Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
La apoteosis de Efialtes
... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Primero Samos, luego los corfiotas
¡Tora, tora, tora!... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Primero Samos, luego los corfiotas
Pericles, el demagogo
En el año 431, por lo tanto, una masa informe de atenienses de
campo, acompañados por lo principal de sus enseres, sus animales y
sus pertenencias en general, se abigarró en el espacio existente
entre las murallas de la ciudad y el puerto del Pireo, así como
dentro de los templos. Este gesto es uno más de los que viene a
demostrar que la estrategia bélica es, realmente, una disciplina muy
difícil de dominar y que, por lo general, un buen estratega apenas puede
aspirar a controlar la mitad de las variables que se mueven en las
acciones que diseña. La masificación de atenienses en la ciudad, en
unas condiciones de salubridad inexistentes, habría de abrirle un
nuevo frente a Pericles: aquél que lo enfrentaba a virus, bacterias
y microbios. Se generó una gravísima epidemia que, muy
probablemente, mató a muchas más personas que los ejércitos
lacedemonios.
Esto, sin embargo,
no ocurrió en el corto plazo. Puesto que los espartanos también
tenían que encontrar hamburguesas para tanto soldado y eso no era
fácil, en realidad estuvieron tan sólo unas semanas en el Ática,
momento en el que regresaron a su stronghold, por lo que los
refugiados pudieron regresar a sus campos devastados. En términos
generales, durante aquella campaña las fuerzas atenienses apenas
habían sido capaces de garantizar una estrecha franja de seguridad
en el exterior de las murallas de la ciudad; el resto del Ática
había quedado allí para que los espartanos hiciesen con ella lo que
les apeteciese.
Desmintiendo las
lecciones que presuntamente había aprendido ya, Pericles y el mando
ateniense se siguió empeñando en mantener varios frentes a la vez,
ya que no por haberse producido la invasión espartana cedieron las
operaciones ofensivas atenienses en el norte. El sitio de Potidea
continuó. Asimismo, usando la flota, Atenas atacó a diversas
poblaciones implicadas en el conflicto con Esparta: atacó las costas
del Peloponeso, Locris, Eubea, la isla de los egitanos (que colonizó)
y, finalmente, Megara.
A pesar de los
problemas afrontados, Atenas sacó de aquella primera campaña una
impresión bastante positiva. Sus bajas habían sido relativamente
pocas; los daños causados en los campos se podían revertir; la
polis seguía teniendo la superioridad naval y presupuestaria de la
guerra; en realidad, por resumir, la situación era tal que los
atenienses asumieron que los espartanos decidirían no volver al
Ática, o por lo menos no hacerlo cada año, con lo que Atenas
tendría margen de maniobra suficiente como para enfrentarlos. Para
ser exactos, en términos estratégicos los generales atenienses
parecen haber llegado a la conclusión de que tenían plena capacidad
de mantener sus posesiones sin necesidad de tener que aceptar una
batalla con los hoplitas a campo abierto. Incapaz de imponerle
pérdidas al enemigo, pensaban los atenienses, Esparta se vería
crecientemente abandonada por sus aliados.
Sabemos que, pasada
la invasión espartana, éste era, más o menos, el sentir de los
atenienses, porque aquel año votaron a Pericles para que asumiese la
oración fúnebre anual en nombre de los soldados muertos en las
guerras. Tucídides reproduce (o se inventa) en su obra dicho
discurso, que siempre ha sido considerado como una de las piezas más
valiosas de la cultura griega clásica. También es el discurso que
ha alimentado a tantos y tantos expertos, profesores y lectores de
Historia fascinados por Atenas, y es así porque en él, o bien
Tucídides o bien Pericles (porque este matiz no está nada claro, ni
creo yo que lo esté ya nunca) decide conscientemente defender la
idoneidad de la guerra contra los espartanos, que ha costado las
vidas que el orador está glosando y homenajeando, no tanto en el
argumento habitual de “son unos cabrones que nos han hecho esto y
aquéllo”, sino en el argumento de que Atenas, y los atenienses,
son una civilización superior. En este caso, si queréis saber mi
interpretación personal, yo considero que este discurso fúnebre
tiene más de Pericles que de Tucídides. Para decidir eso me baso en
el hecho de que su estrategia básica retórica, que os acabo de
describir, es una consecuencia lógica de los hechos. A Pericles le
resultaba difícil argumentar en sus palabras que los espartanos
tenían la culpa de la guerra, pues él sabía bien que la guerra era
algo que se podía haber evitado negociando, y negociando no en gran
menoscabo para Atenas. Que él habia querido la guerra y,
además, los atenienses lo sabían (como atestiguan cosas como los
textos de Aristófanes). Al buen general caracono, pues, no le
quedaba otra que tirar de nacionalismo: somos los mejores, y teníamos
que hacer que se enterasen, coño.
