La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
Manuel Testa estaba, realmente, bastante cerca del paso a nivel del Poble Nou. Hay que anotar en el debe de aquellos terroristas que no se percatasen de ello cuando hicieron la inspección ocular del lugar del robo, la verdad. Estaba tan cerca que, en uno de sus disparos, le acertó de lleno a Recasens, que cayó al suelo, herido. Recasens llevaba la caja de la nómina. Sus compañeros, pues, se detuvieron para ayudarle a levantarse y, sobre todo, para hacerse con la pasta. Sin embargo, del depósito de artillería salían ya un cabo y dos soldados con las armas preparadas; acojonados, lo dejaron todo allí y salieron corriendo.
En ese momento, Víctor Quero todavía estaba en el tren. Al
ver a los militares, saltó a tierra y se les interpuso. Disparó al aire,
distrayendo a los soldados lo suficiente como para que Cunyat, Francés y Jiménez
volviesen sobre sus pasos, recogiesen la pasta y a Recasens. Quero trató de disparar, pero la pistola se le encasquilló; Testa leyó el
gesto perfectamente, disparó y lo mató en el sitio. Si no mató a más
atracadores, fue porque su escasa dotación de municiones para la guardia se le
había acabado.
Finalmente, Cunyat, Francés y Jiménez, arrastrando a
Recasens y el dinero, llegaron hasta el taxi. Se subieron junto a Ramos y
conminaron a Constantí Orté a que les llevase a Barcelona.
Al pasar por Sant Andreu, entonces un barrio periférico de
la ciudad, un capitán de la Guardia Civil se percató de que el chasis del taxi
tenía manchas de sangre. Aunque no logró pararlo, eso puso a la Policía sobre
la pista de un taxi sospechoso en Barcelona. Dentro del vehículo, los
terroristas obligaron a Orté a dar muchas vueltas hasta que en la calle de La
Marina se paró para que se bajase Ramos.
Recasens estaba cada vez peor. Quería que lo llevasen a la
casa de su novia María Camarasa, en la calle Botella. Allí, Cunyat y Francés
bajaron al herido. Jiménez se quedó con el dinero y despidieron al taxi.
A Recasens, que no estaba herido de muerte, lo curaron su
novia María y un vecino practicante y simpatizante, Segimón Solá. La nómina,
como estaba convenido, acabó en el edificio de la calle Ferlandina, número 7, piso
quinto tercera; la casa de Françesc Verdú. Allí los esperaba Carles Anglés,
otro cenetista que se encargaría de contar el botín. En el salón de la casa,
Cunyat, Anglés y Jiménez contaron 140.000 pesetas; mucho más de lo que habían
esperado.
Mientras ocurría todo esto, Constantí Orté circulaba por
Barcelona sin parar el vehículo, incapaz de pensar. Entendía que lo considerarían
cómplice de lo que había vivido, y no lograba decidir con tranquilidad qué
hacer.
Recasens no quería quedarse en la casa de su novia, que no
era la suya. En cuanto tuvo fuerzas, se encaminó a la cercana calle de Riereta,
donde tenía alquilada una habitación propiedad del bar de Francisco Peña, del
que era parroquiano habitual. Al mismo tiempo, Verdú llegaba a casa, noticioso del
atraco que era ya la comidilla de toda Barcelona. Su esposa, Adela Zamora, le
informó de la visita de sus amigos. Cuando vio la caja de la nómina, en la que
quedaban 150 pesetas en calderilla, se dio cuenta de todo, y de que tenía que
ocultarla (pero la pasta se la quedó, claro).
A última hora del día, en un garaje, la Policía localizó,
aparcado, el taxi de Orté, quien finalmente se había retirado a su casa. Sus
declaraciones fueron muy confusas, pero la fisonomía del herido sí que se le
había quedado muy grabada, por lo que la Policía supo pronto que era Recasens
(que ya estaba fichado y en búsqueda y captura). Pero no lograron pillarlo. De
hecho, Recasens, conocedor de que iban tras él, abandonó su escondite para irse
a la casa de un compañero llamado Bustamante, alias El Pigallat, en la calle Vic.
