Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Las instrucciones fundamentales de Cayo en aquella expedición eran recuperar el pleno control romano sobre Armenia; sin embargo, el
emperador fue muy claro al decirle a su nieto que si para conseguirlo
tenía que ir a la guerra contra Partia, que no se lo pensase ni poco
ni mucho. Cuando Cayo llegó a Siria y realizó una gran ostentación
de poder, los partos se pusieron nerviosos; se dieron cuenta de que
iban a por ellos. Decidieron negociar.
En el año en que el Cristo estaba probando ya potitos, Cayo y
Fraataces celebraron una entrevista en una isla del Éufrates, en la
que llegaron a un acuerdo entre Roma y Partia. Ambas partes
desconfiaban de la otra, pues los dos ejércitos se situaron cada uno
en una rivera del Éufrates; las delegaciones negociadoras tuvieron
exactamente el mismo número de miembros; y el contacto se celebró a
la vista de todos.
Básicamente, lo que consiguió Cayo en aquella entrevista fue la
promesa de los partos de que no se inmiscuirían en los asuntos de
Armenia; y, por lo que parece, promesa fue que los partos respetaron.
Cayo habría de morir tras ser alcanzado durante el asedio de una
torre armenia; pero los partos no estaban ahí guerreando contra él.
De hecho, Roma adquirió un control total sobre la casa real Armenia
y la sucesión en el trono, y los partos no parecen haber ni
pestañeado.
Muy probablemente, esta honestidad parta tenga mucho que ver con la
que tenía liada Fraataces en casa. Habiendo llegado al poder como lo
había hecho, es normal que tuviese enormes problemas con las casas
nobles, sobre todo aquéllas que no lo consideraban digno para la
corona. Fraataces, al fin y al cabo, había matado a su padre, pero
sobre todo era hijo de una concubina italiana, y, exactamente igual
que en la Castilla del siglo XV mucha gente estaba convencida de que
la hija del rey no era suya, en aquella Partia el rumor de moda era
que el rey y su mamá italiana se querían mucho, pero mucho, mucho;
tanto que hasta se frotaban para demostrárselo. Lo cierto es que
Fraataces fue enormemente generoso con su madre, mucho más que
ninguna otra mujer de la familia real arsácida, hasta tener un gesto
totalmente desconocido en la Historia de Partia, como es colocar su
esfigie en monedas.
Como no podía ser de otra manera en un entorno y ambiente como éste,
fue por esa época que en Partia estalló una revuelta contra el rey
y, nunca mejor dicho, su puta madre. La revolución duró poco, lo
que sugiere que Fraataces, en realidad, era un tipo poco popular. Fue
finalmente ejecutado, y los megistanes eligieron como rey a otro
arsácida, de nombre Orodes, probablemente uno de los pocos que
sobrevivieron a la furia del anterior rey mediante el exilio. Parece
ser, de hecho, que ni siquiera participó en la rebelión, y fueron
los nobles los que fueron a buscarle a su exilio para ofrecerle el
curro.
Orodes, sin embargo, le salió rana a Partia. Aunque es de esperar
que alguien que las ha pasado putas a causa de la violencia excesiva
de su antecesor elija reinar con moderación y mano izquierda, lo que
sabemos de Orodes, que es básicamente lo que nos cuenta Flavio
Josefo, es que nada más llegar a la corona, empezó a
portarse como un perfecto hijo de puta. No midió bien sus pasos este
casi desconocido Orodes, pues putear a unos tíos que ya se han
apiolado al que los puteaba antes no es ninguna buena idea. En
efecto, el personal le hizo una revolución a Orodes, lo depuso, y
resultó finalmente asesinado.
En esa situación, Partia, consciente de cuál era su posición
geopolítica, decidió jugar el comodín de Roma. Así pues, le
escribieron un email a Augusto solicitándole su aquiescencia al
nombramiento de un tal Vonones como rey. Vonones, Voni para los
amigos, era el hijo mayor de Fraates IV, y estaba en Roma. A Augusto
la propuesta le hizo pandán: colocar al frente de una nación otrora
enemiga nada menos que un tipo criado a los pechos de la loba
capitolina...
