Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
Después de haber matado a Herbert
Schörner, el policía que aquella mañana tenía 32 años y dos niños pequeños que
tuvieron que crecer sin padre, los atracadores del banco bávaro cambiaron de
prioridades. Ya no esperarían por la caja fuerte; el tema estaba muy caliente,
lo que había que hacer era salir de allí cagando melodías.
Una de las personas que estaba en
el banco dijo que había reconocido a uno de los atracadores como Klaus
Jünschke, uno de los miembros del SPK que la policía perseguía desde el arresto
de Huber, y cuya foto había salido publicada en un periódico de Kaiserslautern.
El 28 de diciembre, seis días después del atraco pues, la policía encontró un
piso franco en la misma ciudad. Allí pudieron localizar las huellas digitales
de Ingeborg Barz, Wolfgang Grundmann y el propio Jünschke. Apareció también una
nota en clave con la letra de Ulrike Meinhof.
La edición de Colonia del Bild, periódico de la cadena Springer, salió a toda hostia el día
23 acusando a la Baader del asesinato del policía. Esta publicación provocó, el
10 de enero de 1972, la sonora protesta de Heinrich Böhl, quien se quejaba en Der Spiegel de que los terroristas
fuesen acusados por un periódico cuando la cosa estaba siendo investigada.
Böhl, sin duda, tenía parte de razón aunque, como siempre, no parece que en
otras ocasiones le preocupase mucho que personas que no le caían bien fuesen
pasto de eso que en España llamamos la “pena de Telediario”; no dejó de ser,
pues, uno más de los intelectuales que nunca logró entender que el momento en el
que las instituciones de la democracia se ponen a prueba no es cuando han de
defender a tus amigos, sino cuando han de defender a los que te caen como el
culo. En todo caso, el artículo de Böhl levantó una muy seria polémica en
Alemania, con postulados a favor y en contra.
El 4 de febrero de 1972, el canciller de la República, Willy
Brandt, realizó una alocución televisada al pueblo alemán. Aquel #AlloWilly
tuvo como motivo el hecho de que la polémica de las semanas anteriores, en
parte centrada en el artículo de Böhl pero también en otras cosas, había
despertado la discusión, inteligentemente atizada, todo hay que decirlo, por
Springer, sobre si, realmente, el Estado alemán estaba haciendo todo lo que
debía para parar la violencia en el país. Brandt trató de ser todo lo
categórico que pudo, aseverando que “la violencia no es algo que se pueda
tolerar”; pero, al tiempo, manteniendo todo el garantismo liberal, advirtiendo
a los alemanes de que la lucha contra dicha violencia, en todo caso, debería de
realizarse dentro de los medios legales. Se posicionó contra lo que llamó “excitación
estéril” contra los violentos, en lo que claramente se interpretó como lo que
era (una crítica a Springer). Eso sí, también se situó contra la postura de
Böhl, quien había escrito que Ulrike Meinhof merecía la piedad y el perdón. El canciller aseveró, más o menos, que quien ha elegido situarse fuera de la ley, ya sabe
lo que ha hecho.
Lo cierto es que, ya lo he apuntado párrafos más arriba de
estas notas, para cuando el cabreado artículo de Enriquito Böhl fue publicado,
la policía tenía bastante más que pruebas de que miembros de la Baader-Meinhof
habían estado implicados en la acción de Kaiserlautern; básicamente, que el
dueño de una tienda que había sido usada para el equipamiento del atraco había
reconocido a uno de sus miembros. Pero, como ya he dicho, estos pequeños
detalles sin importancia nunca le estropearon a Böhl una buena tesis, ni a las toneladas de siperos le dejaron de dar un motivo sólido para acostarse cada noche de fin de semana, después del whiskito y el discursito en favor de Ulrike Meinhof y sus crímenes, y aun así dormir a pierna suelta.
Tres semanas después del atraco, Ingeborg Barz estaba en la
ciudad de Ludwigshafen, no muy lejos de Kaiserlautern, con documentación falsa
a nombre de Petra Rötzel. Para entonces, el grupo estaba planeando otro atraco
en otra sucursal del mismo banco bávaro; un atraco que se realizaría el 21 de
febrero con un botín mayor, de unos 285.000 marcos.
