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Gorvachev, como ya os he dicho, estaba convencido de que Alemania seguiría partida, porque seguiría existiendo una Alemania alistada en el bloque del Este. Sin embargo, eso pasaba porque la RDA comprendiese lo que su máximo mandatario, desde luego, no estaba dispuesto a comprender: que era necesario abordar reformas. El que tenía razón, sin embargo, era Honecker, a su manera. El máximo dirigente comunista alemán sostenía que la Alemania dizque Democrática no podría evolucionar hacia las reformas, porque el movimiento de oposición no las aceptaría. Ésta es la parte en la que, probablemente, el alemán tenía más información que el ruso. Al fin y al cabo Honecker, a través de la Stasi, tenía fichado a medio país, y conocía los movimientos de todo dios. Por eso, sabía bien que estaban surgiendo en el país movimientos variados de oposición, por lo general nucleados alrededor de la Iglesia protestante (porque entre los católicos hubo hasta ejemplos vomitivos de colaboración con el régimen, a pesar de que la misa les deja bien claro que también se peca por omisión); y que esos movimientos iban al copo.
Estos movimientos tomaron la costumbre de movilizarse los lunes por la tarde con regularidad. Empezaron en Berlín, pero pronto se extendieron a Dresde y a otras ciudades del país. Formalmente, reclamaban reformas profundas en el sistema; aunque, en realidad, lo que reclamaban era que el sistema se fuese a dar por culo a otro.
El 7 de octubre de 1989 se celebraba el cuadragésimo aniversario de la fundación de la RDA. El gotha comunista mundial se presentó a las festividades, con Gorvachev al frente de las majorettes proletarias. Aprovechó el líder soviético para tener varios encuentros con Honecker, en los que le animó a escuchar las protestas sociales y a atender cuando menos parcialmente sus reivindicaciones; pero pronto se dio cuenta de que aquello era como tratar de razonar con una mesa de escayola. Raisa Gorvachova le confesó a su marido que todos los locales con los que se había entrevistado, que probablemente eran con ella mucho más expansivos que con su marido, le habían confesado que estaban convencidos de que al régimen le quedaban dos telediarios.
El día 18 de octubre, el Comité Central del Partido Comunista de la RDA realizó una reunión en la que se impuso la idea de que era imposible sostenella y no enmendalla. En consecuencia, Honecker fue privado de los dos puestos que le daban poder; la secretaría general del Partido, por supuesto; pero, también, la presidencia del Consejo de Estado de la República. Ambos cargos le fueron encomendados a Egon Krenz, quien hasta ese momento había sido responsable en el Politburó para la seguridad colectiva y las políticas de juventud. Hola, soy Egon Krenz, concejal de Juventud y Tiempo Libre.
La oposición olió la sangre. En esto Honecker tenía razón, dentro de su lógica suicida y, si necesario, hasta genocida. Cuando al frente del Estado estaba un tipo que la gente sabía que no tendría ningún problema en dar un golpe de Estado desde el Estado, poner un tanque en cada esquina de Alemania y enterrar bajo siete llaves a todo aquél que algún día le hubiese dado fuego o la hora a un destacado opositor, el personal gritaba con sordina. Pero Krenz estaba hecho de otra pasta, y todo el mundo (incluso Krenz; incluso quienes lo nombraron) lo sabía. Así las cosas, las manifestaciones arreciaron, solicitando, como poco, una evolución a la húngara. La apertura de fronteras era la reivindicación más común.
Krenz y Gorvachev se vieron el 1 de noviembre, en Moscú; lo único que le pudo decir el líder soviético al que ya, en realidad, era el presidente de la comunidad de vecinos de la RDA por sorteo, era que abordase reformas profundas en el Estado. Sin embargo, ya era muy, muy tarde. Más que un error, fue casi una consecuencia lógica que Günter Schabrowsky cometiese la gilipollez que ya hemos contado en este blog, y acabase por abrir un Muro que, de todas maneras, en las horas anteriores a su apertura ya había registrado una presión intolerable por parte de los ciudadanos, que hacía presagiar que no aguantaría.
