Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
Once días después de aquella entrevista, el 30 de enero, Stalin le envió un telegrama a Shtykov en el que le encargaba darle a Kim Il Sung el recado de que la URSS estaba dispuesta a ayudarle en lo de Corea. Así pues, lo históricamente adecuado es decir que Stalin no inició la guerra de Corea; en realidad, ni siquiera la quería. Si fue a ella fue porque se percató de que Mao iba a participar en ella sí o sí, y temía las consecuencias para su posición en el mundo comunista si el tema le salía bien (que, como sabemos, no le salió bien a la primera, sino a la segunda, en Viet Nam). Dos meses después, Kim estuvo en Moscú, y allí Stalin le habló de giros dramáticos en los acontecimientos geopolíticos que ahora permitían una ofensiva que antes había sido caca. Eso sí, el zorro soviético puso como condición sine qua non que Mao no se jiñase y se implicase de hoz y coz en la movida. Según acabaría contando el líder comunista español Santiago Carrillo, de hecho, Kim Il Sung iba por ahí diciendo (entre otros, a Santi) que, de no ser por Mao, en Corea no se habría movido ni un afilaminas.
Stalin no estaba interesado en
una Corea completamente comunista. De hecho, yo creo que es posible que tuviese
claro que tal cosa no iba a pasar, entre otras cosas porque ahora Estados
Unidos mecía la cuna japonesa, y a Japón nunca le ha interesado una Corea
unificada, ni de un lado ni del otro; salvo, claro, que lo fuese bajo su
protectorado. A Stalin lo que le interesaba era enfangar a Washington en una
larga y costosa guerra de desgaste en la que él no participase. Stalin tenía
planes para penetrar de manera más o menos subrepticia en países como Alemania,
Francia o Italia, sobre todo en los dos últimos donde el comunismo era oficial
y ampliamente votado. Y tenía perspectivas de largo plazo con Portugal y
España, pues él también creía, como creían muchos a principios de los
cincuenta, que Franco y Oliveira no aguantarían las presiones y el tirón de
quienes querían democracias liberales en toda Europa occidental o, cuando
menos, monarquías constitucionales. Por ello, los estrategas del Kremlin
consideraban que el ámbito de crecimiento de la URSS a medio plazo no era Asia
(donde efectivamente acabaron creciendo), sino Europa (donde una cosa llamada
Comunidad Económica Europea les frenó en seco a base de llenar los hogares de
hornos pirolíticos, lavadoras automáticas y vacaciones pagadas). Lo que quería
Stalin era un entorno en el que, si tenía que soltar alguna que otra hostia en
su occidente, ello pillase a los EEUU enfangados en oriente.
Por parte de Mao, la jugada
estaba clara: estaba dispuesto a ser el bully del patio asiático; pero
Stalin debía reaccionar a la oferta armándolo comme il faut, sobre todo
construyéndole una Marina y un Ejército del Aire de los que básicamente
carecía. A cambio, como digo, ofrecía una sobrada capacidad humana que
consideraba invencible. El 19 de agosto de 1950, le contó al emisario de
Stalin, el filósofo Pavel Fiororovitch Yudin, que los estadounidenses podían
emplazar en Corea entre 30 y 40 divisiones; pero, dijo, él podía “arrasarlos”.
Mao, por lo demás, entendía a la perfección para qué quería Stalin una guerra
en Corea, y por eso, el 1 de marzo de 1951, se ofreció para “pasar los próximos
años consumiendo cientos de miles de vidas americanas en Corea”. Y, de todas
formas, era algo más que evidente. Jean de Lattre de Tassigny, comandante
general que fue de las tropas francesas en Indochina, dijo una vez: “los rusos
están optando por 1.000 millones de seres humanos, asiáticos, para que sean una
especie de ganado humano que puedan usar para luchar en occidente”. Y eso que
los representantes franceses en su vieja colonia asiática, como espero
demostrar en la serie específica sobre la descolonización del Viet Nam de
posguerra, no es que fueran, precisamente, cráneos previlegiados.
