Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
A mediados de 1923, el Libre consideraba que había llegado su momento. Patrocinaba una huelga en el sector de la banca ampliamente exitosa que auguraba una decisión por parte de la agrupación profesional de oficinistas de integrarse en su organización. Para articular su crecimiento, se convocó un congreso en Valencia de organizaciones del sector bancario. El 13 de julio, los presentes aprobaron integrarse en el Libre.
Los conseguidores de aquella adhesión habían sido Baltasar
Domínguez, presidente nacional del sindicato bancario del Libre; y Cesari
Cervera, vicepresidente. Tras su victoria, se fueron a la fonda valenciana en
la que estaban alojados. A la entrada, les dispararon desde un coche. Cervera
huyó a un bar cercano, pero Domínguez quedó en la acera, herido. Trató de sacar
su pistola, pero en ese momento Josep Soler, El Señorito, se acercó andando y le reventó el cráneo.
El día 14, creo yo que como represalia automática de lo
ocurrido en Valencia el día antes, Tomás Herreros, director del periódico Tierra y Libertad, de inspiración
anarquista, sufrió un atentado. Alguien le soltó un navajazo del que, sin
embargo, se recuperó.
Al día siguiente de terminar el congreso de banca de
Valencia, en la misma ciudad comenzó uno de la CNT en el que los grupos de
afinidad consiguieron una victoria parcial al aupar al Comité Nacional al
sevillano Manuel Adame, medio de su cuerda (quien, no obstante, fue detenido
poco después en un atraco).
Aquella renovación de la cúpula cenetera en la línea
propugnada por los grupos de afinidad provocó que Los Solidarios sintieran
llegado el momento de llevar a cabo sus
planes, con o sin la aquiescencia de los que podríamos llamar anarquistas
moderados o posibilistas. Curiosamente, esa decisión paró en seco los
atentados: ahora, la prioridad era conseguir pasta. Había que dar palos. Aun
así el día 21 alguien atentó contra José María Seseras, abogado habitual de
cenetistas.
El 18 de julio, los grupos de afinidad dieron su primer palo
en Manresa, en el Banco Padrós Hermanos. Al día siguiente, en Barcelona, un
grupo de Los Solidarios abordó a unos empleados municipales que trasladaban
dinero y se hicieron con 95.000 pesetas.
Las acciones crematísticas de los grupos de afinidad, que
fueron muchas y no siempre, como sarcásticamente recordaría Pestaña, con
inmaculados objetivos de solidaridad sindical, se hicieron paralelas a eso que
García Oliver llamó gimnasia
revolucionaria, es decir, ese proceso por el cual las organizaciones
sindicales organizan tanganas y huelgas por casi cualquier cosa, para tener el
cotarro bien jodido. A la CNT este tema no le gustaba nada; como toda
organización curtida, era consciente de que este tipo de cosas hay que
organizarlas y dosificarlas. Para parar todo aquello convocó un mitin el día 25
en el Teatro Nuevo. No obstante, los que querían ir a lo suyo, siguieron a lo
suyo (sin que, desde una auténtica teórica anarquista, se les pueda reprochar
algo).
El 1 de agosto, en un pleno del comité regional catalán,
todavía afecto a Seguí, los grupos consiguieron forzar su dimisión y su
sustitución por uno nuevo, que sería elegido en un mes y que además se iría de
Barcelona, a Manresa, precisamente para evitar la fuerte influencia de los seguidistas. El 7 y 8 del mismo mes, los
grupos mejoraron notoriamente su situación financiera mediante dos palos: el
primero en la Fonda de Francia, en la avenida Marqués de Argentera; y el
segundo en la sede de una empresa de recaudación, en la calle Aviñó esquina
Escudillers.
