lunes, mayo 25, 2020

El ahorcado de Black Friars (12: el comodín del Vaticano)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia

Como suele ocurrir en estos casos, paradójicamente para Calvi, la libertad que tanto ansiaba la consiguió siendo condenado, pues fue liberado mientras se resolvía su apelación. No obstante, eso no significaba que se hubiesen terminado sus problemas. De una forma también lógica, los sindicatos representados entre los trabajadores del Banco Ambrosiano no tardaron en exigir que todos los ejecutivos relacionados con la P2 fuesen separados del banco.
Calvi había sido sustituido al frente del Ambrosiano, porque eso de tener un presidente desde la cárcel como que queda mal. Su sucesor fue Carlo Olgiati, vicepresidente del consejo de administración y director general en el momento en que la Policía se presentó en casa de su jefe para trincarlo. Sin embargo, el candidato en el que todo el mundo creía era Roberto Rosone. Rosone era director de operaciones del banco, llevaba el análisis de riesgo y era, de hecho, la persona que las más de las veces que Calvi se había encontrado con resistencias a la hora de aprobar una operación, había liderado dicha oposición. Rosone era un hombre hecho a sí mismo, que había entrado en el banco de botones, cómo no, recomendado por un cura, y había ascendido poco a poco, estudiando al mismo tiempo que curraba.

Rosone, sin duda, pensaba que Calvi se quitaría de en medio; pero eso no fue lo que pasó. El 28 de julio, apenas una semana después de haberse leído la sentencia, el Ambrosiano celebró consejo, y Calvi lo presidió como si tal cosa. El consejo, tras expresar unánimemente su creencia en los argumentos de la apelación, votó la confirmación de Calvi como presidente y como consejero delegado. Carlo Olgiati dimitió, lo que supuso el ascenso de Rosone a los cargos de vicepresidente y director general. Sin embargo, Calvi no tardó en dejarle claro a su teórica mano derecha que estaba convencido de que había intentado echarlo del banco y que, por lo tanto, no confiaba en él.

Lo realmente increíble fue que el Ambrosiano no sólo se recuperó del escándalo, sino que pareció irle más que bien. Durante la segunda mitad del año 1981, las acciones del Ambrosiano se dispararon, mostrando la confianza del mercado hacia la posibilidad de que todo aquello terminase en agua de borrajas. La verdad, no era nada descabellada la opción, pues Italia siempre se ha caracterizado por tener cierta resistencia a enfrentarse al hecho de que sus instituciones financieras tienden a ser ineficientes y, en algunos casos como aquella época, hondamente corruptas. En ese país siempre se ha preferido dejar esas cosas pasar de una u otra manera. Es lo que el mercado creyó, y lo que le permitió al banco incrementar su base accionarial mediante nuevas emisiones. El año de la sentencia contra Calvi, 8.000 accionistas entraron en el capital, hasta un total de 37.000. La cotización de las acciones era completamente asimétrica con la importancia cuantitativa y cualitativa de la institución dentro del mercado financiero italiano.

Hay que tener en cuenta que, además, en ese momento nadie, fuera del estrecho círculo de Calvi y sus colaboradores (y el Vaticano, tal vez) sabía nada de las operaciones crediticias de las sociedades de paja. Calvi había mantenido durante años escamoteada esa realidad, aprovechando, sobre todo, un agujero del tamaño de un cráter que había en la normativa contable italiana, que permitía formular cuentas separadas para una casa matriz y sus participadas. Así las cosas, el Ambrosiano formulaba su balance por su cuenta y cada una de las sociedades que poseía por la suya; no había un balance consolidado en el que habrían tenido que aflorar las operaciones cruzadas intragrupo. El resto lo conseguía transfiriendo dinero y acciones de unas sociedades a otras, buscando con ello que quien siguiese la pista de los préstamos nunca llegase al poseedor final de las acciones.

