Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
La muerte de Seguí se produjo en beneficio de dos grupos bien definidos en Barcelona. Los dos más radicales: los grupos de afinidad surgidos del anarcosindicalismo, y los grupos patronales que rechazaban el cese de Graupere y querían continuar la lucha armada contra los obreros. El objetivo de los grupos de afinidad era, una vez muerto Seguí, acabar con su teórica estratégica, hacerse con el control de la CNT y, consecuentemente, arrastrarla a su dinámica revolucionaria. Los patronos, por su parte, buscaban taponar cualquier avance social. Una de las cosas que había abordado el gobernador Raventós era la implantación en Barcelona de la recomendación del Instituto de Reformas Sociales, en el sentido de incrementar la participación (versión sindical) y el control (versión patronal) obrero en las empresas. Algo que incluso la dictadura de Primo de Rivera desarrollaría. La clase empresarial catalana, sin embargo, era notablemente egoísta. Se había criado a los pechos de un sistema económico, el del siglo XIX, en que, por concedérsele gabelas, hasta se había tragado con décadas durante las cuales la esclavitud colonial era legal, algo de lo que muchos de los grandes nombres de la empresa catalana (y no catalana, aunque ésta era mucho más magra) se beneficiaron.
Había, desde luego, fuerzas, empezando por la propia
representación del gobierno de Madrid, que ambicionaban poder decir que la herencia
de Seguí sería la instauración de un sistema ordenado de relaciones laborales.
El problema que tenía ese objetivo es que era muy fácil de romper mediante la
violencia.
El día 27, apenas quince días pues tras el atentado, unos
pistoleros del grupo de Homs, al parecer asistidos por somatenes, se cargaron a
Joan Pey, contador del Sindicato de la Madera de la CNT y seguidista convencido. Lo siguieron por las Ramblas hasta que Pey
se paró en la boca de la calle Puertaferrisa, para beber en una fuente. Allí le
dispararon y lo dejaron muerto.
Solidaridad Obrera reaccionó
a este atentado con el típico camaradas,
no respondáis a las provocaciones; pero estoy seguro que incluso quienes
redactaron ese suelto sabían que la muerte de Pey, con el mensaje que portaba
de que la de Seguí no había sido sino el comienzo de una ofensiva de exterminio
de los anarcosindicalistas, era oro molido para Los Solidarios, grupo que para
entonces había tomado el timón de la reacción anarcoterrorista.
A finales de marzo, en La Verneda, los grupos de afinidad
celebraron una reunión. Para entonces, García Oliver era, ya, su voz cantante.
Curiosamente, Oliver, que era tan echado para adelante, recomendó cierta prudencia.
Antes de atacar, dijo, había que conocer bien las agarraderas del Libre con los
empresarios y el Gobierno Civil. Porque el objetivo era el Libre, obviamente;
si los grupos de afinidad buscaban arrastrar a la CNT a su estrategia, antes
necesitaban que el sindicato fuera monopólico.
Sin embargo, aquello de los grupos de afinidad estaba menos
organizado, mucho menos jerarquizado, de lo que pueda parecer. Aunque en La
Verneda se votó, por así decirlo, primar la labor de inteligencia antes de la
acción, un grupo de pistoleros, el 6 de abril, entraron en el bar La Martxa de
la calle Villarroel, y se cargaban a tiros a Francisco Pastor, secretario del
sindicato del Agua del Libre; el presidente, Agustí Viladoms, cayó un par de
horas después, para más inri, delante de su hijo de ocho años. Ese mismo día,
en Manresa, Los Solidarios espotearon allí a Juan Laguía Lliteras. Laguía había
dimitido de sus cargos, pero los grupos de afinidad lo consideraban responsable
de la agresión a Pestaña. En todo caso, ya más relajado tras haber dejado la
primera línea, Laguía había adquirido la costumbre de dejarse caer por las
tardes por el bar La Alhambra, para jugar al dominó con los colegas. A las
cuatro de la tarde, Francisco Ascaso y Juan García Oliver entraron en el local.
Laguía estaba en un reservado, separado apenas por una cortina de cuentas.