Los ataques de Argentera y Aviñó hicieron mucho por decantar
los deseos de la burguesía catalana en favor de una dictadura militar. El
primero de los robos había afectado a comerciantes que hacían sus operaciones
en el mercado del Borne; y la segunda se trataba de dinero de los
contribuyentes. Manuel Portela no podía evitar que el catalán medio con algún
dinero e intereses sintiese, por así decirlo, que cualquier día podía ser el
siguiente. El tema, cada vez, era menos ideológico, económico incluso. La cosa,
cada vez, iba más de seguridad ciudadana pura y dura. Primo de Rivera, además,
supo aprovechar el tema. Sacó a la calle a soldados y somatenes, también bajo
su responsabilidad, y los puso en las puertas de los bancos. En ese punto, a
través sobre todo de Puig i Cadafalch, la misma Lliga se acercó al general y le
dijo aquello de ande yo caliente/y ríase
la gente. O sea: si respetas la autonomía de Cataluña, por mí puedes dar
todos los golpes de Estado que te apetezcan, neng.
El día 11 de agosto, Antonio López Parea, empoderado de los
bancos, se fue a ver a los representantes del Libre en la banca. Anunció la
aceptación de todas las reivindicaciones de los trabajadores, pero añadió que,
por una cuestión de imagen, eso no se podía decir así. Los trabajadores,
propuso, volverían al trabajo y luego cada banco, como por propia iniciativa,
aceptaría sus condiciones. Ambas partes se pusieron de acuerdo y firmaron un
convenio secreto.
Terminada la huelga, los trabajadores se encontraron con la
sorpresa de las agencias cerradas. Todos
estaban despedidos y, si querían volver a trabajar, debían solicitarlo; pero,
eso sí, si eran readmitidos, sería sin antigüedad. Obviamente, los trabajadores
concluyeron que Ramón Sales, que era quien al fin y al cabo les había animado a
terminar la huelga, les había vendido. Lo estuvieron buscando por Madrid varios
días y, cuando lo encontraron por la zona de la Plaza de Oriente, faltó poco
para que lo lincharan.
El día 15, en una asamblea en el Teatro Barbieri, Sales y
López Parea revelaron sus acuerdos. Para entonces, sin embargo, muchos de los
trabajadores estaban solicitando ya el reingreso. El resultado final fue el
inesperado desprestigio del Sindicato Libre (para beneficio de la UGT, por cierto).
El 23 de agosto, en Málaga, se verificaba un embarque de
tropas hacia Marruecos. En el puerto, muchas mujeres le gritaban a sus maridos
e hijos que se negasen a embarcar. Una compañía del Regimiento de Infantería de
Garellano, efectivamente, se negó a subir al barco, a lo que se les unió un
cabo de ingenieros, Xosé Sánchez Barroso. Se montó una tangana, hubo tiros, y
cayó muerto el suboficial José Ardox.
El Regimiento de Garellano procedía de Bilbao, en ese
momento epicentro de la resistencia a la guerra de Marruecos. Pocas horas
después de lo de Málaga, se logró impedir en dicha ciudad un atentado en la
persona del socialista Indalecio Prieto. Para las autoridades todo, lo de
Málaga y lo de Prieto, era cosa del Partido Comunista, por lo que decidieron
ilegalizarlo.
Ante esta situación, los grupos de afinidad veían cada vez más cercana su oportunidad de asalto al
poder, por lo que intensificaron los atracos. A través de un tipo de Mondragón,
Los Solidarios recibieron una oferta para comprar 1.000 rifles y 200.000
cartuchos; pero la factura era de 250.000 pesetas. Fue por esa intensa
necesidad de pasta que decidieron atracar la sucursal del Banco de España en
Gijón. El grupo de atracadores quedó formado por Aurelio Fernández, Gregorio
Suberviela, Antonio del Toto, Rafael Torres Escartín, Eusebi Brau y
Buenaventura Durruti. El once inicial, pues. Acordaron atracarlo el 1 de
septiembre.
Por esas fechas, el gobierno dimitió y fue sustituido por
otro dirigido por García Prieto en el que Portela ocupó la cartera de Fomento.
De nuevo, pues, Barcelona se quedaba sin gobernador civil.
