lunes, febrero 03, 2020

Partos (19: los prusés de Seleucia y Armenia)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa

Empezando esta toma por un spoiler, debo decirte, lector, que Artabano, en efecto, fue desalojado del trono de los partos una segunda vez. Como suele ocurrir con hechos tan lejanos en el tiempo, es difícil entender exactamente las razones del emasculamiento del rey, pero lo más probable es que no fuesen muy diferentes de las que se lo llevaron por delante en la primera. Artabano, claramente, no estaba acostumbrado a usar su mano izquierda prácticamente para nada y eso, en política, significa que el número de enemigos que te generas crece exponencialmente.

Algo muy parecido a un golpe de Estado impulsado por la clase noble debió montarse más o menos en el año 40. No parece que Artabano presentase oposición al movimiento, puesto que, aparentemente, en cuanto supo que las patotas venían a por él, se jiñó de su propia capital, huyó a uno de los reinos tributarios de su corona y, allí, se acogió a la protección del rey de turno. El anfitrión resultó ser Izates, que era rey de Adiabene, de quien dicen las fuentes antiguas que se había convertido al judaísmo. Los megistanes, por su parte, dueños de la Partia propiamente dicha, erigieron como rey a un arsácida llamado Kinnam, quien al parecer era un chavalote criado en la propia Corte de Artabano, así pues lo lógico es que muchos problemas no le hubiera planteado.

Los hechos nos sugieren, de hecho, que Kinnam no tenía ningunas ganas de ser rey de Partia; de que, incluso, tal vez tenía una buena relación con Artabano, o se consideraba inferior a él. En las negociaciones que comenzaron entre Izates y los megistanes, inmediatamente los nobles partos sacaron a pasear loa condición arsácida de Kinnam que, por lo tanto, le otorgaba plenos derechos a ser rey. Sin embargo, para su más que probable sorpresa, Kinnam le escribió un carta a Artabano en la que él mismo se ofrecía para quitarse de en medio y, claro, reconocía la mayor legitimidad de su pretendido rival. De hecho, Artabano no sólo regresó para ocupar el trono parto, sino que Kinnam estuvo presente en la ceremonia, se quitó la diadema de rey y se la colocó en las sienes al ya anciano rey de reyes. En todo caso, la vuelta de Artabano no se produjo sin la mediación de una amplia amnistía para los alzados, garantizada por Izates.

Aunque no podemos estar del todo ciertos, puede que todo este acuerdo, tan repentinamente civilizado, tuviera que ver con el dato de que todo el mundo veía cercana la muerte de Artabano, quizás el propio Artabano incluido. Era el rey bastante mayor y lo que es cierto y sabemos es que, efectivamente, cotizó por última vez a la Seguridad Social parta muy poco tiempo después de haber vuelto a ceñir la corona; puede, por lo tanto, que su regreso, en realidad, fuese un apaño muñido por Izates con el argumento de que el león ya no tenía garras.

Artabano murió, efectivamente, poco tiempo después, y su última enfermedad parece haber sido el pistoletazo de salida para algunas cosas. Coincidiendo más o menos con su declive personal, en efecto, Seleucia, la Barcelona de Partia, segunda capital en importancia, a la que ya hemos visto recientemente implicada en serios problemas, fue el teatro de una rebelión independentista. La más que probable razón del prusés seleuciano es la creciente debilidad del imperio parto, que poco a poco fue convenciendo a los habitantes de aquella ciudad, industriosa y desde luego mucho más helenizada que la media en aquel imperio, de que probablemente sus oportunidades eran mejores yendo por su cuenta y bailando sardanas alejandrinas. Si Seleucia buscaba convertirse en un reino independiente que jugase sus cartas en cada momento en la geopolítica oriental o, tal vez, estaba pensando en algún tipo de sometimiento al poder romano, pero en mejores condiciones que las relaciones con los partos, no lo sabemos con certeza.

Aquel intenso año 40, por lo tanto, en Seleucia hubo una rebelión tras la cual los habitantes declararon su autogobierno. Los romanos, teóricamente, no tenían que ayudarlos, pues hay que recordar que habían firmado un acuerdo con los partos tres años antes. No hay ninguna traza de que lo hiciesen, en realidad, aunque todo poder que de ello se precie tiene una CIA, para qué engañarnos. Los partos atacaron Seleucia, pero no parece que fuese el suyo un embate que acojonase. En agosto del 42, Artabano murió sin haber resuelto este tema.

