lunes, octubre 25, 2021

Carlos I (6): La coalición que paró el Espíritu Santo

El rey de crianza borgoñona

Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste


Tras su elección como emperador, Carlos de Habsburgo procedió a transmitir el patrimonio de los Habsburgo a su hermano Fernando, al que concedió el título de Teniente del Imperio. En ese momento, aparte de por la actitud de Francia, la situación ofrecía otros perfiles de preocupación; en Austria, por ejemplo, ciertos movimientos que recuerdan un poco a los comuneros castellanos estaban comenzando a aparecer. Repentinamente, para Carlos mantener la estabilidad en el sur y el este de su Imperio comenzaba a convertirse en un problema más grande incluso que la competencia de los franceses.

Dicho esto, sin embargo, lo cierto es que el destino de Carlos de Habsburgo sería, mutatis mutandis, permanecer en guerra con Francia durante todo el tiempo que duró su vida como estadista y desde el momento en que accedió a la corona imperial. La política de Chièvres se había basado siempre en consolidar el poder borgoñón sobre los Países Bajos, sacrificando para ello, aunque no olvidando, los deseos del ducado sobre los territorios franceses que habían sido suyos o ambicionaba como suyos. En este esquema, Italia no jugaba papel alguno. Toda la política exterior se centraba en la propia Borgoña, Francia e Inglaterra.

Esto, sin embargo, cambió radicalmente cuando Carlos recibió la herencia española. Inicialmente, el Habsburgo y sus asesores, claramente, aceptaron unos reinos a los que tenían muy fácil darles el pase (a través de Fernando, el hermano cañí) porque no quisieron renunciar a los recursos de uno de los rincones en ese momento más ricos de Europa. Habría sido como aceptar la presidencia de los Estados Unidos y, al tiempo, renunciar a California. Sin embargo, como ya os he insinuado o afirmado, en realidad uno de los elementos más interesantes a la hora de estudiar esta época y este reinado es tratar de responder a la pregunta de si Carlos ganó a España o España ganó a Carlos. Yo creo que hubo un poco de las dos cosas pero que, al final, quizás por un cortacabeza, ganó la segunda de las formulaciones.

Con España, Carlos creía obtener unos arzobispados de puta madre en los que tendría que pasarse los días discutiendo con El Pelas de Roma quién se quedaba con qué diezmos. Pero, poco a poco, fue dándose cuenta de que de las dos herencias que le aportaba España (la de Isabel, fundamentalmente interna; y la de su marido Fernando, fundamentalmente externa), la más importante para él era la segunda. Heredando el zumo de las cortes castellanas y de las de Monzón, Carlos heredaba una posición multinacional diferente y que ahora se hacía especialmente importante por su compatibilidad con los objetivos imperiales. Eso, más el control sobre Navarra, era una interesante herramienta para dar por culo en París.

Pero eso pasaba por entender que Italia tenía que pasar de ser un elemento fundamental del tablero. Otrosí: el tablero de Guillermo de Croy ya no servía.

¿Fue fruto de esta decisión de Carlos el nombramiento de Gattinara, o Gattinara fue más bien quien provocó esa reflexión? Yo, cuando menos, no lo sé con certitud, pero creo que esa pregunta no es de gran importancia. Gattinara, eso sí que lo sabemos, era un italiano que estaba convencido de que lo que Carlos tenía que hacer era barrer a los franceses de Italia. Los franceses, apenas unas décadas antes, habían albergado importantes planes italianos, en los que habían tenido inesperados aliados como Fra Girolamo Savonarola, cuya desgraciada historia ya hemos contado en este blog. Desde entonces, nunca se habían querido ir del todo, y Gattinara los quería fuera, pues consideraba que, una vez conseguida la corona imperial, tras controlar totalmente Italia, Carlos podría llegar a un acuerdo con el Papa (esto quiere decir: podría torcer el brazo del Papa) para convertirse en el primer poder europeo indiscutido.

Paco I de Francia declaró la guerra a Carlos el 22 de abril de 1521. Aquella declaración de guerra, sobre ser necesaria para los planteamientos del rey francés, fue un gesto un tanto apresurado. Sus enviados estaban entonces conspirando en Roma con el Papa contra Carlos, pero la declaración de guerra retrajo al pontífice quien, como todos los Papas, quería dar por culo, pero sin que se notase (y cobrar su pasta por el camino).