El más tonto de todos fue Verdú. Tal vez no contento con las
150 pesetas, resolvió vender por piezas la caja de madera de la nómina de MZA.
Una de esas tablas fue localizada por la Policía en un trapero. El día 14, la
policía detenía a Verdú, a Segimón Sola, a Marcelino de Silva y a Francisco
Peña, el dueño del bar donde había pacido Recasens.
Pocos días después, recibieron la confidencia del paradero
de Recasens. Su confidente, sin embargo, debía de ser un doble agente, porque
al mismo tiempo también lo supieron los cenetistas. Ramón Arín, el dirigente
anarquista que fue informado, le encargó a Antoni Mas El Tartamut que avisase a Recasens y le diese 15.000 pesetas para que
pudiese huir. Mas llegó apenas unos minutos antes que la Policía; Recasens huyó
a Francia donde, según algunas noticias, difíciles de confirmar, acabaría
guillotinado.
Ninguno de los demás atracadores, ni el dinero, fueron
localizados.
Tras el atraco de la MZA, puede decirse que el terrorismo
anarquista barcelonés y no barcelonés estaba en un auténtico renacimiento. Un
elemento muy importante del mismo, cuyas secuelas habrían de verse incluso en
la Guerra Civil, fue la fusión del grupo zaragozano llamado Los Justicieros y
El Crisol, que ya hemos citado. Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso,
miembros del primero de ellos y, de hecho, los grandes teóricos de la idea de
que todos los grupos terroristas debían federarse, decidieron comenzar por
Barcelona, y escogieron al grupo de Juan García Oliver, probablemente a través
de Domingo Ascaso, hermano de Francisco y residente en Barcelona.
Ambos grupos se fusionaron en uno llamado Los Solidarios,
formado por 17 personas de Barcelona y Zaragoza, sin contar con ayudas
accidentales. Ninguno de ellos era lo que habían sido casi todos los pistoleros
hasta entonces: obreros que además eran
pistoleros. Ellos eran activistas liberados full
time.
A través de las gestiones de García Oliver, a principios de
octubre pudo celebrarse una especie de congreso de grupos anarquistas en Sant
Andreu de Llavaneras. Los reunidos estuvieron de acuerdo en que el análisis
marxista era una ful; que, por lo tanto, la sociedad capitalista no iba a
colapsar bajo el peso de sus mierdas; y que, por lo tanto, lo que había que
hacer era derribarla a hostias.
Arlegui, conocedor de algunos datos de aquella reunión, y
temeroso de un rearme masivo y efectivo del cenetismo, resolvió provocar un
atentado fake que permitiese a la
Policía poder conducir una represión indiscriminada; algo que necesitaban
porque, propiamente hablando, desconocían quién podía estar al frente de
aquella movida. Le encargó el trabajo al comisario Agapito Marín. Buscando a un
auténtico anarquista que pudiera servirles, Pere Homs, ya sabéis, el abogado
metido a pistolero, le recomendó a Inocencio Feced. Feced aceptó, aunque los
policías, que sabían de su volatilidad, le pegaron al culo a un policía, Florentino
Pellejero.
Feced tomó contacto con un grupo anarquista dirigido por
Genaro Tejedor. Para ganarse su confianza, Feced les expuso un plan para matar
a Martínez Anido. Todo se reducía a conocer los movimientos nocturnos del
gobernador, cuando se iba a alguna fiesta, y matarlo cuando regresase a casa.
Se ofreció para obtener la información y el grupo lo aprobó, aunque le impusieron
la compañía de Manuel Talens, Valencianet.
Feced se ganó más confianza del grupo cuando fue capaz de
dotarlos de armas, que en realidad le había dado la Policía. Feced “averiguó”
que, fuese a donde fuese, Anido regresaba siempre a casa por Ramblas, Paseo de
Colón, Paseo de Isabel II y Plaza de Palacio, acompañado tan sólo por dos
policías.