Josefo nos informa de que el reino de los partos fue heredado por el hijo de Artabano, Vardanes. Según Tácito, sin embargo, el rey inmediato fue otro hijo, Gotarzes. Según este relato, la extremada crueldad del rey (que hizo ejecutar a su hermano Artabano, su mujer y su hijo, aparentemente sin tener ninguna prueba sólida contra ellos) provocó que, más pronto que tarde, los nobles se diesen cuenta de que habían elevado al trono al arsácida equivocado. Fue entonces cuando, según este relato, ejercitaron la prerrogativa constitucional de los megistanes de elevar un impeachment contra el rey, y lo sustituyeron por Vardanes.

Vardanes estaba en la periferia del reino, a 350 kilómetros de la capital, probablemente porque sabía bien cómo se las gastaba su hermanito. Eso sí, cuando le llegó el email de los Megistanes no esperó ni un minuto antes de presentarse en la capital a por lo suyo, pues el mozo tenía también su punto ambicioso. Cuando llegó a la capital Gotarzes, quien probablemente para entonces había aprendido que no lo apoyaba ni Jordi Hurtado, huyó de la capital sin luchar hacia la nación de los Dahse, al norte de Hircania. Esta historia, en todo caso, no es del todo corroborada por los elementos que ha logrado descubrir la arqueología que, en algunos casos, sugieren que la historia bien pudo ser la que describe Josefo, eliminando pues a Gotarzes de la lista de reyes partos o estableciendo que, tal vez, su periodo al mando fue extraordinariamente corto.

Inicialmente, Vardanes se ocupó de tratar de someter Seleucia de nuevo al poder de la monarquía parta; sin embargo, no lo consiguió, pues la ciudad estaba fuertemente armada y fortificada. En todo caso, pronto tuvo que dejar ese tema, pues de las tierras orientales de su imperio llegaron noticias de que Gotarzes, a quien se le había permitido reinar sobre los Dahse, comenzaba a conseguir cierto apoyo social que le impulsaba a atacar a su hermano. Vardanes formó un ejército que se aposentó en las llanuras de Bactria, esperando acontecimientos. Antes de que se produjese la batalla, sin embargo, Gotarzes descubrió una conspiración y, tras las habituales sesiones de tortura, sí, ésas que sólo practicaba la Insiquisición española, consiguió averiguar algo sorprendente.

En realidad, la situación en Partia era una matrioska de rebeliones. Estaba la de Seleucia, y luego estaba la de Gotarzes contra su hermano Vardanes. Pero dentro de ésta había otra rebelión, que era la que aparentemente habían pactado los nobles de ambos bandos: los que apoyaban a un hermano y al otro. Entre todos, habían decidido que aquellos dos hermanos eran unos piernas de la hostia y, consecuentemente, conspiraban para llevar las cosas hacia el boiling point y, una vez allí, deponerlos a ambos, para nombrar rey de Partia a un tercero que no fuese un imbécil o un cabrón como juzgaban que eran ellos. Gotarzes, asustado, se comunicó con su hermano Vardanes, a quien las noticias tampoco dejó tranquilo. Presionados ante la posibilidad de que quienes realmente detentaban el poder militar en el país acabasen por apiolárselos, los hermanos llegaron a un acuerdo de paz. Gotarzes aceptó su hermano como rey y, a cambio, pasó residir oficialmente en Hircania. Con las manos libres, Vardanes volvió hacia el oeste, sitió Seleucia y, en el año 39, le aplicó el 155 a hostia limpia y la obligó a rendirse.

La recuperación de Seleucia y la solución definitiva del conflicto dinástico (o eso creía) movió a Vardanes a ser ambicioso y prepararse para esa expedición militar que todo rey parto de la época soñaba con liderar: la expedición dirigida a recuperar Armenia para el poder parto, arrancándola de las garras de la influencia romana.