El 11 de septiembre, como de costumbre, Barcelona celebraba
el homenaje a Rafael de Casanovas. En un determinado momento, y no se sabe muy
bien por qué, la Policía cargó sobre los manifestantes. El día 12, en Manresa
había una reunión de la CNT catalana. Casi al mismo tiempo que los delegados
iban llegando, en Barcelona, el general Primo recibía a los militares
convocados el día anterior, además de Alfons Sala, diputado, y el conde de
Güell. Primo de Rivera anunció secamente que la situación de España era
insostenible y que, como respuesta, esa noche se alzaría, por lo que dio
instrucciones precisas a los mandos sobre qué hacer. Nadie se le opuso. Nadie. Ni civil, ni militar, ni mediopensionista. Ni Flick, ni Flock.
Lo previsto en Manresa era elegir a Gregorio Jover, El Gori, como dirigente cenetista en
Barcelona; Jover era un decidido partidario de Los Solidarios. Gori, sin
embargo, no quería tal responsabilidad, y en esa discusión estaban cuando llegó
alguien de la calle informando de la ensalada que se había aliñado en
Barcelona. Todos salieron a la naja.
El golpe de Primo fue conocido por la mayoría de los
barceloneses por los periódicos. La gente lo celebró en los cafetines y en las
calles con un generalizado ¡por fin! que,
por supuesto, llegada la República desmentirían, como lo desmienten actualmente
sus herederos y la generalidad (nunca mejor dicho) de los licenciados en
Historia. Un hecho incontrovertible, incluso para los que no quieren ver, es
que el día después del golpe de Estado fue
un día absolutamente normal en Barcelona: las tiendas abiertas, los
tranvías haciendo tintintin en las curvas, esas cosas. Era en Madrid donde el
personal estaba revolucionado, entre otras cosas porque pensaba que en
Barcelona estaban pasando cosas que no estaban pasando. El gobierno, tras un
intento fallido del ministro de la Guerra de obligar a Primo a deponer su
actitud, resolvió esperar a que Fonsi Trideca regresase de San Sebastián, a ver
qué opinaba.
Los únicos que siguieron absolutamente a lo suyo fueron los
grupos de afinidad. El mismo día 13, dieron un palo en el barrio de Sants.
El 14, y sólo cuando
se comprobó que la actitud del rey era (todavía) equívoca y no
decididamente partidaria de Primo como se sospechaba, la CNT se planteó
confluir con la UGT en una huelga general. La UGT, sin embargo, no quiso
comprometerse; sus dirigentes estaban esperando
a ver cómo se definía el nuevo régimen, aunque, claro, poquitos años
después, y por supuesto en el presente, lo nieguen, con la atribulada
aquiescencia de muchos licenciados en Historia.
El día 15, sin embargo, Trideca ya se sacó la borbocareta, y
le entregó el gobierno a Primo. El general salió ese mismo día hacia Madrid, en medio del entusiasmo inenarrable de los
barceloneses.
El día 18, los anarcos dan otro palo, esta vez en Terrassa.
La huida salió mal, y acabaron matando a un somatén, Joan Castelló. Robaron un
coche y salieron a toda velocidad, pero se acabaron dando una hostia contra un
árbol y se desperdigaron por un bosque. Dos
de ellos, Josep Saleta El Nano y
Jesús Pascual, se perdieron. Acabaron frente a un carretero que, al pensar que
lo querían atracar, la emprendió a latigazos con ellos y montó tal escándalo
que llegó el Somatén.
Estos detenidos fueron los primeros en enterarse de las
consecuencias de la nueva dictadura: apenas tres días después, un consejo de
guerra los condenó a muerte.
Los grupos de afinidad trataban de continuar con sus
acciones; pero los enormes poderes concedidos a gobernadores civiles y Policía
lo ponían difícil. A finales de 1923, Durruti tuvo que pasar a Francia, como
hizo Ascaso cuando logró escaparse de la prisión. En 1924, fueron detenidos
García Oliver, Aurelio Fernández y los hermanos Ballona (Ceferino y Adolfo). El
24 de febrero, la policía sitió en su piso a Gregorio Soberviela El Torinto y Manuel Campos; ambos
resistieron algún tiempo y luego, más que probablemente, se suicidaron.
Con estas detenciones, Los Solidarios quedaron descabezados;
su único miembro importante libre era Ricardo Sanz, pero sólo poco podía hacer.
