Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
A partir de junio de 1953, con la renuncia a la guerra de Corea ya en la buchaca, Mao pudo disfrutar de las noventa fábricas que los sucesores de Stalin le habían prometido; lo cual quiere decir que pudo comenzar a pensar en su proyecto de convertirse en un complejo militar-industrial como la propia URSS. Para ello, el líder chino repitió la jugada de su maestro unos treinta años antes con el primer Plan Quinquenal: un plan para industrializar China, todo lo más, en quince años; plan para el cual todo lo demás sería subordinado al objetivo principal. Es importante entender que a Mao, al revés que a personajes como Pedro Sánchez, la posteridad le importaba un huevo. A él, si los chinos iban a conservar un retrato suyo en Tiananmen o arrastrarlo por los albañales, se le daba una higa. Como veremos en estas notas, su lucha final con Deng Xiao Ping lo que por su seguridad personal; porque Mao veía al naciente líder comunista capaz de clavarle un estilete en la tráquea y luego sentarse encima; el futuro del maoísmo tuvo muy poco que ver. De hecho, cuando Mao visitó la momia de Lenin en Moscú, el único comentario que se le ocurrió fue preguntarse en qué medida toda aquella parafernalia le había beneficiado al propio Lenin. Lo suyo era la apoteosis en vida. Mao se miraba mucho en Confucio, a quien la tradición otorga una edad a su muerte de 73 años. Echaba cuentas, y le salía que, corriendo a buen ritmo, le llegaba para ser el dueño militar del mundo antes de morir. Y eso es lo que quería. Lo de labrar la grandeza de China no era su objetivo.
Como consecuencia de todo lo dicho, la República Popular de
China venía a invertir algo menos del 10% de sus recursos en educación, salud y
bienestar, todo junto (para que nos entendamos: para hacer esto en España, hoy, los presupuestos sanitarios tendrían que ser recortados, a ojímetro, entre un 50% y un 60%). A Mao, claramente, tampoco lo motivaban nada los
objetivos finales del comunismo, todo eso del bienestar del obrero y todas esas
pamemas que, como son resultado del pensamiento religioso, se parecen tanto a
las chorradas que perpetran los Papas cada domingo. Pero esto no nos ha de
extrañar, porque, las cosas como son, es un error ver a Mao como un comunista,
ideológicamente hablando. Para Mao, el comunismo era un instrumento para el
maoísmo, no al revés.
La apuesta de China por la industrialización tuvo una
consecuencia inmediata, que fue la pobreza en el campo. Esto es así porque
nadie, nunca, ha aplicado mejor que los comunistas esa frase gallega que dice: amiguiños,
sí; pero cada vaquiña, por lo que vale. Dicho de otra forma: la URSS no le regaló
a Mao las fábricas. Las fábricas, como cualquier otro tipo de ayuda, fueron
adecuadamente cobradas; ello a pesar de que lo que el PCC le contaba a Juan Chino era que la ayuda soviética era gratis
et amore. La ayuda soviética, muy lejos de ello, era una importación, en
casos muy cara; y aquí es donde está el merdé, porque habitualmente todo lo que
tenía China para pagar era, o bien comida, o bien las divisas conseguidas tras
exportar dicha comida.
China era una economía primaria. Exportaba arroz, soja,
productos vegetales, porcinos, té, ese tipo de cosas. El cerdo es tradicionalmente tan importante en China que el carácter pinyin que significa "casa" es un techo debajo del cual hay un cerdo. La opción era clara: toda esa producción, o se lo comían y bebían los chinos, o se vendía en el exterior. Mao
se decidió por lo segundo, para así poder financiar su proyecto industrial.
Consciente de los problemas de orden público que podía
generar una política de empobrecimiento generalizado de las mesas chinas, el
Estado rojo se preocupó de distribuir la producción interior de manera que las
ciudades estuviesen razonablemente servidas. El campo, sin embargo, era otra
historia. Las zonas rurales, mucho más dispersas y que, por lo tanto, podían
rebelarse con más dificultad, fueron desposeídas de lo que producían, para así
poder generar divisas suficientes. Este estatus, además, se convirtió en una
prisión, ya que el régimen prohibió a las personas censadas en zonas rurales su
traslado a las ciudades. Ni siquiera podían emigrar a otra aldea, salvo que
tuviesen un permiso especial.