Para el atentado se hicieron con un coche y le pidieron
prestada una moto con sidecar (el medio de escape de Feced tras dispararle a
Anido) a un antiguo militante retirado, José Claramonte, que vivía en
Castellón.
Mientras el grupo de Tejedor lo preparaba todo, la sensación
de inseguridad crecía. En Bilbao, unos atracadores perpetraron una acción
parecida a la de MZA, esta vez en la Constructora Naval. En el mes de octubre,
sólo en Barcelona hubo siete atentados. El día 19, el escolta del empresario
Esteve Avell, Pedro de Lucio, fue herido por unos tipos que parecían estar
esperando a su jefe en la puerta de misa. El atentado fue adjudicado a Valencianet quien, como sabemos, estaba
preparando el ataque a Martínez Anido. En la investigación de este delito se
detuvo a un activista llamado Ramón García al que, al parecer, se aplicó la ley
de fugas, aunque consiguió escapar. La Lliga se tiró a la yugular de Anido. Ante
esta presión, la fecha del “atentado” quedó fijada para el 23 de octubre.
Los terroristas decidieron que interceptarían el coche del
gobernador en la parte baja de las Ramblas. La última reunión de los
terroristas se produjo en la Granja Royal, en la calle Pelayo. A esa reunión ya
no acudieron los activistas de refuerzo de Badalona (Joan Manén, Gillem Martí y
Viçenç Soler), puesto que Feced, para entonces, ya los había señalado a la
Policía, que los había detenido. Los anarquistas, sin embargo, asumieron que
estaban ya en sus puestos.
Tras separarse, Genaro Tejedor se apostó en la Plaza de
Cataluña. En la calle de Fernando, tres personas: José Blanco, un tal Alcodóvar
y Claramonte, estaban con la moto. Ya casi en los muelles, Talens, Josep
Gardeys, Ramón Climent El Gabardina y
Manuel Bermejo El Madriles simulaban
estar de copas en un quiosco de la calle José Anselmo Clavé. No se sabe quién
pilotaba el coche. Pellejero, presuntamente un anarcosindicalista llegado de
Bilbao, era el encargado de señalar la llegada de Anido.
Da la impresión, por las noticias que he podido leer, que la
Policía, finalmente, se precipitó. El operativo duró dos horas y, aunque a
Tejedor lo trincaron pronto, después hubo que esperar mucho y, en la guerra de
nervios, fueron los uniformados los que perdieron la paciencia. Cuando se dio
la orden de ir a por los terroristas, Gardeys y Claramonte se dieron cuenta de
la jugada, dieron el queo, y todo el mundo que lo escuchó echó a correr.
Los que lo tenían más jodido eran los del puesto de bebidas,
que tenían a la Policía encima. Cuando ésta disparó, El Madriles cayó muerto y, poco después, ya en el tiroteo entre
ambas partes, Climent. A Pellejero también le acertaron los terroristas y murió
en el número 21 de la calle Nueva de San Francisco. Los terroristas
consiguieron huir, aunque Talens cayó poco más tarde. El grupo de la moto,
mientras tanto, trataba de dispersarse por el casco antiguo. Lo consiguieron
todos menos Claramonte. El activista retirado trataba de llegar al puerto. En
la calle de Marquet, lo espotearon y le dispararon. Cayó muerto.
Uno de los indicios de que la Policía estaba perfectamente
informada del atentado fabricado es lo rápidamente que fueron a por Amalio
Cerdeño, el militante que había guardado armas y bombas en su casa, pero que no
tenía relación orgánica con el mismo. Lo detuvieron en su casa de la calle
Serra Xic número 3 y, al trasladarlo, le aplicaron la ley de fugas. Lo dejaron
creyéndolo muerto, aunque, en realidad, estaba herido. En el dispensario, a las
puertas de la muerte, Cerdeño se confesó con el fiscal Diego Medina.
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