lunes, enero 17, 2022

El fin (7: Los tres puntos de Figueras)

  El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquen, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over

Tan escaso quorum nunca ha sido óbice para que la historiografía considere esta sesión como válida y no simbólica, en una demostración más de lo dados que somos los españoles a considerar que las leyes están para adaptarse a nosotros, y no nosotros para adaptarnos a las leyes, y cumplirlas. Martínez Barrio, como presidente de la asamblea, comenzó la sesión diciendo que las Cortes se reunían “en un momento difícil”; siempre fue persona de mente preclara, capaz de ver lo que los demás no veían.

A continuación, habló Juan Negrín, quien estaba en Figueras para decirle a los diputados, a la República, a España entera y a los licenciados en Historia mediocres, que la pérdida de Barcelona en modo alguno suponía perder la guerra. En un retruécano retórico acojonante, Negrín consideraba que el éxodo masivo que se había producido hacia los Pirineos era un plebiscito a su favor. Si Franco había entrado en Cataluña como el cuchillo caliente en la mantequilla, dijo, era porque al GERO le habían pillado sin material; pero eso iba a cambiar porque la República había conseguido nuevas armas y pertrechos (lo de que, dos semanas antes, estuviera haciendo las levas indicándole a los quintos que tenían que presentarse con manta, menaje y todo lo necesario, por lo visto, era una broma que les estaban gastando). Añadió: “hay que fijar al enemigo en Cataluña, y allí será la liquidación de la guerra a nuestro favor”. A mí me vais a perdonar, pero Negrín en Figueras me convoca la imagen del caballero de Los caballeros de la tabla cuadrada que, aun sin piernas ni brazos, todavía pide pelea.

En fin. Luego, ya en la parte mollar de su discurso, Negrín hizo la manifestación más importante: los tres puntos de Figueras que debían regir el futuro de España:

  1. Independencia respecto de injerencias extranjeras.

  2. Elección por el pueblo del régimen político deseado.

  3. Garantía de que, acabada la guerra, no habría persecuciones ni represalias.

Mientras Negrín hablaba de los Mundos de Yupi, en el mundo real las tropas nacionales tomaban Vich. El día 2 de febrero, cayeron Berga y Tosa. En Gerona se montó tal histeria colectiva que, cuando los navarros entraron en la ciudad el día 4 de febrero, allí no había nadie ni para tirarles un palo.

Este mismo día 1 de febrero, además, ya van pasado las primeras cosas en uno de los argumentos troncales de estas notas, que son los contactos entre enviados del bando nacional y algunos jefes republicanos, notablemente el coronel Segismundo Casado, para coser una rendición a espaldas de los comunistas y del propio gobierno. Ese día, en efecto, Julio Palacios, un catedrático de universidad profalangista que había conducido los primeros contactos discretos con gentes relacionadas con Casado en los días anteriores, recibe el primer feedback; es la primera vez que sus mensajes dejan de ser respondidos por el silencio. Casado respondía a la oferta del SIPM: “Enterado, conforme y cuanto antes, mejor”. Eso sí, como garantía, el coronel exige que su amigo el general nacional Fernando Barrón Ortiz le mande una carta dejando claro que está enterado de los apaños y, sobre todo, informándole del nihil obstat a los mismos por parte del más alto mando franquista. Casado, compañero de fatigas de Barrón en el pasado, lo tiene por militar de palabra incólume, incapaz de mentirle o engañarle, y por ello exige esa carta a modo de garantía de que los franquistas van en serio. Bueno, en realidad, de que Franco va en serio, porque en este juego, importar, importar, lo que se dice importar, sólo importa la opinión de uno.

El mismo 1 de febrero en el que la maquinaria de la rendición se pone lentamente en marcha, Azaña había salido de Perelada con su mujer, su familia y algunos asistentes. El general Rojo lo previno de dormir en la sede del cuartel general pues, dijo, temía que fuese bombardeada por los nacionales. Así pues, le ofreció, al presidente de la República, dormir en un camión. Es de suponer que Azaña le debió de decir que no mamase, así pues, lo acabaron alojando en La Bajol, parece ser que en medio de la susceptibilidad de los vecinos, los cuales, teniendo con ellos al puto Presidente, temían, por lógica, ser bombardeados. El detalle tiene su intríngulis: para entonces, todo el mundo parece asumir que el lugar donde paran los jerifaltes de la República es informado, con pelos y señales, a los franquistas. La República, a todas luces, es un cotolengo en el que cada uno mira por sí mismo, y los que piensan que van a necesitar circunstancias atenuantes frente a un eventual futuro consejo de guerra se dedican a construirse esas coartadas. Toda una historia, de seguro repleta de ejemplos, que nadie ha querido escribir: los franquistas, porque habría sido como reconocer que les ayudaron a ganar; y los no franquistas, porque se empañaría la visión heroica, prelapsaria, de sus hombres y sus nombres.