Kim Il Sung efectivamente invadió
el sur de la península el 25 de junio de 1950. Inmediatamente, la Casa Blanca
impulsó una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en ayuda
de los coreanos meridionales. Yakov Alexandrovitch Malik, el representante
soviético ante las Naciones Unidas, había estado semanas boicoteando
iniciativas parecidas. Sin embargo, para sorpresa de todos, cuando llegó la
votación de ésta, no se presentó para vetarla. Se había quedado en casa
haciendo pancakes porque Stalin así se lo había ordenado. Este gesto de la URSS
ha sorprendido a dos o tres generaciones de licenciados en Historia cuando, la
verdad, es, como diría Jardiel, más claro que el caldo de un asilo: Stalin
quería la guerra, porque sin la guerra no tendría a EEUU enmerdado en Asia como
deseaba. Tampoco es tan difícil de entender. Pero, claro, tantos años de pasar
la Historia del mundo por los engranajes del materialismo dialéctico tiene la
consecuencia de crear esa subclase de personas que ostentan con orgullo el
remoquete de “historiador”, y luego escriben unas gilipolleces de la hostia
sobre el pasado (las que escriben sobre el presente suelen ser, ya, basura
galáctica).
Ahora, Stalin se enfrentaba a su
mayor reto en términos intracomunistas. Mao y los chinos eran los que iban a
aportar la carne de cañón para ayudar a la minúscula nación norcoreana a
triunfar en su jodida misión; pero eso se tenía que hacer consiguiendo que Kim
Il Sung tuviese totalmente claro que el jefe de todo ello era Iosif Stalin, y
no Mao Tse Tung. De hecho el 30 de enero de 1950, cuando Kim recibió de Stalin
el nihil obstat para invadir Corea, Mao estaba en la capital soviética,
y aún así Stalin instruyó claramente al coreanorri para que no le dijese ni
media palabra al chinorri. De hecho, Kim no pisó la capital soviética hasta
marzo, cuando Mao ya la había abandonado.
El 13 de mayo, un avión soviético
llevó a Kim a Pekín. Tres semanas antes, Stalin le había dicho al coreano que
toda ayuda efectiva en su guerra se la iba a dar el chino. Kim se fue a ver a
Mao y lo primero que le dijo fue que Stalin había dado el OK para la invasión.
A las once y media aquella noche, Chou En Lai se fue a ver a Nikolai
Vasilievitch Roshchin, embajador soviético en Pekín, para que le confirmase que
el coreano no estaba de coña. El día 15, Mao se volvió a ver con Kim y no sólo
le prometió el apoyo chino; sino que le anunció la implicación de las tropas
chinas si Estados Unidos se implicaba en el conflicto. Los soviéticos, sin
embargo, iban a quedar fuera. Al día siguiente, 16, Stalin confirmó su asenso
por telegrama. El 25 de junio, Corea del Norte barrió el paralelo 38.
Aparentemente, Mao no fue informado de la fecha concreta.
Como es bien sabido, Truman no se
hizo esperar. El 27 de junio anunció que estaba enviando tropas a Corea, al
tiempo que también había decidido reforzar la ayuda a los franceses en
Indochina. Como tercer gran elemento, y más doloroso para Mao, anunció que los
Estados Unidos habían decidido bajarse de su política de no intervención en el
asunto de Taiwan. De esta manera, la supervivencia del régimen isleño se ha
convertido, de largo, en la consecuencia más duradera de la guerra de Corea.