El campesino chino, por lo tanto, fue compelido a producir
para la exportación; y a hacerlo sin ayuda del Estado. En 1957, Chou En Lai lo
dejó claro cuando, en una reunión relativa a los recursos presupuestarios,
sentenció: “Nada para la agricultura”.
Lo curioso del tema era que, al mismo tiempo que exportaba,
China también regalaba comida. En estos años, los envíos de comida a países
comunistas; comida que nunca fue reembolsada, fueron bastante comunes. No sólo
a países que estaban en necesidad objetiva, como Corea del Norte o Viet Nam;
también a países comunistas europeos, en mucha mejor situación que China. Este
comportamiento se debía al hecho de que, tras la muerte de Stalin, Mao había
decidido hacer las oposiciones a líder comunista mundial, y estaba captando
votos. La RDA eliminó en 1958 el racionamiento de comida. Si lo pudo hacer, fue
gracias a los enormes envíos que le llegaban desde China, donde muchos de los
agricultores que habían plantado aquel arroz estaban muriendo de hambre. En
1973, la RPC alcanzaría un lugar preeminente en el mundo; un lugar que, seguro,
haría salivar a tanto sacerdote de la solidaridad ejercida por otros, puesto
que llegó a un brutal 7% del PIB gastado en ayuda exterior. Eso sí, detrás de
ese porcentaje hay, literalmente, millones de ciudadanos muertos en sucesivas
hambrunas. Pero esto, claro, normalmente los cejudos no lo recuerdan. De hecho,
ni siquiera lo saben.
El campesino chino era uno de los campesinos más pobres de
la Tierra. Y Mao lo sabía perfectamente, porque había vivido entre ellos. Sin
embargo, no parece que le importara mucho. Lo que hizo el Presidente fue
declarar buena parte de las estadísticas económicas y sociales como secreto de
Estado, puesto que ojos que no ven, blablablá. Sin embargo, se encontró con un
problema inesperado: Lui Shao Chi.
Entendámonos. Liu Shao Chi era un comunista de libro. No
sólo era un comunista de libro, sino que también era un maoísta convencido.
Compartía el objetivo de que China se convirtiese en una potencia industrial y
militar. Su diferencia era el calendario. El 5 de julio de 1951, en un pequeño
acto, dijo: “No podemos desarrollar primero la industria pesada, porque ello
consume una cantidad enorme de dinero, sin retorno; y la única forma de
incrementar ese dinero es hundir a nuestro pueblo en la pobreza”. Liu, por lo
tanto, era un poco de la idea que sería, años después, Alexei Kosigin en la
URSS: antes de abordar el desarrollo, es necesario elevar el nivel de vida de
la gente.
Sobre el papel, Liu Shao Chi era la mejor mano del rey con
la que podía soñar alguien como Mao: era un excelente organizador, tan marxista
como el que más, y sin ambiciones de poder. Mao y Liu, por lo demás, compartían
puntos de vista y definiciones ideológicas. Sin embargo, desde el momento en
que las ideas del comunismo chino dejaron de ser pajillas de sábado por la
tarde porque llegaron al poder, Mao y Liu comenzaron a distanciarse. Como os
acabo de decir, Liu no dejaba de ser un subnormal que se creía que el comunismo
está ahí para mejorar la vida de la gente. Mao, por su parte, también os lo he
dicho, tenía un mero concepto instrumental del marxismo como algo que le servía
para conseguir sus objetivos de poder mundial.
En vida de Stalin, Mao se preocupó de no chapotear mucho en
las diferencias con Liu, consciente de que el jefe del comunismo soviético lo
valoraba mucho y consiguientemente lo podía utilizar como alternativa. Sin
embargo, en cuanto Stalin murió, se sintió liberado.
