Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
La operación que iniciaba el emperador Claudio es bien fácil de
entender. Meherdates era un miembro de la familia real parta que, sin
embargo, había estudiado, como se dice ahora, en las mejores
universidades del mundo, lo cual había hecho que conociese y
adoptase formas de pensar que no eran propias del país que iba a
gobernar y sí, más bien, de la metrópoli más avanzada del mundo,
que no era otra que Roma. Era, pues, como enviar en el siglo XIX a un
indio educado en Eton para que fuese marajá.
Cayo Casio, entonces prefecto de la provincia siria (luego inventó el reloj digital y ya lo dejó), fue la lógica
persona encomendada de recibir a Meherdates una vez que se bajase del
Falcon, y la llevase hasta el Éufrates. El príncipe, que
probablemente estaba encantado de su destino ante la ausencia de
destinos de suficiente pote en la propia Roma, partió y llegó hasta
la ciudad de Zeugma sin novedad. Allí lo estaban esperando unos
cuantos megistanes partos, demás del rey de Osroene, Agbaro. Tanto
los partos como Casio querían tomar la ruta directa hacia Ctesiphon,
pero eso no fue lo que hizo Meherdates. El joven príncipe parto, al
parecer fuertemente influenciado por Agbaro, quien según Tácito no
estaba sino traicionándolo en secreto, resolvió pasar primero por
Edesa, que además de uno de los principales centros de fabricación
de lavadoras era la capital de Osroene, para pasar allí unas
semanitas desfasando. Una vez allí, Agbaro, observando que winter
was coming, aconsejó a su joven amigo un nuevo cambio de planes,
consistente en introducirse en Armenia y avanzar hacia Partia por las
altas fuentes del Tigris.
Todo lo que iba buscando Agbaro con aquellos cambios era que el medio
pollas Meherdates perdiese tiempo; que lo perdió. Las tropas del
joven príncipe apoyado por los romanos se perdieron por las montañas
nevadas de Armenia, cansándose en grado sumo; mientras, en Partia,
Gotarzes tenía todo el tiempo del mundo para levantar su propio
ejército.
Meherdates acabó cruzando el Tigris más o menos a la altura de
Mosul. Estaba en Adiabene, y allí el rey Izates se declaró
partidario suyo. Gotarzes no estaba lejos, en las riveras del río
Corma, y, a pesar de las dilaciones y problemas generados a la
expedición de Meherdates, estaba todavía inseguro de la relación
de fuerzas entre ambos y, por lo tanto, buscaba ganar tiempo para
allegar más tropas.
Finalmente, la estrategia de dilatar el combate le funcionó. Tanto
Agbaro como Izates acabaron cansándose de una batalla que nunca
llegaba y, consecuentemente, acabaron por llevarse a sus tropas del
teatro bélico. En ese punto, Meherdates resolvió que, si no
presentaba batalla, finalmente acabaría por no tener tropas con las
que librarla. Gotarzes, por su parte, tampoco rechazaba esta idea,
tras haber comprobado que la superioridad numérica de su oponente ya
no era tal.
La batalla que tuvieron ambas fuerzas fue como la Q1 de una carrera de Fórmula 1: no concluyente. Sin
embargo, en un determinado momento Oarrenes, un importante general de
Meherdates, que había cometido el error de internarse demasiado en
territorio enemigo persiguiendo a unas tropas en huida, se vio
atrapado por los de Gotarzes, quienes lo hicieron prisionero o tal
vez lo mataron. Este hecho terminó de desmoralizar a las tropas de
Meherdates, las cuales se disolvieron de forma espontánea. El
príncipe tuvo que huir, protegido por un tal Farraces quien, al
parecer, había trabajado para su padre; pero el tipo lo traicionó,
por lo que fue detenido, cargado de cadenas y entregado a su rival.
Gotarzes no lo mató, pero sí lo mutiló para que, acorde con las
costumbres de los partos, no pudiera ser rey.
En el momento de su victoria, sin embargo, Gotarzes estaba ya
probablemente enfermo o demasiado viejo, pues no le duró mucho
aquella alegría. Murió poco tiempo después, probablemente en el
año 51. Tácito lo hace morir en la cama de muerte natural, pero
Josefo dice que todo fue el resultado de una conspiración.
