Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia
El acuerdo entre Calvi y De Benedetti fue el acuerdo entre
dos pícaros que pretendían tangar el uno al otro. Calvi, como ya he dicho, no
pretendía otra cosa que introducir dinero fresco en el Banco Ambrosiano que le
permitiese drenar los pozos sépticos en que se habían convertido sus sociedades
exteriores. De Benedetti, por otra parte, entró en el Ambrosiano porque la
inversión era muy pequeña para él y, a cambio, si Calvi finalmente era
condenado en apelación, podía aspirar a quedarse con el banco, como he dicho,
habiendo puesto muy poca pasta. Lógicamente, lo que más le preocupaba a De
Benedetti era que todas las cosas que se contaban sobre Calvi y el Ambrosiano
fuesen ciertas. Así pues, en un encuentro personal en la casa de campo del
banquero, lo sometió a un interrogatorio sistemático, en el que le preguntó
sobre sus relaciones con Sindona y, sobre todo, le inquirió sobre el verdadero
dueño del banco. Calvi le mintió: le dijo que las sociedades extranjeras eran
propiedad de distintas familias adineradas italianas radicadas fuera del país.
Le ocultó, pues, que todo era autocartera; y le ocultó, desde luego, con quién
se había endeudado verdaderamente para adquirir todas esas acciones.
El 18 de noviembre de 1981 se celebró la puesta de largo de
De Benedetti en el consejo del Ambrosiano.
Calvi estaba exultante, pero cambió de opinión muy pronto, en apenas
días. De Benedetti disfrutaba coqueteando con la Prensa, que comía en su mano
(los periodistas, como rarísimas veces se leen los informes de auditoría que
acompañan a la formulación de cuentas de las grandes empresas, suelen comer de
la mano de todo aquél que parece manejar mucho dinero y dice ser un empresario
de éxito); por eso concedió una entrevista para hablar de la operación del
Ambrosiano, entrevista de la que Calvi se enteró cuando la leyó. Eso le jodió
muchísimo. Así las cosas, el presidente del Ambrosiano comenzó a negarle a su
flamante vicepresidente la información que éste le pedía (de hecho, ni siquiera
le asignó despacho en la sede); y, lo que es más importante en el fondo, se
negó a la entrada de Micheli en el consejo de La Centrale. El equipo de De
Benedetti concluyó que, quienquiera que fuese el dueño real, o accionista de
referencia escondido, del Ambrosiano, les había puesto la proa.
A finales de aquel mismo mes, apenas días después de haberse
verificado la operación de entrada en el banco, De Benedetti comenzó a recibir
amenazas. El propio Calvi le deslizó que la P2 estaba preparando un dosier
sobre él.
El 13 de diciembre, después de haber estudiado la magra
documentación que Calvi se había dignado compartir con él, De Benedetti le envió
una carta al presidente del Ambrosiano, detallando un plan de doce puntos para
modificar la administración de la institución. Calvi, por su parte, le pidió
que firmase un conforme de la información que le había pasado; que declarase,
pues, que dicha información era completa y exacta. Lejos de ello, el industrial
se aplicó a buscar datos donde Calvi no se los daba. Así se enteró, por
ejemplo, de que el flamante Banco Andino tenía un activo de 800 millones de
dólares con sociedades extrañas, préstamos cuya racionalidad no se conocía.
Asimismo, Angelo Rizzoli le llegó a decir, por persona interpuesta, que los
verdaderos dueños del Ambrosiano, además de Calvi, eran Gelli y Ortolani. Que
el Ambrosiano, pues, era el cajero automático de la P2.
Esas averiguaciones llevaron a los socios al rompimiento. El
15 de enero de 1982, Calvi envió a una persona a decirle a De Benedetti que
vendiese su participación en el Ambrosiano; que Calvi se ocuparía de encontrar
comprador. Al día siguiente, de hecho, recibió una oferta: el precio pagado en
noviembre, más dos meses de intereses (lo que técnicamente se puede denominar
una oferta cost of capital: el valor
que pagaste, más el rendimiento que podrías haber sacado por esa pasta si, en
lugar de comprar las acciones, la hubieses invertido a precios de mercado).