Nada más producirse el deceso del gran líder, Mao comenzó a
fibrilar por aquí y por allá la idea de que podría cesar a Liu. Cuando Stalin
murió, por lo demás, Liu estaba ingresado en un hospital, donde le habían
quitado el apéndice. Mao lo mantuvo allí, aislado y sin conocer las noticias
sobre la muerte de Stalin. Cuando se produjo el memorial funerario en
Tiananmen, Liu no estuvo presente.
En mayo de 1953, Mao le envió un mensaje cortante a Liu, en
el que le informaba de que todos los documentos oficiales debían de pasar por
su visto bueno, y terminaba con un categórico: “ten cuidado”. Fue la señal de
que iba a por él.
El 15 de junio, en la reunión del Politburo chino en la que
Mao iba a proyectar el PowerPoint de su plan de industrialización, el
Presidente se descolgó con acusaciones de “derechismo” en la persona de su
número dos, aunque no lo citó. Previamente, Mao había hecho cambios entre los
guardaespaldas de Liu para prevenir cualquier movimiento por su parte, enviando
fuera de Pekín a los guardias que le eran más fieles.
En los meses subsiguientes, Mao fue eligiendo audiencias
cada vez más nutridas para denunciar a Liu y a sus protegidos, como el ministro
de Finanzas Bo Yi Bo, quien no había hecho otra cosa que diseñar un sistema de
impuestos básicamente confiscatorio como Mao quería; lo cual es una buena
demostración de que, en política, no hay frase más cierta que esa que dice que
Roma no paga traidores. Las afirmaciones de que Liu y los suyos tenían pasados
más que cuestionables comenzaron a ser cada vez más frecuentes.
A pesar de que estuvo así prácticamente un año, el 24 de
diciembre de 1953 todavía Mao le anuncio al Politburo que se iba a ir unos días
de vacaciones, durante los cuales Liu Shao Chi lo sustituiría; es decir,
todavía le reconoció el estatus de número dos. Sin embargo, todo era una
jugada. Lo que Mao quería era enseñarle a Liu que lo había tenido al borde del
precipicio, y que si no le había dado el último empujón era, literalmente,
porque no le había salido de los cojones. Liu entendió el mensaje y se embarcó
en una larga y amarga confesión y arrepentimiento de sus pasados pecados, que
duró tres días con sus noches.
Todo el mundo, por lo demás, y Liu está incluido, sabía bien
que Mao tenía en mente una persona para sustituir a Liu; se trataba de Gao
Gang, el jefe comunista en Manchuria. Gao era un comunista king size;
uno de esos tipos que no pensaban más allá de segundo y medio las cosas que
decían porque, al fin y al cabo, alguien se las estaba dictando. Perrunamente
obediente de todas y cada una de las instrucciones de su jefe, desde el momento
en que se le insinuó que podía ser El Elegido para sustituir a Liu, se convirtió
en una pieza fundamental de la cacería de dicho dirigente; en el perro más
diligente de la manada, siempre repitiendo mantras, siempre alabando al Amado
Líder. Un podemita blue ribbon, vaya.
La respuesta de Mao a tanta pleitesía tipo López Vázquez (un
amigo, un esclavo, un servidor) fue enviar a Gao a mamar marxismo: lo purgó
a causa de sus presuntas faltas, y rehabilitó a Liu Shao Chi. Gao había
cometido un error de primero de marxista feliz: no sólo había comandado el
amurque contra Liu Shao Chi, sino que lo había ido contando por ahí,
pavoneándose para que a todo el mundo le quedase claro de quién era la mano que
mecía la guillotina. Esto a Mao le vino de perlas, porque lo sacó del foco de las
medidas contra el número 2 del Partido. Consecuentemente, hizo construir una
acusación contra Gao, culpable de haber complotado para partir en dos el
Partido.