La verdad es que los romanos no parecen haberlo hecho muy bien en Armenia. Colocaron a un rey de su cuerda, quién, supongo que para sorpresa de nadie, se llamaba Mitrídates. Mitri, sin embargo, había sido tan mal rey que el Senado lo había llamado a Roma para responder por sus muchas torpezas; cuando llegó a la capital del mundo, Calígula no había dudado en decretar su prisión, con la intención de que fuese una cadena perpetua. Los armenios, sin rey, se volvieron más independentistas que nunca; tanto que, pasados algunos años, el tartaja Claudio acabó por sacar a Mitrídates de la cárcel y autorizarle para que se fuese para allá a ver si lo arreglaba. El Puchimón de los armenios, efectivamente, consiguió que llegar él y aquietarse sus belicosos súbditos fuera, al parecer, todo uno. Sin embargo, si lo consiguió fue con la ayuda activa de romanos y de los vecinos iberianos, lo que sugiere que no fue por amor por que los armenios se tranquilizaron. Lógicamente Mitrídates, que conocía mejor que nadie lo mudable y débil de su mandato pues los armenios daban pruebas de no quererlo, se portó con su pueblo bastante mal, dirigiendo eso que normalmente conocemos como dictadura militar, los que somos un poco letrados; y fascismo, el resto de la quincalla dos conceptitos. Ésta era la situación que captó Vardanes, quien maquinó la posibilidad de convertirse en el campeón de los armenios amantes de su libertad.

Una expedición así, que suponía además meterse con el primo de Zumosol del área y del mundo entero, no la podía hacer el rey parto sólo con partos; los partos eran sólo una parte, valga el chistecito. Necesitaba que otros reyes tributarios también le aportasen soldadesca. El principal de sus aliados era nuestro viejo amigo Izates, quien ya era rey no sólo de Adiabene sino también de la Gordiana; el del pene biselado. Izates, que tenía nada menos que cinco hijos residiendo en Roma, le dijo al rey parto que no mamase. Como suele pasar con los políticos, minutos tres después de haber recibido tan sabio consejo por parte del hombre que Oriente Medio mejor conocía a los romanos (hay que aclarar que los hijos de Izates no estaban en Roma como rehenes, sino estudiando); minutos tres, digo, después de haber recibido un consejo sabio, el buen rey parto resolvió hacer justo lo contrario. Y declaró la guerra a lo romanos en Armenia.

La guerra comenzó, pero sólo para que Vardanes tomase conciencia de que algunas soluciones que había cosido en el pasado, en realidad no lo eran. Conscientes de que la guerra Armenia era un movimiento muy arriesgado con el que probablemente no estaban de acuerdos, diversos nobles partos volvieron a acercarse a Gotarzes y a animarle a echar a su hermano. Así pues, Vardanes volvió grupas hacia Hircania, donde presentó batalla varias veces a su hermano, y varias veces le ganó.

Sin embargo, Varsaces era un político de nuestros tiempos en estado puro: si le costaba saber perder, le resultaba completamente imposible saber ganar. De las victorias hay que extraer consecuencias, pero eso no es lo que hacen la mayoría de los que ganan, que se limitan a usar el poder que les confiere la victoria con excesiva prodigalidad de violencia y represión. Pronto Varsaces se ganó la enemiga de aquellos pueblos a los que había librado de su hermano y, de hecho, poco tiempo después de regresar de Hircania, y como resultado de una conspiración palaciega, fue asesinado mientras cazaba.

Nada más morir Vardanes, Gotarzes fue elevado a la corona. Aparentemente, había una parte de la clase noble que hubiera preferido buscar entre los estudiantes de Roma algún arsácida más presentable (había varios allí), pero da la impresión de que los partos aparecían como renuentes a tener un rey romanizado; y no cabe culparles, pues pasadas experiencias, como ya hemos leído, no habían sido muy positivas que digamos. Antes de que terminase el año 46, por lo tanto, Gotarzes fue proclamado oficialmente como rey de reyes.

Cualquiera que ya conociese a Gotarzes, sin embargo, podía haber adivinado que aquéllos prudentes que querían esperar y ver eran bastante racionales. De ser ciertas las cosas que cuenta Tácito, Gotarzes ya había demostrado que era un tipo cruel; uno más de ésos que ni saben aprender de las derrotas ni saben administrar las victorias. Se portó el nuevo rey con quienes disentían con él como la rana y, para colmo, varias expediciones militares que montó terminaron bastante mal.

Así las cosas, el creciente partido descontento acabó por enviar mensajeros al emperador Claudio. Era el año 49. Le pidieron que permitiese salir de Roma a Meherdates, nieto de Fraates IV e hijo de Vonones el pijo, quien seguía viviendo la vida loca en Roma. Le ofrecieron al emperador sustituir un arsácida por otro; lo cual, según su interpretación, respetaba escrupulosamente el acuerdo de paz entre romanos y partos. Para entonces, Gotarzes había asesinado a todos sus parientes masculinos, a sus propios hijos e, incluso, a aquéllas de sus mujeres que se quedaban preñadas.

Los embajadores partos y el propio Meherdates comparecieron ante el Senado y el emperador para sustantivar la petición. Y convencieron a Claudio.

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