En algún momento posterior al 1 de febrero, pero que yo creo que no pudo ser muy posterior, se produjo un incidente importante, tan importante que son varios los estudiosos de este periodo que lo destacan. El Buró del Partido Comunista de España huía hacia la frontera francesa junto con el gobierno español y, por lo tanto, estaba establecido en Figueras. Desde allí, se las arregló para editar un manifiesto destinado a dejar claro que su posición era clara a favor de mantener la resistencia, y criticaba a todos aquéllos que habían abandonado España antes de que cayese la totalidad de la región catalana.

El manifiesto, por las referencias que he leído, tenía palabras muy duras contra Francisco Largo Caballero; Largo, venía a decir el texto, era un personaje fundamental del Frente Popular, cuya presencia en España hubiera servido para galvanizar a la República y, de consuno, su rápida ausencia del territorio nacional había provocado el sentimiento exactamente contrario. Personalmente, considero que si los términos del manifiesto son los que he leído que fueron (nunca he tenido en mis manos un texto literal, lo confieso), aquello era, claramente, una operación de antipropaganda contra los socialistas. La capacidad galvanizadora de Largo Caballero, en enero de 1939, era cero zapatero. Niente, kein, nothing. Ya nadie creía en él como factor importante en la pelea, y su gesto de haberse quedado en Figueras en plan siete machos no habría cambiado nada. Para mí, pues, el Partido Comunista, lo que quería, era lo que consiguió: insultar al PSOE y lanzar la idea de que los socialistas huían mientras que los comunistas, no.

La publicación de este manifiesto en Madrid provocó una escalada de la conflictividad entre socialistas y comunistas. Y fue, además, el momento que Segismundo Casado estaba esperando para poder acallar a los segundos.

Casado, como responsable de la defensa de Madrid, tenía, desde la declaración del estado de guerra (y era por cosas como ésta por lo que el Frente Popular no quiso declararlo durante casi toda la misma) el poder de ejercitar la censura de Prensa allí donde lo considerare conveniente. Así las cosas, tuvo conocimiento previo de las galeradas de un nuevo número de Mundo Obrero, en el que el PCE, al parecer sin dar nombres, acusaba la existencia de una conspiración para sublevarse contra el gobierno y sustituirlo y, además, publicaba el manifiesto de Figueras.

La mayoría de los autores se limitan a constatar que Casado censuró ese número del periódico comunista. Edmundo Domínguez, sin embargo, sostiene que fue más allá y que convocó una reunión del Frente Popular. En dicha reunión, siempre según la fuente pro negrinista, habría leído el artículo censurado y habría realizado una defensa cerrada de Largo Caballero e, incluso, insisto que siempre según Domínguez, mostrándose comprensivo con la posibilidad de que los agraviados (los socialistas), quisieran “castigar violentamente” a los autores de tal desafuero. Como digo, este relato se incluye en uno de los primeros libros que se escribirían tras la guerra civil, por parte de amanuenses de mayor o menor confluencia comunista, destinados a convencer al mundo de que los hombres de Stalin en España eran santos varones injustamente vilipendiados por los demás. A mí la escena me cuadra más con una estrategia de Domínguez que con la verdad. Casado haciendo una defensa cerril de la persona de Largo Caballero es algo que, la verdad, se me hace bola.

Siempre según el relato citado, se siguió una discusión en la que los comunistas no escondieron que el contenido del texto era el que ellos defendían, en plan “el público tiene derecho a saber”; frente a los socialistas, que reclamaban su derecho a lavar sus trapitos en casa. La sesión terminó como el rosario de la aurora. De creer a Domínguez Aragonés, al día siguiente el manifiesto fue repartido, y Casado cursó órdenes de que quienes fuesen encontrados repartiéndolo fuesen detenidos.