En ese contexto
Pericles, que ha pasado a la Historia y, sobre todo, sobrevuela las
aulas de España y el mundo convertido en una especie de Capitán
Atenas de la demokratia, elaboró, la verdad, un discurso un
tanto, ejem, fascistoide. El fascismo, entre las variadas cosas que
es, es un nacionalismo muy exacerbado que, en su exacerbación,
coloca al individuo por debajo de la nación, propugnando que ningún
interés individual es defendible si no es compatible con los de la
nación. Y esto, más o menos, es lo que Peri le dijo a los
atenienses: Atenas es una realidad superior que obliga a sus
ciudadanos a amarla, a sacrificarse por ella y, si llega el
momento, a morir por ella.
Para apuntalar este
discurso, la verdad, Pericles hizo otra cosa a la que los políticos
modernos están muy acostumbrados: hablar de una realidad falsa. Para
desgracia de tanto hooligan, la verdad es que no es muy
probable que la Atenas que describe Pericles en su oración fuese la
real. Casi como si supiera que en aquellas palabras se estaba jugando
ser admirado por los ciudadanos del futuro, Pericles se chuleó
delante de los atenienses de que en Atenas cualquier ciudadano vivía
como quería, haciendo, diciendo y pensando lo que quería, sin poder
ser por ello molestado por sus congéneres; un concepto con el que
personitas como Sócrates tal vez no estarían tan de acuerdo.
También dice Pericles en su oración que el ascenso político en
Atenas se basaba meramente en el mérito, afirmación que es una
mentira tan burda que, la verdad, yo siempre he pensado que ni se
atrevió a pronunciarla y que es una interpolación tucididiana. El
propio Pericles, pero desde luego todo el resto del gotha
gubernativo de su tiempo, es una buena demostración de que, en
aquella Atenas, sólo medraban en política los muy pijos, los
Grandes de Grecia.
Asimismo, las
afirmaciones en el discurso sobre la natural tendencia de los
atenienses a la mesura en el consumo de lujos y su poco gusto por lo
ostentoso se compadece mal con detallitos como que la ciudad se
hubiese gastado una pasta en una estatua de Atenea hecha de marfil y
oro. Claramente, al menos para mí, Pericles, o tal vez Tucídides,
introdujo estas apreciaciones en la oración para “acercar” a los
atenienses a la radical austeridad de sus enemigos los espartanos.
Otro aspecto del
nacionalismo de la peor ralea utilizado por Pericles/Tucídides es su
afirmación de que Atenas había combatido en solitario contra
Esparta. En fin, en lo tocante al combate en tierra era cierto, pues
prácticamente toda la infantería ateniense era de la ciudad-Estado;
aunque también es cierto que este tipo de enfrentamiento bélico era
el que los atenienses siempre estaban evitando. Lo que le molaba a
Atenas eran los enfrentamientos navales, esto es, usar sus barcos, la
mayoría de ellos movidos por remeros asalariados que no eran
atenienses, por no mencionar el leve detalle de que los barcos
los había pagado la Liga de Delos, esto es, habían sido financiados
con mucha más pasta que la de la propia Atenas. En realidad, y con
la única excepción de la acción contra Megara, ninguna de
las grandes operaciones militares llevadas a cabo por los atenienses
se había realizado en solitario. La mentira, sin embargo, era
necesaria en el marco de la imagen que Pericles quiso crear en la
mente de sus oyentes: una Esparta que fue a por Atenas con todo lo
gordo (lo cual no es cierto), y que fue parada en seco (lo cual
tampoco es cierto) por una Atenas que ni siquiera hizo uso de todos
sus efectivos (lo cual tampoco es cierto).
