Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquen, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
Con fecha 13 de septiembre de 1938, el coronel Ungría, en su capacidad como jefe del SIPM, le concede a Taboada Lago la categoría de jefe superior del SIE. El siguiente paso fue el nombramiento de un Consejo Asesor. El 22 de diciembre se constituyó dicho Consejo, en la calle Antonio Maura, 14, sede del despacho notarial de Eduardo López Palop. Además de Taboada como número 1, fueron nombrados consejeros: Ángel García de Vinuesa, Eduardo López Palop, Fernando del Pino y Pino, Mariano Tráver Gómez y, como secretario general, Vicente Mayor Gimeno. López Palop, ya lo sabemos, era notario. García de Vinuesa y Del Pino eran ingenieros. Mariano Tráver era abogado del Estado. Mientras que Mayor Gimeno era capellán castrense de la Marina y abogado.
El 22 de diciembre se produce la primera reunión del Consejo Asesor.
Esta reunión se ocupó, sobre todo, de la distribución de competencias entre los consejeros. El delegado (Taboada) se reservó los elementos de alta política fundamentalmente; Ángel García de Vinuesa se responsabilizó de temas industriales y de abastecimientos; López Palop asumió justicia, prisiones y espionaje; Del Pino asumió los temas de transportes y comunicaciones; Tráver asumió la relación con los representantes de FET y de las JONS.
Asimismo, con bastante coherencia respecto de las fechas en las que estaba el tema, el Consejo se ocupó no tanto de la labor que habitualmente se le adjudica a la Quinta Columna, esto es, sabotear el bando republicano, como a empezar a organizar el futuro que ya se toca con la punta de los dedos; la Quinta Columna, por lo tanto, y bastante lejos de lo comúnmente se cree, en realidad se ocupó más de la llegada de los nacionales que del sabotaje.
Los miembros del Consejo, en este sentido, se otorgaron a sí mismos la función de tomar los resortes del poder en Madrid una vez que la ciudad cayese; algo que, cuando menos en mi opinión, viene a reflejar que tal vez no tenían muy claras ni su función real ni la forma de pensar de Franco. Cierto es que asumen esa labor hasta que el Generalísimo nombrare a las personas definitivas; pero hay en su acta un tufo de convicción en el sentido de que esos hombres se sienten con derecho de controlar Madrid, incluso con la guerra terminada. En las últimas actas del Consejo dirán precisamente lo contrario: cuando Valdés les intime a constituirse en órgano asesor permanente de FET y de las JONS, los consejeros del SIE retrucarán que consideran que su labor debe terminar “horas o días” después de entrar los nacionales en Madrid; cabe, pues, sospechar, que por medio, aunque en realidad las actas no lo aclaran, es probable que alguien, desde Burgos, les aclarase las cosas, es decir, les aclarase que en el Madrid de posguerra mandaría quien dijese Franco, y punto pelota. Por otra parte, en la actitud paralela de las gentes de Falange (en realidad, creo que es más preciso llamarlos falangistas que miembros de FET y de las JONS, que si era un constructo en la España nacional, en el Madrid republicano ya ni os cuento, firmando como habían firmado la fusión todos arrastrando el escroto); en la actitud de los falangistas, digo, hay, incluso pasada por el tamiz del relato de Taboada, bastantes elementos que hacen sospechar que ellos hicieron exactamente lo mismo, y que tenían la ambición de hacer Madrid suyo una vez que la República bajase los brazos. Es, por otra parte, una actitud sicológicamente comprensible: llevaban tres años tragando mierda y sangre, y se la querían cobrar.
El Consejo, ya en esa primera reunión, constata que dispone de medios económicos suficientes e, incluso, cita el dato de que tiene varias imprentas a su disposición; esto viene a sugerir que, ya entonces, la porosidad del frente es muy elevada; que, ítem más, los elementos pro franquistas están empezando a actuar en la ciudad con cierto descaro; y que, todavía más aún, tal vez empezaba a haber gentes de mayor o menor significación republicana, más los templados e indefinidos, que habían empezado a buscar a los quintacolumnistas con pasión para hacerse sus amiguetes y ganar puntos para cuando el Caudillo entrase por la puerta con el cuchillo de capar gorrinos entre los dientes.