A principios de agosto, los
norcoreanos eran dueños del 90% de la península. El primo de Zumosol, sin
embargo, aun estaba por llegar. El 15 de septiembre, tropas USA desembarcaron
en Inchon. El sitio estaba muy elegido: justo al sur del paralelo 38, dejó
embolsada a una buena parte de la morterada norcoreana. El 20 de septiembre, el
valiente y arrecho Kim Il Sung, quien según la propaganda oficial de su país
era el hombre más valiente del mundo, sólo superado por sus pígnicos sucesores,
estaba más acojonado que una monja clarisa en un concierto de Extremo Duro, y
le escribió a un telegrama a Stalin sugiriéndole que enviase una especie de
Brigadas Internacionales, es decir, unidades comunistas dizque voluntarias
que marchasen hacia Corea para luchar por la libertad del pueblo coreano y
todas esas pamemas que nosotros habíamos escuchado quince años antes.
El 1 de octubre, Stalin comunicó
con Mao para dejarle claro que el compromiso que ambos habían adquirido
con Kim era que Mao le iba a ayudar. A las 2 de la mañana del 2 de
octubre, Mao previno a sus tropas situadas en la frontera con Corea de que
inminentemente deberían avanzar.
Es acojonante todo; pero no
existen demasiados indicios en contrario. Aparentemente, pues, no fue hasta que
dio esa orden que Mao se paró a pensar, como Sir Lawrence Olivier Alec Guiness al final de A
bridge over the river Kwai, eso de “Dios mío, ¿qué he hecho?” China era un
país radicalmente pobre, radicalmente atrasado y radicalmente falto de
determinadas estructuras militares. Tenía, sí, la capacidad de una marabunta de
hormigas de ésas que apagan algunos fuegos a base de tirarse, a millones, sobre
las llamas. Pero poco más. En el momento del compromiso, al Presidente le entró
el vértigo, y por eso convocó al Politburo a pelo puta, además animándolo a
que, si había miembros que tuviesen posiciones distintas de la suya, lo
dijesen. Lo que se encontró fue una cúpula comunista china que, casi de forma
total, pensaba que meterse en el merdé coreano era una gilipollez.
Cualitativamente importantes eran las opiniones en tal sentido del número 2,
Liu Shao Chi; y del jefe del Ejército, Zhu De. Lin Biao fue, de todos, el que
más claramente se posicionó en contra. Chou, como siempre, empezó con que si la
puta y la Ramoneta, sin definirse.
Mao contaba con que la
implicación china en la guerra, por
mucho que diversas unidades pretendiesen ser coreanos, iba a ser ampliamente
conocida en el mundo. Por lo tanto, para él, lo fundamental, era que la guerra,
en ningún caso, pudiese extenderse a territorio chino. En este sentido, tenía
algunas seguridades bastante sólidas. Las ciudades y fábricas chinas podían ser
protegidas por los aviones soviéticos. Y, en lo tocante a bombas atómicas, Mao
tenía claro que EEUU no podía exponerse a lanzar un tercer pepino sin
convertirse en un paria mundial. Eso sí, por sí las moscas, el líder del
comunismo chino pasó casi toda la guerra de Corea en un refugio secreto fuera
de Pekín, en las llamadas Colinas Primaverales de Jade.
Para Mao, además, aquella guerra,
con su enorme death toll, también era un chollo, porque le permitía
quitarse de en medio unos cuantos chinos que le molestaban. Lo hizo, por
ejemplo, con las tropas del Kuomintang que controlaba porque no se habían
podido ir a Taiwan. La mayor parte de las tropas chinas que pelearon en Corea
eran, en realidad, antiguos nacionalistas enviados a la muerte. El destino de
estos soldados era o ser muertos por los estadounidenses, o fusilados por una
serie de unidades especiales de retaguardia que terminaban el trabajo.