Antes de pasarse a la guerrilla urbana, Ingeborg Barz había
sido secretaria en la Telefunken de Berlín; luego, con el acicate de su novio,
Wolfgang Grundmann, se pasó al crimen. El día 21 de febrero, o sea el día del
segundo palo, Ingeborg Banz llamó a su madre por teléfono. Igual que Beate
Sturm, después de tres meses de clandestinidad había tenido ya suficiente, y
sólo quería encontrar una forma de dejarlo todo. Su madre le ofreció dinero
para viajar a Berlín inmediatamente, pero la hija le dijo que las cosas habría
que hacerlas con algo más de tiempo, que no era tan fácil.
Poco después de aquella llamada, Ingeborg desapareció. Gerhard Milner, otro
miembro de la banda que fue capturado unos cuatro meses después, declaró que
Barz había declarado que estaba en contra de las acciones violentas de la
banda, por lo que había sido convocada a una reunión con Ulrike Meinhof. Según
estas versiones, Meinhof la habría citado en un lugar apartado del Rhin, donde
no la estaría esperando Ulrike sino Baader, quien le habría disparado. En julio
de 1973, un grupo de excursionistas encontró un cuerpo prácticamente reducido a
un esqueleto. Los forenses concluyeron que se trataba de Barz; pero aquel
cuerpo no había muerto de un disparo, sino de un fuerte golpe en la cabeza; además,
la habían encontrado en la zona de Munich, no en el Rhin. Así pues, la policía
nunca tuvo claro si ese cadáver era el de Ingeborg; por otra parte, Gudrun
Ensslin siempre negó que Baader la hubiese matado.
En fin, sea como sea, el novio de Barz, Grundmann, estaba en
marzo de aquel año de 1972 montando un piso franco en Hamburgo con Manfred
Grashof, quien ya sabemos que había sido de ayuda para el grupo en la acción de
Kaiserlautern. A las once menos cuarto de la noche del día 2 de marzo, ambos
fueron a entrar en el edificio y se encontraron dentro del apartamento a cinco
policías. Grundmann levantó las manos y dijo que estaban desarmados, pero desde
detrás de él Grashof comenzó a disparar. La bala que impactó en el oficial al
mando lo dejó inconsciente durante las siguientes tres semanas, tras las cuales
murió. En parte fue culpa suya, pues se acababa de quitar el chaleco salvavidas
porque le molestaba. El resto de los
policías respondieron, hiriendo a Grashof.
Aquel mismo día, en Ausburgo, la policía había localizado a
dos terroristas, Thomas Weissbecker y Carmen Roll, la arriscada especialista en
explosivos que había intentado volar un tren con Willy Brandt dentro. En el
intercambio de disparos, Weissbecker resultó muerto y Carmen fue detenida. Sin embargo,
los peces gordos que habían estado allí: Holger Meins (cuyas huellas, ya lo
habréis adivinado, estaban por todas partes), Raspe, Baader, Ensslin, Meinhof,
se habían marchado ya.
Para entonces, en todo caso, las diferencias estratégicas y
de punto de vista entre Baader y Meinhof, que al parecer habían existido
siempre, se habían hecho más evidentes. Quizá por eso Ulrike se marchó hacia el
norte mientras que Baader prefirió el sur. Gerhard Müller acabaría contándole a
la policía que, en realidad, ambos habían dividido la organización en dos.
A finales del año 1971, un hombre joven se había presentado
en el estudio de Dierk Hoff, un artesano del metal muy conocido por sus ideas
de izquierdas. El visitante, que se identificó como Erwin, le dijo que quería
hacerle un encargo, que no le precisó en ese momento, “para una película”.
Erwin se marchó y volvió algunas semanas después con un amigo al que presentó
como Lester. Los tres fumaron un poco de grifa y, cuando ya eran amiguitos,
Erwin le dijo a Hoff que quería que hiciese el trabajo metalúrgico de unos
explosivos que, efectivamente, se usarían en una película sobre la violencia en
Sudamérica. Según Hoff declararía al tribunal de Stammheim, en realidad el artesano
no se mostró nada convencido del encargo, que encontraba sospechoso; y, cuando
así lo dijo, lo amenazaron con una pistola. Hoff, por otra parte, sabía que
aquellos dos tipos iban en serio cuando enseñaban pistolas, ya que los había
reconocido: Erwin era, efectivamente, Holger Meins; y Lester, Jan Carl Raspe.