Mariano Tráver plantea la necesidad de acabar con la Prensa en Madrid. Argumenta que es imposible conseguir periodistas que se pongan al servicio de los nacionales “por la fuerte presión de las Confederales” (frase que insinúa que ha han intentado captar a varios, y que éstos, aunque no les han hecho caso, tampoco les han denunciado), por lo que considera que la mejor política posible es acabar con las ya escasas reservas de papel que existen en la ciudad. Muerto el perro, se acabó la rabia. En Madrid hay una fábrica (de Papelera Española) en Carabanchel que, según se informa en el acta, ha venido incautando libros de bibliotecas particulares para fabricar papel. El Consejo constata que ya se han enviado mensajes solicitando el bombardeo de la factoría, pero decide repetir las apelaciones. No será el único bombardeo que se solicite en dicho Consejo; también se acordó solicitar el de la línea de ferrocarril de nueva construcción sobre el Tajo, en Fuentidueña, buscando así cortocircuitar el transporte de víveres y material de guerra hacia la capital.
Eduardo López Palop se ocupa de una exposición sobre el ambiente social en Madrid. Su tesis, más que probablemente cierta, es que la escasez está provocando que el personal esté cada vez más hasta las pelotas; desmoralización y cabreo que, según él, “ha llegado hasta las mismas filas de los incondicionales del gobierno y se ha exteriorizado en manifestaciones callejeras estos días”. Es muy difícil, por no decir imposible, que López Palop mintiese en un tema tan fácilmente comprobable, por lo que hemos de asumir que, a piques de las Navidades de 1938, en las calles de Madrid había ya protestas, más o menos espontáneas, más o menos masivas, contra la escasez; lo que sabemos, por cosas como el aniversario de la muerte de Pablo Iglesias, es que los actos políticos del Frente Popular apenas concitaban audiencia.
La propuesta del Consejo es, obviamente, cebar ese proceso, alimentando el descontento. Y añaden: “hay que procurar que las octavillas que se están lanzando sobre Madrid no tengan el carácter de alguna de ellas, de tono nacionalista, sino que sean de marcado espíritu revolucionario para que así las mismas masas adictas a la causa gubernamental vean la incitación al motín como promovida o dirigida por sus propios elementos directivos”. Da la impresión, pues, de que una de las opciones con que trabaja el SIE es descojonar Madrid por la vía de una especie de rebelión social dentro de la República, aunque en realidad incitada por los franquistas. Es importante destacar que esta propaganda no estaba previsto lanzarla desde los aviones, en cuyo caso el origen quedaría claro, sino entregarla a FET y de las JONS para que la distribuyese. Asimismo, el Consejo decidió crear la fake new de que el SIM, el servicio de inteligencia republicano, iba a repartir alimentos sólo entre sus miembros, para así generar más cabreo y división.
Mayor Gimeno apunta la necesidad de “un nuevo bombardeo de panecillos”. Taboada, sin embargo, fue de la opinión de que volver a dejar caer alimento sobre el Madrid hambriento podría ser contraproducente, porque podría volver a aglutinar a los republicanos; sinceramente, se me escapa el retruécano del argumento. Consideró el delegado que el bombardeo de pan sólo debería repetirse cuando en Madrid dejase de fabricarse dicho alimento. El acta, por lo demás, deja claro que la opción preferida de los espías franquistas en Madrid es el estímulo negativo. Por ejemplo, consideran pertinente que la aviación nacional bombardee la capital de España con bombas de cartón que lleven octavillas diciendo: lo mismo que caen éstas, pueden caer las de 300 o 1.000 kilos cargadas de explosivos. No era la primera vez que se hacía, puesto que el Consejo se felicita de los excelentes resultados en forma de desmoralización conseguidos por esta medida.
El Consejo de 22 de diciembre también decidió solicitar del ejército nacional que multiplicase las escaramuzas en el frente madrileño, porque eran las mejores oportunidades para pasarse de un lado a otro.
El dato, creo yo, más importante del acta de 22 de diciembre es que se ocupa ya de las disensiones en el ámbito militar republicano. Sin dar más datos, los miembros del Consejo conocen que se han producido “algunas detenciones” y que las relaciones entre el SIM y el Estado Mayor son muy tirantes (puede que se estén refiriendo al cese de Piñuela; aunque no lo citan); situación que abre la posibilidad de trabajar para incrementar el desánimo de los militares. Mayor Gimeno va mucho más allá: puesto que el SIM es, en ese momento, el backbone de la resistencia republicana, es fundamental desmoralizarlo; y, para conseguirlo, propone cargarse a alguno de sus miembros. Mayor Gimeno afirma que el propio SIM empieza a estar preocupado ante el futuro, puesto que las últimas personas a las que ha detenido podrían vengarse una vez terminada la guerra.
Del acta se deduce que probablemente se llegó incluso a proponer el atentado sobre la vida de Ángel Pedrero, el jefe del SIM; Taboada, sin embargo, esta vez con buen criterio, opinó que un atentado de este tipo podría incrementar la represión republicana. Los miembros del Consejo quedan en reflexionarlo.
