Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste
Tras la muerte del Papa, el cónclave eligió a Giovanmaria Ciocchi del Monte como nuevo cura Ariel. Julio III, tal era el nombre que eligió, era un viejo conocido de la alta política vaticana y europea y también de vosotros mismos, si es que habéis leído ya las notas sobre el concilio de Trento. El nombramiento de Del Monte fue recibido, en Trento, por la oposición española con una carta en la que se venía a decir, un tanto retóricamente, que no se podía haber escogido a un candidato más partidario del concilio y de la reforma de la Iglesia. Sin embargo, aquella declaración trataba más bien de ser un toque de atención; porque el Papa, en realidad, lo que quería era cargarse Trento, sobre todo, mediante su traslado a alguna sede no imperial que pudiese controlar.