La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
El golpe
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado
Gorvachev, como ya os he dicho, estaba convencido de que Alemania seguiría partida, porque seguiría existiendo una Alemania alistada en el bloque del Este. Sin embargo, eso pasaba porque la RDA comprendiese lo que su máximo mandatario, desde luego, no estaba dispuesto a comprender: que era necesario abordar reformas. El que tenía razón, sin embargo, era Honecker, a su manera. El máximo dirigente comunista alemán sostenía que la Alemania dizque Democrática no podría evolucionar hacia las reformas, porque el movimiento de oposición no las aceptaría. Ésta es la parte en la que, probablemente, el alemán tenía más información que el ruso. Al fin y al cabo Honecker, a través de la Stasi, tenía fichado a medio país, y conocía los movimientos de todo dios. Por eso, sabía bien que estaban surgiendo en el país movimientos variados de oposición, por lo general nucleados alrededor de la Iglesia protestante (porque entre los católicos hubo hasta ejemplos vomitivos de colaboración con el régimen, a pesar de que la misa les deja bien claro que también se peca por omisión); y que esos movimientos iban al copo.