Lo sucedió un tal Vonones, de quien sabemos poco y, por lo tanto,
nos es difícil establecer qué posición ocupaba en el árbol
genealógico de los arsácidas. Entendemos, eso sí, que la relación
debía de ser un tanto floja pues, como ya he escrito, Gotarzes se
apioló a todos sus parientes masculinos; razón por la cual, para
reclutar a Vonones, los nobles partos tuvieron que ir a Media. Así
pues, es probable que Vonones fuese el primo de un sobrino del
hermano de un sobrino, o algo así. Es posible que este Vonones
reinase, de hecho, durante muy poco tiempo (lo cual sugiere que, en
su desesperación arsácida, los megistanes habían reclutado a un
desecho de tienta); pero, en todo caso, a su muerte, que
probablemente ocurrió el mismo año que ciñó la diadema, lo
sucedió su hijo, Volagases I. Yo siempre he imaginado que todo fue
una operación basada en colocar a un anciano en el trono para que
fuese rey su hijo.
De hecho, Vonones II tenía tres hijos: Volagases, Tirídates y
Peoro. Parece ser que Volagases, lejos de ser el mayor de ellos, era
el benjamín, razón por la cual tendría que haber conseguido la
renuncia de sus hermanos antes de poder ser rey. Los historiadores
consideran que esto podría estar en el fondo del hecho más
importante de su reinado, que no es otro que sus intentos de volver a
controlar Armenia, esto es, quitársela de las manos a los romanos.
Es posible que todo eso lo hiciese con la intención clara de crear
una nueva monarquía atractiva y poderosa para alguno de sus hermanos
(cosa que acabó pasando, como veremos).
La primera ocasión en la que Volagases atacó Armenia se presentó
cuando Farasmanes, rey de Iberia, tenía la necesidad de que su hijo
Radamisto se ocupase de otras cosas que no fuesen el reino georgiano.
El hermano de Farasmanes, Mitrídates, había sido colocado por los
romanos como rey de Armenia en el año 47. Ahora a Radamisto le
habían crecido pelillos en el escroto y se había vuelto un gran
cabrón, lo cual quiere decir que mostraba tendencias incluso de
deponer a su padre y reinar sobre los georgianos; por eso Farasmanes
pensó que si lo colocaba en Armenia, lo mismo el puto niño dejaba
de dar por culo. A sugerencias del padre, pues, Radamisto entró en
Armenia, encandiló a los armenios, encarceló a Mitrídates, su
mujer y sus hijos, y los ejecutó a todos.
Cuando Volagases accedió al trono de Partia, Radamisto ya estaba al
frente de Armenia, pero para cualquier observador era evidente que
había toda una corriente de opinión entre los armenios que
rechazaba a aquel rey que había llegado a serlo mediante la traición
y el asesinato y no, que diríamos hoy, por alguna vía
constitucional. Este hecho, unido al deseo del ahora rey parto de
retribuir la generosidad de su hermano Tirídates al dejarle paso al
trono, hizo que se plantease una expedición sobre Armenia con el
objetivo de colocar a Tiri al frente del país.
En el primer año de su mandato, Volagases levantó ya su primera
expedición hacia Armenia, con unos comienzos muy favorecedores, ya
que las tropas iberias que estaban en Armenia apoyando a Radamisto se
largaron de allí sin siquiera presentar batalla. Las dos grandes
ciudades de Armenia, Artaxata y Tigranocerta, abrieron sus puertas a
los partos, y aceptaron a Tirídates como rey. Pocos meses después,
sin embargo, a una sequía importante se siguió un invierno muy duro
que, al parecer, provocó una epidemia que diezmó las tropas partas
que se habían quedado en el país. Ante la imposibilidad de mantener
lo conquistado, Volagases dio la orden de volver. Radamisto regresó
entonces y, aunque los armenios le presentaron resistencia, fue capaz
de imponerse. Los partos no intentaron hacerle sombra.
Al parecer, durante los tres años que los partos dejaron Armenia en
paz se lanzaron contra Izates, quien probablemente estaba tomando una
posición demasiado independiente en Adiabene. Por razones que
obviamente no conocemos, Volagases resolvió recentralizar Adiabene y
le comunicó a Izates que debía renunciar a cierto tratamiento
especial que le había sido garantizado por Artabano III. Izates,
oliéndose que aquello no era más que el principio y que, si le
dejaba, Volagases acabaría cargándose el cupo vasco, decidió
presentar batalla para defender sus derechos. Volagases avanzó
contra él, y estaba ya dispuesto a cruzar el río Zab para arrearse
un mano de hostias cuando le llegaron mensajeros con noticias de
problemas en los territorios orientales del imperio. Una horda de
patotas escitas había caído sobre Partia Proper, la región más limpia de Partia. Así pues, el rey
volvió grupas hacia el noreste de sus territorios, donde acabó por
subyugar a los escitas. Después de haber hecho eso, probablemente,
habría avanzado otra vez sobre Abiadene; pero la natural dinámica
de los cuerpos humanos le solucionó parte del problema, pues Izates
falleció entonces. Mozobano, su hermano y sucesor, sabía bien que
buena parte de los privilegios de que disfrutaba Izates le habían
sido conferidos por servicios personales; razón por la cual él no
tenía derecho a disfrutarlos.