Azaña residió en La Bajol desde el 1 hasta el 5 de febrero. Ese día, a las seis de la mañana -es su propio relato-, una veintena de personas emprendió el camino de Francia. Entre ellos, además de Azaña, Diego Martínez Barrio, Juan Negrín y José Giral. Cogieron unos coches policiales, capaces de maniobrar por las trochas; pero, al averiarse uno de ellos, terminaron a pie hasta Las Illas. Allí, Negrín se despidió y el resto siguió en coche hasta Perpiñán.

A las cuatro de la tarde del 5, cuando en Figueras todo dios se cosca de que el presidente de la República, el de las Cortes y el del gobierno, se han pirado de España (aunque Negrín regresó), en Figueras se da la instrucción de maricón el último. El general Jurado llegará a la ciudad a eso de las nueve de la noche, y allí ya no quedará nadie para saludarlo.

Pero hemos ido un poco demasiado deprisa. En diciembre de 1938 pasó alguna que otra cosa que también se os va a contar en estas notas. Y pasa en Madrid.

Aunque la Quinta Columna fue un mito casi permanente en las zonas republicanas más importantes y cercanas al frente, notablemente Madrid, los indicios son muchos en el sentido de que la instrumentación efectiva de una comunicación entre los nacionales y nacionales emboscados en zonas republicanas fue relativamente tardía dentro de la guerra. En este sentido, José María Taboada Lago, que habría de ser, por así decirlo, coordinador de esa Quinta Columna en Madrid (bueno, más precisamente: uno de los coordinadores), nos dice en sus memorias que la instrumentación de la misma fue imposible durante todo el año 1937 y parte de 1938, “por la carencia absoluta de medios que pudieran aceptarse como de una cierta seguridad para establecer comunicación con la zona nacional”. Cita Taboada el intento aislado de un capitán de Asalto desde el gabinete telegráfico de la propia Dirección General de Seguridad. Sin embargo, conforme el signo de la guerra fue definiéndose, la ambición, dentro y fuera de Madrid, en el sentido de crear algún tipo de conexión, era cada vez más grande. Y también más fácil porque, la verdad, con las últimas boqueadas de la guerra, empieza a haber mucha gente que ya sólo mira por sus propios intereses y decide que le pasará o permitirá que pase información hacia la zona nacional, para que así le deban favores cuando todo acabe.

El momento para poder empezar a pensar en montar algo así surgió, siempre según Taboada, con la caída de la ciudad de Santander. Santander cayó en manos de Franco el 26 de agosto de 1937. Entre las personas que quedaron liberadas en la ciudad se encontraba el administrador de la Junta Central de Acción Católica de Madrid y comandante del ejército, Justo Jiménez Ortoneda. A Jiménez Ortoneda la guerra le tenía que haber pillado en Madrid, pero estaba en Santander porque la Acción Católica lo había enviado allí para ocuparse de la administración de sus cursos de verano. Ortoneda, con importantes capacidades en materia de inteligencia, se incorporó al Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), al mando de uno de los elementos fundamentales para el final de la guerra: el coronel de Estado Mayor José Ungría Jiménez. Un hombre que, de haber escrito unas buenas memorias, probablemente habría aportado un material muy interesante dentro de un mundillo bastante contaminado de farfolla subvencionada. El SIPM, este detalle es importante para nuestro relato, tenía una estructura, llamada Sección Destacada, muy cercana a Madrid, emplazada en Torres de Esteban Hambrán, Toledo, a cargo del teniente coronel Francisco Bonel.

Jiménez Ortoneda fue destinado a un puesto bastante avanzado respecto de Madrid, en Sepúlveda. Allí, entre cordero y cordero, el comandante comenzó a organizar los primeros “pases” de la línea del frente por parte de los correos. La llegada de estos correos a Madrid y su conexión con Taboada impulsó la creación del servicio secreto o SIE, conectado con el SIPM, dice Taboada; aunque probablemente Ungría, de haber escrito sus memorias, habría utilizado la palabra dependiente. Con el tiempo veremos que las leves o no tan leves diferencias a la hora de interpretar esta relación habrían de dar sus problemas.