El 28 de junio de 1521, un mes después de la muerte de De Croy, León X firmó un tratado secreto por el que donaba a Carlos la investidura en el gobierno de Nápoles, lo que suponía deshacerse de la regulación contenida en una bula de Clemente IV, por la cual el rey de Nápoles no podía ser en ningún caso, cabeza del Imperio al mismo tiempo (ambas decisiones fueron iluminadas por la Paloma Muda, cuyos designios, más que inescrutables, parece que son bastante interesados). Una vez que tuvo Nápoles bajo control, Gattinara llegó a la conclusión de que era el momento de atacar, y aconsejó a su jefe que enviase un ejército a Lombardía, donde el emperador y rey español obtuvo rápidos triunfos frente a los gabachos. El 19 de diciembre, sin ir más lejos, controlaban Milán.

Algunos días más tarde de que las tropas de Carlos entrasen en Milán, León X la roscó; el 9 de enero de 1522, el antiguo preceptor de Carlos, Adrián Dedel Floriszoon de Utrecht, era elegido Papa y adoptaba el nombre de Adriano IV. Según diversos testimonios, en el cónclave que eligió a Adriano quien en realidad tenía más posibilidades era Julio de Médicis. Sin embargo, a pesar de ser Adriano de Utrecht un activo claramente progubernamental, el colegio cardenalicio tampoco las tenía todas consigo con el candidato teóricamente ganador, pues consideraba que podía colocar el papado bajo el sobaco de la familia Médicis. Hubo, al parecer, varias votaciones que no llegaron a nada, votaciones en las que Adriano no formaba parte; hasta que alguien decidió votarlo. El hecho de que él apareciese en una sola papeleta abrió una discusión bastante viva sobre los méritos y deméritos del borgoñón; discusión que acabaría en su elección.

La elección, en todo caso, provocó cierta reacción por parte del backbone de cardenales italianos quienes, de repente, estaban asustados por las consecuencias de haber elegido un Papa “bárbaro”. Pero, en realidad, se trataba de una elección prácticamente inevitable. La obsesión de los cardenales había sido elegir un Papa que no tuviese la enemiga conjunta del emperador y del rey de Francia. En esa tesitura, sabían que debían elegir para la cabeza de la Iglesia, o bien un candidato francés, o o bien uno imperial. Y apostaron por aquello que juzgaron más poderoso.

Lo realmente importante es entender que, una vez que tuvo un peón (una torre, más bien) situado en St'Angelo, Carlos V comenzó a pensar que había llegado el momento de arreglar el sudoku italiano, y hacerlo en su beneficio, claro; y eso aunque Adriano se mostró renuente a renovar la alianza secreta que Carlos había cerrado con su predecesor Simba X. El emperador le encargó a Gattinara la negociación de los asuntos italianos, mientras que la regente Margarita trataba de trabajarse al duque de Borbón, que estaba bastante descontento con el rey francés.

Así las cosas, el 4 de agosto de 1523, el emperador Carlos, el Papa, Fernando, Enrique VIII, Venecia, Milán, Florencia, Siena, Lucca y el duque de Borbón formaron una Liga contra el rey Paco. El pacto incluía el compromiso por parte del inglés de invadir Francia.

El tema, sin embargo, lo paró la Paloma Muda. El Espíritu Santo, en efecto, igual que había encumbrado al mando papal a Adriano de Utrecht, decidió que tal vez se había equivocado, por lo que el Papa murió poco más de un mes después de formarse la Liga, el 14 de septiembre de 1523. Los cardenales tardaron relativamente poco en elegir a su sucesor, Clemente VII, aupado por toda la Corte pontifical italiana que se había acojonado tras la elección anterior. El nuevo Papa se mostró muy diferente, a menudo opuesto, a los puntos de vista de su antecesor; con lo que el emperador Carlos perdió el elemento principal el ajedrez italiano que había diseñado. Clemente, de hecho, inauguró una serie relativamente larga de Papas italianos, obsesionados con la idea del equilibrio, de que no hubiese un poder en Europa que pudiese sobre todos los demás, y coriáceos ante la idea de reformar la Iglesia. Con alguno de ellos, Carlos se tendría que poner más que serio.

Carlos retornó a Flandes y se dio cuenta de que lo que le quedaba era buscar una alianza estable con Inglaterra que le permitiese tener fuerza suficiente frente a la guerra total que se avecinaba con Francia. Desde 1521, había firmado un tratado secreto por medio del cual el emperador debería casarse con María, la hija de Enrique, que en el momento de firmar el pacto tenía cinco años, en el momento en que cumpliese los doce. En contraprestación, en 1523, como ya hemos visto, el rey Enrique debería proceder a la invasión de Francia; Inglaterra, por lo tanto, apoyaba la idea de que Francia tenía posesiones territoriales que pertenecían legítimamente a Borgoña y que, por lo tanto, debían regresar a las manos de Carlos. Esto suponía, por lo tanto, ambicionar no sólo los territorios del ducado de Borgoña, sino la región lionesa y todos los territorios al este del Ródano, como caudal relicto imperial; más todo lo que se reivindicaba como (justa) herencia aragonesa, esto es, Narbona, Montpellier y Toulouse, además de Navarra (a los pues forales, en efecto, les ha faltado un pelillo de Yul Bryner para acabar cuajando la tortilla de patatas con mantequilla). El rey inglés, por lo tanto, seguía teniendo muy claras las reivindicaciones de su dinastía frente a Francia; se seguía considerando el legítimo rey de Francia. Carlos, por su parte, o más bien Gattinara, lo que buscaba era solucionar la presión bélica en su frente norte para poder concentrarse en el tema italiano.