La caída del Muro, lejos de ser, como sostienen sus hagiógrafos, una parte fundamental del planeamiento secreto de Papá Noel Gorvachev, fue la desviación definitiva respecto de sus planes. Gorvachev, ya os lo he dicho en estas notas, contaba con una evolución de la URSS en la que lo fundamental del poder soviético pudiera conservarse; y entre lo fundamental, desde luego, él incluía la permanencia de un Bloque Soviético que presentase una alternativa geopolítica al Occidente capitalista y al área asiática de influencia china. Como ya os he dicho, él contaba con la existencia de una Alemania del Este que mantuviese relaciones estrechas con Moscú y avanzase sintonizada con ella. Ahora, sin embargo, la RDA se acababa de colocar al principio de un trampolín de esquí con final en la RFA. Y ni Polonia, ni Hungría, ni Checoslovaquia, se iban a sustraer a esa influencia. La URSS, el régimen político más ideológico de la Historia, una máquina política teóricamente alimentada de ideas, se había convertido, simple y llanamente, en una amenaza militar. Quien seguía con ella lo hacía, simplemente, por temor a que los blindados apareciesen por la colina soltando pepinos. La URSS de Gorvachev, sin embargo, había, primero, perdido una guerra contra unos mataos en bata amigos de Alá. Y, segundo, carecía de la capacidad de mover una sola unidad militar sin que las consecuencias para el país, como poco económicas, fuesen devastadoras. El chulo del patio, repentinamente, se había quedado escuchimizado.
Andrei Serafimovitch Gatchev dejó escrito que Gorvachev supo de la apertura del Muro a primera hora de la mañana del día siguiente, y que se limitó a comentar. “Ellos (los comunistas alemanes) han hecho bien”. Una frase para la Historia que parece demostrar las ínfulas democráticas del secretario del PCUS. A mí, sin embargo, como español, la frase no deja de sonarme al famoso “no hay mal que por bien no venga” de Franco cuando supo del asesinato del almirante Carrero. Además, Gatchev nos cuenta que, acto seguido, Gorvachev expresó su idea de que Occidente no debería meterse en los asuntos de la RDA. O sea: seguía creyendo que cosas como la caída del Muro eran tiritas que el comunismo podía usar para parar su hemorragia.
La URSS, en efecto, estaba dispuesta a admitir que la RDA hiciese reformas; pero en caso alguno estaba dispuesta a permitir que abandonase el útero soviético. Pas de réunification, pues. Pero, claro, tenía delante a uno de los políticos más tercos de la Historia reciente. Pocos días después de la caída del Muro, Helmut Kohl se presentó en el Bundestag con un plan de diez puntos para llevar a cabo la reunificación alemana. El líder soviético le había presionado a Honecker y a Kenz para que hiciesen reformas, para que abriesen las fronteras, a cambio de una cláusula no escrita mediante la cual la RFA se olvidaría de la reunificación. Para él, el discurso del Bundestag era una puñalada en la espalda (lo que demuestra que en sus clases de marxismo no le explicaron ni la Historia, ni la sociología de Alemania).
En diciembre, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, el liberal Dietrich Genscher, visitó Moscú, y se llevó un rapapolvo de la hostia (que yo creo que le importó cero coma). En ese momento, si hemos de creer las memorias del propio Gorvachev, todavía creía que Kohl podía dar marcha atrás, y que él lo conseguiría con sus presiones. Lo dicho: yo creo que no entendía muy bien a los alemanes. Si Kohl se presentaba ante el Bundestag para decir que del plan explicado ya no había nada, lo más probable es que, en las elecciones siguientes, el Partido de Videojugadores de Hamburgo sacase más votos que él.
La convicción de Gorvachev, en mi opinión, era una mezcla de ideas desconectadas con la realidad y otras muy relacionadas con ella. Las ideas desconectadas con la realidad tenían que ver con el hecho de que Gorvachev, obviamente, no podía saber cómo funcionan las instituciones democráticas; y, por lo tanto, no podía entender que el paso que había dado Kohl ya no se podía desandar (de hecho, yo creo que es por eso que Kohl se dio tanta prisa en darlo). Lo que sí era una opción realista por parte del ruso era considerar que al resto de las potencias occidentales, la reunificación alemana no les hacía pandán. En aquella Europa, en efecto, había dos personajes a los que el tema no les hacía ninguna gracia: el presidente francés, François Mitterrand, que estaba encantado con una CEE que era básicamente francófona y en la que los burócratas galos tocaban mucho, pero mucho pelo. Y Margaret Thatcher quien, como buena nacionalista inglesa, recelaba de todo lo que fuese un reforzamiento de Alemania. No por casualidad, es en ese momento, cuando la CE deja de ser la Casa Francesa, cuando los políticos franceses comienzan a acuñar esa gilipollez de “la Casa Común Europea”, a diseñar el proceso de Maastricht para crear una Unión Europea y, sobre todo, la Unión Económica y Monetaria que ha de concluir con la creación del euro. Aunque, claro, cuando menos hasta el momento, todo este momio ha terminado bajo el mando de la Úrsula von der Mierden; porque el que manda, manda.
Los hechos, en todo caso, pronto acabarían por demostrar que la caída del Muro, lejos de ser estación término como esperaba Gorvachev, no eran sino un capítulo más. Como ya os he dicho, de entre los países satélite de la URSS, la RDA había permanecido como especialmente fiel a los planteamientos comunistas, como también lo había hecho Bulgaria. En Bulgaria, el comunismo realizó una labor muy eficaz de barrido de las clases no proletarias, lo cual le otorgaba un plus de tranquilidad frente a los movimientos de oposición. Sin embargo, dentro de los propios cuadros del Partido comenzó a haber miembros que consideraron que era necesario un proceso de reformas.