De hecho, el propio Andreas Baader apareció un día para inspeccionar la marcha
del trabajo.
Así pues, Dierk Hoff hizo lo que le habían encargado,
incluida la modificación de un arma. Hizo, entre otras cosas, la cobertura
exterior metálica de unas doce bombas. Un tal Harry (Gerhard Müller) se llevó
la mayor parte de todo aquello en mayo. Hoff, por supuesto, siempre pretendió
demostrar a toro pasado que lo habían obligado; pero lo cierto es que,
presionado o no, puso buena parte de su imaginación en el trabajo, creando,
entre otras cosas, una bomba que se podía llevar en un embarazo simulado. Acabaría condenado a cuatro años en 1977.
Hoff tenía una novia estadounidense que trabajaba en el
cuartel general estadounidense, en el edificio IG Farben. El 11 de mayo, una
vez que todo el trabajo para sus amiguitos de la pistola estuviese terminado,
novio y novia decidieron coger su camioneta e irse de vacaciones Saint Tropez.
Justo cuando estaban saliendo de su casa con el coche, oyeron una explosión muy
cercana. De hecho, ocurrió en el cuartel general estadounidense.
De hecho, no fue una bomba. Fueron tres, que estallaron con
minutos de diferencia las unas de las otras. Según el testimonio de Gerhard
Müller, se trataba de bombas de tubería, y habían sido colocadas en una cabina telefónica
por Baader, Meins, Raspe y Gudrun Ensslin.
La explosión destrozó la entrada del cuartel general y las
oficinas del V Cuerpo de Ejércitos. Una persona murió y trece resultaron
heridas. El muerto fue el teniente coronel Paul Abel Blooomquist, que entonces tenía
39 años, originario de Salt Lake City; un veterano condecorado de Vietnam que se
desangró a causa del impacto de un trozo de la bomba cuando iba hacia su coche.
Tres días después, la agencia de prensa oficial alemana
recibió una carta del Comando Petra Schelm en la que la RAF se responsabilizaba
del atentado.
Al día siguiente de las explosiones, el 12 de mayo, dos
personas con portafolios entraron en la central de policía de Ausburgo,
subieron a los pisos tercero y cuarto, buscaron allí oficinas vacías, y se
marcharon. De acuerdo con las declaraciones de Müller, eran Irmgard Möller y
una mujer llamada Angela Luther. Las bombas explotaron a las doce y cuarto de
la mañana, hiriendo a cinco policías.
También aquel mismo día, 12 de febrero de 1972, un coche
Ford aparcado en el parking de la Oficina de Investigación Criminal Estatal en
Munich, explotó. La explosión destrozó sesenta vehículos, como también destrozó
todas las ventanas del edificio y de algunos circundantes. Horas después, el
comando Thomas Weissbecker se responsabilizó de las dos acciones.
Tres días después, el 15 de mayo, a la una menos veinte de
la tarde, la señora Gerta Buddenberg, residente en Karlsruhe, entró en su coche
y le dio a la llave de contacto; el coche explotó. Por un milagro de ésos que
ocurren a veces con las bombas en los coches, Frau Buddenberg no resultó
muerta, pero sí seriamente invalidada a causa de las heridas que recibió en sus
dos piernas.
El pecado de Gerta era haberse casado con Wolfgang
Buddenberg, de profesión juez, aquél al que le había tocado firmar la mayoría
de las órdenes de arresto contra los miembros de la Baader-Meinhof, así como
los registros de pisos francos. Según Müller, fueron Baader, Raspe y Meins
quienes colocaron la bomba.
Para ser justos con su "querido" Böll conviene recordar que pese a mostrarse crítico con el rol del Estado y los medios en los años de plomo, tampoco tuvo problema en defender a colegas que pasaban penuria en paraísos comunistas (léase Solzhenitsyn).
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