martes, julio 09, 2024

Calcedonia (5): La rebelión egipcia

Hablemos (de nuevo) de Arrio
Homooussios y homoioussios: Santísima Trinidad, calienta que sales
Apolinar de Laodicea la lía parda
Los conciliábulos de León, Pulcheria y Marciano
La rebelión egipcia
La que has montado, Leoncito  


 



La primera idea de Marciano fue convocar el concilio en Nicea y, de hecho, así lo ordenó. El Papa León no estaba en condiciones de hacer el viaje, pero no por ello renunciaba a que fuese presidido por sus legados (Pascasino y Bonifacio, además de Lucencio y Basilio). De todos ellos, el principal era Pascasino. Fue a éste a quien León instruyó para que aceptase en el seno de la Iglesia a todos aquellos obispos que hubiesen estado en el error y se arrepintiesen; pero utilizase la misma determinación con los relapsos.

En el momento de la reunión, los conflictos y problemas surgidos en Iliria aconsejaron pasar de Nicea y trasladarse a Calcedonia. Las crónicas dicen que hasta 630 obispos se concentraron en aquel concilio, todos ellos orientales salvo los legados papales. Además de éstos, eran las “estrellas” de concilio: Máximo de Antioquía, que había sido ordenado por Anatolio; Eusebio de Dorilea; y Teodoreto, un hombre con fama de santidad que había sido exiliado, y que regresaba con un salvoconducto imperial. Aunque eso de que era un santo lo dicen fuentes latinas; otra cosa que sabemos es que cuando Teodoreto intentó entrar en la sala del concilio, los obispos egipcios montaron tal escrache que prefirió quedarse fuera. El emperador envió al patriarca Anatolio; a Paladio, prefecto de Oriente; a Taciano, prefecto de Constantinopla; a Vincomalo, maestro de los oficios; y a Esporacio, capitán de los guardias.

La principal cuestión de orden fue la pretensión de León de que su enviado Pascasino presidiese el concilio. El Francisquito dejó claro que otros nombres, como Dióscoro de Alejandría, Máximo de Antioquía, Juvenal de Jerusalén o Talasio de Cesarea, todos ellos obispos principales de Oriente Medio, no eran dignos de la presidencia porque, venía a decir, eran los fautores de la cagada de Éfeso. En realidad, el candidato más lógico era Anatolio de Constantinopla; pero esa candidatura el Papa intentó bordearla argumentando que había sido ordenado por Dióscoro.

Ante la presión del Papa, que no olvidemos podía exhibir una Iglesia tras de sí plenamente identificada con él, cosa que en el caso oriental no era cierto, Marciano y Pulcheria, de buen o mal grado, hubieron de aceptar que el concilio calcedónico fuese presidido desde Roma por control remoto; lo cual significaba que el Papa controlaba los temas que se discutirían, así como las conclusiones.

En la primera sesión, celebrada el 8 de octubre en la iglesia de Santa Eufemia, fue convocado Dióscoro y acusado de su conducta en Éfeso. Eusebio de Dorilea pidió la palabra para oficiar de abogado acusador in pectore. Acusó a Dióscoro de haber favorecido descaradamente a Eutiques, movilizando medios violentos para conseguir su absolución. Dióscoro arguyó que todo lo que había hecho se había aprobado en Éfeso, pero un montón de obispos orientales, entre gritos, lo acusaron de haber amenazado con violencias y exilios a quienes se le oponían. Dióscoro perdió definitivamente la partida cuando los obispos, digamos, palestinos, en un gesto muy teatral, se levantaron y se cambiaron del lado derecho de la iglesia (donde estaban los egipcios) al izquierdo (donde estaban los orientales), haciendo piña con éstos últimos y dejando, pues, a Dióscoro con el solo apoyo de una decena de prelados.

Se declaró herética la afirmación de Eutiques en el sentido de que antes de la encarnación había dos naturalezas que se fundieron en una sola; pero, ojo, esta declaración sirvió (que es lo enjundioso) para cesar en sus cargos a Dióscoro, Juvenal de Jerusalén, Talasio de Cesarea, Eusebio de Ancira, Eustacio de Beritia y Basilio de Seleucia, todos ellos presidentes o dirigentes del concilio de Éfeso. Todos ellos dejaban de controlar sus sedes episcopales, que pasarían a manos de prelados cercanos a Roma. O sea: clin, clin, clin, la pasta p'a mi.

La segunda sesión (10 de octubre) sirvió para entrar a analizar el dogma. Pero la cosa fue rápida. Una vez que los depuestos habían sido físicamente retirados de la sala (no estoy del todo claro, pero juraría que para entonces estaban engrilletados), el personal, oliendo claramente quién mandaba, dijo que el Tomo Flaviano y la carta de León a Teodosio estaban muy claras, y que p'a qué discutir más.