Quedaban, eso sí, miembros sueltos de los grupos de afinidad, que aun hicieron
cosas, como asesinar, el 28 de mayo, a Rogelio Pérez, que era verdugo.
Y con estos actos puede considerarse terminado el
pistolerismo anarquista, aunque alguna otra cosa hubo. El 19 de julio de 1927
se constituiría la FAI; pero ésa es ya otra historia.
¿Balance? Éste es uno de esos episodios históricos que,
cuando te los miras, llegas a la conclusión de que no hay nadie ni medio bueno.
A principios del siglo XX, tras el desastre de las colonias, Barcelona en
particular, y Cataluña en general, se convirtió en la falla de San Andrés (bueno, de Sant Andreu) de la
sociedad española. Ese punto en el que se tocan dos placas tectónicas de
sentidos distintos: una, formada por una clase empresarial egoísta y
extractiva, poco amiga del progreso como buena militante proteccionista que era, y que, además, cabalgando a lomos del creciente nacionalismo catalán, encontró una
manera de escamotear sus intereses particulares en una polémica general. Por
otro lado, una clase obrera que, de forma diferente a la de la mayoría de los países
de su entorno (con la excepción, quizá, de Italia) había decidido, en su
proceso de definición básica, optar por el anarquismo más que por el marxismo.
El anarquismo catalán fue tan grande, tan totalizador en la
sociedad y la economía catalanas, que tiene de todo. Abarca desde las semillas
de los sistemas de consenso y acuerdo laboral hasta el ciego terrorismo
revolucionario. Yo creo que la actitud de la clase patronal catalana, y de las
fuerzas gubernamentales que la sostenían, le hicieron un flaco favor a España,
raquítico a Cataluña. Ellos, que podían haber permitido la evolución de la
sociedad más industrializada del país por carriles de acuerdo y diálogo; que
podían, por así decirlo, haber inventado la Transición medio siglo antes de que
surgiera, optaron por jugar al copo, como por otra parte, hay que admitirlo, está en el ADN de un empresario catalán de aquéllos, que parecían vivir convencidos de que todo lo que tenían lo merecían por derecho divino.
El Estado español, obviamente responsable de la represión de los movimientos obreros en el primer tercio del siglo XX en Cataluña (y en el resto de España) tiene, obviamente, la responsabilidad inherente al hecho de que seguía creyendo ser un Estado que ya no era. Yo este hecho lo atribuyo a la no participación de España en la Gran Guerra. Algo que, lógicamente, salvó la vida de muchos de nuestros bisabuelos pero, sin embargo, nos alejó de muchas de las corrientes de pensamiento y de praxis que trajo con sí el final del enfrentamiento, y que se pueden resumir con el concepto de profundización de la democracia. El español siguió siendo un sistema formalmente democrático, tal y como lo había diseñado Cánovas medio siglo antes, pero que dentro del bombón escondía la dura materia de un Estado con ribetes autoritarios. En los meses posteriores al final de la Gran Guerra, Santiago Alba diseñó una interesante reforma fiscal que hubiera colocado el Presupuesto español en los carriles de la modernidad; empresarios vascos y catalanes lo hicieron zozobrar, ambiciosos como eran del mantenimiento del pasado inegalitario. El Estado, además, siguió manteniendo una guerra en Marruecos cuyo planteamiento hubiera sido ya imposible en media Europa. No se supo leer el partido.
Con todo, España no es el único rincón del mundo en el que el partido no se supo leer, cuando menos del todo. En estos otros sitios, sin embargo, no hubo pistolerismo. Así pues, con ese cientifismo del que tanta gala les gusta hacer a los licenciados en Historia, podemos concluir que en la reacción química catalana hay más elementos. Concretamente, el anarcosindicalismo.