La política europea, sin embargo, era, o más bien siempre ha sido, una manta muy corta. Cuando la guerra estaba en ésas, un actor relativamente inesperado, el Turco, tomó Belgrado. Lo hizo apenas unos meses después de haber controlado Rodas. Ciertamente, Enrique VIII le había declarado la guerra a Francia en 1522 pero, a pesar de ello, Carlos no estaba en condiciones de retirar sus tropas de Italia para atender al problema turco. En abril de 1524, los franceses fueron derrotados por los imperiales en La Bicoca, un momento casi contemporáneo con la derrota definitiva de la rebelión de los comuneros en Castilla. Tras acabar dicha rebelión, Carlos podía volver a España en condiciones de seguridad. En en el curso de este viaje, pasó seis semanas en Inglaterra, donde saludó a su prometida (seis años). 

Sin embargo, como ya he dicho, en diciembre de 1523, el primer acto político del Papa Clemente había sido repudiar las alianzas de su predecesor Adriano. En abril de 1524, Roma envía una serie de misiones diplomáticas a Inglaterra, España y Francia, para proponer un acuerdo general que pare la guerra. Merced al acuerdo muñido por la diplomacia vaticana, Carlos renunciaría al control sobre Milán a cambio del ducado de Borgoña, y se casaría con Carlota, la hija del rey francés Francisco I: María La Pilas, por su parte, se casaría con el rey de Escocia. Los franceses evacuarían Italia, mientras que el rey Francisco se casaría con Eleanora, la hermana viuda de Carlos, que en ese momento estaba prometida al duque de Borbón. Milán volvería a las manos de los Sforza, la cabeza de cuya familia, Francisco, se casaría con Renata de Francia, la que había estado prometida a Carlos en 1515.

Es más que probable que a Carlos este acuerdo no le pareciese mal en forma alguna. Suponía labrar una serie de vínculos de paz entre los dos grandes enemigos: el Imperio y Francia, mientras por el camino otros temas también quedaban solucionados. El teatro italiano, desde luego, no se solucionaba como a Carlos le hubiera gustado; pero el pacto daba por hecho su cuestionable presencia en Nápoles, y el retroceso se hacía por un bien mayor. Sin embargo, el problema era que al rey francés el tema no le hacía ninguna gracia; y tampoco a Gattinara. Uno quedaba enjaretado dentro de sus posesiones, después de haber tenido que soltar Borgoña, además, y fortaleciendo a los borgoñones; y el otro veía como Italia volvía a ser, una vez más, moneda de cambio.

Así las cosas, como dos no acuerdan si uno no quiere, las negociaciones nunca fueron serias.

Por lo demás, aún fallando su propuesta, el Papa había conseguido lo que buscaba, que era debilitar los fuertes vínculos de la Liga. El duque de Borbón, finalmente ganado para la causa coligada, intentó invadir la Provenza, cosa que no consiguió; y fue derrotado a las puertas de Marsella, en septiembre de 1524. Esto le obligó a huir al Piamonte, pero sin capacidad de responder a los franceses. La consecuencia fundamental de esa campaña fue que Francisco retomó Milán. Tras conseguir esto, la Liga se debilitó todavía más con la salida de Venecia, una pieza mucho más importante de lo que parece y que siempre iba a lo suyo. En diciembre, los venecianos, de hecho, concluyeron un acuerdo con París y Roma que, de hecho, terminó con la posibilidad de que echar a los franceses de Italia (lo cual fue una putada porque, la verdad, la idea de echar a los franceses de cualquier parte es siempre una idea con tintes razonables).

Carlos, sin embargo, no estaba en una situación tan mala. Su principal preocupación a corto plazo; la rebelión en Castilla, había desaparecido. Así las cosas, su principal reto inmediato era conseguir que el Papa se aviniese a coronarlo emperador y, sobre todo, rediseñar su política exterior a la luz de los últimos acontecimientos. Y a eso se aplicó.

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