Los primeros problemas para este sistema llegaron en 1978, cuando una de las principales firmas de auditoría de cuentas mundial, Coopers & Lybrand, practicó la revisión de las cuentas del Ambrosiano Overseas. Los auditores solicitaron información sobre las operaciones de este banco con sociedades panameñas, y se les contestó que esas sociedades pertenecían al Vaticano (quizás, una disculpa para situar las operaciones fuera del foco de la supervisión bancaria italiana). La cosa quedó en nada, pero con la detención de Calvi el tema se puso más duro. Ahora, los diferentes bancos a los que se les pedía dinero ya no se fiaban y, crecientemente, exigían que fuese el Ambrosiano de Milán el que pidiese los préstamos y se responsabilizase de ellos.

La consecuencia fue que Calvi no tuvo más remedio que utilizar el banco bueno o “limpio” para realizar las operaciones que antes practicaba con sociedades oscuras. Hasta ese momento, cuando la cosa se ponía mal en una de las sociedades, Calvi la vaciaba, sacando de allí todo el dinero y las acciones, y luego la declaraba insolvente; contablemente, lo único que tenía que reconocer como pérdida era la inversión en capital a través de su holding luxemburguesa, que habitualmente era poca cosa. Ahora, sin embargo, ya no podía hacer eso, porque quien pedía los préstamos era el primo de Zumosol.

Para el Banco de Italia, incluso a pesar de su pocas ganas de meterse de hoz y coz en el tema del Ambrosiano, el detalle de que Calvi exigiese de sus accionistas su confirmación como presidente y consejero delegado fue una señal clara: el banquero no podía dejar su silla ante el peligro de que quien se sentase en ella en su lugar comenzase a percibir el olor de la mierda que seguramente había debajo. Así las cosas, los inspectores pisaron el acelerador con las operaciones internacionales del Ambrosiano.

Sucintamente, el problema para Calvi era conseguir que las sociedades oscuras fuesen capaces de devolver los préstamos que habían pedido; de otra manera, todo se acabaría sabiendo. Pero eso era muy difícil por dos razones. La primera, porque todo lo que tenían esas sociedades era acciones del Ambrosiano; si todas procediesen a desinvertir para hacer caja, los mercados rápidamente sabrían que algo estaba pasando, como pasaría mañana en el continuo español si, casi de la noche a la mañana, el trading de, por ejemplo, el Banco Santander se multiplicase por tres, o por cuatro: eso significaría que alguien está huyendo del banco a toda costa, que algo pasa. En consecuencia, todo el mundo vendería, las acciones bajarían y las sociedades, que ya habían comprado muchas a precios artificialmente altos, no podrían reembolsar los préstamos.

La segunda razón, obvia, es que esas operaciones masivas despertarían la curiosidad de las autoridades supervisoras. Era imposible generar una operación de generación de efectivo del tamaño de la que necesitaba Calvi sin que se viese.

De todas las personas en la vida de Calvi a las que éste podía acudir en una situación así, ya sólo le quedaba una a la que podía considerar amigo: Paul Marcinckus. O no le tuvo en cuenta el renuncio que había tenido con su hijo cuando él estaba en la cárcel, o decidió obviarlo porque no tenía otro remedio. El caso es que lo visitó y le contó sus cuitas. Le pidió que respondiera por él con algún tipo de aval; no pretendía con ello, al parecer, que el Vaticano le resolviese todos sus problemas, sino tan sólo que le permitiera ganar tiempo. El religioso estadounidense, sin embargo, le dijo a su amigo básicamente lo mismo que le había dicho a su hijo meses antes, y también le había dicho a Albino Luciani cuando éste se había quejado de los tejemanejes financieros vaticanos en el Véneto: que se fuera a tomar por culo. Bueno, sólo la puntita, la verdad, porque no le dijo que no del todo, probablemente porque juzgó que Calvi sabía demasiadas cosas de él y de sus negocios como para recibir una negativa total. El taimado financiero tonsurado le dijo a Calvi que lo de la garantía se lo fuese sacando de la cabeza; pero que podía escribir algunas cartas indicando el respaldo del Banco del Vaticano a las sociedades de Panamá y Lienchenstein. En dichas cartas, Marcinckus, Mennini y Pellegrino de Strobel (director de Contabilidad del IOR ), los tres firmantes, afirman que el  Vaticano controlaba una serie de estas sociedades en paraísos fiscales, y que estaban enterados de sus deudas.