La purga de Gao Gang, además de hundirle en el pozo de la
Historia hasta el punto de que yo, cuando menos, no conozco ni un comunista, ni
mucho ni poco cultivado, que sepa quién fue, tuvo además otro efecto que Mao,
sin duda, iba buscando. Yo no sé si os habéis fijado, pero en esos restaurantes
de marisco en los que hay un gran acuario lleno de langostas, cada vez que el
camarero mete la mano y se lleva una para la cocina, las demás se quedan
quietas como estatuas. Es como si supieran para qué están ahí, y se acojonaran
cada vez que una se va. Pues lo mismo iba buscando Mao. Como ya sabéis, en el
Partido había habido grandes purgas internas; pero eso había sido antes de
tomar el poder. Muchos comunistas chinorris consideraban que aquellas purgas
eran necesarias en el marco de un Partido que no había prevalecido en el país;
pero, consecuentemente, consideraban eso como cosas del pasado, que ya no
tenían por qué regresar. Gao Gang fue como el primer José Luis Ábalos (o, si lo
preferís, Pablo Casado) del comunismo chino que fue para el maco; y eso le
enseñó a todos los demás dirigentes del licor de arroz y las meretrices por el
bien del marxismo que no estaban a salvo. Eso quería Mao: un país, y un
Partido, de gentes acojonadas que, del rey abajo, cada crepúsculo tuviesen
claro que le debían a él poder haber vivido aquel día.
Pero, ¿por qué cayó Gao Gang? Esta pregunta difícilmente os
la contestarán vuestras fuentes comunistas porque, por lo general, como digo
suelen incluso desconocer quién fue. La razón fundamental fue no sólo que fuese
un bocachancla, sino con quién lo fue.
Gao Gang, como os he dicho, era el primer comunista de
Manchuria. Manchuria estaba pegando a la URSS y era, de lejos, la porción de
China que más le interesaba a los soviéticos. Y, dentro de todo lo que les
interesaba de Manchuria, lo que más eran las conexiones ferroviarias; y era por
eso que, como ya os he contado, cuando Stalin envió a Anastas Mikoyan a
masajear el pene de Mao, se llevó consigo a Iván Kovalev, que sabía de trenes
más que Sheldon Cooper. Kovalev, en consecuencia, se quedó en Manchuria de enlace
soviético en la zona; y, en su condición de tal, comenzó a compartir pato
laqueado con Gao con mucha asiduidad. Y era a Kovalev a quien Gao le había
estado contando que si se iba a follar a Liu Shao por delante y por detrás, y
luego lo iba a sustituir. Aparentemente, además, Gao parece que se acabó
creyendo las propias mierdas que estaba construyendo a base de mentiras y mucho
chinofare, en el sentido de que el Politburo estaba dividido entre
prosoviéticos y proamericanos, y que Liu era la cabeza pensando de la segunda
de estas tendencias. Tan pronto como 1949, cuando Mao estuvo en Moscú, Stalin,
quien como ya hemos visto utilizó esa visita para bajarle un poco los humos al
chino, le dio un informe de Kovalev en el que éste relataba las bocachancladas
de Gao. En el informe (que, esta vez, tiene visos de ser bastante cierto)
Kovalev relataba que Gao, en su presencia, había cargado contra Liu, al que
consideraba pro burgués; pero también contra Chou En Lai. Iván Vasilievitch
Arkhipov, entonces un asesor económico soviético en China, cuando fue
preguntado por estos temas por los historiadores Jung Chang y Jon Halliday, les
respondió al modo de Patxi López, con un enigmático, “¿Por qué quieren saber
tantas cosas de Gao Gang?”
Gao Gang venía siendo considerado por diversos oficiales
occidentales, de tiempo atrás, como el comunista chino más bocachancla de
todos. Y a Mao el personaje le vino de puta madre para acojonar a todos los
miembros del Partido y, al tiempo, dejar claro que allí, quien hablaba con
Moscú, era él.
Pues con esa nueva presentación o carátula ha perdido mucha credibilidad, ¡hombre!
ResponderBorrarLizardo Sánchez, Córdoba, Argentina.