En suma, la oración
fúnebre de Pericles, y lo siento mucho por lo que voy a decir, desde
muchos puntos de vista no es Historia. En realidad, es una de
dos cosas, o las dos a la vez: o bien es la instrumentación de unos
recuerdos de parte, de una determinada visión pro-pericleana
que es la que sostiene Tucídides, un tipo que quiere creer en la
existencia de una Atenas que nunca existió como él la pinta; o bien
es la expresión más o menos fiel de la visión de un político no
exento de demagogia que elabora su discurso bajo la presión de no
haber perdido, pero tampoco haber ganado, la guerra en la cual él
ha embarcado a sus conciudadanos, pues obvio es que él la quiso
igual que la pudo evitar. Muchos de los atenienses a los que habló
Pericles en aquella oración fúnebre habían ellos mismos o sus
parientes perdido todo lo que tenían en el Ática, destrozado por
las antorchas lacedemonias. Algo les tenía que dar para que
considerasen aquello por bien empleado, y lo que les dio fue un sueño
imperial de superior entidad al que, les dijo, tenían que plegarse
porque lo verdaderamente importante no eran sus vidas ni su bienestar
sino la grandeza de Atenas. Para poder defender este principio,
Pericles tuvo que inventarse una Atenas de cartón piedra, una
ciudad-concepto hecha de retales de orgullo, Historia (mítica) y
cuarto y mitad de datos. Atenas no es aquí la protagonista, sino la
materia prima; y nos es mostrada detrás de un velo tan denso que
casi es opaco. Yo ya lo siento por todos los que creen totalmente
probado que Atenas era una democracia en la que la gente se besaba
por la calle y cantaba Amigos para siempre means you'll always be
my friend, no naino naino naino naino naino naaaaa en dorio
culto; pero es lo que hay.
Hay un factor, en
todo caso, que es fundamental para entender la oración fúnebre del
431, y es la plaga o epidemia que se había declarado en la ciudad en
la primavera del año anterior, como consecuencia de la concentración
de refugiados por todas partes, y que había causado una gran
mortandad. Como no podía ser de otra forma en Atenas, la plaga había
sido muy democrática y había afectado a todo dios; Pericles, de
hecho, perdió en ella a sus dos hermanos mayores, Xántipo junior
y Paralo. Pericles, cuando pronunció la oración fúnebre,
estaba plenamente decidido a animar a los atenienses a continuar la
guerra, tal vez porque ya tenía informaciones que le decían que,
contra lo calculado inicialmente, los peloponésicos tenían la
intención de volver al Ática por segundo año consecutivo. Por eso
le tuvo que vender todos esos caramelos de menta a su audiencia.
Y, efectivamente,
cuando llegó el buen tiempo, los lacedemonios salieron de su
península, y Atenas recomenzó sus raids apoyados en la
flota. Esto significa que, por segundo año, los propietarios rurales
áticos vieron como sus campos y sus animales eran masacrados. Una
segunda vez comenzó a alimentar eso que los teóricos llaman
cansancio de guerra, esto es el sentimiento por el cual la
sociedad que sostiene un enfrenamiento bélico comienza a preguntarse
si verdaderamente merece la pena. Un sentimiento que, como sabréis
los que jugáis a menudo a juegos de estrategia, crece más, y más
rápidamente, cuando el régimen político es una democracia. Por
eso, es una recomendación, no es buena idea tirarse en plancha hacia
los sistemas democráticos en esos juegos.
Aparentemente, pues
en Historia Antigua todo es aparente, las cosas llegaron a estar tan
jodidas para Pericles que ni siquiera fue capaz de impedir que los
atenienses, o por lo menos algunos atenienses, patrocinasen el
envío de una embajada negociadora a Esparta. Eso sí, los espartanos
les dijeron que se cogieran el AVE de vuelta antes de que les dieran
dos hostias. En ese momento, muy probablemente, los lacedemonios
consideraban que estaban en una posición muy parecida a la de los
atenienses cuando se produjo el terremoto en el Peloponeso. La
epidemia de Atenas se había extendido por todo el Ática; incluso
las tropas que cercaban Potidea estaban enfermas.
Fue en estas
circunstancias cuando Pericles pronunció el tercero, y último, de
los discursos que nos refiere su propagandista Tucídides. Es
un discurso del que se pueden decir muchas cosas; pero no, desde
luego, que sea un discurso cobarde. El general caracono, situado en
medio de una situación desesperada con dos frentes: el sanitario, y
el bélico, no hace ningún esfuerzo por aliviarse a los atenienses
las cargas que todo esto supone. En ese sentido, es un discurso un
poco en plan blood, toil, sweat and tears.
Comienza Pericles
por afirmar “yo no estaba preparado para la indignación de la que
he sido objeto”, afirmación de la que cabe imaginar que, tal vez,
los atenienses, encabronados, lo habían escrachado o algo. Sigue
diciendo que ha convocado una asamblea (dato importante) para poner
algunos puntos sobre las íes y explicarle a los atenienses que están
“irritados conmigo sin razón”.
Continúa
argumentando: “soy de la opinión de que la grandeza de la nación
es lo más ventajoso para los ciudadanos privados, que cualquier
bienestar individual producido en el marco de una humillación
nacional”.