Las cartas sirvieron. Aunque el Vaticano se había negado a poner su patrimonio en garantía de las deudas de Calvi, aquellos textos sirvieron para que mucha gente creyese que, sin embargo, eso mismo era lo que estaba haciendo. Una habilidad quintaesenciada por la Iglesia católica, apostólica y romana: hacer media para que todo el mundo crea que está haciendo entera.

En el momento en que Calvi y Marcinckus se entrevistaron, Pablo VI ya se había ido con la Paloma, y también lo había hecho su breve sucesor, el pobre diablo que un día había pretendido que Marcinckus le explicase sus manejos. Estaba sentado en la sede apostólica Karol Wojtila, Juan Pablo II. Al santo de la Iglesia le preocupaba un poco el merdé que se había organizado con el caso Sindona. Eso de que la Iglesia hubiese tenido un asesor áulico al que ahora apelaban de estafador y, lo que es peor, de vulgar asesino, no le hacía pandán. Así que nombró, algunas semanas antes de la entrevista, una comisión de quince cardenales para que revisasen la situación y la política financiera del Vaticano. Los cardenales concluyeron que lo que tenía que hacer el Vaticano era huir de operaciones oscuras y especulativas.

Ja.

Calvi, una vez que las cartas le sirvieron para ganar tiempo, se aplicó a hacer algo para resolver la situación de sus sociedades de paja. Para ello, contrató, a través de Pazienza, a un nuevo conseguidor: Flavio Carboni. Carboni era un hombre de negocios sardo, dedicado sobre todo al negocio inmobiliario. Exactamente igual que Gelli y que el propio Pazienza, tenía una gruesa agenda de la que se decía capaz de tirar para resolver casi cualquier problema. Era, pues, el tipo de persona que empalmaba a Calvi.

A finales de aquel año de 1981, Calvi se convirtió en financiero de Carboni, que tenía un proyecto de construcción en su Cerdeña natal. Para entonces, el banquero estaba perdiendo la confianza en Pazienza, y necesitaba una nueva persona de referencia. Carboni se convirtió, rápidamente, en el jefe de relaciones públicas del Ambrosiano.

Con éste y otros asesoramientos, Calvi se aplicó a la búsqueda de un hermano mayor que le ayudase con los muchos problemas de su banco; alguien que pusiera, a ser posible sin ser demasiado consciente de lo que estaba haciendo, su dinero bueno encima del dinero malo del Ambrosiano. Había muy pocos candidatos así en Italia, pero eso no lo desanimó.

En los últimos días de octubre de aquel año de 1981, Francesco Micheli, un ejecutivo de finanzas que trabajaba para el grupo De Benedetti, pidió una entrevista con Calvi. Lo que quería era bastante rutinario; estaba buscando compradores para una emisión de bonos convertibles de su grupo industrial, y había pensado en el Ambrosiano. Para su sorpresa, Calvi le contestó que, tal vez, al financiero milanés podría interesarle ir más allá: le ofreció un paquete de acciones del banco.

Carlo de Benedetti no le hizo ascos a la oferta. Ya he escrito que, en ese momento, al Ambrosiano le iba de cine en la Bolsa y que el consenso del mercado era que tenía muchas posibilidades. Así pues, aceptó que los ejecutivos de ambos grupos se reuniesen y, al final, se acordó que el grupo De Benedetti compraría aproximadamente el 2% del capital del banco. El propio De Benedetti sería vicepresidente y Micheli consejero de La Centrale.

Calvi veía una luz al final del túnel. Pero todavía no sabía si era otro tren que venía de frente.

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