Ascaso y Oliver entraron y descargaron sus pistolas, sin mucho sistema, la
verdad. Hirieron a Eduard Folch y a Lorenzo Martínez, compañeros de Laguía, y
al camarero Manuel Hernández. Pero a Laguía ni le dieron.
Al día siguiente, anarquistas asaltaron los locales del
Libre en la calle de Sagristans. Buscaban documentación comprometedora. Se
demoraron demasiado, puesto que, cuando llegó la Policía, todavía no habían
huido y tuvieron que abrir un tiroteo.
Una prueba de que el pistolerismo barcelonés es la mafia de
Chicago sin prohibición es que el Libre no denunció los hechos. Los
sindicalistas le quitaron importancia al percance, porque no querían a la
Policía cerca; preferían ocuparse ellos. El día 12 de abril, al caer la noche,
un grupo de activistas del Libre se concentró cerca del centro obrero de la
calle del Santo Cristo, en Sants. Los sindicalistas de fuera y de dentro se
enzarzaron en un tiroteo que sólo acabó cuando llegó la pasma.
A partir de ahí, la violencia entró en escalada. En sólo las
48 horas siguientes, hubo siete agresiones. El domingo 22, dos cenetistas,
Josep Ballart y Pere Martí, fueron con sus mujeres al cine Odeón, en la calle
de Sant Andreu. Los mataron en la misma puerta.
En Barcelona, la verdad, había todo un movimiento pacifista,
por así llamarlo. El cansancio de la violencia y el ejemplo de Seguí había
hecho que muchos comités de empresa y muchos empresarios se bajasen de sus
respectivas burras; había, pues, mucha gente que experimentaba en sus carnes
los beneficios de la conciliación de posiciones en la negociación social, con
huelgas que terminaban con acuerdos factibles. Una institución, el Ateneo
Enciclopédico Popular, tomó la bandera de estas soluciones negociadas,
promocionando conferencias y encuentros que siempre estaban hasta la bola.
Pero, como ya he dicho, a la violencia no le cuesta mucho imponerse en las
primeras páginas y transmitir la sensación de que es el sentimiento principal.
El 23 de abril hubo en Madrid una conferencia de grupos
anarquistas. Durruti, presente, defendió la propuesta de Los Solidarios: la
adhesión global a un plan revolucionario. La mayoría de los asistentes, en
parte por la raíz individualista del anarquismo, en parte por los logros que
estaban consiguiendo a base de negociar, en parte porque no eran grupos de
acción armada, lo rechazaron. No obstante el rechazo, esta reunión siempre se
ha tenido por el germen de lo que acabaríamos conociendo como Federación
Anarquista Ibérica.
En Barcelona, el Libre había decidido pelear por la
dominación casi absoluta del sindicato de Banca, para lo cual había elaborado
una plataforma con importantes mejoras sociales para los trabajadores del
sector, que pretendía imponer mediante la huelga. En medio de esta
movilización, el dirigente del sindicato de Banca de la CNT, Josep María Foix,
fue asesinado. Era el 28 a mediodía. Foix había sido despedido del banco en el
que trabajaba y estaba colocado en la Asociación de Obreros Municipales, una
organización fundada por Joaquín Maurín, donde solían conseguir una soldada los
que estaban en las listas negras y no encontraban curro. Paró en un bar del que
ya hemos hablado, L’Esquerra de l’Eixample, en la calle Aribau. Luego caminó a
la calle Tallers, donde vivía y donde Fulgencio Vera, alias Mirete, asesino de Layret, le disparó y
lo mató en el acto.
El 1 de mayo comenzó la huelga de banca el Libre, que habría
de durar meses y extenderse a media España.
En paralelo, Los Solidarios habían decidido asesinar a dos
ejecutores de obreros: Martínez Anido, que estaba en San Sebastián; y Faustino
González Regueral, que había sido gobernador civil de Vizcaya y estaba
semioculto en León. Las acciones, sin embargo, no debían realizarlas sus
miembros. Habían detectado que la Policía había aprendido a recelar de obreros
con acento catalán que aparecían como de la nada fuera de Cataluña. Así pues,
se quedaron en Barcelona, a sus propios asuntos. El día 4 de mayo asesinaron en
Badalona a Josep Arqués, que presidía el Sindicato del Vidrio del Libre.