Absolutamente
sobrado, este Pericles campeón de la democracia que, sin embargo,
parece ser incapaz de ver a sus ciudadanos uno a uno y sólo los
concibe como pueblo, tiene los santos huevos (o los tiene Tucídides,
que la verdad sería más fácil) de decir cosas como (cursivas
mías): “sin duda, es la obligación de todo el mundo
defender al Estado, y no, como hacéis vosotros, preocuparse por
los sufrimientos particulares hasta el punto de abandonar todo
pensamiento sobre la seguridad común, y acusarme a mí de haber
apoyado la guerra y a vosotros por haberla votado". En otras
palabras: Atenas no guerrea por vosotros sino que vosotros guerreáis
por Atenas, nenazas; aquí no se queja ni dios hasta que dios lo
diga; y de qué me tocáis los huevos, esto es una democracia y todo
lo que está pasando vosotros lo aprobasteis.
Apuntalando este
tono acusador, Pericles le dice a la asamblea de atenienses: “el
error aparente de mi estrategia no es otro que la endeblez de vuestra
resolución”. Acto seguido, les pone la zanahoria, inventando con
ello otro gran recurso del político moderno: el discurso tipo “esto
ahora escuece, pero ya verás cómo a la larga te gusta”. Así,
Pericles, sin negar cercanos reveses que los atenienses han sufrido,
le dice a sus conciudadanos que las ventajas de todo esto “son
todavía remotas y oscuras para todos”. O sea: en el futuro, esto
será la hostia; pero, por el momento, lo que toca, querido votante,
es vomitar sangre entre estertores de dolor, cascarla en cualquier
batalla naval, y pasar hambre, mucha hambre. Eso sí, les dice que
“siendo como sois ciudadanos de un gran Estado, habiendo sido
educados, como lo habéis sido, con hábitos parangonables a vuestro
nacimiento, deberíais estar dispuestos a enfrentar los peores
desastres”. O sea: que no te quejes, nenaza de mierda. ¿Qué
somos: leones, o huevones?
De nuevo, debo
decir que yo, personalmente, considero que la mayoría del tercer
discurso de Pericles salió más bien de la cabeza, ni siquiera de
los recuerdos, de Tucídides. Creo que, desde un punto de vista
sicológico, es imposible darle tanta caña a una masa que ha visto
morir a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos, como consecuencia de
una guerra que, no me cansaré de repetirlo, se podía haber
evitado; y que esa masa no acabe tirándote al agua por el Pireo.
O sea: de Temístocles había sospechas sin pruebas y lo
exiliaron, y resulta que Pericles, con la ciudad petada de hogueras
en cada esquina donde arden decenas de cadáveres, ¿encima se pone
gallito, les dice que son unos flojos por no aguantar la presión,
que hay que seguir la guerra, y encima le aplauden?
No me lo trago, la
verdad.
No se, yo tiendo a fiarme de Tucídides en lo que respecta a los hechos (las interpretaciones son otra cosa, no hay más que ver cuando habla de Cleón) No es solo que hablase de acontecimientos recientes (y que hubiera sido testigo de muchos de ellos) sino que, además había más testigos vivos que podían replicarle y me parece mucho riesgo ponerse a inventarse cosas, sobretodo por parte de un tío que miraba por encima del hombro a todos sus predecesores (Heródoto, incluido)
ResponderBorrarPor menos que eso, Aristófanes te crucificaba en una de sus comedias.
Por cierto, lo mismo que Tucídides me parece más de fiar que Heródoto, también diría que se me hace un poco tostón. Me parece mucho más entretenido el segundo.
BorrarEntiendo lo que dices, pero Tucídides, cuando escribe su Historia, ya no reside en Atenas (estaba en la Magna Grecia); y, por otra parte, en su tiempo la historiografía encomiástica y hagiográfica era lo normal.
BorrarNo, si las intenciones de Tucídides son evidentes, pero, mientras que no tengamos una fuente o evidencia similar que los contradiga, creo que es mejor aceptar los hechos que cuenta. Además, un orador potente como Pericles (Y, por su carrera podemos sospechar que era uno de esos que te sodomiza en menos de un minuto, pagas la cama y le das las gracias) bien pudo habérsela jugado con un discurso así confiando en que su popularidad y sus apoyos serían suficientes para salirse con la suya (Y, además, tal y como se cuenta en la siguiente entrega, probablemente le salió regular, por más que Tucídides lo omita)
Borrar¿Pero no fué en plena crisis cuando se puso de moda lo de echar la culpa al vulgo por "haber vivido por encima de sus posibilidades"?
ResponderBorrarYo sí me creo a Pericles culpando a todos menos a él mismo y que la gente tragase. Era un político democrático a fin de cuentas.
Saludos