Benedetti firmó el 22 de enero.
Desde un punto de vista reputacional, aquella ruptura era el
Infierno para el Ambrosiano; tal vez por eso Rosone, el único tipo que hacía
banca de verdad en la planta enmoquetada del Ambrosiano, llegó a decir que la
salida de Benedetti fue “como si se hubiera muerto mi madre”. El Ambrosiano
había hecho gala de capacidad a la hora de captar a uno de los grandes nombres
del Ibex italiano (uno de los dos, yo diría: Agnelli y De Benedetti); todo lo
que había ganado con su llegada lo perdía, multiplicado, con su salida apenas
ocho semanas después de haber entrado. Si de alguien se fiaban los italianos en
materia económica entonces era de Benedetti: si él olía a frito, es que el
banco estaba frito. Si Benedetti decía que era un pato, a los italianos se la sudaba que no anduviese como un pato, que no hiciese cuac como los patos, o que tuviese pico de pato: era un pato. Imaginaos que el gobierno español hubiera tratado de salvar
Bankia durante la crisis financiera vendiéndole un paquete de control a Amancio
Ortega y que Ortega, a los dos putos meses de haber comprado, se lo hubiese
vendido a la propia Bankia; plantearos qué pensaríais de la situación del
banco. Pues eso.
Para Calvi, ahora lo importante era encontrar otro mirlo
blanco, a ser posible más pastueño. El nuevo candidato fue Orazio Bagnasco. Bagnasco,
residente en Suiza, había multiplicado los panes, los peces y el chope a través
de un fondo inmobiliario llamado Europrogramme. En 1980 había comprado una
cadena de hoteles, CIGA, especializada en establecimientos de gran lujo.
Bagnasco y otros socios suyos compraron el 1,28% del Ambrosiano; el 26 de
enero, cuatro días después de la venta de Benedetti, se incorporó al consejo
como nuevo vicepresidente.
Bagnasco decía estar dispuesto a tirar 20 millones de
dólares a la caldera del Ambrosiano; y, lo que era más importante para Calvi,
no parecía mostrar interés alguno por dominar la institución. Para él, como
suele pasar siempre con las personas que gestionan fondos que por ello, y con notables dosis de desinformación, se denominan
buitres, dominar las empresas en las que participaba no era lo importante. Un fondo de ésos entra en un accionariado por los dividendos y las oportunidades de financiación; mientras le den lo suyo, como si el presidente del consejo de administración es un conocido pederasta aficionado a emponzoñar los depósitos de agua de las ciudades.
El 25 de enero, una nota de prensa del Ambrosiano parecía
confirmar el juicio de Bagnasco: el banco había triplicado su beneficio en
1981; y tanto el banco veneciano como el varesino no desentonaban en la foto.
Los periodistas financieros italianos, a pesar de que ya había habido noticias
acerca de las sociedades internacionales, y a pesar del dato fundamental de que
dichas sociedades no figuraban en esa
contabilidad de beneficios (lo repito: hay que leerse siempre el informe de los auditores; aunque en el caso del Ambrosiano
la cosa estaba difícil porque, shit you
little parrot, el banco no se había sometido a auditoría independiente
alguna); la Prensa financiera, digo, se apresuró a titular que el escándalo judicial no había afectado al
banco. Que, por así decirlo, una cosa era Calvi, y otra el Ambrosiano; una
especie de hommousios financiera:
diferente naturaleza, pero la misma esencia.
Lejos de lo que decían las notas de prensa y repetían como
cacatúas los periodistas, untados, no untados o por untar, el Ambrosiano estaba
quebrado. Las extrañas sociedades extranjeras que habían servido para construir
la autocartera oculta le debían a los bancos internacionales del grupo 1.000
millones de dólares. Esto quería decir, por lo tanto, que, en un balance
consolidado, el activo de dichos bancos probablemente tendría que ser minorado
en un porcentaje relevante de esa deuda viva y, como el responsable
de reequilibrar dicho desequilibrio patrimonial era el accionista, es decir la
sociedad matriz, al fin y a la postre el Ambrosiano era el que se tenía que
comer en su balance todo ese marrón. De hecho, el apunte a fallidos afectaba
aproximadamente a la mitad del valor de esos préstamos, puesto que el colateral
de los mismos (las acciones del Ambrosiano que habían comprado las sociedades
deudoras) apenas valía la mitad de lo prestado, y era todo lo que tenían esas
sociedades para responder. El resto, insisto, lo tendrían que poner los
impositores del Ambrosiano.