El anarquismo español, en ese momento básicamente catalán (con la República llegaría el rural, que también fue para echarle de comer aparte), era una ideología libre, en realidad desestructurada, extraordinariamente atractiva. Desde el nudismo hasta el estirnerismo, prácticamente le cabía todo. Era un 15M a lo puto bestia, por así decirlo; y con muchas más razones para la protesta, además. La lógica de las cosas marcaba una evolución que hubiera terminado haciendo de la CNT la fuerza sindical más numerosa en España incluso hoy. A mi modo de ver, pasaron cuatro cosas que quebraron ese proceso. La primera, la inexplicable decisión por parte de los empresarios, comprensible sólo en el entorno de una clase burguesa extremadamente egoísta como la catalana, de convertirse en terroristas o, más precisamente, en alquiladores de sicarios. La segunda, la mentada ceguera del Estado español, que se quintaesencia en la llamada ley de fugas. La tercera, la muerte de Seguí. La cuarta, aunque es lógicamente algo que aquí no se ha tratado, la muerte de Valeriano Orobón. Tal vez algún día, ciertamente, deba yo retomar este relato donde lo he dejado y abrocharlo hasta la guerra civil.
Lo de Seguí, sin embargo, tampoco hay que sacralizarlo. En el momento de su muerte, el Noi del Sucre estaba embarcado en una lucha fratricida con los grupos de afinidad que no está nada, pero nada, claro que fuese a ganar. De alguna manera, la CNT, en 1922, ya quería ser el grupo de acción directa, inasequible a casi cualquier transacción, que luego fue.
La pregunta que nos cabe hacer, pregunta que no tiene respuesta porque, queridos licenciados en Historia, la Historia no es una ciencia, es ésta: ¿fue esa deriva faísta inevitable? ¿Hubiera sido el anarquismo ibérico sensible a unas eventuales mejoras en las condiciones de vida del obrero? ¿Fue el pistolerismo el carbunco que condicionó el movimiento?
A partir de este punto, ya sigues tú solo.
Pour en savoir plus
AGUIRRE DE CÁRCER, Manuel. Glosa del año 1923.
BUENACASA, Manuel. El movimiento obrero español 1886-1928.
CALDERÓN, Francisco de Paula. La verdad sobre el terrorismo.
CASAL GÓMEZ: La banda negra.
BALCELLS, Albert: El sindicalisme a Barcelona.
FOIX, Pedro: El pistolerismo en Barcelona.
GÓMEZ CASAS, Juan. Historia del anarcosindicalismo español.
HUERTAS CLAVERÍA, José María: El Noi del Sucre.
OLLER RABASSA, Joan: Quan mataven pels carrers. La mujer que me vendió el libro de María Amalia Pradas (véase justo más abajo) me recomendó que leyese esta novela si estaba interesado en el pistolerismo, así que la pillé por ahí. Tampoco sé de traducciones al castellano.
OLLER PIÑOL (i Pinyol), J. Martínez Anido. Su vida y obra.
LEÓN-IGNACIO: Los años del pistolerismo.
LAGUÍA LLITERAS, Joan: De la alta epopeya política. Mi descomunal aventura en el Congreso.
MANENT i PESAS, Joan. Records d'un sindicalista llibertari.
MARTÍNEZ, Leopoldo. Los mártires de la CNT.
PEIRATS, Josep. La CNT en la revolución española.
PRADAS, María Amalia: L'anarquisme i les lluites socials a Barcelona 1918-1923. Es un libro publicado por la abadía de Montserrat. Lo compré de casualidad al ladito de la Boquería y, que yo sepa, no ha sido traducido al castellano.
SAMBLANCAT, Ángel. En la roca de La Mola. También Salvador Seguí, su vida y su obra. Y también Un segle de vida catalana 1813-1930.
De SOLÁ i CAÑIZARES, Françesc: Les lluites socials a Catalunya, 1812-1934.
Como siempre, otra selección de artículos para enmarcar :)
ResponderBorrarY que ayuda, también como siempre, a clarificar una parte de nuestra historia y de nuestro presente, que es difícil de ver, tapada como está, por banderas y manos y puños en alto.
Muy bueno. Muchas gracias.
ResponderBorrarLo mío no es el principio del s. XX, creo que por jartura de los años universitarios y la matraca que nos daban los "socialistas" de nueva hornada
Con el paso de los años he ido leyendo por mi cuenta, pero tengo muchas arenas movedizas izquierdosas (de los años 80, que de izquierdas no tenían nada)