Aunque ya lo tenía decidido, Mao
trató de armar las cosas para que pareciese que, aunque él no quería, los
aleves EEUU le habían impulsado a intervenir en Corea. En la madrugada del día
2, mientras como os he dicho el Presidente aleccionaba a sus tropas fronterizas
anunciándoles que su avance estaba pronto, Chou En Lai despertó al embajador
indio en Pekín para hacerle saber que China tendría que intervenir si los
estadounidenses ponían el pie al norte del paralelo 38. La India de Nehru tenía
cero credibilidad diplomática entre los países de occidente; claramente, Mao
había elegido un mensajero que no iba a ser creído.
El 5 de octubre, sin embargo, por
ahí no se había visto un detalle, y Stalin estaba nervioso. Le envió un
telegrama a Mao recordándole sus promesas y compromisos (aunque hablar de
compromisos en geopolítica internacional, además entre comunistas, es como de
coña), y amenazando a Mao con que su indecisión le iba a acabar costando
Taiwan.
Mao, sin embargo, estaba lejos de
haber abandonado el tema coreano. Lo que pasa es que no tenía del todo claro
qué es lo que podía, y quería, ganar en todo aquello. Para el momento en que
Stalin le envió su nervioso telegrama, Mao ya había nominado a Peng De Huai
como comandante en jefe de las tropas chinas en Corea. Renombró las divisiones
como Voluntarios del Pueblo de China (porque todos los combatientes, como en la
guerra civil española, eran voluntarios); y, el día 8 de octubre, hizo
dos cosas: por un lado, escribirle a Kim diciéndole que las Brigadas
Internacionales iban para allá; y, por otro, enviar a Chou En Lai y a Lin Biao
a Moscú, a cantarle a Stalin eso de adiós papá, adiós papá / consíguenos un
poco de dinero más.
Chou y Lin estaban el 10 en la
dacha de Stalin en el Mar Negro. Estuvieron hablando con el camarada secretario
general hasta las cinco de la mañana. Stalin les prometió aviones, tanques y
otros medios. Sin embargo, no dijo nada de un semi compromiso que había
adquirido el 13 de julio: el concurso de una división de 124 cazas que deberían
dar cobertura a las tropas chinas, defendiéndolas de las agresiones desde el
aire. Stalin dijo que no es que no quisiera ayudar; que es que los aviones
tardarían dos meses en estar listos (los cojones). Sin apoyo aéreo, pues la
Fuerza Aérea china era de chichinabo, las tropas chinas serían putos patos de
feria. Chou y Lin le vinieron a decir a Stalin que si había que ir, se iría;
pero que ir por nada era tontería. Stalin, quien decididamente no quería que
los Estados Unidos pudiesen decir primero, y demostrar después, que una sola
tropa soviética estaba directamente implicada en la guerra de Corea, les dijo a
los chinorris que le dijesen a su jefe que, si no quería participar en la
guerra, pues que era su bola.
Stalin sabía lo que iba a pasar.
En aquel momento procesal, Mao ya no podía echarse atrás. No porque quisiera
ser solidario con Kim Il Sung, un señor que probablemente le importaba los
mismos tres cojones que le importaban todos los demás, sus esposas e hijos
incluidos. Él había llegado a un punto en el que había hecho todo el gasto
reputacional y geopolítico de la guerra; ahora necesitaba la guerra, participar
en ella, y ganarla. Por lo demás, los misiles americanos no iban a impactar
sobre su gañote sino, mayoritariamente, sobre los de unos pringaos que merecían
la muerte. Así que dijo: tiraremos para delante. El 13 de octubre, le
telegrafió a Chou que estaba en Moscú: “no tenemos otra que entrar en la
guerra”. Y Mao tenía que tener claro que un mensaje así, enviado a Moscú, lo
leería antes Stalin que el propio Chou. Ese mismo día, Mao personalmente le
confirmó al embajador soviético que los chinos iban a avanzar en Corea aunque
no tuviesen apoyo aéreo; aunque esperaba que Stalin honrase su palabra y lo pusiera
a su disposición en los dos meses posteriores.
El de la frase era Sir Alec Guinness.
ResponderBorrarBonita puya para el Girona
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