En fin, sé que es muy friqui, pero aquí os copio la conclusión teológico-dogmática que se leyó en Calcedonia:

La naturaleza divina y la naturaleza humana, permaneciendo cada una en su totalidad, fueron unidas en una sola persona, a fin de que dicho mediador pudiese morir, siendo, al mismo tiempo, inmortal e impasible. Una naturaleza no fue en modo alguno modificada por la otra. Igual que [Cristo] es Dios verdadero, es Hombre verdadero. El Verbo y la Carne guardan las circunstancias que les son propias. Las Escrituras, igualmente, prueban la veracidad de las dos naturalezas. Él es Dios, dado que está escrito: en el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. Él es hombre, puesto que está escrito: el Verbo se hizo Carne, y habita entre nosotros. Como hombre, Él es tentado por el demonio; como Dios, él es servido por los ángeles. Como hombre, Él llora ante Lázaro muerto; como Dios, lo resucita. Como hombre, es clavado a la cruz; como Dios, hace temblar y morir a toda la Naturaleza. Es a causa de la unidad de personas que decimos que el Hijo del Hombre ha descendido del Cielo, ha sido crucificado y enterrado, aunque sólo en su naturaleza humana.

Esta doctrina fue aceptada en medio de un gran aplauso, hasta el punto de que la asamblea de la iglesia de Santa Eufemia parecía un Comité Federal del PSOE. Tras aquella reconciliación que se dijo definitiva (ejem...), los obispos de Iliria y Palestina demandaron que, ya que se había aclarado todo, quizás era momento de perdonar a los obispos de Éfeso que habían sido condenados horas antes. Sin embargo, los obispos orientales dijeron que, en el caso de Dióscoro, lo mismo valía sólo con exiliarlo; pero de los demás no dijeron ni mú. La pasta p'a mí.

En la quinta sesión fue cuando, a pesar de que muchos obispos no lo consideraban necesario, se aprobó el texto concreto de una profesión de fe:

Nosotros declaramos con una sola voz que debemos confesar nuestra fe en un solo Jesucristo, Nuestro Señor, igualmente perfecto en la divinidad que en la humanidad, Dios verdadero, hombre verdadero. Compuesto de un alma razonadora y de un cuerpo, consustancial al Padre de acuerdo a la divinidad, y consustancial a nosotros de acuerdo a la humanidad. Y [que es] en todo como nosotros excepto en la pesca [de almas, se entiende]; engendrado del Padre antes de todos los siglos, de acuerdo con la divinidad; y, en los últimos tiempos, nacido de la Virgen María, madre de Dios, de acuerdo a la naturaleza humana por nosotros y nuestra salud. Un solo Jesucristo, Hijo Único, Señor con dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, sin que la unión elimine la diferencia de naturalezas. Al contrario, las propiedades de cada una se conservan y concordan en una sola persona, en una sola hipóstasis, de manera que no es dividido ni separado en dos personas; sino que es un solo y único Hijo, Dios, Verbo, Nuestro Señor Jesucristo.

La fórmula, por lo demás, era un compromiso. Del texto del credo se concluye que es aceptable la consideración de Theotokos para la Virgen; pero, en realidad, es un texto que está aceptando, en esencia, el nestorianismo; une las dos naturalezas de Cristo pero, obviamente, eso quiere decir que no las niega.

Nestorio, por lo demás, fue nuevamente condenado por un edicto imperial, y fue recluido en un remoto monasterio egipcio. El tema llegó hasta el punto de que el emperador ordenó que los niños que hubiesen sido bautizados con el nombre Nestorio fuesen bautizados otra vez.

La fórmula de Calcedonia, por otra parte, dividió a la Iglesia oriental más que la unió; y no hemos de explicar esto sólo por la naturaleza endeble de muchos de sus compromisos, sino también por los muchos intereses crematísticos que estaban detrás de esas divisiones. En primer lugar, generó el nacimiento del nestorianismo propiamente dicho, es decir, la ideología de aquéllos que consideraban que Nestorio había sido muy maltratado, y reaccionaron creando teorías sobre las dos naturalezas de Cristo de carácter muy radical. También se los conoce como diofisitas, por aquello de reconocer dos naturalezas en Jesús.

Pero, sobre todo, cuando uno se lee las crónicas de Calcedonia, llega rápidamente a la conclusión de que los obispos orientales que fueron a aquella asamblea pensaban que sería un concilio old style, como habían sido más o menos siempre; es decir, una reunión en la que, aun ganando alguna orientación, la contraria era de alguna manera perdonada, porque la prioridad era mantener la unidad de la Iglesia. Calcedonia, sin embargo, es un concilio en el que lo que se establece es la unidad de la Iglesia bajo el papado. De alguna manera, pues, todo lo que el Papa no aprueba, deja de ser Iglesia. Yo tengo por mí que muchos padres que en la primera sesión votaron la destitución de Dióscoro y otros obispos que se han citado estaban convencidos de que, en las subsiguientes, cuando se plantearon, varias veces, fórmulas de recuperación y perdón, éstas serían aprobadas. Para su sorpresa, sin embargo, los legados papales mantuvieron las condenas (y se quedaron con la pasta). Eso desanimó muchas voluntades.