Giorgio Nassano, presidente del Banco Andino, estaba cada
vez más preocupado. No es de extrañar pues, como espero haber explicado, cuando
miraba su propio balance, en realidad no podía saber cuáles eran sus
dimensiones exactas. Así las cosas, le entraron prisas porque los préstamos
fuesen reembolsados; como le entraron, en Milán, al pobre Rosone. A ambos,
Calvi los intentó tranquilizar con el mismo argumento: que quien estaba detrás de esos préstamos era el Vaticano. A
Nassano, sin embargo, esa explicación, en enero de 1982, ya no le valía. Viajó
a Milán y no se marchó del despacho hasta que Calvi no le dio una fecha para el
reembolso total de los préstamos: 13 de junio.
En febrero, el Banco de Italia, en una decisión realmente remarkable, envió inspectores a Perú
para que investigaran al Banco Andino. No pudieron hacer gran cosa, porque las
autoridades peruanas no les hicieron ni puto caso. A veces, los pruritos de soberanía no hacen sino jugar a favor de los malos.
Para entonces, sin embargo, el Banco de Italia ya no era el
único supervisor que andaba detrás de Calvi. También estaba la CONSOB, la CNMV
italiana, una institución creada después del escándalo Sindona, que ya les vale
a los italianos, la verdad. Guido Rossi, el supervisor de los mercados, quería que el Ambrosiano cotizase en la
Bolsa de Milán y no el mercado restringido; eso le habría obligado a aportar
mucha más información sobre sí mismo (entre otras cosas, balances
consolidados y auditados). Rossi presionó en cooperación con el Banco de Italia y, así, el
25 de enero, Calvi, arrastrando el escroto, aceptó la cotización;
inmediatamente, tuvo que designar auditor independiente (Coopers & Lybrand)
y elaborar un balance consolidado, eso sí, sobre el ejercicio 1982 cerrado (a
principios, pues, del año siguiente).
De Benedetti, probablemente encabronado por haber perdido un
negocio que pensaba suculento, fibriló a la Prensa varias de las averiguaciones
que había hecho sobre el Ambrosiano. En ese ambiente, dos diputados de izquierdas,
Gustavo Minervini y Luigi Spaventa, interpelaron al gobierno sobre Calvi,
cuestionando por qué el Banco de Italia no lo había destituido ya. En febrero,
el Banco de Italia respondió a la presión mandándole una carta a los miembros
del consejo de administración del Ambrosiano (no a Calvi) en la que les instaba
a declarar por escrito que estaban perfectamente informados de la situación del
banco, dentro y fuera de Italia. El consejo respondió como un solo hombre en defensa
de su presidente.
El 17 y 18 de abril, el Ambrosiano celebró junta. Hubo
alguna intervención de accionistas muy católicos que estaban lógicamente
preocupados por la imagen que se estaba construyendo de su institución como un
banco de bucaneros, pero poco más. Lo cierto es que aquel Ambrosiano, que debo
recordar no estaba auditado por fuente independiente y mantenía toda la mierda
de sus sociedades internacionales fuera del ámbito de las cuentas que estaba
presentando en aquel acto, era un banco que había multiplicado por tres sus
beneficios, y que estaba proponiendo a los accionistas el pago de un dividendo
estratosférico. En esas circunstancias, hubiera sido prácticamente imposible
que los accionistas no se hubieran mostrado totalmente partidarios de la
administración llevada a cabo por su presidente, el cual, por lo tanto, fue
aplaudido y alabado por la mayoría.
Mayoría que, por cierto, incluía a Dios Padre Todopoderoso,
Señor y dador de vida, creador de todo lo visible y lo invisible.
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