Libre de estas dos cargas, los abiadenos y los escitas, Volagases
pudo pensar de nuevo en Armenia en el año 54. En aquel tiempo,
Radamisto había tenido un reinado nada fácil en el país, pues
había tenido que huir varias veces; pero se las había arreglado
para seguir en el machito. Durante algún tiempo fue capaz de
resistir al embate de los partos pero, finalmente, tuvo que huir.
Tirídates fue colocado de nuevo al frente del país, y Armenia se
convirtió en un país tributario de Partia.
Obviamente, había un actor del tablero al que esto no le gustaba un
pelo: Roma, que ya se había acostumbrado a controlar Armenia y
conservarla como un activo en un teatro en el que tenía tantos
intereses a través de la provincia siria. Sin embargo, las protestas
romanas no fueron escuchadas.
Volagases sabía que Tirídates no era el mejor candidato de los
posibles. Si su hermano se había retirado de la carrera por la
corona de Partia era, fundamentalmente, porque parece que era un tipo
muy aficionado a las artes y tal, pero poco dado a guerrear. Aun así,
el rey parto lo colocó en Armenia y se limitó a enviarle a Nerón
una embajada pidiéndole disculpas muy formales.
Las cosas en Roma, sin embargo, estuvieron muy lejos de solucionarse.
Si bien puede que a Nerón el tema armenio acabase por no preocuparle
mucho, a su equipo de asesores no le gustó nada, el Senado se sintió
ultrajado y la opinión pública, algo muy parecido. Pronto, los
asesores de Nerón llegaron a la conclusión de que habría que ir a
la guerra. Así pues, Roma ordenó una importante leva en sus
territorios asiáticos, buena parte de cuyas tropas acuarteló en las
fronteras armenias. Tanto Antíoco de Comagene como Herodes Agripa II
fueron compelidos a formar tropas y permanecer en situación de
invadir Partia. Todas o casi todas las provincias romanas fronterizas
con Armenia cambiaron de gobernador. Muy particularmente Corbulo,
tenido entonces por el general más capaz del ejército romano, fue
llamado desde su cuartel en Germania y nombrado gobernador de
Capadocia y Galatia, conjuntamente con la, diríamos hoy, jefatura de
Estado Mayor de aquella guerra. Umidio, procónsul de Siria, recibió
órdenes de colaborar con Corbulo en todo lo que éste le pidiese. En
la primavera del año 55, Roma estaba más que dispuesta para
golpear.
Corbulo y Umidio, sin embargo, como buenos militares que eran, sabían
bien que siempre es mejor una paz segura que una guerra incierta. Así
pues, enviaron embajadas a Volagases para poder saber hasta qué
punto el pollo estaba duro o blando. Los embajadores, al parecer,
sugirieron al parto que un acuerdo era posible sin obligarle a
entregar formalmente Armenia. Sea por eso, por miedo o por cualquier
otra razón, Volagases recibió muy positivamente las zalamerías de
los romanos, e incluso aceptó entregar a importantes miembros de la
familia real como rehenes del acuerdo. Al mismo tiempo, retiró sus
tropas de Armenia, país que, sin embargo, no fue ocupado por los
romanos. Tirídates permaneció en el trono.
Las razones de este acuerdo son dos. Por parte romana, es posible que
pesase sobre el ánimo de Corbulo el hecho de que, no mucho tiempo
atrás, y es sobradamente conocida la capacidad de los romanos de
recordar su Historia, los ejércitos romanos ya habían estado en
aquel teatro bien pertrechados y confiados en su victoria; pero
habían terminado con la cabeza de su general cortada y llena de oro.
Los romanos tenían a Partia por enemigo extraño, difícil de
conocer e impredecible. Aquello no era lo mismo que masacrar
alamanni, y lo sabían. Además, la aparente indiferencia con l que
Nerón parece haber recibido todo el problema no ayudaba,
especialmente si las cosas se ponían feas.
Ésas eran, creo yo, las razones de los romanos. Volagases, sin
embargo, tenía las suyas propias. Y bastante más acuciantes.
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