Por oposición, los herederos de Cirilo comenzaron a ser conocidos como monofisitas, por aquello de que sólo reconocían una naturaleza. Las iglesias monofisitas se empeñaron, y se empeñan, en reclamar para sí la calificación de ortodoxas, dado que entienden que lo son por ser seguidoras de la línea de pensamiento santificada por un concilio (Éfeso; por esta misma razón, Éfeso es considerada por el catolicismo romano como un concilio falso); aunque, en realidad, como siempre, lo que está detrás de esa declaración es el reconocimiento de sus cabezas como metropolitanas, obispos de obispos; estamos hablando, pues, de la pasta. Dado que a los monofisitas, pues, no les gusta llamarse así y prefieren ser ortodoxos, con el tiempo se dio en llamarlos miafisitas, palabra que deriva de mya physis, “la misma naturaleza”. En todo caso, técnicamente hablando, miafisita es más preciso que monofisita; ya que Cirilo y sus seguidores ortodoxos defendían que la naturaleza de Cristo fue una; pero no negaban que estuviese compuesta (agua y vino). En puridad etimológica, un monofisita habría de creer que Cristo, o era agua, o era vino. Un miafisita puede creer que es ambas cosas.

La principal consecuencia de Calcedonia fue que muchos miembros de la Iglesia oriental decidieron pasar de él. Esto vale, sobre todo, para muchos cristianos egipcios; que eran, además, cristianos muy violentos. Sin embargo, uno de los principales objetivos de Calcedonia, en realidad el principal, era controlar Alejandría. El Papa la quería controlar por sus jugosas rentas y por su capacidad de irradiar en todo Egipto su poder; el emperador la quería controlar porque Alejandría era el gran puerto cerealero que ponía el pan en las mesas constantinopolitanas. Por eso era tan importante laminar a Dióscoro; lo de las naturalezas del Cristo fue la disculpa.

La gran pregunta, ahora, era quién tomaría el puteal de Dióscoro al frente de la iglesia alejandrina. Presionaron al clero local para que tomase una buena decisión al respecto. Los sacerdotes alejandrinos terminaron votando a un discípulo de Dióscoro, Proterio. Proterio no era nada en Alejandría sin el poder imperial que lo protegía y, por eso, se cogió un acojone DEFCON dos en el 457, cuando Marciano la roscó. Una turba de cristianos alejandrinos, un auténtico CDR miafisita, que llevaba ya años recibiéndolo por las calles al grito de “que te vote Marciano”, fue a por él. Proterio huyó a una iglesia, donde se acogió a sagrado; pero la turba dijo que ni sagrado ni hostias. Entraron en el baptisterio de la iglesia y lo cosieron a puñaladas, a él y a otros seis clérigos que estaban con él. Luego procesionaron por la ciudad con los siete cuerpos ensangrentados, todo ello en defensa de la mya physis de Jesús. Este suceso generó una rebelión generalizada en la Iglesia egipcia, que denunció a Calcedonia como un concilio diofisita y, sobre todo, sometido a la autoridad del emperador. A estos cristianos traidores vendidos al gran poder se los comenzó a llamar melquitas; una palabra que hoy en día ha perdido su significado insultante, y es comúnmente usada por iglesias orientales que están en comunión con Roma; pero que entonces era un insulto global, definitivo; historiadores actuales han llegado a compararlo con llamarle nazi a alguien en nuestros tiempos.

El nacionalismo religioso egipcio provocó, además de unas ideas teológicas propias, la costumbre, cada vez más extendida, de desarrollar la religión propia en el lenguaje propio, el copto. El rito en copto se convirtió pronto en una manera de distinguirse de latinos y de griegos.

La mayoría de los miafisitas, en todo caso, reconociendo el hecho obvio de que el Imperio romano de oriente era su referente de poder, no levantaron la bandera de rebelión contra el mismo. El Imperio, por lo demás, tampoco reaccionó lanzando una represión que habría tenido que ser global y, por lo tanto, era imposible en la práctica. Lo que decidieron hacer los emperadores fue tratar de buscar fórmulas que recibiesen de nuevo a los miafisitas en el seno de la Iglesia. Siguieron dos siglos en los cuales los teólogos bizantinos cada vez se volvieron más sutiles, más intrincados, más cabalísticos, tratando de buscar una fórmula mágica que conciliase el Tomo Flaviano con una mínima lógica; lo cual era bastante difícil porque, como ya os he dicho, el Flaviano no es precisamente una obra cumbre.

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