Como ya os he dicho, mi tesis, muy difícil de comprobar en los momentos actuales en los que ya no se puede contar con testimonios contemporáneos, es que la orden de Franco respecto del SIE fue mantenerlo y, de alguna manera, alimentarlo; pero, al mismo tiempo, da la impresión de que el teniente coronel Ungría recibió también la orden de no darles mucho cuartelillo y, sobre todo, no hacer girar las negociaciones con Casado en ellos. Franco no sólo decidió que el SIPM llevase directamente el peso de la negociación, sino que, de hecho, parece que confió en otras personas diferentes para los primeros contactos. José Manuel Martínez Bande, muy bien informado, cita a dos catedráticos madrileños, Julio Palacios y Antonio Luna, especialmente este último, como las personas que, verdaderamente, se acercaron a Casado. De las actas del SIE, sin embargo, cabe sospechar que no fueron los únicos; aunque otros que contactaron lo hicieron más “por libre”.
La cosa tiene su lógica. El teniente coronel Bonel, en una de sus comunicaciones con su jefe (Ungría) llega a hablar de una especie de furor por parte de Casado, a finales de enero, a la hora de contactar con Falange; o sea, que Casado, falangista que veía, falangista al que invitaba a tomar café. Continúa Bonel: “toparon con la Junta Política de FE, algunos de cuyos miembros estaban ya al acecho, y éstos recurrieron, como siempre, al SIPM”. Esto cuadra bastante con lo que iremos leyendo en las actas del Consejo Asesor del SIE; eso sí, con la matización de que del libro de Taboada Lago se desprende, o creo yo que se puede desprender, que algunos de esos “miembros de la Junta Política de Falange”, en realidad, tal vez no actuaban como tales, sino buscando una gloria personal o un mérito particular.
Según dejó escrito Julio Palacios, en esas fechas de finales de enero o, tal vez, contemporáneas de las Cortes de Figueras y la salida del gobierno republicano de España, fechas que, como ya os he dicho, son también aquéllas en las que Casado comunica su placet a contactar con los franquistas, el SIPM decidió avanzar un paso más y transmitirle a Casado la oferta de Franco a los militares que se rindiesen y no tuviesen las manos manchadas de sangre. Comenzaron a utilizar a Radio Nacional, que emitía mensajes cifrados de acuerdo con claves diseñadas por Casado.
El principal problema de la República, en cualquier caso, no eran los espías pro falangistas. El principal problema de los republicanos, como acabaría de ser bien claro, era el cansancio de guerra de algunos militares o, incluso, de la mayoría de ellos.
Tomás Bilbao, ministro sin cartera del gobierno de la República, estuvo en la zona Centro en el otoño de 1938. Al regresar a Cataluña, se fue escopetado a ver a Negrín para decirle que tenía que fijarse un poco más en lo que estaba pasando en Madrid. Bilbao, quien tal vez pulsó la misma o parecida impopularidad de la República entre los madrileños que se refleja en las actas del SIE, consideraba que se podían dar los elementos para que en la ciudad se montase una autoridad paralela y diferente a la del gobierno (lo que sugiere que los planes del SIE en el sentido de crear una rebelión revolucionaria dentro de la República, tal vez, no estaban tan mal tirados). Bilbao consideraba ya que el centro político de aquella actitud era Besteiro, pero la verdad es que no aportaba pruebas.
Lo que muy probablemente pulsó Bilbao era algo que, en ese momento, estaba, o por lo menos yo así lo creo, muy lejos de ser lo que luego fue. Lo más probable es que en el último mes de 1938 y las primeras semanas del 39, el estado de opinión entre los militares destinados en Madrid tuviese más que ver con la sensación de abandono. Los responsables de defender la zona Centro eran conscientes de que su perdición quedaría totalmente labrada en el momento en que Franco controlase Cataluña. Con Cataluña en sus manos, los nacionales comenzarían, literalmente, a pescar en un barril; y ellos eran los pececitos. Dado que la comunicación del gobierno con la zona Centro era muy escasa, todas estas inquietudes se producían en el marco de un diálogo de sordos; lo cual abonaba la tesis de quienes consideraban que el gobierno los había abandonado. De hecho, yo creo que es para contraprogramar esta sensación por lo que Negrín, el 9 de febrero, una vez perdida Cataluña, reúne a sus ministros en Toulouse y, al día siguiente, 10 de febrero, acompañado por Álvarez del Vayo, aterriza en Alicante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario