Mitrídates de la cárcel y
autorizarle para que se fuese para allá a ver si lo arreglaba. El Puchimón de los armenios, efectivamente, consiguió que llegar él y aquietarse sus belicosos súbditos fuera, al parecer, todo uno. Sin embargo, si lo consiguió fue con la ayuda activa de romanos y de los
vecinos iberianos, lo que sugiere que no fue por amor por que los armenios se tranquilizaron. Lógicamente Mitrídates, que conocía mejor que
nadie lo mudable y débil de su mandato pues los armenios daban pruebas de no quererlo, se portó con su pueblo bastante mal, dirigiendo eso que
normalmente conocemos como dictadura militar, los que somos un poco
letrados; y fascismo, el resto de la quincalla dos conceptitos. Ésta
era la situación que captó Vardanes, quien maquinó la posibilidad
de convertirse en el campeón de los armenios amantes de su libertad.
Una expedición así, que suponía además meterse con el primo de
Zumosol del área y del mundo entero, no la podía hacer el rey parto
sólo con partos; los partos eran sólo una parte, valga el chistecito. Necesitaba que otros reyes tributarios también le
aportasen soldadesca. El principal de sus aliados era nuestro viejo
amigo Izates, quien ya era rey no sólo de Adiabene sino también de
la Gordiana; el del pene biselado. Izates, que tenía nada menos que
cinco hijos residiendo en Roma, le dijo al rey parto que no mamase.
Como suele pasar con los políticos, minutos tres después de haber
recibido tan sabio consejo por parte del hombre que Oriente Medio
mejor conocía a los romanos (hay que aclarar que los hijos de Izates
no estaban en Roma como rehenes, sino estudiando); minutos tres,
digo, después de haber recibido un consejo sabio, el buen rey parto
resolvió hacer justo lo contrario. Y declaró la guerra a lo romanos
en Armenia.
La guerra comenzó, pero sólo para que Vardanes tomase conciencia de
que algunas soluciones que había cosido en el pasado, en realidad no
lo eran. Conscientes de que la guerra Armenia era un movimiento muy
arriesgado con el que probablemente no estaban de acuerdos, diversos
nobles partos volvieron a acercarse a Gotarzes y a animarle a echar a
su hermano. Así pues, Vardanes volvió grupas hacia Hircania, donde
presentó batalla varias veces a su hermano, y varias veces le ganó.
Sin embargo, Varsaces era un político de nuestros tiempos en estado
puro: si le costaba saber perder, le resultaba completamente
imposible saber ganar. De las victorias hay que extraer
consecuencias, pero eso no es lo que hacen la mayoría de los que
ganan, que se limitan a usar el poder que les confiere la victoria
con excesiva prodigalidad de violencia y represión. Pronto Varsaces
se ganó la enemiga de aquellos pueblos a los que había librado de
su hermano y, de hecho, poco tiempo después de regresar de Hircania,
y como resultado de una conspiración palaciega, fue asesinado
mientras cazaba.
Nada más morir Vardanes, Gotarzes fue elevado a la corona.
Aparentemente, había una parte de la clase noble que hubiera
preferido buscar entre los estudiantes de Roma algún arsácida más
presentable (había varios allí), pero da la impresión de que los
partos aparecían como renuentes a tener un rey romanizado; y no cabe
culparles, pues pasadas experiencias, como ya hemos leído, no habían
sido muy positivas que digamos. Antes de que terminase el año 46,
por lo tanto, Gotarzes fue proclamado oficialmente como rey de reyes.
Cualquiera que ya conociese a Gotarzes, sin embargo, podía haber
adivinado que aquéllos prudentes que querían esperar y ver eran
bastante racionales. De ser ciertas las cosas que cuenta Tácito,
Gotarzes ya había demostrado que era un tipo cruel; uno más de ésos
que ni saben aprender de las derrotas ni saben administrar las
victorias. Se portó el nuevo rey con quienes disentían con él como
la rana y, para colmo, varias expediciones militares que montó
terminaron bastante mal.
Así las cosas, el creciente partido descontento acabó por enviar
mensajeros al emperador Claudio. Era el año 49. Le pidieron que
permitiese salir de Roma a Meherdates, nieto de Fraates IV e hijo de
Vonones el pijo, quien seguía viviendo la vida loca en Roma. Le
ofrecieron al emperador sustituir un arsácida por otro; lo cual,
según su interpretación, respetaba escrupulosamente el acuerdo de
paz entre romanos y partos. Para entonces, Gotarzes había asesinado
a todos sus parientes masculinos, a sus propios hijos e, incluso, a
aquéllas de sus mujeres que se quedaban preñadas.
Los embajadores partos y el propio Meherdates comparecieron ante el
Senado y el emperador para sustantivar la petición. Y convencieron a
Claudio.
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