Arqués, recio y veterano en aquellas lides, se dio cuenta, paseando, de que un
transeúnte se quitaba la gorra innecesariamente. Él sabía bien que ése era el
gesto habitual para marcar a un objetivo, así pues se volvió y le disparó a uno
de sus agresores. El resto, sin embargo, acabaron con él.
El conjunto de muertes que fueron como réplicas de ese terremoto
que fue el asesinato de Seguí acabó con la paciencia de mucha gente en
Barcelona. La labor de zapa del Ateneo Enciclopédico Popular se dejaba sentir.
Así las cosas, un grupo de políticos de izquierdas, como Artemi Aiguadé o Rafael
Campanals, impulsaron una manifa en contra de la violencia. Ocurrió, incluso a
pesar de la desautorización del gobierno civil, el domingo 5 en la Plaza de
Sant Jaume. Los manifestantes, sin embargo, incluían en sus reivindicaciones
únicamente el desarme del Somatén y el apartamiento de Barcelona de los
policías de la etapa Anido; digamos, pues, que sólo veían una cara de la
moneda. La manifestación fue pacífica, pero luego, cuando los manifestantes se
desplazasen a la Plaza de Cataluña, la policía cargó y hubo serios
enfrentamientos que causaron un muerto.
Los grupos de afinidad anarquistas, sin embargo,
respondieron a la manifestación apenas tres días más tarde, matando a un
inspector de policía llamado Escartín que había participado en la trama del
atentado preparado contra Martínez Anido. Quizás ese mismo día llegaba a San
Sebastián el comando que debía matar a Anido: eran Francisco Ascaso, Aurelio
Fernández y Rafael Torres Escartín. Como en una película de Al Capone, llevaban
sus armas en estuches de violín. Habían decidido matar a Anido durante uno de
sus frecuentes paseos por el túnel que unía el barrio Antiguo y La Concha. En
una de las sesiones de vigilancia y acopio de información, a las que
lógicamente bajaban desarmados para evitar problemas, Escartín casi se dio de
pico a pico en medio de la calle con el mismísimo Anido; no pudieron matarlo,
claro, porque no llevaban las pistolas. Fue su última oportunidad. Martínez
Anido fue nombrado gobernador civil de La Coruña y ya no retomó sus paseos.
Inasequibles al desaliento, los tres terroristas se fueron a
La Coruña. La policía, sin embargo, detuvo un día a Ascaso y Fernández, aunque
lo hizo pensando que se dedicaban al tráfico de drogas. Al final los soltaron,
pero conminándoles a abandonar la ciudad, cosa que tuvieron que hacer.
En Barcelona, mientras tanto, la CNT cayó en una estrategia
empresarial. Siguiendo la vieja teoría de cuanto
mejor, peor, los empresarios del transporte de la ciudad decidieron que
arrastrar a los anarquistas a una huelga salvaje los erosionaría definitivamente.
Calculadamente, pues, los empresarios del transporte despidieron a todos los
trabajadores que no fueron a su puesto de trabajo el 1 de mayo (que no era
festivo entonces). Aunque, al parecer, Camilo Piñón y el resto de las cabezas
del sindicato consideraban que todo era una provocación, la asamblea de trabajadores
votó la huelga, que empezó el 14. El día 15, los huelguistas se concentraron en
la Plaza de España, esperando a los payeses que entraban en la ciudad con sus
carros de verduras, para bloquearlos. Sus acciones fueron eficientes: comenzó
la escasez, y diversas empresas hubieron de cerrar por falta de materia prima.
En medio de esa huelga, se produjeron siete atentados con cuatro muertos.
Fue entonces cuando se conoció la noticia del asesinato, en
León, de Faustino Fernando González Regueral.
El Faustino del último párrafo ¿No será Fernando?
ResponderBorrarCorrecto. Es Fernando
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