viernes, diciembre 18, 2020
miércoles, diciembre 16, 2020
La Armada (15: el Capitán América de la catolicidad entra en París)
Aquí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.
La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode
Jueves, 12 de mayo de 1588. Cinco de la mañana. Todavía está oscuro, pues el hombre aún está sometido a los dictados de los movimientos del sol y no de las chorradas horarias de los gobiernos y de la Comisión Europea. En su dormitorio que da justo al chaflán de la Rue des Pouilles, el embajador español en París, Bernardino de Mendoza, ronca como si se hubiera tragado a un oso que se hubiera tragado al campeón de eructos de Calasparra. Sin embargo, lo despierta la batahola de un grupo de hombres armados que viene bajando la Rue de Saint-Honoré. Mirando por la ventana, Mendoza alcanza a distinguir unos ridículos pantalones bombachos, exageradamente ahuecados como si sus portadores tuviesen los muslos de Hulk, y se da cuenta de que son miembros de la guardia suiza del rey. Detrás vienen guardias franceses; y todos toman la calle Saint-Honoré. El sol comienza a salir, y bajo su luz brillan los morriones, las picas, los arcabuces, dispuestos por la formación defensiva. A las tropas se las tragan, lentamente, las callejuelas que llevan al Louvre. Pronto, comienzan a sonar las cajas y los pífanos.
lunes, diciembre 14, 2020
La Armada (14: la Armada se arma como buenamente puede)
quí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.
La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode
Felipe II quería que Álvaro de Bazán saliese ya de la bocana del Tajo para encenderle el pelo a los ingleses y hacer posible la invasión del país por las tropas de Parma. Bazán, sin embargo, no las tenía todas consigo. El experimentado marino había calculado que, para poder dominar a la flota inglesa, necesitaría, como poco, medio centenar de galeones, y apenas tenía trece; y uno de ellos estaba tan hecho polvo que el almirante dudaba de que se pudiera hacer a la mar. Además, quería disponer de un centenar más de barcos grandes, fuertemente armados, además de una cuarentena de naves de aprovisionamiento, seis galeazas, cuarenta galeras y otros barcos de menor tamaño. En lugar de esto, a finales de enero todavía contaba sólo con cuatro galeazas, más una abigarrada macedonia de sesenta y setenta barcos más de diversos tipos; literalmente, lo que se había podido alquilar al norte y al sur de Europa. Muchos de estos barcos no estaban ya en el mejor de los momentos de su existencia y eran, además, notablemente lentos para las demandas de una operación como aquélla. Los mejores de entre todos eran los barcos vascos, al mando de Oquendo y Recalde; pero estaban pobremente armados.