Al día siguiente de la caída del Muro, un golpe de Estado comunista desalojó del poder a Todor Jristov Jivkov y su grupo de cuadros políticos ultraconservadores. El elemento fundamental de aquella jornada fue la decisión del alto mando militar de hacerse un Duglesclin literal y, puesto que ni quitaban ni ponían rey, quedarse en los cuarteles. Petar Toshev Mladenov, el sucesor de Jivkov, llegó al poder con la intención de hacer algo muy parecido a lo que estaba haciendo Gorvachev en la URSS, con su mismo objetivo: salvar el sistema comunista en esencia.
El problema de los comunistas, claro, es que no quieren reformar. Entre comunistas, es impensable un proceso como el de la Ley de Reforma Política española, una ley que fue votada mayoritariamente por unos procuradores en Cortes franquistas que sabían que estaban enterrando el franquismo (aunque en ese momento pensasen que cosas como la legalización del Partido Comunista nunca ocurrirían). Las reformas comunistas siempre van de hacer leyes que te dicen que, en el caso de ser deportado a Siberia, podrás elegir en una página de internet el campo de concentración donde te van a putear. El principio general de que a la gente no se la putea en campos de concentración, sin embargo, no se adopta.
Mladenov, por lo tanto, se encontró pronto con el problema de que si la democracia es un menú del día completo, con dos platos, café, copa y puro, a la gente como que sus reformas, por las cuales garantizaba una bandeja de chettos y un piti, le sabían a poco. Así pues, la oposición comenzó a organizarse. Se creó la Unión de Fuerzas Demócratas, liderada por un político muy carismático, Jeliu Mitev Jelev, quien, tras la creación formal el 7 de diciembre 1989, logró absorber a gran parte de los partidos políticos históricos búlgaros que estaban criogenizados desde 1940.
El comunismo dominante hizo lo que haces en el Gears of war cuando el locust tiene demasiado empuje: dar pasos atrás, pero siempre con el objetivo de volarle la cabeza. Así las cosas, el régimen prometió elecciones libres y retiró de la Constitución aquellos artículos que establecían el papel dirigente social y político del Partido Comunista, así como la relación especial con la URSS. Todo esto, sin embargo, fue demasiado poco para la oposición, que quería una mesa redonda como la que habían tenido los húngaros y los polacos, para debatir una nueva organización para el país. Mladenov finalmente tuvo que ceder y crearla en febrero de 1990. De nuevo, como en otros casos, la negociación fue muy rápida, y se fijaron las elecciones para el mes de junio.
Mladenov se dio cuenta de que, tal y como estaba la movida, la única manera que tenía el Partido Comunista de sobrevivir era dejar de ser el Partido Comunista. Así pues, convocó un congreso en el que el orgulloso PCB debatió y aprobó una nueva denominación: Partido Socialista Búlgaro. Claramente, el proyecto era convertirse en una formación socialdemócrata. Así travestido, el socialismo búlgaro le propuso a la Unión de Fuerzas Democráticas la formación de un gobierno de coalición.
Las elecciones de junio de 1990 lo fueron para constituir una Asamblea Constituyente. Dejaron claro que Bulgaria no era Polonia. En Bulgaria, la presencia del comunismo era todavía de gran importancia, lo que hace que estas elecciones sean uno de los pocos, poquísimos, ejemplos que tenemos en la Historia en los que el comunismo ganó limpiamente. Consiguió el 53% de los votos, mientras que la Unión sacó un 38%. En realidad, esto pasó así porque en la oposición hubo muchos partidos, más de veinte, que decidieron presentarse solos; la mayoría no consiguió superar el umbral del 4%, pero, en conjunto, restaron muchos votos.
El país, por lo tanto, estaba bajo una mayoría política que, sin embargo, no era una mayoría sociológica pues, en realidad, la oposición era mayoritaria. La consecuencia fue que Bulgaria se embarcó en una serie continuada de manifestaciones, actos de desobediencia y huelgas, que forzaron a Mladenov a dejar la presidencia de la República a Jelev quien, sin embargo, tampoco fue capaz de reducir las protestas.
Con Bulgaria, un país que había llegado a ser considerado casi una más de las repúblicas de la URSS, caía la que había sido considerada la ficha de dominó más sólida del Telón de Acero. Siempre se pensó, es verdad, que Bulgaria seguiría siendo comunista incluso cuando los comunistas dejasen de serlo. Sin embargo, para sorpresa de todos, la última, relapsa, aldea gala, había terminado por ser Rumania.
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