Vonones, sin embargo, no cuajó. El problema fue, precisamente,
aquello que Augusto veía como una ventaja. El chavalote se había
educado en la mayor ciudad del mundo, la Nueva York de su tiempo. Se
había acostumbrado a la wifi gratis, a ir a todas partes en patinete
eléctrico y tal y tal; y cuando llegó a Partia se encontró con que
sus súbditos esperaban de él que fuese a caballo y comiese mierdas.
Aparentemente, en un gesto inusitado en un rey parto, Vonones se negó
a cazar (lo mismo era animalista, o vegano) y se movía por las
calles en litera, algo muy romano pero que a los partos les pareció
una mariconada. Para colmo, se había traído de Roma a una pequeña
Corte formada por sus amigos griegos en Roma, que se dedicaron a dar
por culo (probablemente, siendo griegos, en varios sentidos).
En fin, los partos aguantaron a aquel pollo pera refinado, pijo de
capital, unos cuantos años, hasta que se dijeron a sí mismos que
querían un Donald Trump en condiciones, como siempre. En el año 16
se levantaron contra él e invitaron a un arsácida que entonces era
rey de Media Atropatene, para que los reinase como es debido. Se
llamaba Artabano.
Artabano se mostró de acuerdo, e invadió Partia con un ejército
medo. Sin embargo, esta invasión extranjera parece haber causado en
los partos el sentimiento nacionalista, más fuerte que el deseo de
echar a un rey nenaza, razón por la cual se pusieron
mayoritariamente de su parte y rechazaron a Artabano. Éste,
entonces, regresó a su país y reclutó una armada más grande. Con
ella lo intentó una segunda vez, que fue exitosa para él. Vonones
acabó huyendo hacia Seleucia con un pequeño grupo de fieles que le
quedó, mientras el ejército parto, a causa de grandes bajas, le
cubría esa huída. Artabano, que había entrado en triunfo en
Ctesiphon, fue allí proclamado rey de los partos. Vonones, por su
parte, abandonó Seleucia, que no consideraba segura, y buscó
refugio donde siempre: en Armenia. Los armenios, que entonces estaban
sin rey, no sólo le dieron asilo, sino que lo convirtieron en su
monarca.
En ese punto, entró a jugar Roma. Ya hemos dicho que los romanos
habían adquirido el pleno control sobre la evolución sucesoria en
Armenia y que, también, habían apoyado con pasión la instauración
de Vonones en Partia. Artabano, pues, sabía muy bien que el ascenso
de Vonones a la corona armenia no se podría hacer sin la
autorización de Roma. Consciente como era de que si el antiguo rey
parto conseguía su objetivo tendría una notable base de operaciones
para atacarlo constantemente y hostigarlo en Media y en Partia,
Artabano le envió una embajada a Tiberio instándole a ponerse en
contra del nombramiento.
Tiberio, es claro, habría apoyado a Vonones si hubiera hecho lo que
él quería y nada más. En política exterior era un seguidor casi
literal de las ideas de Augusto, así pues entendía que Vonones le
ofrecía a Roma el control total de Armenia. Sin embargo, los romanos
fueron informados de que en el propio país había muchos contrarios
al ascenso al trono del parto; y, entre eso y los términos muy
categóricos en los que Artabano escribió sus cartas, resolvió
hacer lo que el rey medo-parto le pedía.
Eso sí, es probable, yo por lo menos creo que bien pudo ser así,
que los romanos no quisieran ver a Vonones ejecutado en Partia;
siempre que te toca un comodín en la mano, debes guardarlo. El hecho
es que Vonones, se lo contasen los romanos o no, recibió puntual
información de lo que le iba a acabar pasando si permanecía en
Armenia. Así pues, el parto procedió a huir de aquel país hacia
Siria, con la intención de ponerse bajo la protección del
gobernador romano de la provincia, Crético Silano. Silano,
efectivamente, lo recibió calurosamente y le designó una guardia
personal, además de darle el tratamiento de rey. Artabano, mientras
tanto, maniobraba para que un hijo suyo, Orodes, fuese nombrado rey
de Armenia.