El SIE se nucleó alrededor del mando de José Taboada, hombre de destacada definición católica que había logrado sobrevivir, al principio de la guerra, a la detención por el mismísimo Agapito Gardía Atadell; y la habilidad de Vicente Mayor Gimeno, que fue nombrado secretario general de la organización, era custodio de su documentación y llevaba buena parte del peso logístico. El servicio se organizó en sus elementos fundamentales en los meses de mayo y junio de 1938 y, en la segunda mitad de julio, remitió sus dos primeros informes por correo personal. Se enviaban escritos en letra microscópica en papeles de fumar. A los miembros del SIE se les concedió, por parte del mando franquista, preferencia en canjes, además de los haberes pasivos que generasen.

El jefe operativo de la organización, como queda dicho, era Vicente Mayor; siendo jefes de grupo Francisco de Asís Garmendia (quien, al parecer, había tenido algo que ver en el intento del capitán de Asalto), Ramón Arnal, Ricardo Vicent, Cecilio Utrilla Alcántara y Luis Cervera Vera. Los jefes no se conocían entre sí y desconocían su calidad de jefatura. Todo este entramado se coordinaba, dato que supongo que despertará sueños húmedos entre los anti peperos, desde una casa en el número 3 de la calle Génova, domicilio de la viuda de otra persona afecta al régimen apellidada Tráver. Esta viuda, Paquita Tráver Gómez, se hizo ayudar por otras dos mujeres: Conchita y María Tráver Gómez-Acebo, ambas sobrinas suyas.

Taboada, quien en sus memorias adopta una actitud un tanto equívoca, en las que viene a reconocer que Mayor Gimeno era quien verdaderamente se batía el cobre y se jugaba el gañote pero, al mismo tiempo, se arroga el mérito de ser “el creador y organizador del Servicio Secreto”, nos dice que los dos grandes servicios prestados por el SIE son los referidos a la batalla de Brunete (debe de referirse a Brunete II, esto es, a la acción que se describe en estas notas) y la del Ebro. En lo tocante a ésta última, nos dice Taboada que durante el transcurso de esta larga batalla se le solicitaron al SIE dos servicios: en primer lugar, la filtración de la planimetría que se pudiera encontrar; y, en segundo lugar, un conocimiento lo más preciso posible de las bajas sufridas por el bando republicano.

7 comentarios:

  1. Me entra una duda: Ese Julio Palacios ¿Sería Julio Palacios Martínez físico y cruzado antirelativista?

    Palacios Martínez nunca tuvo problemas con el franquismo, pero no le conocía veleidades falangistas, solo fervor monárquico.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. No tengo fuentes de dos apellidos, lo siento. Sobre la distinción, has de entender que, en esas circunstancias, era menos importante de lo que pueda parecer ahora. El propio Taboada Lago era un propagandista católico y, si sigues leyendo, de hecho el SIE, que cabe sospechar estaba cortado un poco a su medida, las tuvo dobladas con Valdés Larrañaga y sus camisas azules.

      Borrar
    2. Pues es posible que sean el mismo personaje porque Palacios Martínez era tan católico como monárquico. Fue un personaje muy curioso: Fue miembro de las Academias de Ciencias, Medicina y Lengua y aportó mucho al uso de Rayos x en medicina, lo malo es que su obsesión anti relativista hizo bastante daño a la ciencia en España.

      Borrar
  2. Anónimo8:14 p.m.

    La historia de los servicios de información de Franco en la guerra es LA NOVELA de la guerra. Y Ungría es M.

    Solo que ¿a quién le interesa, pudiendo escribir novelitas de espías aficionados que quieren rescatar el oro de Moscú?

    En cuanto a sus memorias, de hacerlas escrito, serían como las que escribirá el general (r) Sanz Roldán, si las escribe: nada entre dos platos. Porque cerrar el pico es parte de su negocio, hasta la muerte y más allá.

    Eborense, agente ceroceroséix

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Si, en eso estoy de acuerdo. Un buen espía nunca escribe unas buenas memorias, sino que sigue haciendo contraespionaje en su libro. Para mí, en todo caso, la de Ungría y la de Barroso son las dos figuras militares del bando franquista que más curiosidad me despiertan.

      Borrar
  3. Hablando de espías, no están mal los papeles de Manglano. Tal vez cerró el pico pero se llevo tela de papeles..

    ResponderBorrar
  4. me encanta la ironía sobre Martínez Barrio...

    ResponderBorrar