Las cosas, desde el punto de vista de Tiberio, el nuevo emperador, estaban demasiado
movidas e indecisas en el Este. Así pues, se hacía necesario enviar
a ese teatro a un personaje de verdadero peso en la política romana,
alguien que todo el mundo entendiese era un representante del poder
de la gran potencia. El elegido por Tiberio fue Germánico, su
sobrino, hijo de su hermano Druso. Muy preocupado por dejar
prístinamente claro el carácter plenipotenciario del enviado,
Tiberio le concedió a su sobrino el mando total sobre todos los
territorios al este del Helesponto, lo que lo convertía en algo más
que un gobernador de una provincia; era algo así como un virrey de
toda la Asia romana. Tenía poderes totales a la hora de hacer la paz
o la guerra, dictar levas, anexar territorios, nombrar reyes
tributarios, etc. Además, Germánico fue dotado, bien a propósito,
de un séquito impresionante, que portaba riquezas sin fin; Tiberio
era consciente de que ése era el tipo de cosas que convencían a los
asiáticos de la importancia de alguien.
Germánico llegó a Asia en el vuelo del año 18 de la era cristiana,
y se puso rápidamente manos a la obra, como era lógico dado su
estilo militar. Entró en Armenia al frente de sus tropas, camino de
Artaxata, la capital. Una vez que escuchó a todo el mundo, Germánico
llegó a la rápida conclusión de que la causa de Vonones en aquel
país estaba perdida for good: aquellos armenios que se habían
opuesto al nuevo rey nunca lo aceptarían, y su subida al trono,
además, provocaría un gravísimo conflicto, con seguridad bélico,
con los partos. Por otra parte, tampoco era lógico aceptar la
propuesta de Artabano en favor de su hijo Orodes; eso había sido una
excesiva demostración de debilidad por parte de Roma. Necesitaba un
punto medio.
Y lo encontró. En Armenia vivía entonces un príncipe extranjero,
educado desde niño en el país y convertido, por lo tanto, en un
armenio de la cabeza a los pies. Se trataba de Zenón, hijo de
Polemo, rey que lo había sido del Ponto, cuando el Ponto era un reino
completo y relativamente poderoso, y después de la conocida como Baja
Armenia. Zenón contaba con la simpatía de muchos armenios,
incluidos los de casta noble. Los propios armenios fueron, de hecho,
los que sugirieron que Zenón podía ser su rey; a Germánico no le
restó más que comprobar que la mayoría de los nobles estaba de
acuerdo con esa idea. Así pues, en una ceremonia multitudinaria
celebrada en Artaxata, el propio Germánico puso en las sienes de Zenón
la diadema de rey de Armenia, y lo saludó como rey con el nuevo
nombre de Artaxias.
Tras resolver el tema armenio, Germánico se marchó a Siria, donde
recibió prontamente la visita de embajadores partos. Artabano, en
las cartas que llevaron, recordaba el acuerdo de paz de su nación
con Roma en tiempos de Augusto, y hacía votos para su renovación.
Claramente, los partos habían decidido no mosquearse por el temita
armenio, donde claramente habían recibido un zascae, o sea un par de
zascas romanos. Los embajadores sugirieron un encuentro entre rey y
plenipotenciario en el Éufrates. En el capítulo de peticiones,
Artabano, probablemente consciente de su posición, ya no exigía la
entrega de Vonones, pero sí que lo moviesen más lejos de Partia de
donde estaba y, sobre todo, que los romanos le garantizasen que
cesaría la correspondencia que el rey depuesto había comenzado a
intercambiarse con algunos nobles partos.
Germánico respondió con el habitual florilegio de buenas palabras
que ha sido siempre la materia prima de la diplomacia; pero evitó
mostrarse muy categórico a favor de la oferta de entrevista
personal. En lo de Vonones, sin embargo, sí me mostró de acuerdo, y
de hecho lo trasladó desde Siria hasta Cilicia, concretamente a la
ciudad de Pompeiópolis que, como su propio nombre indica, fue
construida por Julio César. Aparentemente, con esto Artabano decidió
que tenía lo que quería.
Lógicamente, el que se quedó más jodido que una mona fue Vonones.
Al año siguiente, estamos ya en el 19, intentó escapar. Su huida,
sin embargo, fue descubierta. Algo debió pasar, lo más probable que
los romanos llegasen a la conclusión de que aquel tipo iba a seguir
intentando huir si lo seguían tratando medio bien y que,
consiguientemente, su comodín podía acabar convirtiéndose en una
mala jugada, ahora que Roma podía contar, con bastantes visos de
estabilidad, con unas buenas relaciones, cuando menos unas relaciones
exentas de guerras, con lo partos. Así pues, le dieron al tema
Vonones la solución que solían darle cuando alguien dejaba de
serles útil, y se lo llevaron por delante.
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